Los guardianes del tiempo (50 page)

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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
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En la capital, mientras el tirano continuaba su perorata, tratando de mantener cierta dignidad frente a un público que ahora le era abiertamente hostil, la plaza se fue llenando de aquellos disidentes y estudiantes cuya presencia se había intentado evitar al escoger cuidadosamente las empresas que habrían de nutrir el acto, y dentro de cada una de ellas a los "proletarios" más afectos al régimen.

El dictador, vitoreado por un exiguo puñado de leales que se habían acercado hasta las primeras filas, prometió subir los sueldos y ofreció otras medidas destinadas a congraciarse con la población. Abrevió y terminó cuanto antes, tratando de que no se notara que se marchaba humillado. El general Vlad le dedicó una mirada glacial.

Bucarest, 21 de diciembre de 1989.15:00

Al interrumpirse la emisión televisiva, Silvia y Florian, con algunos amigos y compañeros de estudios, se habían echado a la calle para unirse al grupo cada vez más nutrido de manifestantes contra la dictadura. Habían llegado a la plaza y se habían desgañitado gritando "¡Timisoara, Timisoara!", "¡Libertad!" y "¡Abajo el comunismo!". En un par de ocasiones, Silvia pensó que debía estar en su casa, que tal vez Cristian y su madre estarían preparándose para salir de Rumanía. "Pues yo me quedo", se dijo. "Éste es mi lugar… éste es nuestro momento y no me lo voy a perder".

Muchos de los manifestantes convocados al mitin original, de adhesión al régimen, estaban muertos de miedo e intentaban salir de la plaza, mientras los jóvenes y los disidentes intentaban entrar. La Securitate, contra toda lógica, dejaba entrar pero no salir. Había cerrado todas las salidas excepto la meridional, hacia la plaza Universitatii. Allí se fue congregando una inmensa concentración anticomunista. Pero aquella gran plaza también era un escenario cuidadosamente diseñado por la Securitate. El hotel Intercontinental estaba fuertemente protegido desde horas antes por las FOI, como si ya supieran que iba a haber incidentes y que se iban a desarrollar precisamente allí. Por las avenidas llegaban columnas de blindados de la Securitate y batallones enteros tanto de ese poderoso cuerpo como del ejército. Tenían instrucciones, desde primera hora de la mañana, de marchar hacia ese punto en concreto. Los camiones de bomberos, preparados para lanzar agua a presión contra los manifestantes, ya estaban perfectamente alineados allí desde antes de que se formara la concentración. La masa humana creía haber reventado el cerco policial, pero en realidad fue conducida hacia aquella explanada como un inmenso rebaño.

—Deja que me suba a tus hombros, Florian —le pidió Silvia cuando llegaron a Universitatii. El chico habría estado encantado en cualquier otro momento, pero ahora temía por la seguridad de ella.

—No, no, serías un blanco muy fácil —pero en la plaza ya había bastantes personas subidas a hombros de otras para arengar a los demás o simplemente para ver mejor. Al final Florian cedió y Silvia se subió a sus hombros. Se abrió un par de botones de la blusa y sacó una de las banderas sin escudo que había recortado su madre. Mientras la desplegaba comenzó a entonar el antiguo cántico:
"Despierta, rumano, del sueño de la muerte / en el que te sumieron los bárbaros tiranos. / Ahora o nunca, fórjate otro destino / ante el cual se inclinen hasta tus crueles enemigos…"
. La melodía prendió como la pólvora y por unos momentos toda la plaza fue un gigantesco orfeón, mientras aparecían por doquier decenas de banderas agujereadas.

—Conmovedor —Popescu acababa de llegar de la televisión y observaba la plaza con escepticismo—. Parece que mi idea de las banderas ha gustado también a los bucarestinos. Las primeras las mandé distribuir en Timisoara. Mañana repartiremos flores a las mujeres para que las pongan en los fusiles de los soldados y en los cañones de los tanques, como en Portugal.
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Seguro que así ablandan al ejército, al menos a nivel de tropa. Los soldaditos son tan impresionables… Pero, para ser creíble, toda revolución popular debe tener sus mártires —le dijo, impasible, a su lugarteniente. A continuación le ordenó la primera carga contra la gente congregada en la plaza Universitatii.

Silvia y Florian vieron cómo de pronto todo el mundo echaba a correr hacia el Teatro Nacional, pero un grupo de gente, sobre todo jóvenes, entrelazaron sus brazos para formar una barrera de contención. La idea era obvia: frenar en algo el avance de la tropa para permitir a los demás ponerse a salvo. Sin pensarlo dos veces, Silvia se unió a ese grupo. Florian ya estaba corriendo en dirección opuesta pero no fue capaz de dejarla allí. Con los ojos húmedos y la cara llena de terror se fue junto a ella y se unió a la cadena humana. Silvia le besó en los labios y se pegó a él. Los soldados ya estaban a menos de cincuenta metros y detrás de ellos venían los blindados de la Securitate. Cuarenta metros. Se oyeron algunos gritos de pánico. Treinta. Una mujer de unos cincuenta años se salió de la barrera y huyó aterrorizada. Veinte metros. La mayoría no pudo resistir el miedo, y el grupo se desbandó. "¡Corre!", gritó Florian a Silvia, tirando de su mano mientras las FOI se acercaban a toda velocidad.

