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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (33 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Sobre el número de tripulantes que fueron embarcados para su salvataje en la balsa, una vez construida ésta, también son fundamentales las contradicciones. Tejera declara que “no vio arriada la balsa al abandonar la “Rosales”, Funes dice que embarcaron “24 hombres con el contramaestre Lacroix”; Donovan: “12 hombres”; González: “18 hombres”, Vilavoy: “7 en todo”; Picasso: “sólo podía llevar 10 a 15”; marinero Revelo: “sólo podía resistir el peso de 10 hombres”. Por último Funes al referirse a la construcción de la balsa señala: “la mandé construir para 15 o 20” y no se preocupa de refutar las declaraciones contrarias de algunos oficiales”.

Finaliza Lowry señalando que “ante los raciocinios expuestos se arraiga en mi espíritu la firme convicción de que en el caso, todo lo referente a la balsa no fue en realidad. Rechazo pues que tal construcción se haya empleado en el embarque de la tripulación al efectuar su abandono la noche del 9 de julio”.

Si no existió la balsa, ¿cómo se distribuyó la tripulación en los botes existentes? Lowry lo describirá. Minuciosamente relatará la tragedia acaecida en la cubierta de la torpedera.

Dice Lowry que finaliza la dudosa conferencia de oficiales, Funes hizo ocupar la segunda lancha de salvataje con el alférez de navío Irizar, los maquinistas Bárbara y Vilavoy, el condestables Iglesias y el cabo Pérez con revólveres al cinto y la orden de defenderla para ser ocupada exclusivamente por los oficiales. Eligió esta lancha porque se hallaba a estribor, a sotavento, mientras que la otra lancha que se hallaba al lado de babor, que aguantaba todo el viento y la furia de las olas, fue dejada para la tripulación. Hecho esto, Funes reunió en el sollado (la cubierta inferior de la nave donde se aloja la marinería). Allí los arengó y les señaló que debía hacerse abandono del buque. Funes dice que la tripulación le contestó “con vivas a la patría, demás vocerío y algarabía”, mientras que el segundo comandante Victorica señala que “había marinería materialmente anonada por el miedo”; Gaudín dice que “el temor de la tripulación era que el buque sumergiera a cada momento bajo sus pies”, y el farmacéutico Salguero dice que “cuando tuvo lugar esa arenga el alférez Donovan y otros oficiales hacían el aparato de proseguir el achique para sostener el ánimo y el espíritu de la marinería para que no creyeran que el buque iba a pique, que comprendieron fue necesario ocultarles a todo trance para evitar el pánico”. Al mismo tiempo —continúa Lowry— las deposiciones en general dejan establecido que en esos momentos “reinaba gran confusión en todo a bordo” y “seguramente que si la tripulación se dio exacta cuenta de esa situación debió inmutarse ante el espanto que con justo motivo ha de haberse apoderado de su espíritu sobre todo en vista de escasez de medios de que se disponían para la salvación de todos y no prorrumpir en la algarabía que e le adjudicaba si bien es cierto que durante el temporal se les suministró bebida con frecuencia y cuyas porciones fueron creciendo hasta llegar a raciones extraordinarias repetidas en los momentos de producirse el abandono de la torpedera”. En esto están contestes el comandante Funes, el segundo comandante Victorica y los demás oficiales. Bien pueden haber sido esas libaciones otorgadas con tanta liberalidad en los últimos momentos las que hayan electrizado a los marineros y no la infausta noticia recibida de boca de su jefe. Tan terrible anuncio de cuya veracidad no podía dudar viniendo del mismo comandante del buque en cuya persona se concentran siempre y más en trances tan angustiosos todas las esperanza de salvación de los hombres de mar en el mundo entero, puso ciertamente a dura prueba la disciplina de la marinería de la “Rosales”.

El incisivo idioma de Lowry para describir la tragedia, sin ahorrarse ningún detalle comienza ahora a ocuparse del salvataje. Señala que hasta ese momento la disciplina de la marinería había sido ejemplar, pese a las circunstancias de habérsele dado grandes cantidades de caña, y que por eso no se explica “la medida preventiva tomada por el comandante Funes de munir a sus oficiales revólveres cargados como igualmente su persona desde las 5 de la tarde del 9 de julio. Las armas fueron tomadas por cada uno de los oficiales y otras fueron llevadas con toda anticipación a la segunda lancha, bote elegido y reservado y en el cual debía embarcarse acompañado de sus oficiales el capitán Funes y abandonar el buque a las 8 de la noche. El primer maquinista Picasso declara que se hizo de esa arma “como una mejor protección de su persona”; el maquinista iglesias fue con la intención de pegarse un tiro prefiriendo morir de esa manera que ahogado”.

