—Su padre no sabía nada en absoluto acerca de las relaciones entre Gladia y Jander.
—¿Quién le ha dicho eso, terrícola? ¿Mi padre? ¿Gladia? Si ha sido el primero, le ha mentido, naturalmente; si ha sido la segunda, es muy probable que no se hubiera enterado de que él lo sabía. Puede usted estar seguro de que Fastolfe conocía perfectamente lo que estaba sucediendo; tenía que ser así, pues debía de constituir una parte de su estudio acerca de las particularidades del cerebro humano en las condiciones de Solaria.
»Y luego debió de pensar (estoy tan segura de ello como si pudiera leer sus pensamientos) qué sucedería si, justo cuando empezaba a confiar en Jander, la mujer perdía al robot de repente y para siempre. El doctor sabía cuál sería la reac-ción de una aurorana: demostraría cierto disgusto y buscaría a continuación un sustituto. Sin embargo, ¿qué haría una mujer de Solaria? Así pues, dispuso que Jander quedara inutilizado de modo irreversible y...
—¿Destruir un robot de un valor inmenso sólo para satisfacer una simple curiosidad?
—Es monstruoso, ¿no es cierto? Sin embargo, eso es lo que haría Han Fastolfe. Así pues, terrícola, regrese junto a él y dígale que su jueguecito ha terminado. Si el planeta, en general, no cree todavía en su culpabilidad, seguro que lo hará cuando yo haya contado públicamente lo que le acabo de decirle.
Baley permaneció sentado un instante más, anonadado, mientras Vasilia le observaba con una especie de desagradable placer, con un rostro duro y absolutamente distinto al de Gladia.
No parecía haber nada que hacer...
Baley se puso en pie y se sintió viejo, mucho más de lo que significaban sus cuarenta y cinco años terrestres (apenas la adolescencia para aquellos auroranos). Hasta aquel momento, nada de lo que había investigado le había conducido a ninguna parte. Peor aún: a cada paso que daba la soga parecía cerrarse más alrededor del cuello de Fastolfe.
Alzó la mirada al techo transparente. El sol estaba muy alto, pero quizá había pasado ya el cénit porque parecía menos intenso que un rato antes. Unas líneas de finas nubes lo ocultaban intermitentemente.
Vasilia pareció darse cuenta de ello al observar su mirada levantada hacia el techo. Movió la mano sobre la parte del gran tablero junto al cual estaba sentada y la transparencia del techo se desvaneció. Al mismo tiempo, una luz brillante inundó la sala con el mismo tono anaranjado desvaído que presentaba el propio sol.
—Creo que la entrevista ha concluido —dijo Vasilia—. No voy a tener ninguna razón para volver a verle, terrícola, ni usted a mí. Quizá sea mejor que abandone Aurora. Ya le ha hecho usted —sonrió sin asomo de humor y pronunció las siguientes palabras casi con furia— suficiente daño a mi padre, aunque no todo el que se merece.
Baley dio un paso hacia la puerta y los dos robots se le acercaron. Giskard dijo en voz baja:
—¿Todo va bien, señor?
Baley se encogió de hombros. ¿Qué se podía responder a aquello?
—¡Giskard! —dijo Vasilia—. Cuando el doctor Fastolfe considere que ya no eres de utilidad para él, ¿querrás formar parte de mi equipo?
Giskard se quedó mirándola con calma.
—Si el doctor Fastolfe lo permite, así lo haré, Señorita.
La sonrisa de Vasilia se hizo más cálida.
—Hazlo, por favor, Giskard. Siempre te he echado de menos.
—Yo pienso a menudo en usted, Señorita.
Al llegar a la puerta, Baley se detuvo.
—Doctora Vasilia, ¿me permite que utilice un Personal?
Vasilia abrió unos ojos como platos y contestó:
—¡Por supuesto que no, terrícola! En el Instituto hay varios Personales comunitarios. Los robots pueden acompañarle.
Baley se quedó mirándola y meneó la cabeza. No le sorprendía que la doctora no quisiera ver sus habitaciones infectadas por un terrícola; pese a ello, se irritó igualmente. Furioso, dejándose llevar por la cólera en lugar de razonar con lógica, se volvió y masculló:
—Doctora Vasilia, si yo fuera usted no hablaría de la culpabilidad del doctor Fastolfe.