Aurel Popescu había diseñado con precisión una estrategia que no podía fallar. La Securitate prácticamente se dividió en torno a dos objetivos, aparentemente opuestos. Uno, alentar a los disidentes y convertir aquella chispa de protesta ciudadana en un fuego con vida propia (incluso se repartió numerosas armas entre los manifestantes anticomunistas y también entre algunos partidarios acérrimos del régimen, para provocar combates y bajas). Y el otro, reprimir ferozmente a los manifestantes para echar más leña a ese mismo fuego, provocando así una revolución en toda regla.

Como había pasado días antes en Timisoara, se sucedieron espontáneamente los ataques a edificios del partido, los discursos de disidentes reconocidos y de cabecillas espontáneos en improvisadas tribunas callejeras, la huida ante las fuerzas de la Securitate y del ejército, y el reagrupamíento en otros puntos… el grito de rabia de todo un país al atreverse por fin a despertar de la anestesia totalitaria.

—¡Los matáis a tiros y los echáis en fosas comunes! ¡¿Entendido?! —exigiría esa misma tarde una iracunda Elena Ceausescu, que llevó la voz cantante en el gabinete de crisis reunido en la sede del Comité Central—. ¡Que no salga vivo ni uno! ¡Ni uno!

Ante la magnitud de la revuelta, la "primera dama" había olvidado de momento la operación que, en teoría, debía de estar coordinando Cristian Bratianu. El problema más acuciante era su propia seguridad y la de su marido, que les obligó a permanecer esa noche en el búnker de aquel edificio.

Bucarest, 21 de diciembre de 1989.15:30

Cristian frenó bruscamente ante las barricadas que protegían la misión diplomática. Diana y él salieron rápidamente y se abrieron paso hasta la garita del centinela.

Una vez en posesión del maletín, se habían ido discreta pero apresuradamente del Comité Central mientras el dictador y su séquito salían al balcón. Habían subido a pie por la calle Victoriei hasta que un control de la Securitate les cerró el paso. Credencial en mano, Cristian logró que se apartaran los
securistas
, y llegaron hasta la bocacalle donde les esperaba el coche oficial de Cristian. El chófer, Vasile, les abrió la puerta y cumplió lo mejor que pudo las instrucciones de su jefe: " ¡A Primaverii, Vasile, pero vuele!".

En unos minutos, Cristian había recogido los principales documentos de su antecesor en la unidad Z, guardándolos en el maletín junto a la llave y la tablilla. Después, Diana y él se habían apresurado a destruir todo el resto de la documentación. No debía quedar nada sobre las conjeturas de Calinescu, sobre la antigua civilización perdida, sobre la fuente de energía… Las máquinas trituradoras de papel no daban abasto. Finalmente terminaron su tarea y salieron del búnker.

—Las llaves, Vasile. Usted se queda aquí.

Al salir del edificio vieron llegar, a escasos doscientos metros, a las tropas de asalto que se disponían a tomar para la Securitate la residencia del Conducator. Entraron rápidamente en el coche oficial y arrancaron. Tuvieron que dar un gran rodeo para llegar hasta la embajada británica, fuertemente defendida ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Cuando el oficial al mando de la seguridad interior llegó a la garita, Diana cruzó unas palabras en inglés con él, y enseguida les dejaron pasar y les condujeron ante Martin Wallace.

El Sabio 412 y alto dirigente del MI6 había entrado clandestinamente en el país esa misma mañana con un comando del SAS.
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Les condujo a un despacho. Abrió el maletín y sacó la llave, mirándola con asombro y respeto. Sintió el enorme privilegio de ser el primer miembro de la Sociedad desde hacía tres milenios que tenía en sus manos un objeto original de Aahtl: nada menos que la llave de la Herencia. Pero enseguida se dio cuenta de que el tiempo apremiaba y volvió a colocarla en su sitio.

—Felicidades por la operación. Al final lo hemos conseguido, aunque por los pelos. Ahora debe venir usted conmigo: su presencia en el momento de la apertura es fundamental —le dijo a Diana en lengua de Aahtl, sin recordar que ella aún no la había aprendido. Cristian se quedó muy sorprendido ante aquel extraño idioma, que le pareció prácticamente impronunciable. Pero Wallace se dio cuenta de su gran error y lo corrigió como pudo.

—Ah, no, claro, si aquí lo que se habla es rumano, por supuesto —improvisó torpemente en inglés—. Nada que ver con las lenguas de tipo…

—¿Cómo vamos a proceder? —le interrumpió Diana algo irritada, principalmente para cambiar de tema.