Ordenada la evacuación de la nave, los marineros se lanzan a la carrera a la primera lancha, al guigue y al chinchorro —ya que para Lowry, la balsa no existió— y al tratar de arriar hacia el mar la primera lancha ésta fue volcada por un golpe de mar lanzado a parte de los que ya la ocupaban al abismo. El resto, al ver inutilizada esa embarcación se lanzaron sobre el chichorro y el guigue, que ya estaban ocupados y con el peso de sus cuerpos los hicieron naufragar. Muchos de los desorientados marineros volvieron al casco del buque y trataron de asaltar la lancha de los oficiales.

El primer que vio esta oportunidad fue el foguista pascual Bataglia que se arrojo con todo el peso de su cuerpo en momentos en que la embarcación era descendida. El maquinista Barbará, revólver en mano se abalanzó sobre Bataglia para expulsarlo “por considerarlo un intruso” pero intervino el comisario Solernó y le salvó la vida al foguista, que se defendía con uñas y dientes. Al ver la marinería desesperada que Bataglia había conseguido lo que se proponía, quiso hacer lo mismo. En sus declaraciones, el maquinista Barbará, el alférez Goulú y Gaudín relatan como fueron rechazados. El comandante Funes sólo reconoce haber ocurrido el incidente con el marinero Víctor Montes. El segundo comandante Victorica reconoce haber sido él quien rechazó a Montes y que no fue éste “El único marinero que de intento o por equivocación se esforzó por embarcarse en el bote reservado para el embarque exclusivo del comandante y la oficialidad”. Barbará señala que predominó en todo momento una gran confusión.

Pero mientras tanto ocurría todo esto, había de 15 a 20 marineros que ignoraban todo lo que estaba ocurriendo en cubierta. Era el paisanaje del interior de Córdoba que había sido traído directamente de sus lugares de reclutamiento y embarcados en la “Rosales”. No habían visto nunca el mar, no habían visto nunca un bote. Estaban totalmente postrados por las oscilaciones y estrepadas de la torpedera, mareados, deshechos. Sólo habían comido un poco de gallera y tomado mucha caña. Pera ellos no había lugar en los botes ni aun en las balsas se ésta se hubiera salió de allí. Fue tragada por el océano junto con el casco del buque. Lowry no acusó a Funes de haber encerrado con llave a esa gente en ese compartimiento, como se atrevieron a hacerlo varias publicaciones nacionales y extranjeras, pero sí a acusarlos de no haber hecho nada para su salvataje.

Los hábiles interrogatorios de Lowry hacen confundir a Funes quien en una declaración se “olvida” de embarcar ya sea en los botes o en la balsa a ocho tripulantes, y luego, en otra deposición se confunde con esa verdadera matemática del diablo y no dice qué fue de 16 marineros. Lowry compara esto con la declaración del jefe de máquinas Picasso, quien ratifica una y otra vez de que en el sollado quedaron abandonados entre 15 y 20 marineros mareados o embriagados con caña.

La otra carta decisiva que cree tener el fiscal Lowry contra Funes es el hecho de no haber repartido los oficiales entre todas las embarcaciones de salvataje. El sabe que Funes aquí se está jugando por su oficialidad y que se juega hasta el último momento en sus declaraciones, a pesar de que el segundo comandante Victorica y los otros oficiales le dan la espalda y lo dejan solo al llegar a Buenos Aires.

Lowry en su escrito acusará a Funes “respecto al hecho de no haber dispuesto que los oficiales de guerra fueran a hacerse cargo de los otros botes en que debía embarcarse la marinería como obligan en ese caso no tan sólo las leyes militares, sino también los reglamentos de navegación de todas las marinas mercantes civilizadas y semibárbaras del mundo, fundándose en que los oficiales eran demasiado inexpertos y que los únicos competentes para ese servicio, que lo eran su segundo Victorica y su oficial Mohorade, se encontraban tan imposibilitados, el primero por una fiebre que tenía y el otro por unas heridas que recibió en la cara y cabeza por una caída sobre la cubierta a consecuencia de las grandes oscilaciones del buque en la tempestad, resultando de las declaraciones de la única persona a bordo que estaba autorizada a emitir un juicio exacto al respecto (el farmacéutico Salguero) y éste dice que ni el uno ni el otro de estos oficiales estaban imposibilitados por esas lesiones, de carácter sumamente leve”.

