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Authors: Osvaldo Bayer

Tags: #Ensayo

Loa Anarquistas Expropiadores (40 page)

BOOK: Loa Anarquistas Expropiadores
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Los tripulantes fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes y los oficiales en el Arsenal de la Marina, contiguo a aquél.

En la mañana siguiente, el gabinete nacional resolvió internar a toda la tripulación. Comenzó la dificultosa tarea para los empleados administrativos argentinos de anotar nombres y cargos. Las dificultades idiomáticas eran grandes, como, por ejemplo, cuando se encontraban palabras como “Oberstabgefreiten” (cabo de señales).

Langsdorff quiso estar en todos los trámites con el embajador von Thermann. Luego, a la tarde del martes 19 de diciembre entró en el Hotel de Inmigrantes y, para no hacer una formación grande, fue reuniendo a toda la tripulación en grupos a los que les fue repitiendo las mismas palabras. Hans Gota contará así esos últimos momentos: “
Al atardecer, el Capitán se dirigió nuevamente a nosotros; en un tono de sincera camaradería expresó su satisfacción por el amplio recibimiento que recibiéramos en la Argentina y porque nuestro destino se encontraba en buenas manos. Los germano-argentinos velarían por nosotros y nos ayudarían en todo sentido. Al finalizar su discurso recordó a nuestro barco. Declaró que para hacer frente a futuras críticas, no le había faltado valor para pelear, aun contra un enemigo poderoso, y buscar una honorable tumba de marino, pero de haberlo hecho así nosotros hubiéramos perecido con él. Nadie entendió lo que realmente quiso decir, y de éstas serían las últimas palabras que nos dirigía. Había cumplido con su última tarea y mil jóvenes le agradecerían por hallarse aún con vida
”.

Esa noche la pasa Langsdorff de sobremesa con sus oficiales, con el consejero de la embajada alemana y con amigos de la colonia germano-argentina. Los últimos testigos recuerdan haberlo visto absolutamente tranquilo sin dejar notar en nada la determinación que iba a adoptar tan sólo un par de horas después. ¿Qué hizo esa noche? Su ayudante, Hans Dietrich, relata que fue el último en retirarse y al pasar por la ventana del cuarto del comandante, lo vio escribiendo.

En efecto, Langsdorff escribió tres cartas esa noche. La primera, a su esposa; la segunda, a sus padres, y la tercera, a su embajador, barón von Thermann.

El texto de esta última carta es bien explicativo de su determinación y de su concepto del honor. La transcribimos íntegra porque creemos que es el mejor testimonio que quedó sobre su personalidad. Dice así:


19 de diciembre, 1939. Al embajador, Buenos Aires. Excelencia: Luego de una larga lucha interior, llegué a la grave decisión de echar a pique al acorazado de bolsillo GRAF SPEE para evitar que cayera en manos enemigas. Estoy seguro de que, considerando las circunstancias, ésta era la única solución a adoptar, luego de haber conducido a mi barco a la trampa de Montevideo. Hubiera sido un fracaso completo cualquier tentativa de hacerse a la mar con las municiones que quedaban. Y sin embargo solamente en alta mar podía echar el barco a pique, luego de utilizar esas municiones restantes, para impedir que cayera en manos del enemigo. Antes de exponer mi barco al peligro de caer en parte o completamente en manos del enemigo, decidí no luchar sino destruir el armamento y hundir el barco. Era evidente que esta decisión mía podría ser mal interpretada, ya fuera intencional o inconscientemente, por personas ajenas a mis motivos y atribuirla en parte o por completo a motivos personales. Por lo tanto decidí, desde un principio, sufrir las consecuencias que esta decisión llevara implicada, puesto que un Capitán, con sentido del honor, no puede separar su propio destino del de su barco
.

Postergué mi decisión lo más que pude mientras me sentí responsable por el bienestar de la tripulación bajo mis órdenes. Luego de la decisión tomada por el gobierno argentino en el día de hoy, no puedo hacer nada más por la tripulación de mi barco. Tampoco podré tomar parte activa en el conflicto actual de mi patria. Ahora sólo puedo probar, con mi muerte, que los soldados del Tercer Reich se encuentran prontos a morir por el honor de su bandera.

Solamente yo soy el responsable del hundimiento del acorazado ADMIRAL GRAF SPEE. Soy feliz al poder evitar, pagando con mi vida, cualquier reproche que pudiera hacerse sobre el honor de la bandera. Iré al encuentro de mi destino con inquebrantable fe por la causa y el futuro de la Patria y de mi Führer.

Escribo esta carta a su Excelencia en la quietud de la noche, luego de reflexionar con calma, a fin de que usted pueda informar a mis oficiales superiores y contradecir cualquier rumor público, si así fuera necesario. (Firmando) LANGSDORFF, Comandante del acorazado ADMIRAL GRAF SPEE
”.

Langsdorff había pedido a sus oficiales tener la última bandera que enarboló su buque. Esa amplia bandera la desplegó sobre su lecho, sobre el cual él se extendió vestido con su uniforme de gala. Y allí mismo se descerrajó un tiro en la sien derecha.

