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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (38 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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En la batalla, el “Graf Spee” ha perdido al oficial Grigat, que murió sin anestesia, preguntando cómo iba la batalla, y 35 marineros. Además lleva 60 heridos. El “Exeter” ha perdido 61 hombres: 5 oficiales y 56 tripulantes; el “Achilles”, 4 tripulantes; y el “Ajax” 7 tripulantes. En total, de ambos lados, 108 hombres muertos.

En el intervalo se procede a ordenar los buques y operar a los heridos; la mayoría de los cuales tienen que ser intervenidos sin anestesia. A medida que transcurre el día, Bobby Harwood no puede reprimir su sorpresa al ver que el “Graf Spee” se está metiendo en el Río de la Plata. A unos veinte kilómetros de distancia los siguen implacablemente los dos cruceros livianos ingleses. A las 18:15, muy cerca de Punta del Este, el alemán dispara dos salvas contra el “Ajax”, que tendió una cortina de humo y contesta con cinco andanadas. Frente a Piriápolis, el “Graf Spee” sigue sus andanadas, esta vez contra el “Achilles”, para mantenerlo a distancia. El “Achilles” contesta una por una. La última andanada del “Graf Spee” fue a las 21:43, más afuera de playa Atlántida.

Los fogonazos se ven desde Montevideo. Veamos lo que dice el teniente de artillería del “Achilles” R. Washbourn sobre aquellos instantes: “
A la puesto del sol nos deslizamos al abrigo de la costa y pasamos entre la isla de Lobos y la tierra firme. El “Graf Spee” se veía magníficamente perfilado contra el cielo, todavía luminoso después de la puesta del sol, mientras nosotros debíamos estar casi invisibles. Fue una tentación tremenda. Estábamos justamente por fuera del límite de tres millas que nosotros reconocemos, pero dentro de las aguas territoriales reclamadas. Poco después de la puesta del sol, a 22.000 yardas, el “Graf Spee” nos dio la excusa que esperábamos y con júbilo musité de nuevo DISPAREN, por el micrófono. Hubo justo tiempo para cinco liadísimas andanadas antes de que las cosas se nos volvieran demasiado bravas y luego viramos otra vez bajo cortina de humo. La puntería de los alemanes es maravillosa, considerando el pésimo blanco que presentábamos. Supongo que usan telemetría enfocando nuestros fogonazos
”.

A las 22:50 el “Graf Spee” entra al puerto de Montevideo sin necesidad de prácticos, por sus propios medios sorprendiendo a las autoridades navales uruguayas que esperaban un previo aviso.

Por todos lados, en el “Graf Spee” se huele a “
fuego, sangre y acero
”, un olor “
que nunca más abandonó al corsario
”. La frase no es nuestra. Es del oficial de artillería del “Graf Spee”, Federico Guillermo Rasenack, una figura que queremos reservar para la segunda parte de esta historia, pero a quien podemos definir como el Ulrico Schmidel de la batalla del Río de la Plata. Rasenack será el hombre que llevará día por día un diario de la vida a bordo y de los acontecimientos vividos por el corsario. Lo hace humildemente, llevado por su talento de periodista vocacional.

“Por hoy no hay más guerra para nosotros”: es la inconfundible voz de Langsdorff por el micrófono que incita a ir a dormir a todos sus hombres antes de llegar a Montevideo. El mismo no dormirá por unos cuantos días. Tendrá tiempo después.

En Montevideo y en Buenos Aires habían llegado ya las primeras noticias del combate a mediodía del mismo día 13. Desde ese momento nadie se separó de las radios. En los cafés de las avenidas de Mayo y 18 de Julio no se habló de otra cosa ese día. A la tarde llegó la noticia que el acorazado alemán había hundido al “Exeter”. Luego, la persecución del “Graf Spee”. Alegría alternada en “fuelles” y “pinchafuelles”.

