Los perros de Skaith (24 page)

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Authors: Leigh Brackett

BOOK: Los perros de Skaith
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Los Fallarins y los Tarfs ocuparon su acostumbrado puesto, pero, en aquella ocasión, Alderyk se quedó con ellos, dejando a Stark solo en cabeza, con los perros. Ashton se fue con los Fallarins, junto a los que había permanecido toda la batalla.

Pasaron ante los tregadianos formados y el viejo Delvor gritó:

—¡Qué entren los primeros, pues han galopado mucho para merecerlo!

Halk y Gerrith dejaron el estandarte de Tregad y se unieron a Stark.

Cabalgaron hacia la ciudad y los irnanianos, en el campo de batalla, blandiendo las armas, gritaron sus nombres y les aclamaron.

Stark pasó por la enorme puerta, bajo la bestia heráldica erosionada por el tiempo. El túnel que cruzaba los espesos muros era tal y como lo recordaba, oscuro y estrecho. Más allá, se encontraba la gran plaza rodeada de casas de piedras grises y, en el centro, la plataforma en la que, atado, esperó la muerte meses antes. Recordó los clamores de la multitud, y a Gerrith sin la Túnica ni la Corona desnuda bajo el sol. Recordó la lluvia de flechas que cayó sobre la plaza procedente de las ventanas, centelleante lluvia mortal que derribó a los Heraldos y desencadenó la revuelta de Irnan.

Jerann y los Nobles les esperaban con ropas ajadas, y los rostros demacrados brillando de alegría. Y a su alrededor, una multitud de espantajos vestidos con harapos sollozaba y aclamaba a los recién llegados.

De aquel modo, el Hombre Oscuro volvió a Irnan.

28

Stark tenía todavía cosas que hacer. Dejó a Jerann y a los Nobles con Gerrith y Ashton y se dirigió a la Sala del Consejo. Ya les había hablado de Penkawr-Che y del navío. Ashton y la Mujer Sabia les explicarían lo pasado en el norte. Stark volvió al campo de batalla.

Halk cabalgaba a su lado por las infectas calles en las que los muertos de hambre bailaban y lloraban e intentaban sujetarles al pasar a su lado.

—Veo que mi espada debe seguir en la vaina, Hombre Oscuro —le dijo Halk—. Si te matase ahora, mi propio pueblo me haría pedazos. Mi venganza se me va de las manos.

—Tendrías que haberlo hecho antes.

—A mí los Fallarins no me habrían concedido el favor de los vientos. A mí no me habrían seguido las tribus desde Yurunna. Por Irnan, te dejé vivir. Pero te diré algo, Hombre Oscuro: me alegraré cuando te vayas.

Puso la montura al galope para reunirse con los irnanianos.

Pensativo, Stark alcanzó el emplazamiento donde las tropas mercenarias aguardaban bajo la atenta vigilancia de los cazas.

Desde lo alto vio los distintivos y los blancos cabellos de los izvandianos, y no le sorprendió encontrar a Kazimni a su cabeza. El viaje por las Tierras Estériles le hizo simpatizar con aquel hombre, a pesar de que le hubiera vendido al mercader Amnir, junto con sus compañeros, para compartir una fuerte recompensa cuando Amnir les entregase a los Señores Protectores. Kazimni no les juró lealtad y Stark comprendió perfectamente lo que tenía que hacer. Las circunstancias fueron las que les dominaron, no Kazimni.

—Tu intento de enriquecerte fracasó; aquí estás de nuevo, saliendo de Irnan con las manos vacías. La ciudad parece que no te trae muy buena suerte.

Kazimni sonrió. Sus ojos tenían un color amarillo agrisado; le sobresalían los pómulos y llevaba collarín y brazalete de jefe.

—Quizá la tercera vez sea la buena, Hombre Oscuro.

—¿Habrá una tercera vez?

—En cuanto llegue el invierno. Los Heraldos no están derrotados. Reunirán fuerzas, muchas más, mejor organizadas. Al fin han comprendido que sus bienamados Errantes no valen para mucho. Habrá guerra, Stark.

