Los escarabajos vuelan al atardecer (2 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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Hablaba muy bajo, casi susurrando. Jonás había conectado el magnetofón y grababa todo lo que David decía.

Al fin, David se levantó y fue andando lentamente hacia la casa, que estaba rodeada de altos tilos. Jonás lo seguía de cerca, pera no perder ni una sola de sus palabras. Hablaba bajo, como en sueños. No parecía su voz.

—Llegué a un vestíbulo con una escalera, pasé por muchas habitaciones, pero yo no conocía nada. Sin embargo, sabía dónde estaban las puertas, las abría, entraba, pero nunca había cruzado por ellas. Sabía dónde estaba cada cosa, cada mueble, cada objeto; lo sabía todo. Pasé delante de unas ventanas con plantas y sabía que plantas eran. Sin embargo, nunca las había visto. Había muchas plantas. Pasé delante de ellas. Alguien cantaba. Era un canto muy bonito y, a la vez, extraño. En la repisa de la ventana vi una planta; sus flores eran azules. Y el reloj empezó a sonar muchas veces. Entonces vi como se movían las hojas de la flor, se elevaban y se alargaban como manos, muy lentamente, hacia mí. Y alguien seguía cantando; una niña, creo, aunque no la podía ver. No sabía dónde estaba ni quien era. Sólo oía su voz, que cantaba sin cesar…

David enmudeció. Seguía con las manos levantadas, como las hojas de la planta que acababa de describir.

—Entonces me desperté —dijo.

—Yo jamás he tenido sueños como ése —comentó Annika, pensativa—. ¿Qué puede significar un sueño así?

David se encogió de hombros.

—Probablemente, nada… No sé…

De pronto vieron a Jonás correr hacia la casa. Annika salió corriendo tras él.

Encontraron a Jonás en la parte delantera de la casa, detrás de un arbusto. La casa estaba a oscuras. Dos ventanas estaban abiertas, una a la altura del suelo, la otra en el piso de arriba. Desde allí se oían pasos.

Antes de que se lo pudieran impedir, Jonás estaba trepando por un viejo manzano que crecía junto a la casa. Annika le cogió un pie para hacerle bajar, pero se quedó con el zapato en la mano, mientras Jonás subía y subía.

Entonces alguien encendió una lámpara en la habitación de arriba. Un tenue rayo de luz cayó sobre el jardín. Jonás había conseguido llegar a lo más alto del árbol y se ocultaba detrás de una rama muy frondosa.

David y Annika se escondieron detrás de un arbusto. No se atrevían a hacer ningún movimiento. Oyeron como Jonás conectaba el magnetofón y empezaba a grabar en voz baja:

—Aquí, Jonás Berglund. Me encuentro en el jardín de la quinta Selanderschen. Las condiciones del lugar no son buenas y ruego disculpas por la mala calidad del sonido. He instalado un puesto de observación en la copa de un manzano, justo enfrente de la ventana abierta, en la parte delantera de la casa. La ventana de abajo está igualmente abierta. En la de arriba acaban de encender una lámpara, que esparce una débil luz. Me parece como si oyera… ¡un momento, por favor! Hago una pequeña pausa para grabar los ruidos de la habitación. ¡Evidentemente, aquí pasa algo! ¡Un momento, por favor!

David y Annika vieron horrorizados como Jonás seguía trepando por el árbol. Avanzó un poco por una rama, se inclinó y se tumbó sobre el vientre. Era muy peligroso. La rama se balanceaba tanto que Annika clavó sus uñas en la mano de David. Era horrible estar allí sin poder hacer nada, mientras Jonás avanzaba por la rama para acercarse lo más posible a la ventana con el micrófono. De pronto, la rama crujió; pero afortunadamente aguantó.

Por lo visto, Jonás ya había grabado lo que quería, pues volvía sobre sus pasos. Abajo, en el suelo, sus dos amigos contenían la respiración. La rama se movía y crujía. Por fin lo consiguió. Jonás ya estaba a salvo; sobre la rama aún, pero apoyado en el tronco.