—Pues simplemente vamos a hacer el camino inverso al que me ha traído hoy aquí. Vamos a salir inmediatamente con dos coches blindados de la embajada. Los helicópteros nos están esperando ocultos en un lugar apartado, cerca de Zimnicea —dijo mirando a Cristian, que asintió al reconocer el nombre, correspondiente a un pueblo muy cercano a la frontera búlgara—. Desde allí volaremos a Salónica atravesando Bulgaria a muy baja altura. De todas formas llevamos un buen equipamiento antirradar.

—Pero antes tenemos que recoger a mi madre y a mi hermana —dijo Cristian, alarmado.

—Comandante, nuestro plan es salir de inmediato y que la agente Román venga con nosotros. Usted saldrá del país con su familia, por tierra. Así es como lo ha dispuesto Marina García, para darle a usted y a su familia el tiempo necesario, pero sin retrasar el transporte de los objetos. Y es esencial que Diana viaje con ellos. Pero no se preocupe: en la embajada de España ya le está esperando el agente Fernando Carcedo, del CESID, con dos coches para llevarles a Belgrado, y desde allí en avión a Madrid. Carcedo le dará pasaportes diplomáticos españoles para usted, su madre y su hermana. Le recomiendo que no tarde demasiado en recogerlas y llevarlas a la legación española. Su misión ya ha terminado. Nosotros nos vamos directamente a Gibraltar. Tengo un reactor esperándonos en el aeropuerto de Salónica.

—Déjenos solos un momento, por favor —le pidió Diana.

Cuando se hubo marchado Martin Wallace, Cristian y Diana se fundieron en un abrazo y se besaron con tanta pasión como temor.

—Cristian, hazle caso a Wallace, por favor. Te vas a casa ahora mismo, las recoges y te las llevas a la embajada de España sin perder ni un minuto… Quién sabe cuándo se dará cuenta Popescu de que has desaparecido. O la vieja de que te has inventado una operación inexistente para que te dé la llave.

—Sí, tranquila. Me voy ya. Nos vemos mañana en Madrid —le dijo con más ganas que certidumbre mientras sus labios se acercaban y Cristian presentía que aquel beso podía ser el último.

—Que sólo la razón te guíe —le dijo Diana en español, y de inmediato se sorprendió de haber pronunciado esa frase.

—¿Cómo?

—Nada, Cristi. Que tengas cuidado.

Dos horas más tarde, los helicópteros británicos burlaban a muy baja altura y a toda velocidad el control aéreo búlgaro, mientras los pilotos tenían buen cuidado de no enganchar el tendido eléctrico ni las antenas de televisión. Diana le puso al día sobre los sucesos de Bucarest y Wallace sobre el túnel entre la isla Perejil y el sistema de cuevas situadas bajo el lecho marino, con origen en Gibraltar. Había habido suerte: los dos sistemas, que descendían hasta una profundidad increíble, apenas estaban separados por unos setenta metros. En unos pocos días más se esperaba completar la galería y evitar así la extracción del arcón por Gibraltar, una operación llamativa y muy compleja, ya que al fondo de las cuevas de Saint Michael había numerosos puntos donde los túneles estaban sepultados por toneladas de roca o incluso inundados por filtraciones de agua marina.

Frontera rumano-yugoslava, 21 de diciembre de 1989. 23:45

El Mercedes blanco blindado, con placa diplomática, llevaba un pequeño mástil con una bandera española en la parte izquierda del capó. Hasta ahora había logrado sortear todos los controles desde que abandonaron Bucarest. Ahora estaban saliendo de la población fronteriza de Drobeta Turnu Severin, y apenas quedaban diez kilómetros y un largo puente para entrar en territorio yugoslavo.

—Tranquila, señora Bratianu, pasaremos la frontera sin problemas. Además de los pasaportes tengo un salvoconducto del general Iulian Vlad —el agente español, que se comunicaba con ella en francés, prefirió no revelarle que el salvoconducto era una falsificación preparada unos días antes en los talleres del CESID. Delante, junto al chófer viajaba un gorila del servicio secreto cuya función se adivinaba con sólo mirarle.

—No, señor Carcedo, si lo que me preocupa son mis hijos. Los dos.

—No debe inquietarse, señora. Cristian es un agente de primera. Ya verá como pronto localiza a Silvia y se reúne con nosotros en Belgrado. He dejado en la embajada a uno de mis mejores hombres encargado de proporcionarles el mismo transporte y la misma documentación que llevamos nosotros.

—Mi hija es tan testaruda… ¡Le supliqué que no se marchara esta mañana, que se quedara conmigo esperando a Cristian! Pero nada, ella siempre tiene que hacer lo contrario de lo que se le dice.

El vehículo se detuvo en el puesto de control rumano. El
securista
que había tomado el mando, sustituyendo al oficial de la policía de fronteras ante la situación de emergencia nacional, se acercó y revisó los pasaportes. Luego se dirigió a Carcedo en inglés.

—Disculpe, señor… —releyó la documentación—, señor agregado, pero no pueden ustedes salir del país. La frontera está cerrada hasta nueva orden.

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