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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (35 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Lowry asiste impávido a las palabras de García Mansilla, quien destroza todos los argumentos del fiscal con mazazos patrióticos. Veamos una muestra de ello: “Tristeza me ha causado —dice García Mansilla— cuando he leído en la vista del fiscal Lowry calificar de algarabía y aun dudar de que los marineros de la “Rosales” hayan proferido el grito de ¡viva la Patria! atribuyéndolo en todo caso no a sus nobles sentimientos sino a los efectos de las bebidas espirituosas que se les había repartido. ¿No es acaso ese grito de ¡viva la Patria! el grito genuino de todos los que tienen en sus venas verdadera sangre argentina? ¡Que no llegue para nosotros la hora nefasta en que se eche a la burla y se desprecie ese grito sublime! Yo por mi parte creo firmemente que lo profirieron porque tengo fe en la nobleza de mis compatriotas y en la valentía de sus corazones y me inclino respetuoso ante el recuerdo de esa voz sublime lanzada por los marineros de la “Rosales”, ese grito de ¡viva la Patria! noble y santo, y nadie tiene derecho a despreciarlo y desconocerlo. Es el grito de guerra del soldado argentino, grito que lo alienta en la desgracia y que lo ha conducido y lo conducirá a la victoria. Afirmo sin temor de equivocarme que no sólo en la cubierta de la “Rosales” sino allá en la soledad de los mares, bajo los negros nubarrones de la tempestad que envolvió a los náufragos, cuando separados del mundo entero la ola fatal deshizo sus frágiles botes y los arrastró al abismo habrá resonado potente, viril, ese último desafío al huracán, ese postrer saludo del argentino que muere al grado de ¡viva la Patria!

El párrafo final de la intervención de García Mansilla está dirigido a los náufragos: “Oficiales de la Rosales: Miren con confianza a esos sus jueces de hoy que serán mañana los que los conducirán a la victoria o a la muerte. Mírenlos con confianza que los van a absolver, y por la justicia de su fallo proclamarán al mundo entero que son dignos de pisar las cubiertas de nuestras naves a la sombra gloriosa de la bandera de Mayo”.

Así harán los jueces. Condenar a Funes y a sus oficiales hubiera sido reconocer una mancha negra, un crimen inenarrable en la historia de la institución. Como jueces, jurídicamente hablando, sólo tenían como pruebas en contra las contradicciones en las declaraciones. La defensa del capitán Funes fue confiada al alférez de navío Mariano F. Beascochea.
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Este joven oficial se tomará el trabajo ímprobo de tratar de demostrar que todos los cargos contra el comandante de la “Rosales” no podían probarse cabalmente. El también usa el método de rebajar moralmente al capitán Lowry. Son de tal calibre sus ataques contra Lowry que luego de finalizado el juicio será condenado a tres meses de arresto en un pontón por “irrespetuosa vehemencia en la defensa”.
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Los sobrevivientes de la “Rosales” son absueltos por falta de pruebas. Y desde ese día en la Marina no se habló más de la tragedia, como si no hubiera ocurrido. Pero si bien al capitán Funes se lo absolvió y no se tomó ninguna medida disciplinaria interna contra él, lo rodeó siempre un silencio incómodo, un disimulado pero constante aislamiento.

Nunca más se le dio el mando de un buque ni pasó del grado de capitán de fragata. Se le dieron cargos administrativos. Desde los 33 años de edad debió conformarse con permanecer detrás de un escritorio. Sirvió en el Estado Mayor General, luego —por dos años— fue inspector. En 1898 estuvo adscripto a las obras del puerto militar y desde fines de ese año tuvo a su cargo uno de los juzgados de instrucción para el personal subalterno. Siempre se le vio trabajar con corrección, modestia y sentido práctico. En 1905 se retiró, al promulgarse la ley orgánica de la Armada. De esa época lo recuerda el capitán mercante Alfredo Maranesi: vivía en Belgrado, en la calle Obligado cerca de Monroe. Retirado de la marino se dedicó a negocios inmobiliarios. Funes era un hombre profundamente melancólico, algo adicto a la bebida, que se consolaba con la guitarra, del cual era un concertista nada despreciable. Años después se fue a vivir a una casa de Villa Crespo, situada en Tucumán 3764 acompañado de sus únicos amigos: su esposa María Luisa y su hijita María Rosario.