—¿Y qué va a impedírmelo?
—El riesgo de que se descubran sus relaciones con Gremionis. Un riesgo para usted.
—No sea ridículo. Usted mismo ha reconocido que entre Gremionis y yo no hubo ninguna conspiración.
—En realidad, no ha sido así. He reconocido que parecían existir razones para llegar a la conclusión de que no hubo una conspiración directa entre Gremionis y usted para destruir a Jander. Todavía sigue en pie la posibilidad de una conspiración indirecta.
—Está usted loco. ¿Qué es una conspiración indirecta?
—No estoy dispuesto a hablar de ello en presencia de dos robots del doctor Fastolfe, a menos que usted insista. ¿Y por qué iba a insistir? Sabe usted perfectamente a qué me refiero.
No había razón alguna por la que Baley pudiera pensar que Vasilia aceptaría aquel farol. Con aquello no iba sino a empeorar aún más la situación.
¡Pero no fue así! Vasilia pareció estremecerse interiormente y frunció el ceño.
Entonces, la conspiración indirecta existía, pensó Baley. Fuera lo que fuese, aquello mantendría inquieta a Vasilia hasta que comprendiera que sólo había sido un farol por su parte. Un poco más animado, Baley añadió:
—Repito, no diga nada del doctor Fastolfe.
Pero, naturalmente, Baley no sabía cuánto tiempo había comprado. Muy poco, quizás.
Volvían a estar sentados en el planeador, los tres en la parte delantera. Baley estaba nuevamente en medio, notando la presión de los robots a ambos lados. Se sentía agradecido por la atención que ambos le prestaban en todo instante, pese a que eran simples máquinas programadas e incapaces de desobedecer las instrucciones.
Entonces pensó: «¿Por qué discriminarlas con una mera palabra, máquinas?» Giskard y Daneel eran buenas máquinas en un universo de personas a veces malas. No tenía derecho a dar más importancia a la división, hombres/máquinas que a la diferenciación entre el bien y el mal. Además, Baley no podía considerar a Daneel como una máquina.
—Debo preguntárselo otra vez, señor —intervino Giskard—. ¿Se siente bien?
—Perfectamente, Giskard —aseguró Baley—. Me alegro de encontrarme aquí con vosotros dos.
El cielo aparecía en su mayor parte de un color blanco. Blanquecino, para ser más exacto. Soplaba una suave brisa y en el trayecto hasta el vehículo había sentido frío.
—Compañero Elijah —dijo Daneel—, he estado escuchando con atención tu conversación con la doctora Vasilia. No deseo hacer comentarios desagradables sobre lo que ha dicho la doctora, pero debo advertirte que, según mis observacio-nes, el doctor Fastolfe es un ser humano amable y cortés. Por lo que yo sé, nunca ha sido deliberadamente cruel y jamás, en lo que puedo valorar, ha supeditado el bienestar fundamental de un ser humano a las necesidades de su curiosidad.
Baley observó el rostro de Daneel, que de alguna manera daba la impresión de ser sincero.
—¿Podrías decir algo contra el doctor Fastolfe, aunque realmente fuera una persona cruel y despiadada? —preguntó al robot.
—Podría permanecer callado.
—¿Pero lo harías?
—Si diciendo una mentira pudiese perjudicar la credibilidad de la doctora Vasilia, provocando dudas injustificadas sobre su veracidad, o si permaneciendo callado pudiera perjudicar al doctor Fastolfe al añadir más detalles a unas acusaciones ciertas en su contra, y si el perjuicio ocasionado a ambos fuera, a mi entender, de parecida intensidad, entonces sería necesario que permaneciera en silencio. El perjuicio producido por una actitud activa supera, en general, al ocasionado por una actitud de pasividad; eso, siempre que las cosas sean razonablemente iguales.
—Entonces —dijo Baley—, aunque la Primera Ley establece que «ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano sufra daño», ¿las dos partes de la ley no son iguales? Una falta por comisión, según dices, es mayor que una por omisión, ¿no?
