Los Reyes Sacerdotes de Gor (18 page)

BOOK: Los Reyes Sacerdotes de Gor
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—Significa —dijo Mul-Al-Ka— que Vika de Treve ya no existe.

Sentí como si hubiese recibido un martillazo, porque aunque odiaba a Vika de Treve no deseaba su muerte. Comencé a sudar y a temblar.

—Quizás le han dado un collar nuevo —sugerí.

—No —dijo Mul-Al-Ka.

—Entonces, ¿ha muerto?

—De hecho, es como si hubiera muerto —contestó Mul-Ba-Ta.

—¡Qué quieres decir! —exclamé, tomándolo por los hombros y sacudiéndolo.

—Quiero decir —dijo Mul-Al-Ka— que la enviaron a los túneles del Escarabajo de Oro.

—¿Por qué?

—Ya no era útil para los Reyes Sacerdotes —dijo Mul-Ba-Ta.

—¿Porqué? —insistí.

—Creo que hemos dicho bastante —sugirió Mul-Al-Ka.

—En efecto —concluyó Mul-Ba-Ta—. Tal vez no hubiéramos debido decirte tanto.

Apoyé suavemente las manos en los hombros de los dos muls.

—Gracias, amigos míos —dije—. Comprendo lo que acaban de hacer. Me demostraron que Sarm no piensa cumplir sus promesas, y que planeó traicionarme.

—Recuerda —dijo Mul-Al-Ka— que no te dijimos eso.

—Es cierto —observé—, pero me lo demostraron.

—Solamente prometimos a Sarm —dijo Mul-Ba-Ta que no te lo diríamos.

Sonreí a los dos muls, mis amigos.

—Entonces, después que yo haya acabado con Misk, ¿ustedes tienen que matarme? —pregunté.

—No —dijo Mul-Al-Ka—, sencillamente te diremos que Vika de Treve te espera en los túneles del Escarabajo de Oro.

—Es la parte débil del plan de Sarm —dijo Mul-Ba-Ta, porque tú nunca irás a los túneles del Escarabajo de Oro a buscar a una mul hembra.

—Sin embargo, iré —dije.

Los dos muls se miraron con tristeza y menearon la cabeza.

—Sarm es más sabio que nosotros —dijo Mul-Al-Ka.

Sonreí para mis adentros, pues me parecía increíble que sin pensarlo dos veces hubiera decidido ir a rescatar a la indigna y pérfida Vika de Treve.

Sin embargo, no era tan extraño, sobre todo en Gor, donde se aprecia mucho el valor, y salvar la vida de una mujer equivale a conquistarla, pues el varón goreano tiene derecho a esclavizar a la mujer cuya vida salvó; y los ciudadanos de la ciudad de la joven o su familia rara vez le niegan ese privilegio.

—Creí que la odiabas —dijo Mul-Al-Ka.

—La odio —dije.

—¿Es humano proceder así? —preguntó Mul-Ba-Ta.

—Sí —dije—, un hombre debe proteger a una hembra de la especie humana, sin importarle lo que ella pueda hacer.

—¿Es suficiente que sea una hembra de nuestra especie —preguntó Mul-Ba-Ta?

—Sí —contesté.

—¿Incluso si es una hembra mul? —preguntó Mul-Al-Ka.

—Sí —contesté.

—Qué interesante —observó Mul-Ba-Ta—. En ese caso, tendremos que acompañarte, porque también deseamos aprender a ser hombres.

—No —dije—, no tienen que acompañarme.

—Ah —dijo amargamente Mul-Al-Ka—, todavía no crees que seamos verdaderos hombres.

—Lo creo —dije—. Me lo demostraron informándome de las intenciones de Sarm.

—Entonces, ¿podemos acompañarte? —preguntó Mul-Ba-Ta.

—No —dije—, pues creo que podrán ayudarme en otras cosas.

—Nos agradará —dijo Mul-Al-Ka.

—Pero no tendremos mucho tiempo —agregó Mul-Ba-Ta.

