Read Los cuatro grandes Online

Authors: Agatha Christie

Los cuatro grandes (6 page)

BOOK: Los cuatro grandes
5.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El norteamericano se echó a reír, pero se interrumpió al ver la seriedad del rostro de Poirot.

—Usted se ríe,
monsieur
—dijo Poirot, moviendo negativamente un dedo ante él— No reflexiona... No utiliza las células grises del cerebro. ¿Quiénes son estos hombres que envían una parte de su armada a la destrucción simplemente como una prueba de su poder? No fue otra cosa,
monsieur
, que un ensayo de esa nueva fuerza de atracción magnética que ellos poseen.

—Continúe,
monsieur
—dijo Japp con buen humor—. He leído trabajos sobre supercriminales en más de una ocasión, pero nunca me he tropezado con ellos. Bueno, ya ha oído usted el relato del capitán Kent. ¿Puedo serle útil en algo más?

—Sí, mi buen amigo. Puede darme las señas de la señora Halliday... y también una tarjeta de presentación, si es tan amable.

Así es que al día siguiente salimos con destino a Chetwynd Lodge, cerca del pueblo de Chobham, en el condado de Surrey.

La señora Halliday nos recibió enseguida. Era una mujer alta y rubia, de ademanes nerviosos e impacientes. La acompañaba una bonita niña de unos cinco años.

Poirot explicó el propósito de su visita.

—¡Oh!,
monsieur
Poirot, no sabe lo que me alegro y lo que le agradezco que haya venido. Ya he oído hablar de usted, por supuesto. Usted no será como esos hombres de Scotland Yard, que no escuchan ni tratan de comprender. Y la policía francesa es igual de mala o quizá peor, creo yo. Todos están convencidos de que mi marido se fue con otra mujer. ¡Pero no fue así! Él estaba entregado por entero a su trabajo. La mitad de nuestras riñas fueron por esa causa. Se interesaba más por sus investigaciones que por mí.

—Los ingleses son así —dijo Poirot suavemente—. Y si no es el trabajo, son los juegos, el deporte. Ellos se toman todas esas cosas
au grand sérieux
. Ahora,
madame
, cuénteme exactamente, con todo detalle y lo más metódicamente que le sea posible, las circunstancias exactas de la desaparición de su marido.

—Mi marido se fue a París el jueves 20 de julio. Tenía que visitar a algunas personas relacionadas con su trabajo, entre ellas a
madame
Olivier.

Poirot hizo un gesto de asentimiento al oír el nombre de la famosa química francesa que había eclipsado incluso a
madame
Curie por la brillantez de sus descubrimientos. Había sido condecorada por el gobierno francés y era una de las personalidades más destacadas del momento.

—Mi marido llegó allí al anochecer y se fue enseguida al hotel Castiglione, que está en la calle del mismo nombre. A la mañana siguiente tuvo una entrevista con el profesor Bourgoneau, con el que estaba citado. Su comportamiento fue normal y agradable. Los dos hombres tuvieron una conversación muy interesante y se acordó que él presenciara algunos experimentos en el laboratorio del profesor al día siguiente. Almorzó solo en el café Royal, se fue a dar un paseo por el Bois, y luego visitó a
madame
Olivier en la casa que ésta tiene en Passy. También allí su comportamiento fue completamente normal. Se marchó alrededor de las seis. Probablemente cenó a solas en algún restaurante, aunque esto lo ignoramos. Volvió al hotel alrededor de las siete y se fue directamente a su habitación, tras preguntar si habían llegado cartas para él. A la mañana siguiente salió del hotel y ya no se le volvió a ver.

—¿En qué momento abandonó el hotel? ¿A la hora en que normalmente lo haría para acudir a la cita en el laboratorio del profesor Bourgoneau?

—No se sabe. Nadie le vio salir del hotel. Pero sabemos que no le sirvieron el
petit déjeuner
, lo que parece indicar que salió temprano.

