Los Reyes Sacerdotes de Gor (6 page)

BOOK: Los Reyes Sacerdotes de Gor
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La carne era un bistec, extraído de un bosko, un enorme y peludo bovino de cuernos largos, que forma grandes manadas en las llanuras de Gor. Vika coció la carne, gruesa como el antebrazo de un guerrero, sobre una pequeña parrilla de hierro, puesta sobre un fuego de cilindros de carbón.

Además del
sullage
y el bistec de Gor, estaba la inevitable hogaza chata y redonda del pan amarillo de Sa-Tarna. Completó la comida un puñado de uvas y un trago de agua servida del grifo de la pared.

Las uvas eran de color púrpura, y supongo que eran uvas Ta, cultivadas en los viñedos bajos de la isla de Cos, a unos cuatrocientos pasangs de Puerto Kar. Una sola vez las había probado antes, durante un festín ofrecido en mi honor por Lara, que era Tatrix de la ciudad de Tharna. Si en efecto eran las mismas uvas, tenían que haber viajado en galera de Cos a Puerto Kar, y de éste a la Feria de En´Kara. Puerto Kar y Cos son enemigos ancestrales, pero eso no impide un activo y provechoso contrabando. Aunque quizá no eran uvas Ta, pues Cos estaba muy lejos, y no era probable en vista de la distancia, que las frutas conservasen su frescura. Me extrañó que sólo hubiese agua para beber, y no me sirvieran las bebidas fermentadas de Gor, por ejemplo: Paga, vino Ka-la-na o Kal-da. Miré a Vika.

No se había preparado una porción para ella misma, y después de servirme se arrodilló en silencio a un costado, en la posición de una esclava.

Digamos, de paso, que en Gor las sillas tienen un significado especial, y no aparecen a menudo en las viviendas privadas. En general se las reserva para los personajes importantes, por ejemplo: los Administradores y los jueces.

El varón goreano cuando quiere estar cómodo, generalmente se sienta con las piernas cruzadas, y la mujer se arrodilla, y se sienta sobre los talones. La posición de la esclava que había adoptado Vika arrodillada, difiere de la posición de la mujer libre sólo por el lugar que ocupan las muñecas, apoyadas sobre los muslos, y cruzadas como si estuvieran sujetas por ligaduras. Las muñecas de una mujer libre nunca adoptan esa pose.

Por otra parte, la posición de la esclava de placer difiere de la posición de la mujer libre y de la esclava común. Las manos de una esclava de placer normalmente descansan sobre los muslos, pero creo que en ciertas ciudades, por ejemplo en Thentis, están cruzadas a la espalda. Lo más importante es pues que las manos de una mujer libre también pueden descansar sobre los muslos, pero hay cierta diferencia en la posición de las rodillas. En todas esas posiciones arrodilladas, incluso cuando se trata de la esclava de placer, la mujer goreana consigue sentirse cómoda; mantiene la espalda erguida y el mentón alto.

—¿Por qué sólo podemos beber agua? —pregunté a Vika.

Se encogió de hombros. —Imagino —dijo— que a causa de que la esclava de la cámara está sola gran parte del tiempo.

La miré, sin entender bien.

—Así, sería muy fácil —dijo.

Comprendí mi tontería. Por supuesto, las esclavas de las cámaras no podían apelar a la embriaguez, porque si lo hacían, aunque fuera con el propósito de aliviar su servidumbre, con el tiempo su belleza y su utilidad para los Reyes Sacerdotes comenzarían a disminuir.

—Entiendo —dije.

—El alimento llega sólo dos veces por año —explicó.

—¿Lo traen los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Eso creo —dijo.

—¿Pero no lo sabes?

—No —contestó—. Una mañana despierto, y allí está el alimento.

—Imagino que lo trae Parp —insistí.

Me miró, un tanto divertida.

—Parp, el Rey Sacerdote —aclaré.

—Sí.

—Entiendo.

Casi había concluido la comida. —Te comportaste bien —la felicité—. La comida es excelente.

—Por favor —dijo—, tengo hambre.

La miré, atónito. No se había preparado nada, y por eso había supuesto que estaba satisfecha, o que no tenía apetito, o que después prepararía su propio alimento.

—Prepárate algo —dije.

—No puedo —contestó—. Puedo comer únicamente lo que tú me des.

Maldije mi propia estupidez.

¿A tal extremo era un guerrero goreano que podía ignorar los sentimientos de un semejante, y sobre todo los de una joven que necesitaba atención y cuidado?

—Lo siento —dije.

—¿No tenías el propósito de castigarme? —preguntó.

—No —dije.

—En ese caso, mi amo es un tonto —observó, y extendió la mano hacia la carne que yo había dejado en mi plato.

Le aferré la muñeca.

—Ahora sí pienso castigarte —dije.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. —Muy bien —dijo retirando la mano.

Esa noche Vika pasaría hambre.