—Grabando de nuevo. Los pasos que acabamos de registrar pertenecen a una vieja; perdón, a una señora, a una dama… que creo conocer… ¡Un momento, por favor! —Jonás desconectó el magnetofón y se inclinó hacia David y Annika.

—¿Cómo se llama la dueña de la pensión? —susurró.

—¡Baja ahora mismo, Jonás!

—Sí; pero ¿cómo se llama?

—Señora Göransson. Tengo mala memoria para los nombres.

Carraspeó, parecía como si hubiera perdido el hilo. Pero lo cogió de nuevo, se metió una pastilla de regaliz en la boca y continuó:

—Me encuentro a unos quince o veinte metros de distancia de la vieja…, perdón, de la señora, que camina como una sombra oscura por la habitación. Apenas puedo ver lo que hay dentro; pero veo que la señora Göransson viene con algo que parece papeles de periódicos. Con ellos empieza a envolver un paquete largo y bastante estrecho que está junto a la pared. Parece estar pensando que ese embalaje no es suficiente. Sus movimientos son rápidos y nerviosos. El paquete tiene como metro y medio de largo y contiene…, bueno ¿qué contendrá? ¿Quizá una alfombra? Pero ¿qué es lo que estoy viendo?

Exponiéndose bastante, Jonás volvió a agacharse y se tumbó, apoyando el vientre contra la rama. Esta cedió; se balanceaba y temblaba peligrosamente, mientras Jonás susurraba en el micrófono:

—¡Si! Veo una sombra sobre la pared, una sombra grande, oscura, que se mueve lejos de la señora Göransson. No se trata de la sombra de la señora Göransson; eso prueba que hay otra persona en la habitación y… ¡un momento, por favor!

Jonás orientó el micrófono hacia la ventana; dentro se oía toser. La señora Göransson empezó a hablar tan claramente, que hasta David y Annika la pudieron oír:

—De todas maneras, quiero comprobar si está todo en orden.

Jonás susurró al micrófono:

—Si, hay otra persona en la habitación, alguien que por algún motivo no se muestra abiertamente; que calla, pero que tose. ¿Quién podrá ser? Ahora veo a la señora Göransson ir hacia la puerta. La sombra desconocida camina muy cerca de ella, se inclina y desaparece. Veo como quita el paquete de la pared y lo deja en el suelo. Se apaga la luz y la habitación queda a oscuras. Pero, en cambio, veo que…

Hizo una pausa y comenzó a bajar. Annika suspiró aliviada. Pero su alegría duró poco. Se acababa de encender la luz de la habitación de abajo. Jonás volvió a acomodarse en el árbol, unas cuantas ramas más abajo, pero aún bastante arriba. La casa tenía un alto zócalo de piedra, de manera que David y Annika no podían ver bien lo que ocurría dentro. Oían a Jonás murmurar al micrófono:

—¡Atención! La señora Göransson acaba de entrar en la habitación de la planta baja. Va hacia el teléfono, que está sobre una mesa al lado de la ventana. Se encuentra ahora más cerca de mí que antes, y tengo que obrar con mayor prudencia. Sin embargo, la sombra del hombre de la tos no puedo verla. Ahora la señora Göransson está hojeando un cuadernillo. Lo más probable es que esté buscando un número de teléfono. ¡Exacto! Lo ha encontrado y empieza a marcar…

Jonás orientó rápidamente el micrófono hacia la ventana para grabar el ruido al marcar.

Al mismo tiempo sonó el pitido de un tren que pasó atronadoramente. Por suerte era un tren corto. Cuando volvió el silencio, se podía oír la voz de la señora Göransson:

—Si, por supuesto, ya sé que corro ese riesgo. ¿A qué se refiere? No, no se ve, nadie se dará cuenta. Claro, aquí estuvo un viejo de esta localidad… No, naturalmente que no he cogido a uno cualquiera. En caso de que este viejo se fuera de la lengua, nadie le creería. ¡Sé bien lo que hago! Nadie lo toma en serio… Si, gracias, acabo de recibir la mitad del dinero. Pero ¿cuándo lo va a mandar? De acuerdo, saldrá bien. No olviden mis nuevas señas. Muchas gracias. Hasta pronto.

