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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Los Bufones de Dios (30 page)

BOOK: Los Bufones de Dios
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—Ustedes son parte de nuestra vida. No podemos partir y vivir lo nuestro como si no existieran… Agradezco mucho tu ayuda, padre, pero deseo reflexionar más con relación a ella. Querría también hablar contigo, hermanita. Hay algo que desearía arreglar con tu Franz.

—Franz es asunto mío —Katrin se había puesto inmediatamente a la defensiva—. No quiero peleas entre ustedes dos.

—No habrá peleas —dijo Johann calmadamente— pero quiero estar seguro de que Franz sabe en lo que se está embarcando y que, por solidaridad familiar, tendrá que compartir… Y a propósito, sería muy conveniente que pudiéramos contratar entre los mismos estudiantes alguna especie de guardaespaldas para papá y mamá.

—De ninguna manera —Mendelius se mostró enfático en su negociación. —Eso significaría un triunfo para los terroristas. Implicaría que han destrozado nuestras vidas, que nos han obligado a tomar precauciones públicas. En consecuencia ellos son importantes, poderosos y temibles. No. No. No. Vuestra madre y yo, y ustedes mientras estén aquí, nos protegeremos mutuamente. El folleto que nos dio la policía es muy bueno. Deseo que lo lean y…

Sonó el timbre de la puerta. Mendelius fue a abrir y Johann lo siguió. Mendelius recitó las sencillas instrucciones.

—…Usa siempre la mirilla de la puerta. En el caso de que no te sea posible identificar al visitante, deja la cadena puesta al abrir la puerta. Si recibes un paquete que no esperas, o una carta de tamaño desusado llama al Kriminalant y solicita que sea examinada por un experto en bombas. Si resulta que el paquete o la carta son, inofensivos, probablemente pasarás por tonto, pero más vale pasar por tonto que caer en una trampa estúpida que saltará en tu cara destrozándola…

Esta vez tanto el visitante como el paquete eran perfectamente inocentes. Alvin Dolman había venido a traer los grabados que había hecho enmarcar. Mientras Mendelius le servía una bebida, los exhibió orgullosamente delante de Lotte y la familia.

—…Se ven bien ¿eh? Ayer estuvo alguien en mi oficina y ofreció por ellos tres veces el precio que usted pagó, Pero ve usted, profesor, usted recibe el trato de la nación más favorecida.

—Con esta familia es justamente lo que necesito, Alvin.

—Alégrese de tener esta familia, profesor. Desearía tener una parecida. Me estoy poniendo demasiado viejo para continuar cazando en la selva. Lo que me hace recordar que anoche estuve en una reunión en honor del conjunto de mimos. Se habló de usted. Y el director del grupo dijo que habían ofrecido una pequeña representación en honor suyo y de un amigo periodista con quien usted se encontraba cenando en el Hölderlinhaus.

—Así es. Resultó aquélla una noche muy larga.

—De todos modos, mencioné el hecho de que lo conocía, a usted y a su familia. Parece que todo el mundo está al corriente de su aventura en Roma. Y luego esta muchacha se acercó a mí y comenzó a hacerme preguntas.

—¿Qué muchacha? —preguntó Mendelius frunciendo el ceño—. ¿Y qué clase de preguntas?

—Se llama Alicia Benedictus. Trabaja para Schwabisches Tagblatt. Dijo que estaba escribiendo un esbozo sobre usted para el diario.

—¿Se identificó?

—¿Por qué habría de identificarse? Ambos éramos huéspedes de la misma casa. Creí lo que me dijo y créame que lo decía una cara muy bonita.

A pesar de su preocupación, Mendelius no pudo evitar reírse. La llama de sensualidad que había iluminado los ojos de Dolman a la mención de la muchacha resplandecía como un faro. Mendelius insistió en saber.

—¿Qué clase de preguntas hizo ?

—¡Oh! Solamente lo usual: qué tipo de hombre era usted, cómo se le consideraba en la ciudad, quiénes eran sus amigos más importantes… ese tipo de cosas.

—Que raro. Si trabaja para el Tagblatt, no habría tenido sino que consultar al archivo completo que ellos tienen con todos esos datos… Creo que haré verificar su identidad.

—¿Por qué, por el amor de Dios? —Dolman parecía completamente perdido—. Fue solamente una conversación en una reunión social. Yo pensé que usted podría sentirse interesado al saber que alguien estaba escribiendo sobre usted.

—Estoy muy interesado, Alvin. Llamemos ahora al diario.

Hojeó la guía de teléfonos e hizo el llamado, bajo las silenciosas miradas de Dolman y de su familia. La conversación fue breve y la información negativa. En el diario no conocían a Alicia Benedictus y nadie había sido asignado para hacer una semblanza de Carl Mendelius. Mendelius colgó y comunicó la noticia. Dolman lo miró con la boca abierta.

—Bien. ¿Y qué le parece?

—No me parece en absoluto, Alvin. Llamaré inmediatamente al inspector Dieter Lorenz en el Kriminalant. Seguramente nos pedirá que vayamos a verlo. Los dos.

