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Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (67 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
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Hubo murmullos; Frebec fulminó con la mirada al tallista, con quien nunca se había entendido bien. Ranec siempre había pensado que ambos tenían muy poca cosa en común y tendía a no prestarle atención. Frebec lo tomaba como un desdén, en lo que no andaba demasiado descaminado; especialmente desde que había empezado a atacar a Ayla, Ranec le concedía muy poco valor.

Talut, tratando de impedir otra discusión generalizada, elevó la voz para dirigirse a Frebec.

–¿Cómo sugieres que se cambie la distribución del albergue para darte más espacio? –preguntó, entregando al hombre el báculo de marfil.

–Nunca he dicho que quisiera robar espacio al Hogar del Reno, pero me parece que, si algunos tienen espacio para los animales, están disfrutando de más lugar del que les corresponde. A este albergue se agregó un anexo para los caballos, pero a nadie parece importarle que pronto tengamos otra persona más en nuestro hogar. Tal vez pueda hacerse... un traslado –concluyó torpemente.

No le hizo feliz ver que Mamut alargaba la mano hacia el báculo.

–¿Estás sugiriendo que, a fin de proporcionar más espacio al Hogar de la Cigüeña, el del Reno pase al del Mamut? Sería muy incómodo para ellos. En cuanto al hecho de que Fralie venga a trabajar aquí, no sugerirás que se limite a permanecer en el Hogar de la Cigüeña, ¿verdad? No sería saludable y la privaría de la compañía que aquí tiene. Además, es aquí donde debe traer sus labores. Este hogar tiene por finalidad brindar espacio a los trabajos que requieren un lugar del que carecen los hogares personales. El Hogar del Mamut pertenece a todo el mundo, y es casi demasiado pequeño para las reuniones.

Cuando Mamut devolvió el báculo a Talut, Frebec puso una cara compungida, pero adoptó una decidida actitud defensiva en cuanto Ranec volvió a cogerlo.

–Por lo que respecta al anexo de los caballos, todos nos beneficiaremos con ese nuevo espacio, sobre todo cuando se excaven los sótanos para almacenamiento. Incluso ahora se ha convertido en una entrada más cómoda para muchos. He observado que tienes tus prendas exteriores allí, Frebec, y que utilizas esa salida con más frecuencia que la principal. Además, los bebés son pequeños. No requieren mucho espacio. No creo que necesites más sitio.

–¿Qué sabes tú? –intervino Crozie–. Nunca has tenido un bebé en tu hogar. Requieren mucho espacio, mucho más del que piensas.

Sólo después de hablar comprendió Crozie que, por primera vez, había tomado partido por Frebec. Frunció el ceño, pero acabó por admitir que él podía tener razón. Cierto que el Hogar del Mamut era un sector para reuniones, pero el hecho de que Ayla viviera en un hogar tan grande parecía darle más rango. Todos lo habían considerado como propio mientras Mamut vivía solo allí, pero ahora, descontando las reuniones ceremoniales, se consideraba como propiedad de Ayla. Si se concedía al Hogar de la Cigüeña un espacio mayor, bien podía aumentar el rango de sus miembros.

Todos parecieron tomar esta interrupción como una oportunidad para un comentario generalizado. Talut y Tulie cruzaron una mirada de connivencia, y ambos dejaron que aquel barullo siguiera su curso. A veces la gente necesitaba expresarse con libertad. Después de la interrupción, Tulie buscó los ojos de Barzec. Cuando todos se tranquilizaron, éste se adelantó para pedir el báculo. Tulie hizo un gesto de asentimiento, como si supiera lo que éste iba a decir.

–Crozie tiene razón –dijo Barzec, señalándola con la cabeza. Ella irguió los hombros, aceptando la distinción, y su opinión sobre el orador subió algunos puntos–. Los bebés requieren más espacio del que uno imaginaría al verlos tan pequeños. Tal vez sea el momento adecuado para algunos cambios, pero no creo que el Hogar del Mamut deba ceder espacio. Las necesidades del Hogar de la Cigüeña van en aumento; las del Hogar del Uro, en cambio, son menores. Tarneg se ha quedado a vivir en el Campamento de su compañera, y pronto instalará con Deegie un Campamento nuevo. También ella se marchará. Por tanto, el Hogar del Uro, comprendiendo las necesidades de una familia en aumento, cederá parte de su espacio al Hogar de la Cigüeña.

–¿Te satisface el arreglo, Frebec? –preguntó Talut.

–Sí –respondió el interrogado, sin saber cómo reaccionar ante el inesperado giro de los acontecimientos.

–En ese caso, sois vosotros quienes decidiréis cuánto espacio será cedido por el Hogar del Uro, pero me parece justo que no se hagan cambios hasta que Fralie tenga a su hijo. ¿Estáis todos de acuerdo?