—Si las cosas van bien entre las estrellas, el poder dejará de pertenecer a los Heraldos.

—Pese a todo, habrá guerra.

—Quizá.

Stark pensaba que Kazimni tenía razón. Añadió:

—Por el momento, vete en paz.

Se dieron la mano y los izvandianos se pusieron en marcha. Una por una, las demás compañías de mercenarios les siguieron. Los cazas les escoltaron hasta la salida del valle.

Stark recorrió el campo de batalla.

Las tropas tregadianas e irnanianas trabajaban juntas, transportando a la hambrienta ciudad vituallas procedentes de los almacenes abandonados, enterrando a los muertos, vendando a los heridos, reuniendo ganado. Los guerreros de las tribus salieron para ocuparse de sus muertos y rapiñar los campamentos destruidos. Stark les concedía su parte del botín gustosamente; muchas capas polvorientas tachonaban el suelo, muy lejos de sus casas natales.

Cuando hubo terminado, volvió a la ciudad y buscó a Ashton. Le encontró en una de las salas de la inmensa casa de piedra en la que se hallaba la Sala del Consejo. Ashton, más delgado, curtido por el viento pero siempre en buena forma, le miró unos instantes antes de decir:

—Has decidido quedarte, ¿verdad?

—Hasta la llegada de los navíos, Kazimni piensa que la guerra volverá a declararse en cuanto los Heraldos reagrupen sus fuerzas. Creo que tiene razón y no me gusta dejar un trabajo sin acabar.

—Bien —continuó Ashton—. No discutiré contigo, Eric. Puedes seguir arriesgando la vida aquí o en cualquier otro maldito planeta. —Añadió—: Quizá no lo sepas, pero Jerann le ha pedido a Gerrith que acompañe a la delegación que va a Pax y ella se ha negado.

—No lo sabía —dijo Stark—, pero me alegra oírlo.

Se fue a hablar con Jerann y los Nobles. Una febril actividad reinaba por todas partes. La gente iba y venía, ocupándose de las necesidades de la ciudad. Jerann, en el centro de todo, parecía haber rejuvenecido diez años desde que Stark le viera en la plaza principal.

—Te estoy muy agradecido —dijo el anciano cuando Stark le comunicó su decisión—. Nos sentiremos más seguros si te quedas en Irnan.

—Bien —replicó Stark—. Sé pilotar las máquinas volantes. Cuando negociéis el precio del viaje con Penkawr-Che, pedidle una. Irnan contará con un arma muy poderosa, con unos ojos que verán muy lejos y una radio para hablar con las naves cuando lleguen.

El Consejo asintió. Sólo Halk no se mostró conforme y la mirada que dirigió a Stark hizo que Gerd, que aún cojeaba, empezara a gruñir.

Los pensamientos de Stark estaban en otra parte.

—¿Dónde está la Mujer Sabia?

Nadie lo sabía.

Los guerreros de las tribus y los Fallarins no querían acantonarse en la pútrida ciudad y establecieron fuera de ella campamentos separados. Stark fue a visitarles.

Los de las tribus estaban satisfechos. Les habían arrebatado a los mercenarios un considerable botín, y los Nobles les prometían cuanto quisieran. Decidieron quedarse con Stark.

Los Fallarins no se alistaban con ellos. Sólo Alderyk dijo:

—Me quedaré contigo, Hombre Oscuro. Dos de los míos irán a ese mundo que llamas Pax para ver, observar y hacer un informe. Decidiremos cuando llegue el momento. Por ahora, al menos, nos quedaremos a salvo en el norte. En cuanto a Irnan, veremos. No prometo nada, y mis compañeros son libres de volver al Lugar de los Vientos cuando lo deseen.

—Pero tú te quedas.

Alderyk sonrió enigmática y burlonamente.

—Ya te lo dije Stark. Es cosa mía controlar el torbellino.