A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, extrañados los oficiales de su comandante no presidiera la mesa como era habitual, enviaron al teniente Dietrich a ver qué ocurría. Fue este joven oficial quien primero halló muerto a su comandante.

Pero si el hundimiento del buque corsario había conmocionado al público uruguayo, la noticia del suicidio de Hans Langsdorff causó estupor en el sentimental hombre argentino. Fue tema de semanas enteras. La participación de los argentinos en las exequias del comandante corsario fue tal que sorprendió a los mismos marinos alemanes. Días después, el segundo comandante del “Spee”, capitán Walter Kay, escribiría en un informe: “
El efecto moral de la muerte voluntaria del capitán Langsdorff en la opinión pública argentina ha sido extraordinario y hasta influido en parte a círculos que hasta ahora no simpatizaban con nosotros
”.

La prensa, que hasta ese día había sido totalmente contraria a los hombres del SPEE y a Langsdorff, a partir de su muerte le rindió respetuoso homenaje. “La Nación” trajo a toda página un título que sintetizaba la actuación de Langsdorff: “Ya en salvo los hombres confiados a su mando, puso término a su vida el comandante del Graf Spee”.

El velatorio se instaló en el propio arsenal de Marina de la Dársena Norte. Al mismo concurrieron el ministro de Marina, León Scasso, y el capitán de navío Abelardo Pantín. El desfile ante el féretro fue incesante. Al día siguiente, 21 de diciembre, a las 16 fue retirado el féretro. Precedían a la carroza fúnebre dos coches con 10 oficiales alemanes y 3 vehículos con ofrendas florales. Trescientos marinos alemanes rindieron honores. El cortejo tomó por avenida Alem, Pueyrredón, Santa Fe, Cabildo y Federico Lacroze, hasta el cementerio Alemán. Cuando se bajó el ataúd encabezaba el cortejo el teniente de fragata Ascher, quien llevaba las condecoraciones de su comandante (el mismo Ascher que luego perecería tres años después en la batalla del “Bismarck”).

Luego del responso del pastor protestante, habló el embajador von Thermann, quien posteriormente leyó el telegrama de pésame de Hitler; después lo hicieron el segundo comandante Kay y, por la marina argentina, el capitán de navío Daniel García. Caía el atardecer cuando se dio el postrer saludo al capitán corsario: sus marinos entonaron la vieja y triste canción “Ich hatte einen Kameraden…”. El capitán y su buque ya estaban en su último puerto. Juntos, como cuando con su barba rubia, subido en el puente de comando, atisbaba el horizonte en busca de presas.

Pero allí no se termina todo. La figura del GRAF SPEE y de su capitán iban a supervivir hasta nuestros días. Para sus oficiales, ese mismo 21 de diciembre, comenzaba la tarea de pensar en huir para continuar la guerra. De los cincuenta oficiales, cuarenta y cuatro lograron escapar en los seis meses siguientes. Los otros 6 debieron quedarse por orden del Alto Comando alemán. Para llegar a Alemania cada uno tuvo que vivir una aventura diferente. No alcanzarían centenares de páginas para describir las peripecias de aquellos jóvenes hombres.

La hospitalidad argentina fue ancha y generosa. A los marinos se les dio amplia libertad. Todos recordarán las singulares figuras de ellos con sus gorros con coletas caminando principalmente por las calles de Belgrado, Olibos y Villa Ballester. Los oficiales, en cambio, estuvieron obligados a quedar bajo custodias en el arsenal naval. El primero en huir fue precisamente en teniente Ascher, quien fue también el primero en morir. Escapó en enero de 1940, a los pocos días de la muerte de Langsdorff. Llegó a Alemania por avión vía Buenos Aires, Brasil e Italia. Luego lo siguieron los tenientes Dietrich y Bludau, quienes lo hicieron a través de Bariloche, atravesaron los Andes a pie y llegaron a Chile. Bludau tomó un barco que lo llevó a Japón. De allí se dirigió a Wladivostok y tomó el tren transiberiano (la Unión Soviética todavía no se hallaba en guerra) y así llegó a Alemania. Dietrich llegó a Bolivia a través de Chile. De allí a Río de Janeiro y luego por avión a Italia.

Pero estas huidas trajeron grandes complicaciones al gobierno argentino que, ante la presión británica, decidió internar a los oficiales alemanes en la isla Martín García. Dos días antes, al enterarse, deciden escapar 13 de ellos. Para lograr el propósito, el ex ingeniero electricista de a bordo hizo un cortocircuito en las instalaciones del arsenal y en la oscuridad desaparecieron los trece complotados. Entre ellos estaban los oficiales Wattenberg, Klepp y Rasenack. Wattenberg llegó a Alemania, fue destinado como comandante del submarino Nº 162 que hundió barcos aliados por un total de 86.000 toneladas (es decir, más que el “Graf Spee”) hasta que fue capturado en la isla Trinidad. Fue llevado prisionero a los Estados Unidos, huyendo espectacularmente en 1945 del campo de prisioneros, escondiéndose durante cinco semanas en las montañas del Colorado.