En esa misma casa falleció el 26 de marzo de 1926, a los 56 años de edad. Es decir, 24 años después de la tragedia, 24 años que vivió silencioso, taciturno, como sabiendo que la vida ya no le daría ninguna oportunidad.

De los demás oficiales, salvo Julián Irizar, ninguno pudo destacarse en su carrera. El segundo comandante Victorica llegó a capitán de navío y falleció en 1929, a los 63 años. Pedro Mohorade pidió la baja inmediatamente después del juicio y se recibió de abogado; Jorge Goulú llegó a capitán de navío y falleció en 1929, a los 57 años; Carlos González también llegó a capitán de navío y falleció en 1945 a los 77 años; Florencio Donovan llegó a capitán de fragata y falleció a los 44 años, y León Gaudín también llegó al mismo grado que el anterior.

Julián Irizar —aquel que fuera colocado en la noche del naufragio por Funes en la segunda lancha para defenderla— hizo una carrera brillante y su hazaña de recatar a Nordenskjold en la Antártica ha pasado como una de las páginas legendarias de nuestra marina.

Cuando falleció Funes, algo que otro diario publicó dos o tres líneas sobre la vida. Luego el silencio envolvió para siempre su figura. Nadie más se acordó de él. Hasta que 24 años después un pequeño aviso en la página de fúnebres de un matutino anunciaba lo siguiente: “Panteón Naval — Se emplaza a los deudos del capitán de fragata Leopoldo Funes a retirar sus restos antes del 31 de octubre de 1940 si no serán cremados y sus cenizas guardadas en una urna del mencionado panteón”.

Ese fue el último rastro dejado por el recuerdo de un hombre sin suerte, a quien la vida lo obligó a jugarse, pero no le tenía reservado un lugar entre los héroes. En cambio al almirante De Solier —el jefe de la escuadra que dejó librada a la “Rosales” a su suerte— se le recuerda hoy con el nombre de una hermosa calle que en Nuñez conduce al estado de Ríver Plate. Diferencia de destinos, diferencia de suerte.

GRAF SPEE: EL FIN DEL CORSARIO

La batalla naval del Río de la Plata —la última batalla naval de corte clásico, barcos contra barcos—, librada el 13 de diciembre de 1939, pertenece, como relato histórico, casi más a los rioplatenses que a los contenedores. Por razones de distancia los pueblos alemán e inglés no vibraron con tanta intensidad como los pueblos de ambas márgenes del Plata por la suerte de los protagonistas. Allá en Europa había muchas batallas, bombardeos, acciones bélicas y diplomáticas de todo tipo. Para ellos, la batalla del Río de la Plata fue una más. Pero los argentinos y uruguayos vieron por primera vez una acción bélica de cerca que, por sus implicancias, sacudió a los gobiernos de ambas márgenes. Pero no tanto lo político sino más lo emocional fue lo dominante de aquellos días. El combate, primero, cual si fuera una trágica justa deportiva, y el holocausto wagneriano del “Graf von Spee” y de su capitán Hans Langsdorff, después, fueron un verdadero “shock” de sentimientos para argentinos y uruguayos, que vinieron siete días grabados en la mente de todos. Siete días para la historia. Por eso lo recordamos ahora, como si fuera historia nuestra.

En la navidad de 1914, algunas familias de la nobleza alemana se sorprendieron al recibir —en vez de la característica tarjeta de saludos para las fiestas— un sobre con ribetes de luto. Adentro del sobre se podía ver una triple tarjeta que decía: “Por la sagrada voluntad de Dios, recibieron la muerte de los héroes en la batalla naval de las islas Malvinas el 8 de diciembre de 1914” y luego se leían tres nombres. El padre y sus dos hijos: Conde Imperial Maximilian Johannes María Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro de 1ª y 2ª Clase), de 53 años de edad; el Conde Imperial Otto Ferdinand María Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro), de 24 años de edad, y el Conde Imperial Heinrich Franz Irenaus Max Hubertus von Spee (Caballero de la Cruz de Hierro), de 21 años de edad.