—¿La policía? Diablos, profesor. Vivo aquí muy apaciblemente y desearía que esto continuara, por lo menos hasta que regrese a casa. ¿Para qué necesita a la policía?

—Porque alguien se propone matarme. Alvin. Soy el testigo clave de un crimen que tuvo lugar en Roma. Y sabemos que los terroristas tienen observadores que cubren todas las actividades mías y de mi familia aquí en Tübingen. Esta muchacha podría ser uno de ellos.

Alvin Dolman sacudió la cabeza como si se esforzara por disipar las telarañas que la cubrían. Juró por lo bajo.

—Cristo. ¿Quién lo hubiera creído? Así es que ahora la han tomado con los profesores, y en Tübingen para peor. De acuerdo, profesor. Llamemos a la policía y liquidemos esto.

Quince minutos después se encontraban en la oficina de Dieter Lorenz en el Landes Kriminalant. Lorenz sometió a Dolman a una exhaustiva interrogación y luego lo instaló en una habitación con una taza de café, un cuaderno de dibujos e instrucciones para que diseñara una semblanza lo más parecida posible de la muchacha que se llamaba a sí misma Alicia Benedictus. Luego, de regreso en su propia oficina, preguntó a Mendelius.

—¿Es usted muy amigo de este Dolman?

—No muy amigo, en realidad, pero hace años que lo conozco. A menudo nos hemos encontrado para tomar algo juntos, pero rara vez lo he invitado a cenar a mi casa. Le compro dibujos y de vez en cuando me dejo caer en su estudio para conversar tomando una copa de vino. Lo encuentro burlón y agradable. ¿Por qué me lo pregunta? ¿Tiene algo especial contra él?

—No, nada —Lorenz se mostraba muy franco—, pero la verdad es que es una de esas personas que siempre intrigan y molestan a los policías de una ciudad provinciana como ésta. Con un criminal declarado es muy sencillo entenderse. Y cuando un huésped extranjero provoca problemas, pues bien, se le manda de regreso a casa. Pero este tipo es distinto. No existe razón alguna para que permanezca aquí. Es americano. Se ha divorciado de una muchacha de aquí. Tiene un buen trabajo, pero de ninguna manera nada que pueda producirle fama o fortuna. Es el tipo mismo del jugador. Cuando se aburre, se puede estar seguro de encontrarlo en los bares que son punto de cita de borrachos y en los peores centros nocturnos estudiantiles. Las reuniones que da en su casa son tan bulliciosas que provocan los reclamos de los vecinos. De manera que, debido a su popularidad, al hecho de que es un pelafustán y además un derrochador, nos preguntamos aquí en la policía si no tendría negocios laterales como heroína o sus derivados o si no se dedicaría a revender objetos robados. Pero no, hasta ahora, y respecto a esto por lo menos, está limpio de polvo y paja… Pero aun así continúo preguntándome si no tendrá algo que ver con esos misteriosos personajes que, según usted me contó, seguían la pista del señor Rainer…

—Me parece un tanto rebuscado como esquema —dijo Mendelius.

—Puede que lo sea —dijo Lorenz pacientemente— pero a veces en este negocio mío suele haber sorpresas bastante sucias. Dolman es un artista. Hemos encontrado un retrato suyo en el bolsillo de un hombre muerto. ¿No sería acaso muy raro si ese retrato hubiera sido hecho por Alvin Dolman?

—Imposible. Hace años que conozco a este hombre.

Lorenz barrió la objeción.

—Lo imposible está ocurriendo a cada momento. De todos modos, ahora está haciendo un nuevo retrato. Será muy instructivo compararlos.

Bruscamente Mendelius se irritó.

—Me ha colocado en una posición intolerable, inspector. No puedo continuar mi amistad con Dolman sin decirle lo que usted me acaba de contar.

—No me importa que le diga lo que le plazca —Lorenz no parecía sorprendido por el estallido de Mendelius—, incluso puede ayudarme. Si es inocente hará lo posible por cooperar y es indiscutible que tiene, en esta ciudad, contactos excelentes. Si, al contrario, es culpable, comenzará a sentirse intranquilo y a cometer errores.

—¿Nunca se cansa de este juego, inspector?

—Me gusta el juego, profesor, lo que me disgusta es la gente con la cual tengo que jugarlo… Discúlpeme ahora, debo ir a ver lo que Dolman ha podido hacer con ese retrato…

Cuando más tarde abandonaron la central de policía, en el camino a casa, Dolman parecía haber tomado las cosas con filosofía. Barrió las disculpas de Mendelius con cansado humor.