Todas estas vidas novelescas que les tocaban en suerte a estos jóvenes arrancados de sus hogares por el destino parecen incomprensibles hoy, a 34 años de aquellos sucesos. Leamos a Rasenack, cómo pudo llegar a su país: “
A pesar de declaraciones emitidas por fuente enemiga, ninguno de nosotros había dado su palabra de honor de que no abandonaría la Argentina durante la guerra. ¡Yo necesitaría casi medio año para llegar de vuelta a Alemania y no fueron pocas mis aventuras! Llegue a Chile como ingeniero checoslovaco de la fábrica Skoda. Desde allí continué mi viaje como corredor de vinos, de nacionalidad búlgara. En la zona del Canal de Panamá fui internado por la policía secreta norteamericana en un barco italiano junto a otro de mis compañeros. Con la ayuda del jefe de este cuerpo de policías, de quien me había hecho muy amigo, conseguimos trasladarnos a un buque japonés, en el que llegamos a Méjico y después a Estados Unidos. Desde allí cruzamos el Pacífico hasta Japón. Atravesamos Corea, Manchuria, Siberia y Rusia como comerciantes alemanes y llegamos a Alemania el 1º de septiembre de 1940, al año exacto de estallar la guerra
”.

Los ingleses tenían un servicio especial de informaciones en Buenos Aires y Montevideo para prevenir la huida de los oficiales del SPEE. El teniente de fragata Diggins, que había sido el primer ayudante de Langsdorff, trató de salir de Montevideo en 17 oportunidades. Pero tuvo que hacer pacientes esperas para lograr su propósito. Entre esas esperas paseaba a caballo de incógnito por la playa de Carrasco. Y Sir Eugen Millington-Drake gusta de contar ahora, como buen deportista que acepta un gol en contra, que tiempo después se enteró que Diggins “¡se paseó a caballo con mis hijas, niñas menores de 20 años!”

Los oficiales Dittmann, Frohlich y Herzberg, llegados a Alemania fueron destinados a buques mercantes armados en corso. Finalmente Herzberg murió en el “Komet” durante un combate frente a El Havre en 1942.

En agosto de 1940 escapó de Martín García un grupo de 17 oficiales. Poco antes, la marinería había sido dividida por el gobierno en grupos de 100 y distribuidos en las provincias de Mendoza, San Juan, Córdoba y cerca de las ciudades de Santa Fe y Rosario. Gran parte de los tripulantes conocieron mujeres argentinas, se casaron con ellas y tuvieron hijos argentinos. Pero la guerra no iba a terminar para ellos a pesar de que en 1945 todo había acabado en Berlín.

La situación política argentina se reflejó en la suerte de los marineros del “Garf Spee”. En los últimos días del Tercer Reich, la Argentina declara la guerra a Alemania. Por consiguiente, los hombres del Spee pasan a ser prisioneros de guerra. Pero la oposición interna al gobierno de Farrel y de Perón no se considera satisfecha y sigue acusando al gobierno de nazi fascista. Se forma la Unión Democrática y principalmente los dirigentes del partido Comunista exigieron el juzgamiento y la expulsión de todos los nazis. En los diarios argentinos de principios de 1946 se puede leer con sorpresa que acusan a los marineros del “Graf Spee” de ser marinos piratas, de haber atacado a indefensos buques neutrales, etc. ¡A un año de haber terminado la guerra! Por otra parte el gobierno de la Unión Soviética exige a la Casa Blanca que sean expulsados de la Argentina los marineros del Spee.

El gobierno argentino tambalea, son los días difíciles de febrero de 1946. Y, al fin, el gobierno se rinde y con la firma de Farrel y Juan I. Cooke se decreta la deportación de todos los marineros del “Graf Spee”, sin distinción. Algunos pueden huir pero a la postre, 811 integrantes de la tripulación del “Spee” fuertemente custodiados, son concentrados en Campo de Mayo y entregados a los ingleses quienes los embarcaron en el “Highland Monarca”. Para eso —¡oh ironía!— llegó a Buenos Aires el crucero ligero “Ajax” (aquel en que estaba Bobby Harwood durante la batalla) para custodiar a los prisioneros. Se dividen así, sin ningún sentido, 400 familias. Triste espectáculo fue el de aquel 16 de febrero de 1946 cuando decenas de esposas y niños despedían a sus padres que eran llevados como prisioneros a más de un año de terminada la guerra. Evidentemente, un producto de la situación política interna argentina, en la que jugaba un gran papel el embajador norteamericano Spruille Braden. En esos días se publica el Libro Azul del Departamento de Estado de los Estados Unidos, evidentemente dirigido a aplastar la candidatura de Perón y en la cual se acusa abiertamente al gobierno de Farrel de actividades nazis al demorar la entrega de los hombres del “Graf Spee”. En el diario comunista “La Hora” se festeja la entrega de los prisioneros y, en el comité central del Partido Comunista, el señor Victorio Codovilla brinda en un ágape por los hombres del “Highland Monarca” y del “Ajax”.

El hecho es tan deprimente que Sir Eugen Millington-Drake, por decoro y por su característica sensibilidad, lo pasa por alto y no le consigna en su libro.

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