Tres cazas volaron hacia Tregad, llevando a Delvor y a sus lugartenientes. Hablarían de la victoria con los habitantes de la lejana ciudad y volverían con los Nobles que quisieran encaminarse a Pax.

El cuarto caza, mantenía contacto con el «Arkeshti» de Penkawr-Che, en órbita atmosférica. No arriesgaría el navío antes que la zona de aterrizaje fuese totalmente despejada.

El «Arkeshti» aterrizó de noche, bajo la luz de las Tres Reinas. Todo Irnan estaba en las murallas para ver el milagro.

Penkawr-Che, un habitante de Antares, alto, con la piel de oro pulido y los cabellos repletos de apretados bucles, llegó a la Sala del Consejo con Pedrallon. Habló con Ashton y los Nobles y no puso dificultades en cuanto al caza y al generador suplementario que quería Stark, a quien seguía sin gustarle el capitán.

Al día siguiente, Stark acompañó a Ashton a bordo del «Arkeshti» para inspeccionar el alojamiento provisional que la tripulación improvisó en la cala vacía.

—Bastará —dijo Ashton—. Lo que sea con tal de salir de Skaith.

Tomó la mano de Stark. Habían hablado mucho de todo lo pasado y se despidieron en la soledad de la habitación de Ashton, muy adentrada la noche, alrededor de una jarra de vino arrebatada a los mercenarios.

Ashton se contentó con decir:

—Lo haremos lo antes posible. ¿Has visto a Gerrith?

—No. Pero me parece que sé dónde está.

—Ve a buscarla, Eric.

Los demás embarcaron. Stark habló brevemente con Sanghalaine, Morn, Pedrallon, y luego salió del navío. Devolvió la montura de Ashton con Tuchvar y Sabak, que les habían acompañado para estudiar el navío con ojos estupefactos. Stark se alejó por el valle.

Sólo recorrió aquel camino otra vez, al comienzo del largo viaje. Pero no era difícil seguir el sendero ni adivinar el lugar en que debía abandonarlo para llegar a la gruta. Los ejércitos bárbaros lo habían destruido todo, incluso allí, despojando la tierra de todo el pasto y la madera. Dejó la montura bajo la gruta y subió por el escarpado sendero.

El interior era oscuro y fresco, con el típico olor a tumba de esos lugares en los que el sol no penetra jamás. La gruta había servido de morada a generaciones de Gerriths, Mujeres Sabias de Irnan. Cuando Stark llegó allí por primera vez, vio tapices, cortinas, lámparas, braseros, muebles, y la gran copa con el Agua de la Visión. En aquella nueva ocasión, la cueva estaba vacía, desnuda, expoliada por completo.

Llamó, y las salas abovedadas le devolvieron el eco de su voz.

La mujer salió de una sala interior en la que ardía una única candela.

—¿Por qué has huido?

—No quería verte partir. Y no quería, en modo alguno, persuadirte para que no lo hicieras.

Ella esperó y él dijo lo que había decidido.

—En ese caso, tuve razón al venir aquí.

Se acercó y le acarició.

—Soy muy feliz.

—Y yo soy feliz. Pero, ¿por qué te negaste a ir a Pax cuando Jerann te lo pidió?

—No lo sé. Salvo que cuando me vi en marcha hacia el navío, se alzó una barrera que no pude franquear. Mi viaje será en otra ocasión. Todavía tengo que hacer algo aquí.

Gerrith sonrió, pero Stark no pudo ver sus ojos en la penumbra.

—¿Qué tienes que hacer?

—Tampoco lo sé. Pero no puedo pensar ahora en ello.

La tomó en sus brazos. Un poco más tarde, salieron a la luz del Viejo Sol, oyeron el trueno y vieron la lejana llamarada mientras despegaba el «Arkeshti», volando hacia Pax.

—Debemos enviar mensajeros al norte —dijo Stark—, a Hargoth y al Pueblo de las Torres. Hemos de decirles que las rutas estelares quedarán abiertas muy pronto.

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