La señora Göransson colgó el teléfono, y Jonás retiró con cuidado el micrófono. Todo quedó en silencio. Ella permaneció un momento junto a la ventana, mirando fijamente la oscuridad de la noche. Durante todo la conversación había permanecido allí, de pie. Parecía como si mirara directamente a Jonás.

David y Annika contuvieron la respiración. ¿Lo habría descubierto?

Se acercó a la ventana y se asomó afuera. Había tal silencio que casi se podía oír su respiración. Los segundos parecían eternos. ¿Escuchaba algo? ¿Había oído algún ruido?

Finalmente se asomó más aún y desenganchó la contraventana. Justo cuando la cerraba, oyeron cómo decía en voz alta:

—¿Cuándo piensas salir?

La ventana se cerró con un golpe, y Jonás murmuró en el micrófono:

—Bien, amigos oyentes, ruego disculpen las molestias, ocasionadas por un ruidoso tren que iba hacia el sur. Ustedes mismos pueden comprobar las difíciles condiciones en que he realizado este reportaje. La ventana, abierta hasta ahora, está cerrada, y rápidamente se extiende la oscuridad y el silencio sobre la quina Selanderschen. Antes de finalizar mi reportaje quiero haceros algunas preguntas: ¿Sabremos algún día qué ha sucedido esta noche tras estas paredes? ¿A quién pertenece esa misteriosa sombra? ¿Pertenece al hombre que antes vimos remando en el río? ¿Quién es el hombre de la tos?

Jonás apagó el magnetofón y bajó del árbol. Annika le devolvió el zapato en silencio. De repente se dio cuenta de que tenía frío, pero ella estaba tiritando.

—¡Qué frío hace! —dijo—. Ha habido como una ráfaga de viento frío.

Los otros dos no dijeron nada. Jonás estaba ocupado otra vez con su magnetofón, y David parecía ensimismado. Tenía una expresión extraña en los ojos.

—¿Qué te pasa, David? ¿Se puede saber?

David se encogió de hombros y contestó que no era nada. Pronto volvió a tener el aspecto de siempre. Annika se sintió aliviada y dijo a Jonás:

—¡Ahora si que tenemos que volver a casa!

2. LA MALDICIÓN

David no tenía prisa por volver a casa. Quería estar solo. Cuando se separó de Jonás y Annika, se fue en dirección opuesta, a través del bosque.

Todo le iba mal cuando no se paraba a pensar de vez en cuando. No sobre algo concreto, sino para poner un poco de orden en su cabeza. No podía entender como había personas que se arreglaran de otra manera.

David se reía para sí. ¡Jonás era un tipo curioso! Podía hacer de un mosquito un elefante. ¡Que historias inventaba! Sin ir más lejos, transformaba al pobre hombre del bote en el hombre más sospechoso del mundo, en el misterioso hombre de la sombra y la tos.

¡Qué noche más maravillosa! Templada, silenciosa y llena de luz de luna. David empezó a pensar de nuevo en su sueño. Lo había olvidado completamente. Ni por la mañana, cuando se despertó, había pensado en él. Lo recordó al llegar allá abajo, junto al río. Nunca había vivido algo parecido. Era, en realidad, una especie de sueño real. ¿Podría tener algún significado?

Le parecía como si fuese cómplice de algo prohibido. Como si hubiera estado, en sueños, en algún sitio donde no debería haber estado. Le parecía estar merodeando por un terreno donde uno sabe que hay un cartel que dice: “¡Prohibida la entrada a toda persona ajena!”.

