Los ingenieros de Mundo Anillo (40 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los ingenieros de Mundo Anillo
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—¿Es bueno para comer?

Los ojos del adulto se cruzaron con los de Luis. Éste ensanchó la sonrisa permitiendo que asomaran los dientes.

—No —dijo el adulto.

Con la seguridad que le daban cuatro guerras Kzin-Humanidad (sin contar los innumerables incidentes), a siglos de lejanía en el pasado, pero todas ganadas por los hombres, Luis siguió sonriendo y asintió con la cabeza. Díselo, papaíto. ¡Dile que comer carne humana es más perjudicial que comer arsénico!

El Mundo Anillo, veinte años después:

El calor de las paredes le bañó el cuerpo en sudor. No le importó. Sabía lo que era una sauna. Setenta grados apenas son calor para una sauna.

La voz grabada del Inferior gruñía y maullaba en la Lengua del Héroe, ofreciendo asilo en la Flota de los Mundos.

—¡Quita esa grabación! —ordenó Luis.

Y fue obedecido.

Las llamas, muy crecidas, lamían las escotillas. El vehículo portador del cañón había sido apartado. Un par de kzinti, apenas visibles a través de las vaharadas de aire caliente, cruzaban el patio a saltos y arrojaban bidones debajo del módulo, para refugiarse luego en la seguridad de los zaguanes.

Aquellos no eran kzinti normales: no estaban tan civilizados como Chmeee. Si llegaban a echarle la zarpa a Luis Wu… Pero allí dentro se hallaba a salvo.

Luis trató de distinguir algo a través de las llamas. Habían echado hasta seis bidones debajo del módulo. Bombas, sin duda alguna. De un momento a otro harían que explosionaran, sin esperar a que el calor las hiciera detonar una a una.

Luis sonrió. Sus manos se apoyaron en los mandos mientras luchaba contra la tentación. Luego programó las instrucciones con rapidez. Los botones estaban incómodamente calientes. Afirmó las piernas y se agarró al respaldo del asiento, después de protegerse las manos con el mono de vuelo.

La naveta se elevó entre las llamas y al mismo tiempo estalló un anillo de bolas de fuego abajo. En pocos segundos, el castillo quedó reducido al tamaño de un juguete, cada vez más pequeño. Luis aún sonreía; se sentía virtuoso, puesto que había vencido la tentación. Si hubiera despegado con el reactor de fusión, en vez de limitarse a usar los propulsores, los kzinti habrían tenido oportunidad de maravillarse de la potencia de sus explosivos.

Hubo un chaparrón como de granalla sobre el casco y las escotillas. Luis miró hacia arriba, sorprendido, y vio que una docena de juguetes con alas maniobraban hacia él. Luego, los aviones se apartaban volando en curva. Luis hizo una mueca y ajustó el piloto automático para estabilizar la naveta a una altitud de ocho kilómetros. No estaba seguro de desear quitarse de encima aquellos aviones. Tal vez no.

Poniéndose en pie, se encaminó hacia la escalera.

Luis soltó un bufido cuando hubo leído los instrumentos, y llamó al Inferior.

—Chmeee está completamente curado y duerme pacíficamente dentro del autoquirófano. El automático no le despierta para que salga, porque las condiciones exteriores no son conformes para la habitabilidad.

—¿Que no hay habitabilidad?

—Hace demasiado calor. El autoquirófano no está programado para permitir que el paciente salga a exponerse a una hoguera. Ahora que hemos salido de las llamas las cosas van a enfriarse un poco.

Luis se pasó la mano por la frente y el sudor le corrió hasta el codo.

—¿Querrás explicarle a Chmeee la situación cuando salga? Necesito una ducha fría.

Estaba en la ducha cuando el suelo retembló bajo sus pies. Luis echó mano a una toalla y se envolvió en ella mientras subía corriendo por la escalera. Los proyectiles seguían lloviendo sobre el casco.

Despacio, con mucho cuidado, como si todavía se sintiera herido, Chmeee se volvió, apartando su atención de los mandos. Bizqueaba horriblemente y tenía todo el pelo afeitado alrededor del ojo. Una tira de piel sintética le corría por todo el muslo hasta la ingle.

—Hola, Luis. Ya veo que has sobrevivido —dijo.

—Sí. ¿Qué haces?

—He dejado hembras embarazadas en el castillo.

—¿Crees que se van a morir ahora mismo? ¿O podemos permanecer al pairo un par de minutos?

—¿Tenemos algo que discutir? Te considero lo bastante inteligente como para no meterte en esto.

—Tal como están las cosas, tus hembras habrán muerto dentro de dos años.

—Me las llevaré a casa en estasis, a bordo de la «Aguja». Todavía confío en convencer al Inferior…

—Convénceme a mí. He asumido el mando de la «Aguja».

Chmeee movió las manos y el suelo brincó brutalmente. Luis se aferró al respaldo de un sillón, mientras una ojeada a los instrumentos le indicaba que la «Aguja» había frenado su descenso. El chaparrón de proyectiles había cesado también, aunque los aviones seguían dando vueltas alrededor del módulo. La fortaleza estaba debajo de ellos, como a ochocientos metros.