—¿No pudo salir de nuevo durante la noche?

—No lo creo. Su cama estaba deshecha y si hubiera salido a esa hora el portero de noche lo hubiera recordado.

—Es una observación muy acertada,
madame
. Podemos considerar, pues, que él abandonó el hotel a la mañana siguiente muy temprano y que esto es tranquilizador desde un punto de vista. No es probable que fuera víctima de la agresión de un delincuente a esa hora. Ahora bien, ¿dejó todo su equipaje en el hotel?

La señora Halliday pareció titubear antes de contestar, pero por fin dijo:

—No... debía llevar con él una maleta pequeña

—Hum —dijo Poirot pensativo—, me pregunto a dónde iría aquella noche. Si lo supiéramos, tendríamos mucho camino adelantado. ¿Con quién se entrevistó?... Ahí está el misterio.
Madame
, personalmente no estoy muy de acuerdo con el punto de vista de la policía Ellos dicen siempre «
Cherchez la femme
». Sin embargo, es evidente que algo ocurrió aquella noche para que su marido alterase sus planes. Dice usted que preguntó si había cartas para él al volver al hotel. ¿Sabe si recibió alguna?

—Solamente una y debió ser la que yo le había escrito el día en que salió de Inglaterra.

Poirot permaneció sumido en sus pensamientos durante todo un minuto y luego se puso en pie bruscamente.

—Bien,
madame
, la solución del misterio está en París. Me voy allí ahora mismo.

—Ya hace mucho tiempo que desapareció mi marido,
monsieur
.

—Ya, ya Pero es en París en donde debemos buscarle.

Dio la vuelta para abandonar la habitación; sin embargo, con la mano en el pomo de la puerta, se detuvo.

—Dígame,
madame
, ¿recuerda si su marido habló alguna vez de «los Cuatro Grandes»?

—Los Cuatro Grandes —repitió ella pensativamente—. No, creo que no.

Capítulo VI
-
La mujer de la escalera

Ésta fue toda la información que pudimos obtener de la señora Halliday. Volvimos rápidamente a Londres y al día siguiente salimos hacia el continente. Con una sonrisa algo triste, Poirot observó:

—Estos Cuatro Grandes están haciendo que me mueva,
mon ami
Corro arriba y abajo, por todo el terreno, como nuestro viejo amigo «el sabueso humano».

—Quizá lo encuentre en París —dije, sabiendo que se refería a un tal Giraud, uno de los detectives de más confianza de la Sûreté, a quien Poirot había conocido en una ocasión anterior.

Poirot hizo una mueca.

—Espero que no. No me tiene demasiado afecto.

—¿No será una tarea muy difícil? —pregunté—. Averiguar lo que hizo por la noche un inglés desconocido hace tres meses.

—Muy difícil,
mon ami
. Pero, como sabe muy bien, las dificultades alegran el corazón de Hércules Poirot.

—¿Cree que los Cuatro Grandes lo secuestraron?

Poirot asintió.

Nuestras indagaciones tuvieron que atravesar forzosamente viejos terrenos, y no conseguimos añadir gran cosa a lo que ya nos había dicho la señora Halliday. Poirot mantuvo una larga entrevista con el profesor Bourgoneau. En ella trató de aclarar si Halliday había mencionado algún plan para la noche. A decir verdad no tuvimos éxito alguno.

Nuestra siguiente fuente de información fue la famosa
madame
Olivier. Sentí gran emoción al subir los escalones de su chalet de Passy. Siempre me ha parecido extraordinario que una mujer haya llegado tan lejos en el mundo de la ciencia, porque siempre he pensado que para desempeñar tareas de esa naturaleza se necesita un cerebro puramente masculino.