—Es cierto —dijo Mul-Al-Ka—, pues pronto tendremos que ir a las cámaras de disección.

Los miré un instante, con una expresión de aguda decepción.

—Vayan, si lo desean —dije—, pero ésa no es una actitud muy humana.

—¿No? —preguntó Mul-Al-Ka, irguiendo la cabeza.

—¿No? —preguntó Mul-Ba-Ta, con súbito interés.

—No —dije—, no lo es.

—¿Estás seguro? —preguntaron ambos.

—Absolutamente seguro —dije—. Sencillamente no es humano presentarse por propia voluntad en las cámaras de disección.

Los dos muls me miraron un largo rato, se miraron entre ellos, volvieron a mirarme de nuevo, y parecieron llegar a cierto acuerdo.

—Muy bien —dijo Mul-Al-Ka—, no iremos.

—No —dijo Mul-Ba-Ta, con bastante firmeza.

—Bien —observé.

—¿Qué harás ahora, Tarl Cabot? —preguntó Mul-Al-Ka.

—Llévenme donde está Misk —pedí.

21. ENCUENTRO A MISK

Fui con los dos muls y descendimos a una cámara abovedada, húmeda y alta, que no tenía bulbos de energía. Los costados de la cámara estaban formados por una sustancia áspera, en la que muchas rocas de diferentes formas y tamaños constituían un conglomerado.

Mul-Al-Ka tenía una antorcha, y con ella iluminaba buena parte de la cámara.

—Es un sector muy viejo del Nido —dijo Mul-Al-Ka.

—¿Dónde está Misk? —pregunté.

—Por aquí —dijo Mul-Ba-Ta—, pues así lo dijo Sarm.

Me pareció que la cámara estaba vacía. Impaciente, manipulé la cadena del traductor que los dos muls me habían conseguido en el trayecto hasta la prisión donde se encontraba Misk. No estaba seguro de que hubieran permitido a Misk conservar su traductor, y deseaba comunicarme con él.

Alcé los ojos, y durante un instante permanecí inmóvil, y al fin toqué el brazo de Mul-Ba-Ta.

—Allí arriba —murmuré.

Mul-Al-Ka elevó todo lo posible la antorcha.

Colgando del techo de la cámara había numerosas formas oscuras y alargadas, al parecer Reyes Sacerdotes con el abdomen hinchado grotescamente. No se movían.

—Misk —dije acercando los labios al traductor.

Casi instantáneamente reconocí el olor de mi amigo.

Pero no hubo respuesta.

—No está aquí —dijo Mul-Al-Ka.

—Quizá no —afirmó Mul-Ba-Ta—, pues si él hubiese contestado, tu traductor habría recogido la respuesta.

—Busquemos —propuso Mul-Al-Ka.

—Dame la antorcha —dije.

Tomé la antorcha y recorrí los límites de la habitación. Cerca de la puerta vi una serie de barras cortas que salían de la pared y que podían usarse como escala. Me puse la antorcha entre los dientes y me preparé para trepar.

De pronto me detuve, las manos apoyadas en una de las barras.

—¿Qué pasa? —preguntó Mul-Al-Ka.

—Escucha —dije.

Llegó a nuestros oídos el canto fúnebre y muy lejano de voces humanas, como un coro de muchos hombres que se acercaban poco a poco.

—Quizá vengan hacia aquí —dijo Mul-Al-Ka.

—Será mejor que nos ocultemos —propuso Mul-Ba-Ta.

Dejé las barras y conduje a los dos muls hacia el fondo de la sala. Les ordené que se ocultasen lo mejor posible. Apagué la antorcha y me agazapé detrás de una pila de restos. Así, juntos, vigilamos la puerta.

El canto sonó más fuerte.

Las palabras eran en goreano arcaico, y para mí era muy difícil entenderlas. En la superficie suelen hablarlo únicamente los miembros de la Casta de los Iniciados, que las emplean en sus variados y complejos ritos. Por lo que pude entender, era una especie de himno a los Reyes Sacerdotes, y mencionaba la fiesta de Tola y el Gur. El estribillo era más o menos éste:

Hemos venido a buscar el Gur.