La tarjeta triple explicaba que el vicealmirante Spee, jefe de la flota de cruceros, había muerto al frente de su escuadra “cumpliéndose su deseo de seguir la suerte de su buque, el “Scharnhorst”, y que sus dos hijos habían perecido de las heridas recibidas en la misma batalla antes de que se hundieran los cruceros “Nuremberg” y “Gneisenau”, que tripulaban. Por último, la tarjeta transcribía una frase del Libro de los Salmos: “Me ha tocado en suerte un magnífico destino, que desde ahora será una magnífica herencia”.

Y este salmo fue premonitorio. El nombre de Graf Spee sería protagonista de un hecho de leyenda. La muerte del último corsario que actuó en el estuario del Río de la Plata.

En 1914, el vicealmirante von Spee había derrotado en forma brillante y terminante a la flota inglesa frente al Coronel, en Chile. Su osadía lo llevó hasta la misma base de los ingleses en las islas Malvinas. Pero allí estaba nada menos que el famoso vicealmirante inglés Sir Frederic C. D. Sturdee al mando de los poderosos “Invencible”, “Inflexible”, “Carnarvon”, “Cornwal”, “Macedonia”, “Kent”, “Bristol”, “Glasgow” y “Canopus”. Von Spee enarbolaba su bandera de comandante en el “Schamhorst” y detrás lo seguían el “Dresden” el “Gneisenau”, el “Nuremberg” y el “Leipzig”. Sturdee aplicó con maestría su superioridad material. El único buque alemán que pudo escapar fue el “Dresden”. El conde von Spee al recibir su buque las andanadas mortales ordenó empavesarlo y así desapareció en el mar: con la bandera imperial al tope. Los demás cruceros: el “Gneisenau”, el “Leipzig” y el “Nuremberg” fueron hundidos por sus propios medios luego de disparar todas sus municiones.

Y aquí viene lo que llama la atención y que se repetirá 25 años después: en el parte que el vicealmirante Sturdee da cuenta de su victoria al Almirantazgo inglés expresa su reconocimiento del heroísmo de la escuadra del conde von Spee. Más: él mismo felicitará al puñado de marinos alemanes sobrevivientes y expresará su “admiración por toda conducta heroica de los hombres del conde von Spee”.

Estamos ya en el 10 de julio de 1934. Ya está Adolf Hitler en el poder. Ese día, en Kiel, se celebra la botadura del acorazado de bolsillo “Admiral von Spee”. Acorazado de apenas 10.000 toneladas, es decir, un tonelaje de crucero. Es el tratado de Versalles: los alemanes no pueden tener buques de guerra de más de 10.000 toneladas. Pero se las arreglan; crean el “Taschenkreuzer”, el acorazado de bolsillo. Es decir, con pequeño tonelaje le ponen una artillería superior a la de un crucero pesado y la coraza de acero de un acorazado. Además, los ingenieros alemanes se ingenian en mostrar que 10 son 12. Es decir, hacen un buque de 12.000 toneladas pero demuestran que apenas tiene 10.000, pues interpretan que el tonelaje es sin agua ni aceite.

El 1º de julio de 1934 una maravilla de la ingeniería naval se desliza por los astilleros de Kiel. Madrina de la hermosa nave es la única descendiente del conde von Spee, su hija, la condesa Huberta von Spee (sus dos hermanos perecieron en la batalla de las Malvinas). En la ceremonia habla el almirante Erich Raeder (quien en 1945 será condenado por el Tribunal de Nuremberg como criminal de guerra). Su discurso parece inspirado por una secuencia que unirá —o mejor dicho enfrentará— a ingleses y alemanes. En sus palabras se refiere a las hazañas del conde von Spee, a su triunfo en Coronel. Y Raeder no puede dejar de referirse al jefe de la flota inglesa que fue derrotado en la batalla. Dice así: “Ese valeroso marino, el almirante británico Cradock, haciendo honor a las grandes tradiciones de su patria, luchó hasta lo último antes de perecer en el mar, junto con 1.600 de sus hombres. Después de esta tragedia, todos los festejos de victoria que se habían planeado para la escuadra, en Valparaíso, se suspendieron a pedido del Graf von Spee. Este pedido era típico de von Spee, característicos de su hombría de bien. Rebelaba el espíritu de caballerosidad y la grandeza de alma que poseía este líder inolvidable, hasta la hora amarga en que se selló su destino en forma dramática. Fue el 8 de diciembre, en los mares helados de las Malvinas, como resultado casi inevitable de la llegada de los buques ingleses más grandes y nuevos”.

