TELÓN
PRIMER CUADRO
En el mismo lugar unos días después. Tarde. La escena sola. Llama el teléfono, y a poco acude la doncella. Mauricio baja la escalera.
FELISA y MAURICIO
¡Hola! ¿Cómo? Pero no, señorita, ha marcado mal otra vez. De nada.
¿Quién era?
Número equivocado. Ya van tres veces que llama la misma voz y preguntando por la misma dirección.
Habrá un cruce en la línea. ¿Por quién preguntaba?
Avenida de los Aromos, dos, cuatro, cuatro, ocho. ¡Imagínese, al otro extremo!
(Mauricio toma una manzana del frutero, la limpia con la manga y la muerde.)
¿Necesita algo el señor?
Nada, gracias.
¿Le traigo un cuchillo y un plato?
¡Nunca! Con plato y cuchillo sería un alimento; así es una naturaleza muerta.
¿Cómo?
Nada, Felisa. Hasta luego.
Para servirle, señor.
(Mauricio espera a que salga y luego acude al teléfono. Habla mientras come su manzana.)
¡Hola! ¿Helena? Sí, claro que comprendí. ¿Alguna novedad? ¡Ajá! Supongo que el "F-48" estará contento con esos dos barcos griegos: ¡su idioma predilecto! Pero, por favor, que no les hable a los muchachos del Partenón. Por aquí, espléndido; salvo la primera noche, que hubo sus tropiezos, todo sobre ruedas. La abuela, un encanto; si uno pudiera elegir yo no elegiría otra. ¿Quién, Isabel? Feliz y progresando día por día; va a ser una colaboradora excelente. Por ella aquí nos quedaríamos toda la vida, pero ha llegado la hora de echar este telón. Prepáreme un cable del Canadá con el siguiente texto: "Aprobado oficialmente proyecto casas baratas barriada obrera urge presencia inmediata". Firma... Hámilton. Repita. De acuerdo. Hágamelo llegar mañana temprano. Y para la tarde dos falsos pasajes de avión. Nada más. Gracias, Helena. Hasta mañana.
(Cuelga y sale hacia el jardín silbando su canción. Por izquierda entra la Abuela, nerviosa, seguida por Genoveva.)
ABUELA y GENOVEVA
No, no, Genoveva, no puede ser; por más vueltas que le doy no acaba de entrarme en la cabeza. ¿Está usted segura?
Tampoco yo quería creerlo; pero cuando le digo que lo he visto con mis propios ojos.
¿Por qué no me avisó antes?
La verdad, no me atreví; son cosas tan delicadas. Si la señora no me hubiera acorralado a preguntas, nunca habría dicho una palabra.
Mal hecho; hay que poner eso en claro de una vez, y cuanto antes mejor.
¿Y si fuera yo la que está equivocada?
No sería usted sola. También yo he ido atando cabos todos estos días, y por todas partes salimos a lo mismo. Ya me decía el corazón que algo extraño había aquí.
¿La señora sospechaba también?
Desde la primera noche: una mirada aquí, una palabra suelta allá... Pero cualquier cosa podía imaginar menos esto. ¿Dónde está Isabel?
¿Va a hablarle?
Y ahora mismo. ¿Le parece que soy yo mujer para andar espiando la verdad por detrás de las puertas? ¿Dónde está Isabel?
Regando las hortensias.
Llámela.
Por favor, señora, piénselo...
¡Que la llame digo!
(Genoveva se asoma al jardín llamando.)
¡Isabel... Niña Isabel!... Ya viene.
Déjenos solas.
(Sale Genoveva hacia la cocina. Llega Isabel con un brazado de hortensias.)
ABUELA e ISABEL
¿Me llamaba?
Acércate. Mírame de frente y contesta sin vacilar. ¿Qué me andas ocultando todos estos días?
¿Yo?...
Los dos.
¡Abuela!...
Sin desviar los ojos. ¡Contesta!
No la entiendo.
De sobra me entiendes, y es inútil seguir fingiendo. Comprendo que es una confesión demasiado íntima, quizá dolorosa; pero no te estoy hablando como una abuela a una nieta. De mujer a mujer, Isabel ¿qué pasa entre Mauricio y tú?
Por lo que más quiera ¿qué es lo que está sospechando?