Cuando el “Graf Spee” llegó a Montevideo, los primeros en subir son las autoridades portuarias uruguayas para inquirir por qué el buque alemán había entrado al puerto a tanta velocidad, sin luces y sin práctico a bordo. Fueron conducidos a la cabina de Langsdorff. A los pocos minutos entró el comandante alemán con manchas de sangre en la cabeza, mientras un enfermero trataba de terminar de vendarle un brazo que también había sufrido una herida. Al mismo tiempo, los uruguayos le ofrecieron desembarcar los heridos para que fueran mejor atendidos, claro está bajo el status de su internación. Langsdorff agradeció pero sólo permitió bajar a un herido gravísimo que tenía quemaduras en la cara y en el cuerpo y que falleció horas después.

Durante toda la madrugada, Langsdorff conferencia con el ministro plenipotenciario alemán. Otto Langmann. Este le dio a entender que se había equivocado al creer que Montevideo era un puerto neutral y que tratara de no quedarse más de 48 horas. Pero Langsdorff necesitaba más tiempo para las reparaciones y para especular con el posible llamado de submarinos alemanes al estuario del Plata.

Al amanecer, Langsdorff hace saber a los oficiales mercantes prisioneros que dentro de algunas horas quedarán en libertad. El capitán Dove, el ex capitán del “Africa Shell”, pide verlo para despedirse. A pesar de toda la actividad que Langsdorff tiene que desplegar en esas horas lo recibe por unos minutos. Michael Powell, sobre la base de datos de Dove reconstruyó el diálogo. Dove dice así:


Langsdorff tenía heridas en la cara, producidas por esquirlas y se había afeitado el bigote y la barba. Tenía el brazo derecho en cabestrillo. Pero aunque su confianza y jovialidad le habían abandonado, su cortesía de caballero y amabilidad permanecían inmutables. No había amargura en su tono cuando me saludó:

—Ah, capitán —dijo sacudiendo la cabeza— lamento de veras que ustedes hayan tenido que estar metidos en lo de ayer; me alegro que ninguno de ustedes esté herido.

—Pero usted sí está herido, capitán —le respondí—.

—No, sólo un poco…

—Pero, ¿no estaba a cubierto? —le pregunté—.

—Era imposible —me explicó—, tenía tres buques británicos que vigilar y no podía perder de vista a ninguno de ellos.

En seguida me expresó su gran admiración por los hombres del “Exeter”.

—Fueron magníficos, espléndidos luchadores. Con mis disparos puse fuera de acción sus cañones delanteros. Les aplasté el puente. Pero volvieron a pelearme con sólo un cañón. Mucho después que creí haberles dejado fuera de combate, volvieron a atacarme. Cuando se pelea con bravos como ésos no se puede sentir ninguna enemistad, solamente se quiere estrecharles las manos. Ustedes los ingleses son duros; no saben cuándo están derrotados. ¡El “Exeter” estaba derrotado pero no quiso saberlo!

Luego extendió su mano derecha, herida como estaba, para estrechar la mía.

Más adelante —como si ya se hubiera enterado en las pocas horas que se encontraba en tierra uruguaya— dijo: “Este no es un puerto amistoso para Alemania”.

Por último dice Dove: “Langsdorff me entregó dos cintas de gorras que habían pertenecido a dos de sus marineros muertos en la batalla:

—Me agradaría que usted y el capitán Pottinger (del “Ashlea”) las conserven —finalizó gravemente”.

Mientras Langsdorff esperaba la resolución del gobierno uruguayo e iniciaba las reparaciones por sus propios medios, un hombre singular no perdía el tiempo. Ya al salir el sol había estado en el puerto a prudencial distancia mirando al “Graf Spee”. Era un hombre alto, de porte distinguido y una sonrisa permanente dibujada en la comisura de los labios. Era Sir Eugen Millington-Drake. Además de inglés es diplomático. Esa sola frase bastaría para describirlo. Es un hombre conocido en todos los círculos uruguayos: culturales, deportivos y políticos. Juega el tenis, va a presenciar partidos de fútbol —sintetiza lo imposible: es “hincha” a la vez de Peñarol y Nacional—, da conferencias, y practica un método que lo ha llevado a ganar muchas simpatías inglesas y uruguayas en actos públicos. Además, es gran amigo de los ministros uruguayos, especialmente de Guani, el canciller.