—…No se intranquilice por eso, profesor. Comprendo perfectamente la psicología de Lorenz y su gente. Yo soy un operador marginal, siempre lo he sido, aun en el ejército. Lo único que es capaz de sorprenderme es un acto de bondad, cuando alguien deja caer una moneda en el sombrero extendido del ciego en lugar de golpearlo en la mandíbula… De todos modos, entre usted y yo, puedo decirle que no tengo ningún interés en sacarlo a usted de la circulación y que no tengo vinculación con ningún tipo de grupo. Soy, en el sentido más estricto de la palabra, un solitario y creo que Lorenz es lo suficientemente inteligente para haberse dado cuenta de ello. Él se imagina que, debido a mi manera de vivir y al hecho de que veo a mucha gente marginal, puedo obtener de repente alguna información útil… Y la verdad es que, por tratarse de usted, estoy dispuesto a cooperar. Y también porque no me gusta que me usen para mamar informaciones, que es lo que la señorita Benedictus trató de hacer conmigo… En resumen, profesor, éste ha sido un día más bien miserable. Y ésta era, sin embargo, una ciudad pequeña, encantadora y familiar, tan dulce que era posible envolverse en ella como en un brazo de reina. ¿Ahora…? La verdad es que ha dejado de gustarme. Creo que comenzaré pronto mis preparativos para regresar a los Estados Unidos… Váyase a casa, profesor. Por mi parte, conozco a una muchacha que siempre guarda una botella de coñac preparada y abierta para Alvin Dolman.

Dio media vuelta y se fue cruzando el puente, su alta y agresiva figura abriéndose paso descuidadamente entre la muchedumbre de peatones compradores y haraganes. Mendelius a su vez tomó el camino que conducía a los jardines. No deseaba llegar a casa todavía. Necesitaba tiempo y quietud para poner sus ideas en orden. Y la familia debía disponer de mucha tranquilidad y sobre todo, soledad, para discutir los planes tan radicales que él les había propuesto.

Era un tibio y claro día y los habitantes de Tübingen estaban aprovechándolo para asolearse sobre los prados. Allá abajo, al borde del lago, una pequeña multitud se había reunido para presenciar la representación que un conjunto de actores de teatro estaba haciendo ante un grupo de niños. La escena era encantadora: los pequeñuelos de ojos abiertos, asombrados y completamente absortos en la historia de un triste payaso que soplaba preciosos globos de jabón pero que nunca lograba tomarlos en la palma de su mano. El payaso era el cadavérico joven que los había entretenido, a Mendelius y sus amigos, aquella noche en el Hölderlinhaus. El resto del conjunto de actores hacía el papel de los globos de jabón que se burlaban de sus esfuerzos por alcanzarlos…

Mendelius se sentó en la hierba y se dedicó a contemplar la pequeña, inocente ópera, fascinado al ver cómo los niños, tímidos al comienzo iban poco a poco siendo impelidos a participar en la mímica. Después de los sombríos y grandiosos debates en los cuales se había hallado envuelto, esta simple experiencia estaba siendo para él fuente de una extraña alegría. Inconscientemente descubrió que él también estaba imitando las airosas reverencias y alados gestos.

El payaso notó la atención de Mendelius y pocos momentos después había comenzado a representar una nueva historia. Reunió en torno de él a los otros actores así como a los niños y en una muda pantomima creó la impresión de que una extraña e inesperada criatura había llegado súbitamente y se encontraba en medio de ellos. ¿Sería ésta un perro? No. ¿Un conejo? No. ¿Un tigre, un elefante, un chancho? No. Entonces era preciso cerciorarse, por medio de una inspección personal, de la naturaleza del extraño visitante, pero había que hacerlo con gran cuidado. Con los dedos en los labios, caminando en puntas de pies, el payaso guió a los niños, en fila india, a examinar a este animal extraordinario…

El grupo estalló en carcajadas cuando descubrió que el objeto de la broma era un hombre de mediana edad que comenzaba a engordar. Mendelius, después de unos segundos de incertidumbre, decidió unirse a la comedia. Cuando se vio cercado por los actores y los niños jugó con ellos así como cuando sus propios hijos eran pequeños, había representado charadas para ellos. Finalmente, se reveló a sí mismo como una enorme cigüeña, sostenida en una pata y mirando hacia abajo de su largo cuello. La audiencia estalló en aplausos y los niños rieron, excitadamente por el triunfo que había obtenido. El payaso y su grupo, con una pantomima propia, dieron las gracias.

Una diminuta niña cogió la mano a Mendelius y le dijo.

—Yo supe antes que nadie. Yo me di cuenta de que tú eras una cigüeña.

—Estoy seguro de que así fue, liebehen.

Al inclinarse para hablar con la pequeñuela. Mendelius fue asaltado por la súbita y aterradora imagen de aquella niña transformada ¿en qué? después del primer impacto de la radiación o de una infección letal de ántrax.

La cena familiar de aquella noche fue dominada por la conversación de Katrin y Johann, que inesperadamente, dieron una lección a sus padres. El argumento de Katrin era muy sencillo.

—…Mamá misma lo dijo. Tengo edad suficiente para irme con un hombre, edad suficiente para manejar mis propios asuntos. Antes de pensar en casarnos, Franz y yo queremos madurar nuestra relación. Porque a pesar de sus éxitos como pintor, él se siente aún muy inseguro… y en cuanto a mí, también he de encontrar varias piezas de mi persona que están faltando por ahí. Gracias a papá estoy financieramente asegurada, de manera que a ese respecto soy muy afortunada… En cuanto al resto, creo que podré hacerlo mucho mejor si nadie sostiene mi mano…

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