Frebec asintió; estaba abrumado. En su Campamento anterior no se le habría ocurrido nunca pedir más espacio; de haberse atrevido a hacerlo, se hubieran reído de él, pues carecía de prerrogativas y rango para tales exigencias. Al iniciarse la riña con Crozie ni siquiera pensaba en el espacio. Sólo buscaba una forma de responder a sus hirientes acusaciones. Ahora estaba convenciéndose de que la falta de espacio fue, desde un principio, el motivo de la discusión. Y ella, por una vez en la vida, se había puesto de su parte. Experimentaba la emoción del triunfo. Había ganado una batalla, o mejor dicho dos: una contra el Campamento, otra contra Crozie. Mientras todos se iban dispersando, vio a Barzec conversando con Tulie y se le ocurrió que debía expresarles su agradecimiento.

–Os agradezco vuestra comprensión –dijo Frebec a la jefa y al hombre del Hogar del Uro.

Barzec, como correspondía, restó importancia al asunto, pero ni a él ni a Tulie les habría gustado que Frebec hubiera dejado de expresar su gratitud. Sabían perfectamente que la concesión iba mucho más allá de un poco de espacio adicional: significaba que el Hogar de la Cigüeña tenía rango suficiente como para merecer semejante concesión del hogar de la jefa. Sin embargo, era el rango de Crozie y de Fralie lo que Tulie y Barzec habían tenido en cuenta, al considerar previamente la posibilidad de variar los límites. Habían tomado en consideración las necesidades cambiantes de las dos familias, antes de que surgiera la discusión; hacía algún tiempo que Barzec quería sacar a relucir el tema. Tulie, en cambio, sugirió la conveniencia de esperar una ocasión más adecuada, tal vez para ofrecérselo como un regalo para el bebé.

Ambos comprendieron que aquella reunión era el momento justo. Les bastó intercambiar una mirada y un par de gestos. Y como Frebec acababa de ganar, en apariencia, una victoria, el Hogar de la Cigüeña se mostraría conciliador a la hora de fijar los nuevos límites. Barzec acababa de darse cuenta, con orgullo, de lo inteligente que era Tulie cuando Frebec se acercó para darles las gracias. Frebec volvió a su hogar saboreando el incidente y anotando mentalmente los puntos que creía haber ganado.

En realidad, se trataba de un juego, el juego extraordinariamente sutil y totalmente en serio del rango comparativo, al que juegan todos los animales gregarios. Es el método por el cual los individuos se ordenan entre sí: los caballos en un rebaño, los lobos en una manada, las personas en una comunidad, a fin de vivir juntos. El juego enfrenta a dos fuerzas opuestas, ambas igualmente importantes para la supervivencia: la autonomía individual y el bienestar comunitario. El objetivo consiste en lograr un equilibrio dinámico.

En ocasiones y en ciertas condiciones, los individuos pueden ser casi autónomos. Un individuo puede vivir solo, sin preocuparse por el rango, pero ninguna especie puede sobrevivir sin la interacción de los individuos. El precio último sería más contundente que la muerte: supondría la extinción. Por otra parte, la subordinación total del individuo al grupo tiene un efecto igualmente destructivo. La vida no es estática ni inmutable. Sin individualidad no hay cambios ni adaptación; en un mundo mutable por naturaleza, cualquier especie incapaz de adaptarse está condenada a desaparecer.

Los seres humanos de una comunidad, ya sea ésta la mínima de dos personas o tan grande como el mundo mismo, y cualquiera que sea su forma, se organizarán de acuerdo con alguna jerarquía. Las normas y costumbres de cortesía comúnmente aceptadas ayudan a paliar las fricciones y descargan la tensión que supone mantener un equilibrio aceptable dentro de ese sistema en cambio constante. En algunas situaciones, la mayor parte de los individuos no tiene que comprometer una parte muy grande de su independencia personal por el bien de la comunidad. En otras, las necesidades de la comunidad pueden exigir el máximo sacrificio personal del individuo, hasta la vida misma. Ninguna es más justa que otra: todo depende de las circunstancias; pero ninguno de esos extremos se puede mantener por mucho tiempo, así como una sociedad no puede durar si unas pocas personas ejercen su individualidad a expensas de la comunidad.

Ayla comparaba con frecuencia la sociedad del Clan con la de los Mamutoi, y comenzaba a vislumbrar este principio con respecto a los diferentes estilos de liderazgo que ejercían Brun y los jefes del Campamento del León. Cuando vio que Talut devolvía el Báculo Que Habla a su sitio de costumbre, recordó que, en sus primeros días en el Campamento, había pensado que Brun era mejor jefe que Talut. Brun se limitaba a tomar una decisión y los otros cumplían sus órdenes, les gustara o no. A muy pocos se les habría ocurrido tan siquiera preguntarse si les gustaba o no. Brun no necesitaba nunca gritar ni discutir: con una mirada dura o una orden seca lograba una atención instantánea. Talut, en cambio, parecía no tener control sobre aquel grupo ruidoso y rebelde, que no le guardaba respeto alguno.