—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó Chmeee.

—Le fundí el motor de la hiperpropulsión.

El kzin se movió con una rapidez tremenda. Antes de que Luis pudiese hacer ni siquiera un gesto, se vio arropado en una manta de pelo anaranjado. El kzin retenía a Luis contra su pecho con un brazo, mientras amenazaba con su garra los ojos del humano.

—Muy listo —dijo Luis—. Pero que muy listo. ¿Cómo continúan tus planes después de esto?

El kzin no se movió. La piel arañada de Luis soltó algunas gotas de sangre. Creyó que iba a romperle la espalda.

—Por lo visto, he tenido que salvarte otra vez.

El kzin le soltó y se hizo atrás cuidadosamente, como si temiese a sus propios impulsos.

—¿Nos has condenado a todos, o tienes alguna idea sobre cómo devolver el Mundo Anillo a su posición? —preguntó.

—Lo segundo.

—¿Cómo?

—Hace un par de horas te lo habría contado, ahora tendremos que buscar otra solución.

—¿Por qué lo hiciste?

—Quiero salvar el Mundo Anillo, y sólo había una manera de obtener la colaboración del Inferior. Ahora su vida también está en juego, y él lo sabe. ¿Qué puedo hacer para conseguir tu colaboración?

—Estás loco. Por mi parte, estoy interesado en descubrir la manera de desplazar el Mundo Anillo, aunque sólo fuese por salvar a mis descendientes. Tu problema es convencerme de que te necesito a ti para ello.

—Los Pak que construyeron el Mundo Anillo eran antepasados míos, ¿lo recuerdas? Estamos intentando adivinar cómo pensaban, ¿no? ¿Qué dispositivos previeron aquí y que pudieran servirnos para ese trabajo? Además tengo a dos bibliotecarios de la raza de los Ingenieros, con buenos conocimientos de historia del Mundo Anillo. Contigo no colaborarían, ya que te consideran un monstruo, y eso que aún no has acabado conmigo.

Chmeee lo pensó.

—Si me temen, me obedecerán. Es su mundo lo que está en juego. Y también son descendientes de los Pak.

La temperatura en el interior del módulo era ya demasiado fría para un hombre desnudo, pero Luis sudaba a mares.

—Tengo localizado el Centro de Reparación.

—¿Dónde?

Luis consideró la conveniencia de reservarse aquella información, pero no tardó en decidirse.

—En el mapa de Marte.

Chmeee se dejó caer en el asiento.

—¡Pues eso sí es impresionante! Esos kzinti exiliados averiguaron muchas cosas acerca del mapa de Marte durante su era de exploraciones, pero no averiguaron lo que tú dices.

—Apuesto a que desaparecieron muchas naves en las cercanías del mapa de Marte.

—Un piloto de avión me contó que en efecto desaparecían muchas, y que jamás se sacó del mapa de Marte nada de provecho. Los exploradores trajeron riquezas de otro mapa más alejado hacia el sentido del giro, pero nunca lo suficiente como para amortizar el coste de los barcos. ¿Necesitas el autoquirófano?

Luis se limpió la sangre de la cara con el traje de vuelo.

—Todavía no. Ese mapa más hacia el giro podría ser el de la Tierra. Así que no estaba defendida.

—A lo que parece, no. Pero hay otro mapa más a babor, y las naves que pusieron rumbo allí no regresaron nunca. ¿Podría encontrarse allí el centro de mantenimiento?

—No, aquello es el mapa de Down. Lo que pasó fue que se tropezaron con los Grogs.

Luis se limpió la cara otra vez. Las garras no se habían clavado mucho, pero las heridas del rostro suelen sangrar en abundancia.

—Ocupémonos de tus hembras embarazadas. ¿Son muchas?

—No lo sé. Seis de ellas estaban en celo.

—En todo caso, aquí no caben. Tendrán que quedarse en el castillo. ¿O crees que el amo del lugar les dará muerte?

—No, pero es muy posible que mate a mis hijos varones. Otro factor de peligro… En fin, sé cómo hacer frente a eso.

Chmeee se volvió hacia los mandos y agregó:

—La civilización más poderosa es la que han construido alrededor de una de las antiguas naves exploradoras, la Behemoth. Si averiguan que estoy aquí tal vez pongan cerco a la fortaleza.

Los aviones ardieron como antorchas mientras caían. Chmeee sondeó el cielo con el radar, el radar de profundidad y el infrarrojo. No quedaba nadie.

—¿No quedaban más, Luis? ¿Ha aterrizado alguno?

—No lo creo. Si lo hicieron sería porque se quedaron sin combustible, y no veo que haya muchas pistas por aquí… ¿Carreteras? Explora las carreteras. No des ocasión a que se comuniquen por radio con el gran barco.

Allí, la radio se propagaría hasta donde alcanzase la vista, y además era probable que la atmósfera del Mundo Anillo tuviese una capa de Heaviside.

Sólo había una carretera, y muy pocos tramos rectos en ella. En cambio, había más de una pradera lo bastante llana y extensa… Chmeee tardó algunos minutos más en darse por satisfecho y admitir que no quedase ningún avión.