En la Fiesta de Tola hemos venido a buscar el Gur.

Alegrémonos porque en la Fiesta de Tola venimos por el Gur.

Se abrieron de par en par las puertas de la habitación, y vimos dos largas líneas de hombres que marchaban llevando cada uno una antorcha en una mano y en la otra lo que parecía un odre vacío de cuero dorado.

Mul-Al-Ka contuvo una exclamación.

—Mira, Tarl Cabot —murmuró Mul-Ba-Ta.

—Sí —dije, y le ordené que guardase silencio—. Veo.

Los hombres que formaban la procesión parecían humanos. Estaban afeitados y revestidos de plástico, como todos los muls del Nido, pero tenían el torso más pequeño y redondo que el de un ser humano, los brazos y las piernas parecían demasiado largos comparados con el tamaño del tronco, y las manos y los pies eran sumamente anchos. Los pies no tenían dedos, y exhibían una forma parecida a un disco, con rebordes carnosos y acolchados que les permitían caminar en silencio; también las palmas de las anchas manos eran una suerte de disco carnoso, que resplandecía a la luz azul de las antorchas. Pero sobre todo, me llamó la atención la forma y el tamaño de los ojos, porque eran muy grandes; tendrían siete u ocho centímetros de ancho, y eran redondos, oscuros y brillantes, como los ojos de un animal nocturno.

A medida que aumentaba el número de individuos que entraba en la sala, cada uno con su antorcha, pude ver más claramente lo que había allí. Podía distinguir las siluetas de los Reyes Sacerdotes colgados cabeza abajo del techo, los grandes abdómenes hinchados empequeñeciendo el tórax y la cabeza.

Entonces pude ver, asombrado, que las extrañas criaturas que habían entrado despreciaban las barras que estaban cerca de la puerta, y comenzaban a subir sencillamente caminando por las paredes casi en forma vertical, hasta llegar a los Reyes Sacerdotes; y después lo hacían por el techo, cabeza abajo. Donde ponían el pie, dejaban un disco brillante de sudor, un líquido seguramente producido por los rebordes carnosos que les servían de pies. Mientras las criaturas que estaban abajo continuaban su himno fúnebre, los que habían trepado por las paredes y el techo, siempre sosteniendo sus antorchas, comenzaron a llenar los recipientes extrayendo una sustancia de la boca de los Reyes Sacerdotes.

Parecía haber un número muy elevado de muls, y los Reyes Sacerdotes colgados llegaban aproximadamente, al centenar. La extraña procesión entre el techo y el suelo continuó más de una hora. Mientras tanto los muls continuaron entonando su himno fúnebre.

Supuse que el exudado, o lo que fuere que los muls extraían de los Reyes Sacerdotes era el Gur; y ahora comprendí qué significaba retener el Gur.

Finalmente, el último de los extraños muls descendió al suelo.

Durante todo este episodio ninguno de ellos nos miró siquiera, tan absortos estaban en su tarea. Cuando no se ocupaban de recolectar Gur, los ojos redondos y oscuros se elevaban hacia los Reyes Sacerdotes, pendiendo del techo, a gran altura.

Por último, vi cómo un Rey Sacerdote se movía en el techo, y comenzaba a descender por la pared. Su abdomen ahora desprovisto de Gur, tenía proporciones normales, y caminó majestuosamente hacia la puerta, moviéndose con los pasos delicados que eran habituales en ellos. Una vez que llegó al suelo, varios muls lo flanquearon. Comenzaron a salir de la sala, cantando y sosteniendo las antorchas. Llevaban los recipientes colmados con una sustancia lechosa. Detrás del primer Rey Sacerdote siguió otro y después otro, hasta que todos menos uno habían abandonado el lugar. A la luz de las últimas antorchas que salieron de la cámara pude ver que quedaba un Rey Sacerdote. Aunque había entregado todo su Gur, todavía estaba aferrado al techo. Una fuerte cadena, unida a una argolla del techo, aseguraba una gruesa faja de metal que aferraba su estrecho tronco, entre el tórax y el abdomen.

