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Authors: Olga Lengyel

Tags: #Bélico, #Biografía

Los hornos de Hitler (4 page)

BOOK: Los hornos de Hitler
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El joven abogado seguía contando historias horribles, hasta que su médico le prohibió hablar. Le aguardaba un largo y peligroso viaje, y tenía que descansar. Cuando iba yo saliendo del cuarto, llegó su madre con un sacerdote. Ella quería que su hijo se confesara, y que le fueran aplicados los santos óleos, pues temía que muriera durante la jornada que le aguardaba, debido a su crítico estado, o podría encontrar la muerte a manos de algún centinela de la frontera.

Estaba perfectamente justificado el temor del obispo Aron Marton acerca de la colaboración del gobierno pro nazi húngaro hacia los alemanes. A partir del 19 de marzo de 1944, cuando llegó el ejército alemán y la
Gestapo
a Hungría, la situación de todos los que no estaban de acuerdo con la ocupación alemana y eran anti nazis, como también la de los hebreos, se había hecho peor cada día. En el pasado, Hungría ya había sufrido las consecuencias de una ocupación por los alemanes. Pero el gobierno pro nazi parece que ya había olvidado esto, incluyendo el famoso poema que fue escrito exclusivamente para recordarle al pueblo húngaro este periodo trágico. La esencia de este poema repite varias veces al estribillo con la siguiente advertencia: «Húngaros, no creáis en los alemanes, y haced caso omiso de las dulces promesas que os hacen para convenceros». Pero el general Dome Stojay, nuevo Primer Ministro, había prometido a los alemanes su completa colaboración, y el general era un hombre que cumplía su palabra.

El hombre nombrado por los alemanes como director de la exterminación de los judíos, era el
SS Obersturmbannführer
Adolf Eichmann. Después de dirigir la exterminación de judíos en países europeos ocupados, llegó a Budapest el 21 de marzo, para «hacerse cargo» de los judíos húngaros. Dirigía sus operaciones desde su oficina llamada
Juden Commando
, Comando Judío, establecida en el «Hotel Majestic» en Budapest, y algunos de sus ayudantes eran el Barón Dieter Von Wisliceny, miembro de una antigua familia prusiana, y convertido ahora en un
Hauptsturmführer
, el teniente coronel Hermann Krumey, el coronel Kurt Becher, el
Obersturmbannführer
Brunner, el capitán Hunsche, Novak, el doctor Seidle, Dannegger y Wrotk, etcétera.

Eichmann, quien ya había sido asignado a un campo de la
SS
en Dachau en 1934, tenía una larga experiencia en la matanza de judíos, desde 1938. Pero llegó a la cima de su carrera como el mayor asesino de todos los tiempos en la «Conferencia de Wannsee», en el 20 de enero de 1942. En esta conferencia, efectuada en el nº 56-58 de Grossen Wannsee Strasse en Berlín, Eichmann fue nombrado director ejecutivo del infamante plan de los alemanes llamado: «La Solución Final para los Judíos». Con gran entusiasmo aceptó el nombramiento y la tarea de exterminar más de once millones de judíos que habitaban en los territorios ocupados por los alemanes. Precisamente en esta conferencia, Eichmann sugirió muchas ideas útiles que fueron acogidas con beneplácito por parte de los «Grandes de Alemania» ahí reunidos.

Hungría era aliada alemana y fue por lo tanto el último país europeo ocupado por los alemanes. Eichmann tenía una ardua tarea que hacer en Hungría. Tenía la vida de cerca de 800 000 judíos en sus manos, para exterminarlos. En este tiempo la maquinaria de guerra alemana tropezaba con dificultades, y la posición de Hitler era cada día más crítica. Las cosas en Bulgaria y Rumanía no iban muy bien para el
Tercer Reich
.

¡Eichmann se encontraba hondamente preocupado! ¿Qué ocurriría si el pueblo de Hungría, última posesión de la insaciable ambición de Hitler, se despertara y protestara contra la deportación de judíos…? Pero su preocupación no tenía fundamento. Desgraciadamente, el gobierno húngaro pro nazi se sobrepasó en su colaboración, tomando una actitud que sorprendió al mismo Eichmann, prestando más que ayuda a los alemanes.

El 20 de abril de 1944, a las 4 de la tarde, miembros del gobierno húngaro pro nazi solicitaron entrevistar oficialmente a Eichmann en el Hotel Majestic. Le entregaron personalmente una petición firmada, en la cual, los húngaros solicitaban al gobierno alemán —su aliado—, y a su digno representante, el
Obersturmbannführer
Adolf Eichmann, la deportación de los judíos húngaros, prometiendo prestarles toda clase de ayuda para llevar a cabo esta solicitud, en la forma de reunir a los judíos en
guetos
[12]
, y llevarlos a la estación, encerrarlos en vagones de ferrocarril, para transportarlos a campos de concentración acompañados por los policías húngaros orgullosos de sus famosas plumas de gallo que llevaban en sus cascos.