Cuando el 21 de agosto de 1939 el acorazado de bolsillo “Graf von Spee” abandonó sigilosamente el puerto alemán de Wilhelmshaven, tal vez nadie pensó que iniciaba su viaje hacia la muerte. Todavía había paz en Europa y hasta en las cancillerías se creía que la guerra iba a poder ser evitada en el último minuto. Hitler había fijado ya el 1º de septiembre para invadir Polonia y estaba convencido que Inglaterra no iba a reaccionar, que iba a ocurrir lo mismo que con Checoslovaquia. A pesar de ello, 9 días antes ordenó que los acorazados de bolsillo “Graf von Spee” y “Deustchland” salieran con rumbo desconocido para que en su momento atacaran las flotas mercantes de los países enemigos. Llevaban orden estricta de no enfrentar buques de guerra.

Es así que el “Graf von Spee” bordea las costas noruegas, pasa luego por el “corredor” de Islandia y las islas Faroes, atraviesa de noche la muy circulada ruta naviera de Estados Unidos a Europa y llega al punto convenido con el Almirantazgo alemán el 1º de septiembre. Allí lo está esperando un buque mercante germano: el “Altmark”, un tanque de 7.921 toneladas que había cargado 10.000 toneladas de combustible en Nueva Orleáns.

El “Altmark” tendrá una misión muy difícil: abastecer al buque corsario en los lugares más escondidos del mar. Sin armas, deberá pasar inadvertido en las inmensidades del océano esperando el llamado del “Graf von Spee”. Ese 1º de septiembre el “Altmark” le pasará en alta mar combustible y vituallas.

Pero por orden de Hitler, a pesar de que Inglaterra y Francia han declarado la guerra a Alemania, se impide a la marina de guerra alemana que ataque a buques mercantes ingleses y franceses. Sólo podrán entrar en acción en caso de ser atacados. Es que Hitler no quiere la guerra con Inglaterra y no puede creer que los ingleses hayan reaccionado de esa manera por la agresión a Polonia. El “Führer” confía en que —no dando motivos— todavía se puede llegar a un entendimiento.

Por eso el “Graf von Spee” pierde un mes, un mes decisivo, en que hubiera podido ocasionar estragos tremendos a la navegación inglesa, ya que el Almirantazgo británico —tal como lo escribe Churchill en sus memorias— ignoraba por completo el paradero del buque corsario alemán.

Largos días pasan los dos buques en el triángulo formado por las islas Trinidad, Santa Elena y Ascensión, es decir en la franja marina que va desde Recife y Bahía en Brasil hasta Angola en Africa. Son aguas solitarias donde ni los piratas del siglo pasado se aventuraban. Los días son de tensa espera. El ojo atento de los vigías escruta los cuatro horizontes. La guardia es constante. No tienen que ser vistos por nadie, ni por los barcos neutrales, ya que en seguida se transmitiría su posición. Mientras tanto los ánimos se van templando y se va ganando resignación. Ya se sabe que la guerra será total. Hay que tener en cuenta que la tripulación del acorazado de bolsillo es muy joven, la mayoría entre 18 y 22 años. En total son 44 oficiales y 1.080 hombres de tripulación. En el “Altmark” son 130. Entre los dos buques suman 1.254 hombres. Sólo su manutención es ya un problema difícil de solucionar pensando en que se estará en alta mar largos meses sin tocar puerto.

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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