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Authors: Mario Conde

Tags: #biografía

Los días de gloria (110 page)

BOOK: Los días de gloria
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Salí de Banesto con la conciencia tranquila y el corazón encogido. Seis años de mi vida quedaban detrás. Esfuerzos, sufrimientos, ilusiones, esperanzas componían una sinfonía que desafinaba en mi alma a la vista de lo que habían sido capaces. En esos instantes no disponía de la información que hoy poseo. Cierto que lo evidente siempre es elocuente, pero a veces no disponemos de la serenidad de ánimo para mirar a los ojos a las evidencias. Nunca hasta hoy he vuelto a pisar el suelo sobre el que tanto sufrí.

Llegué a mi casa.

Muchas llamadas, claro.

Pero faltaban las imprescindibles, las de aquellos a quienes ayudé.

Polanco llamó. Su parlamento fue sencillo:

—Siempre has tenido suerte, así que sabrás salir de esta.

Al menos llamó.

Otros no.

Comenzaba la soledad, pero también el descubrir la grandeza de aquellas personas que arriesgaron mucho solo por ser dignas consigo mismas y por mantenerse fieles, no ya a mí, sino a la historia que conocía, que habíamos vivido juntos. Ellos, los que ejecutaron, con eso no contaban.

Frente a mí no solo tenía todo ese cúmulo de sensaciones, sino que, además y sobre todo, una terrible expectativa, un camino que se abría plagado de terribles presagios. Cuanto más pensaba y más se evidenciaban los factores políticos, más terrible se vislumbraba el futuro. Pero eso no me daba miedo, a fuer de decir verdad. El corazón estaba encogido por algo tan simple como esto: por darme cuenta de hasta dónde eran capaces de llegar por motivos políticos. Y ni siquiera sabía que a partir de ese instante tenía quince años de sufrimiento por delante, años en los que vivimos muertes físicas y morales. El ciclón de un poder desordenado e instalado en lo espurio arrasaría con casi todo. Menos con una cosa: la dignidad de quien prefiera sufrir a arrendarla. Así es el Sistema. Ninguna entelequia. Una terrible realidad.

24

El 29 de julio de este año 2010 me instalé en A Cerca, después de un viaje relámpago a Milán. Tenía que culminar la labor de escribir sobre estos acontecimientos de mi vida. Impresiona mirar hacia atrás. Algunos de ellos, como la ruptura con Juan Abelló, se produjeron hace más de veinte años. Toda una vida. Mis conversaciones con el Rey y con González, por ejemplo, tienen una antigüedad de cuando menos diecisiete años. Y la brutal decisión política de intervenir Banesto celebrará igualmente su diecisiete aniversario el próximo 28 de diciembre de este año. Y ciertamente impresiona percatarse de que de ese plazo, de esos diecisiete años, al menos quince de ellos fueron consumidos con una libertad total o parcialmente mutilada. Realmente sobrecoge. Porque, con independencia de esa mutilación de libertad, asombra la crueldad en la ejecución de ese diseño político, deslumbra la capacidad de poner a su servicio a todas las fuerzas reales del Estado, conmueve la unanimidad de fuerzas políticas y sociales en la finalidad que, se llame como se llame, se concentraba en la aniquilación de un individuo.

No tardé mucho en captar esa uniformidad de juicios porque el 30 de diciembre de ese año, ante la magnitud mediática del acontecimiento, convocaron una sesión extraordinaria del Parlamento español para que el ministro de Economía y el gobernador del Banco de España, sobre todo este último, dieran cuenta a sus señorías de lo acontecido. Aquello en mi opinión resultó esperpéntico, lo mires por donde lo mires.

—En esta crisis, en la de hoy, la de ahora, en ningún país del mundo —creo— se ha convocado al Parlamento para explicar crisis bancarias, y haberlas las ha habido, ¿o no? ¿Por qué, entonces, lo hicieron con Banesto?

Así se expresó Alfredo Conde cuando comentaba con él el tramo final de esta secuencia de mi vida, lo sucedido a partir del momento en que tomaron la decisión brutal de intervenir el banco. La sucesión de acontecimientos, de hechos, de brutalidades, es tan potente que cualquier mente inteligente tiene que formularse preguntas que surgen inevitables.

—Así es, Alfredo. Pero es que esas cosas suceden cuando tienes que justificar políticamente lo que económicamente no existió. Precisamente por ello en las crisis verdaderas estas cosas estrambóticas no se dan, porque nadie tiene que justificar lo cierto y evidente.

—Lo curioso es que González, según me dices, se negara a recibir explicaciones de Roberto Mendoza, de los expertos de J. P. Morgan, y obligue a hablar del asunto en el Congreso, en donde los diputados ni siquiera podían haberse leído los datos de Banesto, porque para entender un balance de más de un billón de pesetas hace falta tener tiempo y conocimientos técnicos contables.

—No solo eso; es que además se da luz y taquígrafos a supuestos problemas bancarios que pueden acabar con la vida de una institución financiera. Por si fuera poco, nadie podía haber leído esos informes por una sencilla razón: porque esos informes no existían.