Eichmann tuvo que prometerles a los miembros del gobierno húngaro que ningún judío regresaría a Hungría con vida. Eichmann sonrió maliciosamente, ya que en ninguna parte de Europa tuvo una tarea tan fácil. En otros países había tenido que pelear materialmente con los gobiernos que rehusaban entregarles a los judíos. Tenía que hacer uso de toda su fuerza y triquiñuelas para que la vida de los judíos pudiera ser puesta en sus manos. Éste era el primer país en que el gobierno venía por propia voluntad a entregarle a sus hebreos. Los requisitos necesarios fueron llenados, y los papeles firmados. 800 000 vidas humanas acababan de ser condenadas a muerte.

Después de concertado el trato, y complacidos así los deseos del gobierno húngaro pro nazi, alemanes y húngaros chocaron sus tacones y amigablemente se dieron un apretón de manos en señal de despedida, como correspondía despedirse de aliados amigos y perfectos caballeros.

Al tener lugar las deportaciones en masa, el almirante Horthy, regente de Hungría, recibió innumerables protestas. El Vaticano envió notas suplicantes a Horthy, insistiéndole que debía impedir la deportación de hebreos en Hungría. El rey de Suecia, el presidente Roosevelt y otros firmemente insistieron en que Horthy debería terminar con la persecución judía. El gobierno de Suiza, Suecia y Estados Unidos ofrecieron refugiar ciertas cantidades de judíos en sus respectivos países. Similar ofrecimiento fue hecho también por el Consejo Americano de Refugiados. Voces oficiales de Norteamérica en discursos por radio, amenazaron a Horthy diciendo que al final de la guerra todos aquellos que fueran responsables por la muerte de los judíos, serían juzgados por un tribunal de guerra. Pero nada detuvo a los húngaros nazis. En julio de 1944 los alemanes y húngaros nazis hicieron un convenio para hacer prisionero al mismo Horthy y apoderarse del gobierno, pero su plan fue descubierto por los seguidores de Horthy. Más tarde, Horthy se vio obligado a renunciar, y escapó de Hungría para salvar su vida. Cuando Budapest fue parcialmente rodeada por las tropas rusas hacia finales de noviembre y principios de diciembre, alrededor de 40 000 judíos, en su mayoría mujeres ancianas y enfermas, así como niños también, fueron enviados a una marcha forzada ordenada por el nuevo Primer Ministro Szálasy y por el
Obersturmbannführer
Eichmann, vigilados por los Honvéds
[13]
húngaros. Se les obligó a caminar bajo la lluvia helada y la nieve durante días enteros sin alimento y agua al campo de concentración alemán más cercano. Los caminos se encontraban materialmente flanqueados y bloqueados por los miles y miles de cadáveres de los que nunca pudieron llegar a su destino. La Cruz Roja desesperada por estos hechos mandó enérgicas protestas a Himmler. 15 000 judíos fueron asesinados en las riberas del Danubio en febrero de 1945, aun cuando hacia el final de diciembre de 1944, Budapest, la capital de Hungría ya estaba en poder de los rusos.

Después de la guerra me visitó en Nueva York el doctor Rezsó Kasztner, un bien conocido periodista y sionista de Cluj, la misma ciudad donde yo vivía. Me contó acerca de las negociaciones que él hizo con Eichmann en 1944, en Budapest, para tratar de salvar la vida de los hebreos. Eichmann le hizo una proposición fantástica. Le propuso vender la vida de 100 judíos por un camión militar. La vida de un millón de judíos a cambio de 10 000 camiones. Por desgracia esta operación nunca se pudo llevar a cabo. Aquí doy algunos nombres de las personas de quienes nosotros, los húngaros, siempre nos sentiremos avergonzados siquiera en recordar: Bárdossy Laszlo, Primer Ministro Húngaro, Solymosy, Subsecretario de Estado. Emil Kovács, Ministro del Gobierno Húngaro, Jaross, Ministro del Interior. Vites Endre y Laszlo Baky, del Ministerio del Interior. Dome Stojay, Primer Ministro, Szalasy Ferencz, Primer Ministro Húngaro, Laszlo Ferenczy, Teniente Coronel de la Policía, Gábor Vajna, Ministro del Interior y Laszlo Endre. Recuerdo solamente estos nombres por el momento, pero eso no quiere decir que los nombres de aquellos a quienes no recuerdo han sido exentos de la responsabilidad de sus crímenes. Todas estas personas y sus cómplices, culpables en grado máximo por las atrocidades cometidas, como los de nosotros que no cometimos crímenes, pero que no hicimos nada por impedir que Hungría llegara a tales extremos, somos responsables en parte por la posición que Hungría tendrá en la sociedad de las naciones, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los hechos sean juzgados por el mundo entero. ¡Nuestra culpa! ¡Nuestra culpa! ¡Nuestra máxima culpa!