En su visita a Guani ese día Millington-Drake le recuerda la convención de La Haya, en la que un buque de guerra no puede reparar averías salvo aquellas que no le permitan su perfecta navegabilidad. Inglaterra desea que no se le dé plazo alguno al “Admiral Graf Spee”.

Mientras tanto, Langsdorff tiene la evidencia de que se ha metido en una ratonera. El único astillero uruguayo, Regusci y Voulminot, se rehúsa terminantemente a tratar con los alemanes. Además le hacen saber que las organizaciones obreras uruguayas negarán permiso a los obreros para reparar el “acorazado nazi”.

El examen de las averías llevó al ingeniero jefe del “Graf Spee” a calcular en 14 días el tiempo necesario para repararlas. De inmediato la legación alemana en Montevideo puso el pedido en manos de Guani. Pero éste respondió con un subterfugio: el gobierno uruguayo debía por sí mismo asegurarse de ello e inspeccionar las averías. Dilema para Langsdorff: ¿quién le aseguraba que el informe uruguayo no iba a ser conocido después por el enemigo? Pero decide aceptar, no tenía otra salida. A las 19 se presentan los inspectores uruguayos quienes luego de revisar las averías contestan con evasivas las preguntas de los oficiales alemanes de cuánto calculaban el tiempo que a su criterio necesitaban para la reparación.

Esa misma tarde, el ministro alemán y Langsdorff piden una entrevista a Guani. En el momento en que entran, por otra puerta sale con paso elástico Sir Eugen Millington-Drake. Guani los recibe con sonrisa engolada. Es gordo, de ojos pequeños y movedizos. Los invita a sentarse. Langsdorf agradece pero queda de pie. Su uniforme blanco, su rostro quemado por el sol y la sal, su mirada que lleva ya un atisbo de la tragedia contrastan con la figura y los gestos de cortesía de salón del canciller Guani. Langsdorff no entiende cuando, a su pedido de largo plazo para reparar las “serias averías”, Guani —con toda socarronería y picardía rioplatense— hace un gesto de falsa sorpresa y le contesta: “¿Cómo, sí en Berlín el parte oficial de ustedes dice que el Graf Spee sólo recibió impactos menores?

Al abandonar el despacho de Guani, Langsdorff está convencido de que con ese hombre no va a poder obtener nada. Por eso, cuando llega al buque, reúne a todos los oficiales y con gran optimismo les propone un plan: romper el bloqueo por la noche y tomar el canal hacia Buenos Aires. Sabe que en la Argentina hay simpatías por Alemania y que el propio ministro de Marina, el almirante León Scasso, es partidario del Eje.

En el momento en que se realiza la conversación con los oficiales, llega al estuario del Río de la Plata el poderoso crucero pesado “Cumberland” de 10.000 toneladas, en un viaje directo desde las Malvinas. Bobby Harwood, desde el “Ajax” lo recibe con un “Muy complacido de verlos”.

Esa noche, Langsdorff no resuelve nada. El día siguiente —el segundo de su estada en Montevideo— ocurre un hecho significativo. Se presenta en la cancillería uruguaya Sir Eugen Millington-Drake para solicitar algo totalmente contrario a lo que había pedido el día anterior: que no se permita la salida del “Graf Spee” del puerto de Montevideo.

Es que el diplomático inglés había recibido desde Londres la orden de tratar de retener al corsario alemán en puesto hasta el martes siguiente, porque ese día precisamente llegarían al estuario del Plata el portaviones “Ark Royal” y el acorazado “Renown”.

Millington-Drake se vale de una argucia: la Ley Internacional establece que ningún buque de guerra puede abandonar puerto neutral si antes lo ha hecho mercante enemigo; sólo podrá hacerlo 24 horas después. De inmediato hace partir al mercante inglés “Asworth”. El diplomático inglés entrega a Guani la nota respectiva. El mismo Millington-Drake cuenta en su libro la escena: “
El Dr. Guani leyó la nota con expresión confundida y luego dijo con una sonrisa algo sarcástica: “Seguramente éste es un cambio de su nota de ayer”. A lo que le repliqué: Sólo un cambio de táctica, señor ministro”
”.