Pero lo que más preocupa a Lowry es el misterio en torno a la desaparición del alférez Miguel Giralt. Es un tema que lo apasiona y desespera. Leemos su propio escrito sobre la suerte de ese joven de 22 años: “en cuanto al alférez de fragata Miguel Giralt y al maquinista Luis Silvany que formaban el complemento de la dotación de oficiales de dicha caza torpedera, no me ha sido posible descubrir la suerte que en verdad les haya cabido en el desastre a esos infortunadas jóvenes, a pesar de las diversas diligencias que he puesto en práctica con ese propósito. Respecto al alférez Giralt, particularmente, son tan contradictorias las exposiciones efectuadas envolviendo ellas su persona en tan completa y misteriosa desaparición que predisponen el ánimo a abrigar la sospecha de que se oculta algún acto criminal, sin poder precisar, sin embargo, a quién o a quiénes deba culparse de ello. Según consta en las declaraciones prestadas en el momento en que el comandante Funes estaba embarcado ya con los demás oficiales en la segunda lancha y en disposición de abandonar la “Rosales”, se suscitó un incidente con el alférez Giralt que se encontraba aún en el castillete de ese buque con motivo de acudir a embarcarse en la proyectada balsa un mayor número de marineros que los indicados para ir sobre esa construcción improvisada del momento y encargada a Giralt, incidente que terminó al ordenar el comandante Funes abandonar la balsa y embarcarse con él en la lancha, orden que dicen cumplió ese oficial inmediatamente sin réplica alguna, sin embargo de dejar dudas en el ánimo la interpretación de algunas frases en las exposiciones de los maquinistas Picasso y Alvarez sobre ese hecho. Todas esas mismas declaraciones están contestes en que Giralt abandonó la “Rosales” embarcando en la segunda lancha con el comandante Funes y los oficiales y los acompañó en ella hasta que zozobró en Punta Diablo, costa del cabo Polonio donde principia su desaparición para unos, pero no así para otros, pues tanto en las investigaciones referentes a detalles de su persona como la suerte que le cupo después de tumbado el bote en el paraje mencionado, existen divergencias notables. Unos dicen que pereció ahogado, otros que pudo haber salido con vida antes que ellos a tierra firme e internándose en los médanos haber caído extenuado de cansancio pereciendo de frío, y quedando su cuerpo cubierto con las arenas movedizas, haberse perdido todo rastro; otros que internado en la costa firme pudo haber sido asesinado para robarle, pues llevaba prendas de valor para su persona; otros, que no llevaba tales prendas que nunca vieron; unos que vestía de una manera y otros de otra”.

Lowry llega hasta allí, se detiene como para tomar aire, y se decide a presentar al tribunal su sospecha. Lowry cree firmemente en algo, pero no tiene pruebas y pese a los largos, trabajosos y tortuosos interrogatorios que ha sometido a los sobrevivientes no ha podido poner nada en claro. Leemos a Lowry: “El condestable Iglesias en su primera declaración dijo “no haber visto más a Giralt” y en su segunda expone que Giralt salió con vida a la costa conjuntamente con el maquinista Vilavoy, el foguista Bataglia y él, haciendo referencia hasta de frases cambiadas con Giralt al tiempo te tumbarse el bote, asegurando haberlo dejado por fin sobre un médano de arena con juncos donde habían descansado los cuatro unos diez minutos siguiendo después Iglesias con Vilavoy y Bataglia en dirección al faro. El maquinista Vilavoy niega terminantemente la aseveración de Iglesias, y el foguista Bataglia, perturbado, no atina apropiadamente a deshacerse de ese fantasma envuelto en una capa de goma color plomo que era Giralt, su oficial a bordo, pero que en tierra no lo conoció. A ese montículo de juntos sobre médanos de arena, en cuyas cercanías había dejado el condestable Iglesias al alférez Miguel Giralt
llegó más tarde el comandante Funes
a quien sus oficiales habían dejado extenuado de fatiga y sin fuerzas a unas tres cuadras de allí, tan extenuado de cansancio, según dice el cabo Pérez, que se resistió a sus repetidas ofertas de conducirlo con ayuda de sus brazos al faro, quedando tan bien acobijado dentro de ese resguardo que hubo de ser su tumba a no ser de la pertinacia de los humanitarios loberos que repasando aquel paraje, recién a las dos horas de continuada pesquisa vieron colmados sus esfuerzos, encontrando allí dentro al buscado y extraviado jefe de la “Rosales”.


En ese paraje donde principia con visos de alguna seguridad la salvación del comandante Funes, termina el único rastro que he podido descubrir y seguir del infortunado alférez Giralt quedando después su persona envuelta en el más completo misterio, ocasionando perplejidad respeto a su destino verdadero
”.

Es decir, Lowry cree que toda la verdad de la “Rosales” se debate en el triángulo Funes-Giralt-balsa, que nunca creyó en la existencia de la balsa, en ese punto la admite para poder luego demostrar lo que no se atreve a decir directamente:
que Funes asesinó a Giralt
. Por eso describe el incidente de Giralt con Funes acerca de la balsa: Giralt es el hombre que se retoba contra Funes, discute con él precisamente sobre la construida o no construida balsa. Funes lo obliga a embarcarse con él y con los oficiales. Giralt es el que sabe la verdad, el capaz de rebelarse, el hombre que “cantará” cuando llegue a Buenos Aires. Por eso el fiscal Lowry está convencido y su pensamiento tejido sobre la base de declaraciones y contradicciones los hace poner a Funes y Giralt en el mismo médano, allí bajo ese terrible anochecer de invierno en el cabo Polonio. Para Lowry, Funes finge cansancio y no acepta la ayuda del cabo de cañón Pérez y se queda solo para dirigirse al médano donde Giralt también ha sido dejado solo por el condestable Iglesias, Vilavoy y el “atormentado” Bataglia.

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