Tuvimos en efecto algunas experiencias alarmantes en Cluj, y al meditar ahora sobre ellas, me doy cuenta que debimos haberlas tomado como avisos de lo que verdaderamente estaba pasando. La experiencia más significativa ocurrió a principios del año de 1944. Un día, mi esposo fue llamado a la Estación de La Policía de Seguridad, y sometido a interrogatorio por la temida
SS
Fue acusado de boicotear el uso de medicamentos e instrumentos médicos alemanes en su clínica. Afortunadamente el doctor Lengyel pudo dar una satisfactoria explicación y las
SS
lo dejaron en libertad. Privadamente, estábamos de acuerdo que el interrogatorio se debía a una denuncia. Ahora sabíamos que por las informaciones obtenidas, el doctor Lengyel debía ser vigilado constantemente por los alemanes. Representantes de la Compañía Bayer Alemana, como averiguamos después, eran secretamente miembros de las
SS
y de la «Quinta Columna», y tranquilamente se movían a través de Transilvania, con objeto de aumentar sus ganancias, y a la vez hacer propaganda para su país, Alemania. Habían tendido una amplia red de espionaje, y un hombre que era propietario de un gran hospital y que no simpatizaba con el
Tercer Reich
, presentaba un fácil blanco para sus maquinaciones. No recuerdo con exactitud los nombres de los representantes de la Compañía Bayer. Generalmente visitaban a mi esposo o a sus ayudantes. Pero recuerdo claramente a un hombre llamado doctor Capezius,
[14]
alto, fuerte, bien parecido, de cabello oscuro y finos modales. Él era un húngaro de origen alemán que los húngaros llamaban «
svab
».
[15]
Entonces no podía imaginarme que pronto por mis propias experiencias iba a saber más sobre el doctor Capezius y que otras ocupaciones tenía además de ser un alto empleado de la Compañía Bayer. Al mismo tiempo que trabajaba para la Compañía Bayer, tenía un puesto importante en la maquinaria del
Tercer Reich
. Era el director del depósito de productos farmacéuticos en Auschwitz-Birkenau. Este nombramiento en el campo de exterminación más grande de los alemanes, significaba que el doctor Capezius recibía y distribuía las inyecciones de veneno para la práctica de la eutanasia, así como el material que se usaba en los inhumanos experimentos que practicaban en los prisioneros, y las aplicaciones del famoso gas
Zyclon-B
, con el que mataban a millones y millones de personas en Auschwitz.

No pasó mucho tiempo después del primer interrogatorio que de nuevo el doctor Lengyel fue llevado a la estación de la Policía. Aprovechando la salida de mi esposo el doctor Osvath, me telefoneó citándome urgentemente para hablar con él en la oficina de mi esposo. Lo encontré sentado con mucha desfachatez en el escritorio de mi esposo. Sin levantarse al entrar yo, apuntó con una mano a una silla que se encontraba a un lado del escritorio. Pensando en mi esposo y en el lugar que se encontraba, me preocupaba por qué me había llamado tan urgentemente el doctor Osvath.

—¿Sabe usted la razón por la que el doctor Lengyel fue llamado a la Policía Secreta?

—¿Está en peligro? ¡No me oculte nada! —Le supliqué.

—No, no le ocultaré nada. El que su esposo se encuentre en peligro o no, depende de usted —me dijo.

—¡Oh, yo estoy dispuesta a hacer lo que sea con tal de que él regrese sano y salvo! —Exclamé, sin tener la más remota idea de lo que este hombre se proponía.

Entonces el doctor Osvath se dirigió a la doctora Charlotte Holder quien era ayudante en jefe de cirugía en el hospital de mi esposo, que se encontraba en el cuarto, y le pidió que saliera de la oficina. Al quedarnos solos, se inclinó hacia adelante, apoyando ambos codos en el escritorio, y con una voz leve como un susurro, cual si temiera que alguien oyera lo que tenía que decirme, comenzó a hablar.

—Creo que no necesito decirle que desde la llegada de los alemanes a Hungría el país ha sufrido cambios considerables. Por ejemplo, mi posición actual es envidiable en la actualidad porque tengo muchos amigos alemanes. Como usted sabe, yo soy de origen alemán, un «
svab
» como ustedes los húngaros nos llaman. El Jefe de la
Gestapo
es mi íntimo amigo. Él y sus compañeros cenan en mi casa casi a diario. Precisamente ayer les ofrecí una fiesta. La cena consistió en lechón al horno,
chicken paprikas
pollo al pimentón, y como postre
apfelstrudel
. Bebimos vino y champaña hasta las 4 de la mañana. Estas fiestas las hacemos con frecuencia. ¡Yo soy un hermano de ellos! No hay nada que yo deseara que no fuera cumplido en el acto. Bastaría una palabra mía y las gentes desaparecerían sin dejar el más leve rastro.

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