No son sospechas, hija, es la realidad. Esta mañana, cuando Genoveva subió el desayuno, tú estabas dormida en tu cuarto sola. Mauricio estaba durmiendo en la habitación de al lado. ¿Puedes explicarme qué significa eso?
—
(Aliviada.)
¿Lo de las habitaciones?... ¿Y eso era todo?
(Ríe, nerviosa.)
No veo que tenga ninguna gracia; al contrario. ¿Esa misma risa nerviosa, no quiere decir nada?
Nada. Es que me hablaba usted en un tono... como si hubiera descubierto algo terrible.
¿Te parece poco? Por lo pronto, un matrimonio que duerme separado es una inmoralidad. Pero puede significar algo peor: un amor terminado.
¡Pero no, abuela! ¿Cómo puede ni pensarlo siquiera?
¿No tendría motivos?
Ninguno. Simplemente lo que pasa es que por la ventana del jardín entran mosquitos. Mauricio no puede resistirlos.
¿Y tú sí? ¿Qué matrimonio es éste que se deja separar por un mosquito?
No era uno, ni dos, ni tres. ¡Era una plaga!
¡Ni aún así! ¡Cuando yo tenía tu edad no me hubieran separado de mi marido ni las diez plagas de Egipto! Tienes que prometerme que no volverá a ocurrir.
Pierda cuidado. ¿Pero qué importancia tiene una separación de momento?
No es un momento lo que me preocupa; son todos los minutos de toda la vida. Cuando se llega a mi edad ya no hay más felicidad posible que presenciar la de los otros; y sería muy triste que por verme feliz a mí estuvierais fingiendo algo que no sentís.
¿Ha llegado a pensar que Mauricio y yo no nos queremos?
Delante de mí, demasiado; pero después... Ayer cuando tomabais el té en el jardín yo estaba en la ventana. Ni una mirada ni una palabra entre los dos; él pensando en sus cosas, tú revolviendo tu té con los ojos bajos. Cuando fuiste a tomarlo ya estaba frío.
Un silencio no quiere decir nada. Hay tantas maneras de estar juntos un hombre y una mujer.
¿Podrías jurarme, con la mano en el corazón, que eres completamente feliz?
¿Por qué me lo pregunta?
No sé... hay algo raro entre vosotros. Te noto acobardada delante de él, como si él fuera el que manda. Y en el verdadero amor no manda nadie; obedecen los dos.
¡Mauricio es tan superior a mí en todo! No necesita mandar para que yo sea feliz obedeciendo.
Malo es que lo pienses, pero por Dios que no lo sepa él o estás perdida. Siempre se ha dicho que el amor es un poco como esos carritos chinos: uno muy cómodo, sentado dentro, y el otro tirando. Por lo visto esta vez te ha tocado a ti tirar el carrito.
¡Y qué importa si es mío lo que va dentro! Ojalá fuera más pesada la carga y más duro el camino para merecerlo mejor a la llegada.
¡Pero qué estás diciendo! Hablas de tu marido como si no fuera tuyo; como si tuvieras que ganártelo aún.
Es que usted no puede imaginar todo lo que es Mauricio para mí. Es más que el amor, es la vida entera. El día que le conocí estaba tan desesperada que me habría dejado morir en un rincón como un perro con frío. Él pasó junto a mí con un ramo de rosas y una palabra; y aquella palabra sola me devolvió de golpe todo lo que creía perdido. En aquel momento comprendí desde dentro que iba a ser suya para siempre, aunque fuera de lejos, aunque él no volviera a mirarme nunca más. ¡Y aquí me tiene, atada a su carro, pero feliz porque es suyo!
¿Tan loca estás, hija?
Si la locura es eso, bendita sea la locura. Benditos los ojos que me miran aunque no me vean. Bendita su mano en mi cintura aunque no sea más que un sueño. Escuche, abuela...
(Se arrodilla a su lado.)