Mientras ocurría esto, el comandante Langsdorff despedía a sus 37 caídos.

Una multitud inmensa acompañaba el cortejo al cementerio del Norte. No sólo está allí la colonia alemana sino miles de uruguayos y, también, los prisioneros ingleses que acaban de ser liberados. ¡Qué rasgo! Allí estaban los ingleses y depositaron una corona: “A los bravos hombres del mar, de sus camaradas del Servicio Mercante Británico”. Es que unos y otros pertenecían a una misma raza: la de los bravos.

Langsdorff, cuando llego a bordo, tendrá una mala noticia. Él la presiente, no está hecho para el papeleo, la burocracia, las vueltas y amagos de la política. El gobierno uruguayo ha suscripto un decreto por el cual se le dan 72 horas a la nave para dejar Montevideo.

Sir Eugen Millington-Drake escribe 25 años después sobre esta decisión: “
Los oficiales técnicos alemanes declararon que las reparaciones no podrían ser hechas en menos de catorce días mientras que los técnicos uruguayos, evidentemente influidos por presión de carácter político, confirmaron que 72 horas serían suficientes, de acuerdo a las reglas de la Ley Internacional. La verdad estaba a mitad de camino entre los dos…

Es ese mismo Sir Eugen que ha dispuesto las cosas de tal manera que apenas el “Graf Spee” prenda sus máquinas ya lo sabrá Bobby Harwood. Desde todos los barcos de Montevideo espían al corsario herido, y alrededor de éste se trabaja día y noche, sus propios tripulantes tratan de reparar desesperadamente las averías. Pero el “Graf Spee” está irremisiblemente acorralado. De las dos disyuntivas, una es peor que la otra: si se queda más días más naves británicas lo esperarán; si sale enseguida, tendrá que hacerlo sin cocinas, sin agua potable, y con agujeros en el casco que no serán perdonados por las tormentas del Atlántico Norte.

Además, Hans Langsdorff tiene un terrible secreto: le quedan municiones de 11 pulgadas solamente para media hora de combate.

Langsdorff no espera más. Comunica tres puntos al Alto Mando Naval alemán a través de cables cifrados de la Legación:

1. El “Renown” y el “Ark Royal”, lo mismo que cruceros y destroyers, cerca de Montevideo. Cerrado bloqueo nocturno. Ninguna perspectiva de romperlo y salir más afuera para conseguir llegar a la Patria.

2. Intento llegar al límite de las aguas neutrales. Si puedo luchar para abrirme camino a Buenos Aires con las municiones que me quedan todavía, lo intentaré.

3. Como de la salida forzada podría resultar la destrucción del “Spee” sin la posibilidad de causar avería al enemigo, solicito instrucciones para saber si hundo al barco (pese a la escasa profundidad del estuario del Río de la Plata) o me someto a la internación”.

Enviado el mensaje, Langsdorff espera. Todavía tiene tiempo de visitar al ministro de Defensa uruguayo, el general Campos reconocido aliadófilo, para agradecer el haber permitido el desembarco de marinos alemanes para concurrir a las exequias de sus compañeros muertos en la batalla. Sobre esta entrevista, el general uruguayo escribió unas líneas que son significativas. Dice Campos: “
El capitán Langsdorff era un oficial brillante y joven aún (apenas tendría 45 años), de porte distinguido, que habla francés, en cuyo lenguaje nos entendemos sin dificultad. Lucía muy bien en su uniforme blanco aunque estaba pálido y demacrado. Era refinado al hablar y sus modales eran corteses y respetuosos, lo que denotaba la educación esmerada de un caballero de cuna. Tenía medallas, incluyendo la Cruz de Hierro, que atestiguaban su excelente foja de servicios, ya que era considerado como uno de los mejores oficiales de la armada alemana. Era un oficial de una “élite” y se comportó como tal en los breves momentos que duró nuestra entrevista. Estaba conmovido y aunque amable, fue parco en palabras y gestos
”.

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