La puerta la abrió un muchacho de unos 17 años, que me recordaba vagamente a un monaguillo por lo aparatoso de sus ademanes. Poirot se había tomado la molestia de concertar nuestra entrevista de antemano; sabía que
madame
Olivier nunca recibía a nadie sin cita previa, por hallarse inmersa en su labor de investigación la mayor parte del día.

Se nos hizo pasar a un pequeño salón, y poco después hizo acto de presencia la dueña de la casa.
Madame
Olivier era una mujer de gran estatura, acentuada por la larga bata blanca que usaba y por un gorro de tela a modo de toca de monja con el que se cubría la cabeza. Tenía una cara larga y pálida y unos maravillosos ojos negros que reflejaban el ardor de un entusiasmo casi fanático. Más que una mujer de nuestro tiempo parecía una antigua sacerdotisa. Tenía una mejilla desfigurada por una cicatriz, lo que me hizo recordar que su marido y colaborador había muerto tres años antes de resultas de una explosión en el laboratorio; ella había sufrido terribles quemaduras. Desde entonces se había apartado del mundo y se hallaba entregada con terrible energía a la labor de investigación científica. Nos recibió con fría cortesía.

—La policía me ha entrevistado muchas veces, señores. Me parece muy poco probable que pueda serles de alguna utilidad, ya que no pude ayudarles a ellos.


Madame
, es posible que no le haga las mismas preguntas. En primer lugar, me gustaría saber de qué hablaron usted y el señor Halliday.

El deseo de Poirot pareció sorprenderle un poco.

—De qué habíamos de hablar sino de su trabajo. Del suyo y, por supuesto, del mío.

—¿Le mencionó él las teorías que había explicado recientemente en la comunicación que leyó ante la Asociación Británica?

—Claro que sí. Fue principalmente de eso de lo que hablamos.

—Sus ideas eran algo fantásticas, ¿no es así? —preguntó Poirot con tono indiferente.

—Algunas personas lo han creído así. Yo disiento de ese parecer.

—¿Las considera viables?

—Perfectamente viables. Mi propia línea de investigación ha sido algo similar, aunque su finalidad sea distinta. He estado investigando los rayos gamma emitidos por la sustancia Usualmente denominada radio C, un producto de la emanación de radio. En mis investigaciones me he encontrado con algunos fenómenos magnéticos muy interesantes. Tengo, claro está, una teoría sobre la verdadera naturaleza de la fuerza que denominamos magnetismo, pero todavía no ha llegado la hora de dar a conocer mis descubrimientos. Los experimentos del señor Halliday y sus puntos de vista fueron extremadamente interesantes para mí.

Poirot asintió. Luego hizo una pregunta que me sorprendió.


Madame
, ¿en dónde conversaron sobre esos temas? ¿Fue aquí mismo?

—No,
monsieur
. En el laboratorio.

—¿Puedo verlo?

—Desde luego.

Nos condujo hacia la puerta por la que había entrado. Daba a un pequeño pasillo. Atravesamos dos puertas más y nos encontramos en un gran laboratorio, con una colección impresionante de vasos de precipitación y crisoles así como un centenar de aparatos cuyos nombres seria incapaz de señalar. Allí se encontraban dos personas, ambas muy enfrascadas en un experimento.
Madame
Olivier hizo las presentaciones.


Mademoiselle
Claude, una de mis ayudantes.

Una joven alta y de rostro serio nos saludó con una inclinación de la cabeza.


Monsieur
Henri, un viejo y leal amigo.

El viejo amigo era un joven bajo y moreno, que se inclinó con cierta brusquedad.

Poirot miró a su alrededor. Además de la puerta por la que acabábamos de entrar había otras dos. Una, explicó
madame
, conducía al jardín, y la otra a una habitación menor dedicada también a la investigación. Poirot tomó nota de todo esto y señaló que ya podíamos volver al salón.


Madame
, durante la entrevista con el señor Halliday, ¿estuvieron ustedes solos?

—Sí,
monsieur
. Mis dos ayudantes se hallaban en la habitación contigua, más pequeña.