El otro día me preguntaba usted por qué no quería hablar otro idioma que el de Mauricio. ¿Comprende ahora por qué? Un idioma no son las palabras, son las cosas, es la vida misma. Cuando yo era niña mi madre me decía "querida"; era una palabra. Cuando iba a la escuela la maestra me decía "querida"; era otra palabra. Pero la primera vez que Mauricio, sin voz casi, me dijo "¡querida!", aquello ya no era una palabra: era una cosa viva que se abrazaba a las entrañas y hacía temblar las rodillas. Era como si fuera el primer día del mundo y nunca se hubiera querido nadie antes que nosotros. Por la noche no podía dormir. "¡Querida, querida, querida!..." Allí estaba la palabra viva rebotándome en los oídos, en la almohada, en la sangre. ¡Qué importa ahora que Mauricio no me mire si él me llena los ojos! ¡Qué importa que el ramo de rosas siga diciendo "mañana" si él me dio fuerzas para esperarlo todo! Si no hace falta que nos quieran... ¡si basta querer para ser feliz, abuela, feliz, feliz!...
(Ha ido exaltándose con sus propias palabras hasta terminar llorando en el regazo.)
Basta, criatura, basta. La verdad es que no sabe una a qué carta quedarse. Hace un momento tenía la preocupación de que no le querías bastante y ahora casi me da miedo verte quererle tanto. Pero de esto ni una palabra a él, ¿lo oyes? Aprovecha ahora que eres joven para subirte al carro; y que tire él un poquito, que para eso es hombre.
(Vuelve Mauricio. Isabel se levanta.)
ABUELA, ISABEL, MAURICIO
¿Confidencias de suegra y nuera? Malo para el marido.
¿Por qué supones que estábamos hablando de ti? ¿No hay otras cosas de qué hablar en el mundo?
Desde luego, y mucho más importantes. ¿Puedo saber cuáles?
No vale la pena; cosas de mujeres.
Me lo imaginé. Hablando de trapos; seguro.
Seguro. Dios te conserve el olfato, hijo. A los hombres tan inteligentes como tú no les vendría mal de vez en cuando bajar de las nubes...
(Mirando a Isabel.)
y darse una vuelta por esta pobre tierra.
¿Isabel te ha dicho algo contra mí?
Al contrario; le estaba contando todo lo feliz que soy.
Ya. ¿Y por eso has llorado?
Algunas mujeres tienen una extraña manera de ser felices. Aprende tú, que estás demasiado acostumbrado a que todo te caiga de arriba. Y ojo cómo la tratas en adelante, que no está sola; ahora ya somos dos.
(Saca del armario una cajita de cartón.)
Toma, hija; por si te hace falta.
¿Qué es esto?
Contra los mosquitos.
(Sale al jardín.)
ISABEL y MAURICIO
¿Qué mosquitos?
Unos que he tenido que inventar. Esta mañana Genoveva te encontró durmiendo en la habitación de huéspedes.
¡Tenía que ser! El único día que se me olvidó echar la llave.
No te preocupes, que ya está arreglado.
¿Seguro? ¿No habrá sospechado nada?
Nada. A tu lado se aprende a mentir con tanta naturalidad.
Es una manera muy delicada de llamarme embustero.
Imaginativo. Era un elogio profesional.
Supongo que habrás pasado un mal rato de nervios, como siempre.
A todo se acostumbra una.
Afortunadamente ya queda poco. Tengo una gran noticia para ti.
Menos mal.
Mañana temprano recibiremos un cable del Canadá, y por la tarde dos pasajes de avión.
—
(Se estremece.)
¿No?... ¿Quieres decir que nos vamos ya?
Ya. Helena se encarga de todo.
¿Y ésa era la gran noticia?
Si te parece poco. Se acabaron los sobresaltos y esa especie de remordimiento que no te dejaba dormir. Ahora, la última velada familiar, una despedida llena de promesas... ¡y al aire libre otra vez! Misión cumplida. ¿No estás contenta?
Mucho... muy contenta.
Con esa cara nadie lo diría.
Así de pronto duele un poco...
No pensarías que íbamos a quedarnos toda la vida. Tú misma me has dicho muchas veces que era una farsa cruel, superior a tus fuerzas.
Así era al principio. Sólo yo sé lo que me costó entrar en esto; veremos añora lo que me cuesta salir. ¿Mañana?
Mañana.
No podrías esperar un poco más, ¿un día siquiera?
¿Para qué? Todo lo que podía hacerse por esa mujer está hecho ya.
No es por ella, Mauricio, ahora es por mí. Necesito acostumbrarme a la idea.
Cada vez te entiendo menos. Te he dado para empezar uno de los trabajos más difíciles; lo has hecho con una naturalidad pasmosa, como una recién casada feliz de verdad. Y ahora, cuando ya está cayendo el telón ¿vas a temblar otra vez?