Veintiún niños han jugado al escondite tras los matorrales y han montado en bicicleta por estas veredas, mientras transcurría parte de su infancia y juventud o les llegaba la hora del amor y el compromiso, entre cámaras de seguridad y un protagonismo involuntario derivado de la condición pública de sus padres.
Ligeramente se percibe el aroma del río, y aunque a lo lejos se oye el tráfico de la carretera de Castilla, denso a esta hora de la tarde, quiero disfrutar por última vez de la tranquilidad y el sosiego de este vergel, auténtica isla de paz en un Madrid bullicioso y cosmopolita que no descansa nunca.
Antes de terminar, quiero dedicar mi último recuerdo a todos cuantos desde aquí han dirigido los destinos de España, a sus familias y colaboradores, a los que aportaron su trabajo y su entusiasmo en la tarea de conseguir un país democrático y moderno y una sociedad más justa y solidaria; a toda una generación de españoles que luchamos por la paz y la libertad que a nuestros padres les faltó y cuyos valores supremos e irrenunciables heredarán nuestros hijos. A todos, el agradecimiento y el homenaje más sincero.
Es tiempo de levantar el vuelo, de torear en otras plazas y, pese a que el futuro se me antoja incierto, porque el futuro siempre lo es, espero que la vida me regale una nueva oportunidad de ser útil a los ciudadanos y tan feliz como, sin duda, lo he sido en estas estancias palaciegas y entre tantas gentes que han pasado por mi vida.