—¿Pudieron ellos, o cualquier otra persona, oír su conversación?

Madame
reflexionó y luego negó con la cabeza.

—No lo creo. Estoy casi segura de que no pudieron oírnos. Todas las puertas estaban cerradas.

—¿Podría haberse ocultado alguien en la habitación?

—Hay un gran armario en el rincón, pero sería absurdo...

—Pas tout à fait,
madame
. Una cosa más: ¿le dijo el señor Halliday qué planes tenía para aquella noche?

—No se refirió para nada a ello,
monsieur
.

—Muchas gracias,
madame
, y perdone las molestias que le haya podido ocasionar. No se moleste; no es necesario que nos acompañe.

Salimos al vestíbulo. En aquel momento entraba una señora por la puerta principal. Subió la escalera con rapidez y me causó impresión el luto riguroso que denota a una viuda francesa.

—Un tipo de mujer poco corriente —observó Poirot cuando salíamos.

—¿
Madame
Olivier? Sí, ella...

—Mais non, no me refiero a
madame
Olivier Cela va saris diré! No hay muchos genios de su clase. No, me refería a la otra señora, la que vimos en la escalera.

—No le pude ver la cara —señalé, mirándole fijamente—. Y no comprendo cómo pudo usted vérsela. Ni siquiera nos miró.

—Por eso es por lo que digo que era un tipo poco corriente —dijo Poirot con calma—. Una mujer que entra en su casa (supongo que es su casa, ya que entra con llave) y corre escaleras arriba sin mirar siquiera a dos visitantes extraños que se hallan en el vestíbulo es un tipo de mujer muy poco corriente. En realidad, es completamente anormal.
Mille tonnerres
! ¿Qué es esto?

Tiró de mí hacia atrás en el momento justo. Un árbol cayó derribado sobre la acera, no alcanzándonos por muy poco. Pálido y preocupado, Poirot se quedó mirando fijamente la escena.

—¡Nos hemos librado de milagro! Pero fue una torpeza: yo no sospechaba nada. Aunque realmente era difícil sospechar. Sí, pero si no llega a ser por mis rápidos ojos, los ojos de un gato, Hércules Poirot estaría ahora aplastado, lo que hubiera sido una terrible calamidad para nosotros. Y también usted,
mon ami
, aunque eso no hubiera sido una catástrofe nacional.

—Gracias —dije fríamente—. ¿Y qué vamos a hacer ahora?

—¿Hacer? —exclamó Poirot—. Vamos a pensar. Sí, aquí y ahora vamos a poner en ejercicio nuestras pequeñas células grises. Este
Monsieur
Halliday, vamos a ver, ¿estuvo realmente en París? Sí, ya que el profesor Bourgoneau, que le conoce, le vio y habló con él.

—¿Qué diablos insinúa? —exclamé.

—Eso fue el viernes por la mañana. Se le vio por última vez a las once de la noche del viernes; ¿pero se le vio de verdad entonces?

—El portero...

—Un portero que no había visto antes a Halliday. Entra un hombre, bastante parecido a Halliday: para eso hemos de confiar en el Número Cuatro. Pide sus cartas, sube la escalera, hace la maleta y sale del hotel a la mañana siguiente sin llamar la atención. Aquella noche nadie vio a Halliday. Y nadie le vio porque ya estaba en manos de sus enemigos. ¿Fue a Halliday a quien recibió
madame
Olivier? Sí, pues aunque no lo conocía en persona, un impostor no hubiera podido engañarla hablando de su especialidad. Llegó aquí, se entrevistó con ella y se marchó. ¿Qué sucedió a continuación?

BOOK: Los cuatro grandes
5.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Rough Collier by Pat McIntosh
Wounds, Book 1 by Ilsa J. Bick
No Talking after Lights by Angela Lambert
Critical by Robin Cook
The Mall of Cthulhu by Seamus Cooper