Aunque era tarde, me dispuse a salir de la habitación. Por desgracia, no había luz natural en el cuarto, y por lo tanto no podía juzgarse la hora por el sol o las estrellas o las lunas de Gor. Desde que me había despertado, los bulbos de energía continuaban encendidos con una intensidad constante.

En uno de los armarios puestos contra la pared había encontrado, entre los atavíos de diferentes castas, una túnica de guerrero. Me la puse, pues la mía había sido destrozada por las garras del larl.

Vika había desenrollado una estera de paja, y la tendió a los pies de la gran cama de piedra. Sentada allí, envuelta en una manta liviana, el mentón apoyado en las rodillas, me miraba.

Una gran argolla se hallaba fija a la base del lecho de piedra, y si se me antojaba podía encadenarla.

—No pensarás salir de la cámara, ¿verdad? —preguntó Vika. Eran las primeras palabras que había pronunciado después de la comida.

—Sí —dije.

—Pero no puedes hacerlo.

—¿Por qué? —pregunté, alerta.

—Está prohibido —dijo.

—Entiendo —observé.

Comencé a caminar hacia la puerta.

—Cuando los Reyes Sacerdotes deseen verte, vendrán a buscarte —insistió la joven—. Hasta entonces, tienes que esperar.

—No me interesa esperar.

—Pero tienes que hacerlo —insistió, y se puso de pie.

Me acerqué a ella y apoyé mis manos en sus hombros. —No temas tanto a los Reyes Sacerdotes —dije.

Advirtió que mi decisión no había variado.

—Si vuelves —dijo—, por lo menos regresa antes del segundo gong.

—¿Por qué? —pregunté.

—Por ti mismo —aclaró, bajando la mirada.

—No temo —expliqué.

—Entonces, hazlo por mí.

—Pero, ¿por qué?

Pareció confundida. —Temo estar sola —dijo.

—Pero seguramente estuviste sola muchas noches —señalé.

Me miró, y no pude interpretar la expresión de sus ojos inquietos. —Siempre tengo miedo —dijo.

—Ahora, tengo que marcharme —repliqué.

De pronto, a lo lejos, oí el rumor del gong que ya había oído antes, en el gran salón de los Reyes Sacerdotes.

Vika me sonrió:

—Ya lo ves —dijo aliviada—, es demasiado tarde. Tienes que quedarte aquí.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque muy pronto se oscurecerán los bulbos de energía —aclaró—, y esas son las horas autorizadas para dormir.

—¿Por qué tengo que quedarme aquí? —insistí.

Se oyó el segundo tañido del gong lejano, y pareció que Vika temblaba en mis brazos.

Los ojos se le agrandaron de miedo.

La sacudí salvajemente. —¿Por qué? —grité.

Apenas podía hablar. Su voz era un murmullo. —Porque después del gong... —empezó.

—¿Sí? —pregunté.

—...caminan... —dijo.

—¿Quiénes?

—¡Los Reyes Sacerdotes! —gritó la joven, y se apartó de mí.

—No temo a Parp —dije.

Se volvió y me miró.

—Él no es un Rey Sacerdote —explicó.

Y entonces llegó el tercer toque del gong lejano, y en el mismo instante los bulbos de energía del cuarto se amortiguaron, y comprendí que ahora en los enormes corredores del vasto edificio caminaban los Reyes Sacerdotes de Gor.

7. SALGO EN BUSCA DE LOS REYES SACERDOTES

A pesar de las protestas de Vika, con el corazón animoso caminé por el corredor, en busca de los Reyes Sacerdotes de Gor.

—Por favor, no vayas —me gritó.

—Tengo que hacerlo —insistí.

—Vuelve —gritó Vika.

No contesté, y comencé a descender por el corredor.

Mi obligación no era consolarla, ni tranquilizarla, ni ofrecerle la compañía de otra presencia humana. Mi propósito tenía que ver con los temibles habitantes de esos oscuros corredores que la habían aterrorizado tanto; mi propósito no era representar el papel del amigo, sino el del guerrero.

Mientras descendía por el corredor examiné las diferentes cámaras, idénticas a la mía, que se abrían a ambos lados. Casi todas estaban vacías.

Pero en dos de ellas había esclavas de cámara, jóvenes semejantes a Vika, con túnicas y collares idénticos. Seguramente la única diferencia estaba en los números grabados en los collares.

La primera joven era una muchacha baja y robusta, gruesos tobillos y anchas espaldas, probablemente de origen campesino. Tenía los cabellos formando trenzas que le caían sobre el hombro derecho. Se había levantado de su estera desplegada a los pies de la cama de piedra, incrédula, parpadeando y frotándose los ojos de párpados pesados. Por lo que pude ver, estaba sola en la cámara. Cuando se aproximó al portal, los sensores comenzaron a resplandecer.

—¿Quién eres? —preguntó la joven, y su acento sugería que venía de los campos de Sa-Tarna, a cierta altura sobre Ar, en dirección al Golfo de Tamber.

—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

—Esta noche no —contestó.

—Soy Cabot, de Ko-ro-ba —dije y continué caminando.