—¿Cómo que no existían? ¿Intervinieron sin informes previos?

—Más o menos. Ya te he dicho que la decisión de intervenir se les vino encima a consecuencia de que no quise vender mis acciones y marcharme voluntariamente. Si esta idea la tienes en la mente, vas a comprender todo.

—Hombre, es duro de aceptar eso que dices. Comprende que suena a brutal.

—Sí, pero contamos no solo con el testimonio de Sáenz al entrar por primera vez en el banco, sino, además, que eso, exactamente eso fue lo que le dijo Polanco a Asensio tiempo después, que yo me había equivocado al no vender mis acciones, coger el dinero e irme, porque se habrían evitado muchos problemas. Además de estos testimonios, si examinas la secuencia de hechos, insisto, de hechos, todo encaja cuando eso se tiene in mente.

—¿Eso quiere decir que tuvieron que construir el escenario? —preguntó Alfredo.

—Bueno, en gran medida así es. Pero construir quiere decir crear un escenario que no existía, al menos en la versión oficial. Para entenderlo hay que atender hechos, no valoraciones. Los hechos son brutales. Ese es el problema. Mira un ejemplo. En la mañana del día 30 eché una ojeada a
El País
. Decía, entre otras cosas, lo siguiente: «Estos hechos se produjeron pocos días después de que las autoridades del Banco de España hubieran mostrado a Mario Conde el último informe de la Inspección —formada por diez equipos—, en el que se verificaba un agujero de 500 000 millones. Por otro lado, la autocartera del banco ascendía al 34 por ciento».

—Pues ahí dicen que te enseñaron el informe...

—A eso me refiero. No es verdad. Dicen que la autocartera era del 34 por ciento, es decir, una monstruosidad. Luego tuvieron que reconocer oficialmente, por boca del interventor Alfredo Sáenz, que no llegaba al 4 por ciento... No rectificaron. Y dicen que me enseñaron un informe, lo cual es rotunda y totalmente falso, porque como te digo no lo hubo.

—Pero ellos jamás reconocerán algo así, supongo.

—A veces la vida te sorprende... Mira, ese hombre del que te hablé, el catedrático de Derecho Administrativo que vendió sus acciones de Banesto y le multaron, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bien, pues ese hombre tuvo que ir a declarar de testigo al juicio del caso Banesto. Le preguntaron mis abogados. Sus respuestas son acojonantes. Primero dijo que en todo el año 1993 nunca se trató el caso Banesto en el seno del Banco de España. Literal.

—Pero eso es inconcebible...

—Claro, mira las informaciones publicadas sobre Caja Castilla- La Mancha o sobre Cajasur y verás que antes de tomar decisiones han existido sesiones y más sesiones del Banco de España, de su Comité Ejecutivo, reuniones con directivos... Es lo lógico, lo normal, lo evidente. ¿Cómo se va a actuar de sopetón?

—No sé... La verdad es que es extraño, pero si él lo dice no queda otra que admitirlo.

—Más que eso. Porque ese hombre declaró, además, que los que tomaron la decisión, los del Comité Ejecutivo del Banco de España, no vieron ningún informe escrito. No tuvieron delante ningún informe detallado de la inspección.

—Entonces, ¿con qué base tomaron la decisión?

—Según él mismo declara, porque oralmente les dijeron que había que intervenir, que la cosa estaba mal, que la inspección…

—No es serio, ¿no? Yo no soy experto en estas cuestiones financieras pero me parece poco razonable.

—¡Qué va! Es lo más serio del mundo, porque lo que dice es que les dijeron que había que intervenir. ¿Quién? Pues evidente...

—La verdad es que cuando tienes que enfrentarte a los hechos las cosas se ponen complicadas. Porque ese hombre, o dijo eso, o no lo dijo. Pero si lo dijo, cabe poco razonamiento.

—Así es. Por eso mi apego al hecho, a lo que llama Krishnamurti la dictadura del hecho.

—Y ¿qué dijeron en esa sesión del Congreso? La verdad es que retengo el día pero muy vagamente.

—Fue un despropósito. ¿Cómo iban a opinar los parlamentarios si ni siquiera tenían información? Y aunque la hubieran tenido, no dispusieron de tiempo y conocimientos para estudiarla. En fin, patético.

—Pero todos estuvieron de acuerdo, ¿no?

—Efectivamente, esta es otra. Todos de acuerdo en un asunto tan conflictivo como este. Esa unanimidad ya te habla por sí sola, ya te dice de qué iba la cosa, cuál era el objetivo, pero es que además si ves la postura del PP, ahora, con lo que sabemos, también sacas conclusiones claras.

—¿Por qué lo dices?

—El PSOE puso como portavoz a Hernández Moltó, que se largó un discurso moralizante sobre gestión financiera, pero sin demasiada agresividad. Está recogido en las actas del diario de sesiones.