David paseó al azar por el bosque. Papá estaría todavía en la iglesia. Siempre se le hacía tarde cuando hablaba con Prosbst Lindroth. Estarían hablando de la canción que papá estaba componiendo para el coro parroquial.

Rara vez había alguien en casa cuando David regresaba. La mayor parte de las veces estaba silenciosa. Nadie le esperaba. Cuando aún era pequeño, encontraba eso un poco triste; sin embargo, ahora le gustaba. Se había acostumbrado a ello. Había pasado ya tanto tiempo desde que se fue mamá… Ya no preguntaba por ella, y papá no la mencionaba nunca. No quería estar triste… Poco a poco creció en él el sentimiento de que ella nunca había existido.

¡Qué silencio había en el bosque! Andaba con cuidado para no asustar a ningún animal. De pronto crujieron unas ramas delante de él. Se quedó parado, asustado. ¿Habría despertado a un alce? Pero no…: lo que venía hacia él, por el bosque, en medio de la oscuridad era un hombre. No pudo evitar que su corazón diera un salto.

Al principio no reconoció al que venía, pero luego vio que era el viejo Ante, borracho como de costumbre. Así que no tenía nada que temer; aun así, intentó esquivarlo. Cuando estaba bebido, ¡se volvía tan agresivo…!

Pero, al final, no pudo esquivarlo. Fue descubierto. Ante vino tambaleándose hacia él y gritó furioso:

—¿Quién anda ahí fisgando por el bosque? ¡Sal, que te pueda ver!

—¡Buenas! Soy yo, David.

Ante se quedó parado. Agitaba la botella que llevaba, escuchando atentamente si tenía todavía algo dentro.

—Soy David, ya me conoces —dijo, y se adelantó.

—¡No, no te conozco!

—David Stenfäldt, del pueblo…

—¡Cierra la boca! —lo interrumpió Natte—. No puedo oír si hay alguien más por ahí.

David no tenía ganas de continuar y dio un paso adelante.

—Bueno, entonces adiós, Ante. Me voy a casa, que ya es hora de que me meta a la cama.

—¡Al demonio con la cama! ¡Quiero hablar contigo! ¡Quiero saber que estás haciendo aquí!

—Sencillamente, estoy dando una vuelta por el bosque.

Estaban de pie, uno frente al otro. Ante quitó el tapón de la botella y se la metió en la boca. Receloso, miraba fijamente a David, mientras tragaba. Le temblaban peligrosamente las piernas, y tuvo que sentarse sobre el tocón de un árbol.

—¡Ni en el “Monte de la Horca” puede uno tener tranquilidad! —dijo.

—Yo no quiero molestar…

—¡Ya has molestado! ¡Y ahora quiero hablar contigo!

David miró a su alrededor. ¿Por qué estaría Ante tan fuera de sí?

—¿De verdad era éste, hace tiempo, el lugar donde ahorcaba a los condenados? —preguntó por decir algo.

Ante lo miró con la boca abierta.

—¿Nos conocemos? —preguntó desconfiado—. ¿Has dicho que nos conocemos?

—Si, nos vemos de vez en cuando allá abajo, en el pueblo.

—¡No puedo acordarme!

David sentía como Ante se iba poniendo por momentos más furioso. Por supuesto, Ante era digno de lástima; pero ¿acaso tenía él la culpa?

—¡Al infierno contigo! —gritó el borracho—. ¡Ahora escúchame, pues quiero hablar contigo!

—¿Es algo importante?

—¿Ahora también te vuelves impertinente? ¡Cuando yo digo que quiero hablar, es que es algo importante! ¿Entendido?

—Por supuesto, está claro.

—¿Por dónde has estado andando esta noche?

—Hemos estado dando una vuelta por el pueblo.

—¿Qué significa “hemos”?

Aquello resultaba ya un interrogatorio. David no sabía cómo ponerle fin. No tenía nada que pudiera interesarle a Ante. Sin embargo, lo mejor sería contestarle.

—Jonás, Annika y yo. ¿Por qué Ante?

—¡No deberías ir por ahí de noche!

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