Ahora ya no estaba tan segura. Le parecía que era más difícil liderar un grupo convencido de que todo el mundo, hombres y mujeres, tenían derecho a expresarse y ser escuchados. Aún pensaba que Brun había sido un buen líder dentro de su sociedad, pero ponía en duda que hubiera sido capaz de imponerse entre aquellas personas que con tanta libertad expresaban sus puntos de vista. El ambiente se enrarecía cuando cada cual tenía su propia opinión y no vacilaba en darla a conocer, pero Talut nunca permitía que el asunto traspasara ciertos límites. Aunque era lo bastante fuerte para imponer su voluntad, prefería gobernar de acuerdo con todos. Poseía ciertas convicciones y normas aceptadas a las que recurrir, además de técnicas propias para atraer la atención, pero hacía falta una fortaleza diferente para persuadir en vez de obligar. Talut se ganaba el respeto respetando a los demás.

Ayla caminó hacia un grupo que estaba de pie, cerca del fuego, buscando al lobezno con la mirada. Era un gesto instintivo, y al no verle, supuso que había buscado algún escondrijo durante el barullo.

–... Frebec se ha salido con la suya –estaba diciendo Tornec–, gracias a Tulie y a Barzec.

–Me alegro por Fralie –dijo Tronie, aliviada al saber que el Hogar del Reno no se vería reducido ni trasladado–. Sólo espero que eso mantenga tranquilo a Frebec por algún tiempo. Esta vez sí que ha armado bulla.

–No me gustan esta clase de riñas –dijo Ayla, recordando que la pelea se había iniciado al quejarse Frebec de que sus animales disfrutaban de más sitio que él.

–No te preocupes por eso –aconsejó Ranec–. El invierno ha sido largo. A estas alturas del año siempre ocurre algo. Es sólo un modo de darle a esto alguna animación.

–Pero no necesitaba armar tanto escándalo para que se le diera más espacio –intervino Deegie–. Mucho antes de que él aireara el asunto, oí que madre y Barzec hablaban de eso. Querían dar más espacio al Hogar de la Cigüeña como presente para el bebé de Fralie. Hubiera bastado con que Frebec lo pidiera.

–Eso es lo que hace de Tulie una Mujer Que Manda tan buena –comentó Tronie–. Siempre tiene en cuenta este tipo de cosas.

–Es buena, igual que Talut –dijo Ayla.

–Sí, en efecto –Deegie sonrió–. Por eso Talut sigue siendo el Hombre Que Manda. Nadie se mantiene en el puesto mucho tiempo si no sabe ganarse el respeto de su gente. Creo que Branag también será así; ha aprendido de Talut.

El cálido afecto entre Deegie y el hermano de su madre iban más allá de la relación familiar formal que, junto con el rango y la herencia de su madre, aseguraba a la joven un alto puesto entre los Mamutoi.

–Pero ¿quién sería el jefe si Talut perdiera ese respeto? –preguntó Ayla–. ¿Y cómo llegaría al puesto?

–Bueno..., eh... –tartamudeó Deegie.

Los jóvenes se volvieron hacia Mamut, para que él respondiera a la pregunta.

–Cuando los líderes viejos entregan el liderazgo activo a una joven pareja de hermanos, habitualmente seleccionados entre los familiares, sigue un período de aprendizaje. Después tiene lugar una ceremonia. Y los jefes anteriores se convierten en consejeros –dijo el chamán y maestro.

–Sí. Es lo que hizo Brun. Cuando era más joven, respetaba al viejo Zoug y prestaba atención a sus consejos; cuando envejeció, entregó el liderazgo a Broud, el hijo de su compañera. Pero ¿qué pasaría si el Campamento pierde el respeto a su líder? ¿Nombrarían un líder joven? –preguntó Ayla, muy interesada.

–El cambio no se produciría con inmediatez –dijo Mamut–. Pero al cabo de algún tiempo nadie acudiría a él. Buscarían a otro, alguien capaz de dirigir una cacería con más éxito o de solucionar mejor los problemas. A veces se renuncia al liderazgo; otras veces, el Campamento se disgrega, ya que algunos se van con el nuevo jefe y otros permanecen junto al antiguo. Pero no es habitual que los jefes renuncien fácilmente a su puesto ni a su autoridad, y eso puede provocar dificultades, incluso luchas. Entonces, la decisión se deja en manos de los Consejos. El Hombre Que Manda o la Mujer Que Manda que han compartido el liderazgo con alguien que causa problemas o que es considerado responsable de un problema, pocas veces está en condiciones de iniciar un Campamento nuevo, aunque la culpa no sea suya... –Mamut vaciló; Ayla notó que lanzaba una rápida mirada hacia la anciana del Hogar de la Cigüeña, que estaba conversando con Nezzie– ... la culpa no es suya. La gente quiere jefes con los que pueda contar, y desconfía de los que causan problemas... o tragedias.

Ayla hizo un gesto de asentimiento. Mamut se dio cuenta de que la joven comprendía no sólo lo que había dicho, sino también lo que insinuaba. La conversación continuó, pero los pensamientos de Ayla volvieron al Clan. Brun había sido un buen jefe, pero ¿qué haría su clan si Broud no lo era? Se preguntó si buscarían un nuevo líder, y quién podría ser. Faltaba mucho tiempo para que el hijo de la compañera de Broud tuviera edad suficiente. De pronto se abrió paso en ella una preocupación persistente que pugnaba por llamar su atención desde hacía rato.

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