—Pero ese es el que quebró la Caja Castilla-La Mancha, ¿no?, el del aeropuerto de Ciudad Real.

—Sí, ironías del destino. El que dio lecciones en un asunto político se ve envuelto por su mala gestión en una quiebra real de una entidad como Caja Castilla-La Mancha, pero en fin... Él tiene la protección de su partido.

—Pero ¿y el PP?

—Actuó Cristóbal Montoro. Fue ministro de Economía, creo, con Aznar, y actualmente sigue siendo el portavoz del PP para asuntos económicos. Estaba claro que en aquellos días recibió instrucciones de Aznar. Su obsesión era que me pidieran responsabilidades y llegó a decirle a Rojo si había comenzado, o algo así, las peticiones de responsabilidades penales. Por suerte lo preguntó...

—¿Por qué dices por suerte?

—Pues porque Rojo dijo que con los datos que tenía el Banco de España no existía base para la exigencia de responsabilidades que no fueran las mercantiles. Y obviamente el Banco de España tenía toda la información. Sin embargo, luego redactó la querella.

—¿Cómo que redactó la querella? No entiendo...

—Pues sí, Alfredo, este es uno de los episodios judiciales más vergonzosos de todo el proceso contra nosotros.

—Aparte de vergonzoso, es inconstitucional —terció María en ese momento.

Conocí a María Pérez-Ugena a finales de 2008. Cuando supe que su profesión era profesora titular de Derecho Constitucional, supuse que su aproximación a mi caso en sus dimensiones jurídicas sería como mínimo cautelosa, puesto que por medio existían sentencias del Tribunal Supremo y resoluciones del Constitucional, lo que le obligaba, en su condición de jurista y profesora, a mantener un respeto mínimo por esos órganos del Estado. Dicho en román paladino: tendía a creer que lo sucedido, lo relatado en esas resoluciones, se ajustaba a la verdad de los hechos y en su confección se respetaron las normas propias del Derecho en su sentido más amplio.

No me propuse una explicación sistemática de lo sucedido, es decir, no me dediqué a relatarle de modo estructurado los desperfectos jurídicos a los que, en mi opinión, fui sometido. Opté por actuar cautelosamente, es decir, en cada caso, cuando surgía en una conversación, le apuntaba algunos de esos desperfectos. La respuesta de María en los días iniciales era un gesto de incredulidad. Bueno, de incredulidad cariñosa y comprensiva, a la que yo respondía desgranando los hechos con suavidad. Poco a poco fue perdiendo esa incredulidad a base de la inevitable conclusión que se derivaba de comprobar lo real de mi relato. Primero, lo real de los hechos. Después, lo artificioso, por decirlo de modo suave, de las construcciones jurídicas que servían de soporte formal a las conclusiones prefijadas de antemano.

Dos años después de ese conocimiento contrajimos matrimonio. Para esa fecha, junio de 2010, ya tenía más que claro lo ocurrido en este plano. Y, al igual que sucedió con otros profesores que vivieron mi caso, sentía cierta indignación por dentro, porque le resultaba difícil hablar a sus alumnos acerca del Derecho Constitucional teórico cuando la comprobación fáctica de su funcionamiento se alejaba tanto de las explicaciones profesorales. Y ese alejamiento afectaba a la libertad de unas personas. Es difícil, muy difícil comprobar lo ocurrido y seguir como si nada desgranando clases teóricas de Derecho Constitucional.

Seguramente por ello pensé que lo mejor para este tramo final de mi libro era plantear las cuestiones en una conversación a tres bandas entre Alfredo, María y yo, dado que algunas de esas cuestiones tenían cierto cariz jurídico, y María, como profesora de Derecho Constitucional, estaba mejor capacitada para valorarlas en esa dimensión.

—Claro, María. Lo que pasa es que tú, como profesora de Constitucional, te has ido quedando de piedra a medida que ibas conociendo cosas y es que nunca pudiste imaginar que se hubiera actuado de ese modo.

—Desde luego que no, y no me lo he creído hasta que lo he visto por mí misma, y confieso que da un poco de reparo dar clases de Derecho cuando has visto cómo han funcionado en este asunto. Supongo que no será igual en todos.

—Cuando abres un agujero en el Derecho... Cuando has probado el poder de controlar la Justicia y ponerla a tu servicio... Aquí no es que se aplique eso del que hace un incesto hace ciento, sino que es un asunto más profundo: destruir la separación de poderes y seguir instalados en la llamada Justicia del Príncipe.

—Sí, pero eso que me has contado de los inspectores del Banco de España es demasiado. ¿Lo sabes, Alfredo?

—Es uno de los episodios a mi juicio más lamentables. Os lo cuento luego para no perdernos ahora. Lo importante es retener que todos, insisto, absolutamente todos los grupos parlamentarios y todos los intervinientes en esa sesión se felicitaban por la actuación del Banco de España. Nadie cuestionó un dato, una cifra, una alternativa de solución. Nadie preguntó si se había contrastado la información con Morgan. Nadie preguntó por la carta...

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