—Ahora, a la fase siguiente —dijo Luis—. No puedes limitarte a exterminar todo ser viviente del castillo. Creo que las hembras kzinti no saben valerse por sí mismas.

—No… pero ocurre algo raro, Luis. Las hembras de ese castillo eran mucho más inteligentes que las del Patriarcado.

—¿Tan inteligentes como tú?

—¡No! Pero incluso disponen de un vocabulario reducido.

—¿No sería posible que los de tu raza seleccionasen expresamente a las hembras jóvenes por su docilidad, rehusando emparejarse con las que diesen signos de inteligencia, y eso durante cientos de miles de años? Al fin y al cabo, las especies esclavas se crían.

Chmeee rebulló con nerviosismo.

—No diré que no. Los machos también son diferentes aquí. Quise hacer tratos con los jefes del barco explorador. Les hice una demostración de mi poder y aguardé a que se avinieran a negociar. Pero ellos ni siquiera lo intentaron. Se comportaron como si no hubiese otra salida sino pelear hasta destruirme o resultar destruidos. Tuve que insultar a Chjarrl, burlarme de sus antepasados y herirle en su amor propio, para que consintiese en hablar conmigo.

Pero es que estos kzinti no han sido seleccionados por los titerotes por su docilidad, pensó Luis.

—Bien, pues si no puedes sacar a tus hembras de la fortaleza, ni liquidar a todos los machos, ¡nej!, no te queda otro remedio sino negociar con ellos. ¿El gambito del dios te parece bien?

—Quizá sea la solución. Mira, vamos a hacerlo así…

El módulo se mantuvo a altitud constante, muy lejos del alcance de las flechas y lo bastante lejos del vehículo blindado con su cañón. La sombra de la naveta se cernía sobre las cenizas de la pira que habían armado en el patio. Luis oyó la voz de la traductora de Chmeee y esperó la señal de Chmeee.

Chmeee desafió a los arqueros para que disparasen contra él. Les dirigió halagos, promesas y amenazas. El trueno intermitente del láser pulverizó una roca. Chmeee gruñó, bufó y escupió.

Y les habló de su amo, que ése sí era peligroso de veras. Estuvo cuatro horas abajo. Luego se hizo presente en una de las troneras y empezó a flotar hacia el módulo. Luis aguardó a que hubiera entrado y luego alzó el vuelo.

Al poco, apareció Chmeee a su espalda, ya desprovisto del cinturón volador y de la coraza de impacto. Luis le dijo:

—No hiciste la señal convenida para el gambito del dios.

—¿Te he ofendido?

—No, claro que no.

—Habría sido contraproducente. Además…, no me vi capaz de hacerlo. Al fin y al cabo, son de mi especie. No puedo intimidarles con la amenaza… de un hombre.

—Entiendo.

—Kathakt educará a mis hijos como héroes. Les enseñará el manejo de las armas, y los armará bien, y cuando tengan edad suficiente, los enviará a hacer conquistas, para que sean dueños de sus propias tierras. Así no constituirán ninguna amenaza para sus propios dominios, ¿comprendes?, y tendrán buenas posibilidades de sobrevivir, aunque yo no regrese. Le he dejado mi láser a Kathakt.

—Bien pensado.

—Así lo supongo.

—¿Hemos terminado con el mapa de Kzin?

Chmeee meditó la respuesta.

Capturé a uno de los pilotos. Son todos de noble familia, con grandes apellidos y excelente educación. Como me había burlado de sus antepasados, Chjarrl me contó muchas cosas de la era de las exploraciones. Creo probable que exista una importante biblioteca histórica a bordo de la Behemoth. ¿Quieres que nos apoderemos de ella?

—Cuéntame lo que te dijo Chjarrl. ¿Hasta dónde llegaron en sus correrías por Marte?

—Hasta una catarata, una pared de agua que no les permitió seguir. Generaciones más recientes inventaron los trajes presurizados y los aviones estratosféricos. Exploran los contornos del mapa y una expedición llegó hasta el centro, hasta la capa de hielo.

—Entonces, creo que podemos prescindir de la biblioteca de la Behemoth, puesto que nunca llegaron a penetrar en el interior. ¿Estás ahí, Inferior?

Un micrófono contestó:

—Sí, Luis.

—Nos dirigimos al mapa de Marte. Haz lo mismo, pero manteniéndote a babor, por si nos viéramos en la necesidad de pasar.

—A la orden, señor. ¿Alguna novedad?

—Chmeee ha recogido algunas informaciones. Los kzinti exploraron la superficie de Marte y no encontraron nada que pareciese no marciano. Así que todavía no sabemos dónde buscar una entrada.

—Tal vez por debajo.

—¡Ah, es posible! Eso sí que sería una contrariedad. ¿Cómo se portan tus invitados?

—Sería conveniente que regresaras pronto para acompañarles.

—Tan pronto como pueda. Mira si hay datos sobre Marte en el ordenador de a bordo de la «Aguja». Y sobre los marcianos. Corto y cierro.

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