La segunda joven era alta, frágil y espigada, y tenía piernas delgadas y ojos grandes y tristes; los cabellos oscuros le caían sobre los hombros y se destacaban contra el blanco de su túnica. Quizá perteneciera a la casta superior. Sin hablar era difícil decirlo, aunque aun así quizás no pudiera identificarla, porque los acentos de algunas de las castas superiores de artesanos son parecidos al goreano puro de la casta superior. Estaba de pie, la espalda apoyada contra el fondo de la cámara, sus ojos fijos en mí, casi sin respirar. Me pareció que también ella estaba sola.

—¿Viste a los Reyes Sacerdotes? —pregunté.

Meneó vigorosamente la cabeza.

Continué mi camino por el corredor.

Cada una a su modo, ambas jóvenes eran hermosas, pero pensé que Vika era superior a ellas.

El acento de mi esclava era goreano puro de la casta superior, si bien yo no alcanzaba a identificar la ciudad de donde provenía. Probablemente pertenecía a la Casta de los Constructores o los Médicos, porque si su familia hubiera pertenecido a los Escribas hubiera sido lógico esperar inflexiones más sutiles y el empleo de giros gramaticales menos vulgares; y si su familia pertenecía a los Guerreros, el lenguaje habría sido más directo, más sencillo y belicoso. Por lo demás, esas fórmulas generales son imperfectas, pues el lenguaje goreano no es menos complejo que el de cualquiera de las grandes comunidades idiomáticas naturales de la Tierra, y quienes lo usan no conforman un panorama menos variado. Digamos de pasada que es un lenguaje hermoso, y que puede ser tan sutil como el griego, tan directo como el latín, tan expresivo como el ruso, tan rico como el inglés y tan vigoroso como el alemán.

Me pareció difícil apartar de mi mente la imagen de las dos esclavas de cámara y la de Vika, tal vez porque la situación en que estaban esas jóvenes me conmovía, o porque cada una a su modo era hermosa.

Me sentí complacido porque me habían llevado a la cámara de Vika, ya que ella me parecía la más bella de todas. Después me dije que el hecho de que me hubiesen llevado a su cámara tal vez no fuera por pura casualidad. Pensé que en cierto sentido Vika se parecía a Lara, que era Tatrix de Tharna, la mujer que tanto me había interesado. Era más baja que Lara y tenía el cuerpo más lleno, pero podía considerárselas pertenecientes al mismo tipo físico en general. Los labios de Lara eran carnosos y bien dibujados, sensibles y extraños, tiernos y hambrientos; los labios de Vika podían enloquecer a un hombre. Me pregunté si Vika era una esclava preparada especialmente, una Esclava Pasional, una de esas jóvenes refinadas tanto en su belleza como por su pasión y destinadas a las grandes casas de esclavas de Ar, pues labios como los de Vika eran un rasgo que a menudo aparecía en las Esclavas Pasionales. Eran labios formados para el beso de un amo.

Mientras reflexionaba sobre estas cosas sentía que no había llegado a la cámara de Vika por puro accidente, y que todo había sido parte de un plan de los Reyes Sacerdotes. Sospeché que Vika había derrotado y destruido a muchos hombres, y supuse que los Reyes Sacerdotes tenían curiosidad de ver cómo la manejaba. Probablemente la propia Vika hubiera recibido órdenes para someterme. Pero pensé que esto no fuera muy probable. No era esa la técnica de los Reyes Sacerdotes. Más probable era que Vika nada supiera de sus maquinaciones; era sencillamente ella misma, es decir exactamente lo que los Reyes Sacerdotes deseaban. Simplemente Vika, insolente, distante, despectiva y provocativa, sometida por indomable, decidida a ser el amo a pesar de que era la esclava. Me pregunté cuántos hombres habrían caído rendidos a sus pies, a cuántos hombres habría obligado a dormir a los pies de la gran cama de piedra, mientras ella misma usaba las pieles y las sedas del amo.

Después de varias horas volví a encontrarme en el gran salón de los Reyes Sacerdotes. Me alegré de volver a ver las lunas y las estrellas de Gor en el cielo, sobre la cúpula.

Mis pasos resonaron sobre las piedras del suelo. La gran cámara estaba sumida en el silencio. El trono vacío era un espectáculo sobrecogedor.

—¡Aquí estoy! —grité—. ¡Soy Tarl Cabot! ¡Soy guerrero de Ko-ro-ba, y desafío a un guerrero de los Reyes Sacerdotes de Gor! ¡Vamos a luchar! ¡Es la guerra!

El eco de la vasta cámara repitió mi voz durante largo rato, pero no recibí respuesta a mi desafío.

Volví a llamar, con el mismo resultado.

Decidí regresar a la cámara de Vika.

Otra noche continuaría mi exploración, pues había otros corredores, otros portales visibles desde el lugar donde yo estaba. Necesitaría varios días para recorrerlos todos.

Emprendí el regreso hacia la cámara de Vika.

Habría caminado quizá durante un ahn y avanzaba por uno de los corredores largos y mal iluminados cuando noté una presencia detrás de mí.

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