Era Misk.

Me apoderé de una antorcha, la encendí y caminé hacia el centro de la cámara. La alcé todo lo posible.

—Bienvenido Tarl Cabot —dijo una voz que brotó de mi traductor—. Estoy preparado para morir.

22. VIAJE A LOS TÚNELES DEL ESCARABAJO DE ORO

Me acerqué a las barras cercanas a la puerta. Sostuve la antorcha con los dientes, y comencé a trepar. Una o dos barras se me rompieron en las manos, y casi me caigo al suelo de rocas que me esperaba abajo. Aparentemente, las barras eran muy antiguas y nunca se las había reparado o reemplazado.

Cuando llegué al techo comprobé aliviado que con otras barras se formaba un camino, y que el extremo de cada una estaba curvado formando un saliente chato y horizontal, donde se podían apoyar los pies. Sosteniendo la antorcha con los dientes, porque quería tener las manos libres, comencé a avanzar hacia Misk.

Distinguía las figuras de Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta, a unos cincuenta metros más abajo, aproximadamente.

Con movimientos lentos fui pasando de una a otra. Miré hacia abajo, y vi a Mul-Al-Ka y a Mul-Ba-Ta, con sus ojos fijos en mí. Sus rostros expresaban inquietud.

Un momento después estaba al lado de Misk.

Me saqué la antorcha de la boca y escupí algunas partículas de carbón; la alcé y miré a Misk.

Este, pendiendo cabeza abajo, iluminado por la luz azul de la antorcha, me miró serenamente.

—Salud, Tarl Cabot —dijo Misk.

—Salud, Misk —contesté.

—Hiciste mucho ruido —dijo Misk.

—Sí.

—Sarm debería inspeccionar esas barras —sugirió Misk.

—Imagino que sí —dije.

—Pero es difícil pensar en todo —agregó Misk.

—Sí, es difícil.

—Bien —dijo Misk—. Quizás deberías matarme ahora.

—Ni siquiera sé cómo hacerlo.

—Sí —admitió Misk—, será difícil pero si perseveras lo conseguirás.

—¿Hay un órgano central que yo pueda atacar? —pregunté—. ¿Por ejemplo, un corazón?

—Nada que sea muy útil —explicó Misk—. En el abdomen inferior hay un órgano dorsal que facilita la circulación de los fluidos corporales, pero como en general nuestros tejidos están directamente bañados en fluido corporal, destruir ese centro no acarrea una muerte inmediata.

—Sí —dije— en actitud comprensiva.

—Por mi parte —dijo Misk—, recomiendo los nódulos cerebrales.

—Entonces, ¿no es posible matar rápidamente a un Rey Sacerdote?

—Con tus armas es muy difícil —afirmó Misk—. Sin embargo, después de un tiempo lograrías cortar el tronco o la cabeza.

—Abrigaba la esperanza —comenté— de que hubiera un modo más rápido de matar a los Reyes Sacerdotes.

—Lo lamento —dijo Misk.

—En fin, creo que esto no tiene remedio.

—No —concordó Misk. Y agregó—. Y dadas las circunstancias, ojalá fuese posible encontrar una solución.

Observé un objeto de metal, una varilla cuadrada con unas minúsculas proyecciones en un extremo, que colgaba de un gancho, más o menos a medio metro de Misk.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Una llave de mi cadena —informó Misk.

—Bien —dije, y me apoderé del objeto y volví donde estaba Misk. Después de unos momentos, conseguí introducir la llave en la cerradura que aseguraba la faja metálica de Misk.

—Francamente —dijo Misk—, te recomiendo que me mates primero y después uses la llave. De lo contrario, sentiría la tentación de defenderme.

Moví la llave en la cerradura y la abrí.

—Pero yo no vine para matarte —expliqué.

—¿Acaso Sarm no te envió?

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