—El enunciado de la ley es una mera descripción aproximativa de las constantes variaciones en la fuerza positronomotriz a lo largo de las vías cerebrales robóticas, compañero Elijah. No sé lo suficiente para describirlo matemáticamente, pero conozco muy bien cuáles son mis tendencias.
—Y éstas son siempre preferir la no acción a la acción, si el perjuicio es aproximadamente el mismo en ambos casos, ¿no es así?
—En general. Y siempre elegir la verdad sobre la no verdad, si el daño es similar en ambas direcciones. En general, es así.
—En el presente caso, ya que hablas de refutar las palabras de la doctora Vasilia y con ello perjudicarla, eso sólo puede significar que la Primera Ley está suficientemente mitigada por el hecho de que estás diciendo la verdad.
—En efecto, compañero Elijah.
—Lo cierto es que tú dirías lo que acabas de decir, aunque fuera una mentira, si el doctor Fastolfe te hubiese programado con la suficiente intensidad para decir esa mentira cuando fuese necesario y para negarte a reconocer que habías sido programado para ello.
Hubo una pausa y a continuación Daneel dijo:
—Así es, compañero Elijah.
—Es un poco complicado, Daneel, pero ¿sigues creyendo que el doctor Fastolfe no asesinó a Jander Panell?
—Mi experiencia con él me dice que el doctor es sincero, compañero Elijah, y que no le causaría daño al amigo Jander.
—Y en cambio el propio Fastolfe ha descrito un fuerte motivo por el que él mismo podría haberlo hecho, mientras que la doctora Vasilia acaba de expresar un motivo totalmente distinto, tan poderoso como el anterior y más escandaloso todavía. —Hizo una corta pausa y añadió—: Si el público conociera cualquiera de ambos, el convencimiento de la culpabilidad del doctor Fastolfe se haría universal.
De pronto, Baley se volvió hacia Giskard.
—¿Qué opinas tú, Giskard? Tú conoces al doctor Fastolfe desde bastante antes que Daneel. ¿Estás de acuerdo con él en que el doctor Fastolfe no pudo haber cometido ese acto ni haber destruido a Jander, en base a lo que tú conoces del carácter del doctor?
—Sí, señor.
Baley observó al robot en actitud dubitativa. Giskard era menos avanzado que Daneel. ¿Hasta qué punto podía confiar en él como testigo? ¿No podía haber sido programado para mostrarse de acuerdo con Daneel en todo lo que éste decidiera?
—Y también conoces a fondo a la doctora Vasilia, ¿no es cierto?
—Antes la conocía muy bien —asintió Giskard.
—Y te gustaba, por lo que intuyo.
—La doctora estuvo a mi cargo durante muchos años y la tarea no me disgustó ni me causó problemas de ningún tipo.
—¿Pese a que jugueteó con tu programación?
—Lo hizo con mucha pericia.
—¿Mentiría la doctora acerca de su padre... del doctor Fastolfe, quiero decir?
Giskard titubeó.
—No, señor. No lo haría —dijo por último.
—Entonces, ¿aseguras que lo que me ha contado en nuestra entrevista es verdad?
—No exactamente, señor. Lo que digo es que ella cree que sus afirmaciones son la verdad.
—Pero, ¿por qué iba ella a creer que todas esas barbaridades acerca de su padre eran ciertas si, en realidad, él es una buena persona, tal como asegura Daneel?
—La doctora Vasilia se siente amargada por diversos hechos acaecidos en su juventud —dijo Giskard lentamente—. Unos hechos de los que considera responsable al doctor Fastolfe y de los que quizás éste fuera responsable involuntario... hasta cierto punto. Me parece que no era su intención que los hechos en cuestión tuvieran las consecuencias que luego tuvieron. Sin embargo, lo seres humanos no se rigen por las estrictas leyes de la robótica. Por lo tanto, es difícil juzgar la complejidad de las motivaciones humanas en la mayor parte de sus actuaciones.
—Eso es muy cierto —murmuró Baley.
—¿Considera imposible la tarea de demostrar la inocencia del doctor Fastolfe? —preguntó Giskard.
Baley juntó sus cejas en una expresión ceñuda.
—Puede ser. Tal como están las cosas, no veo salida. Además, si la doctora Vasilia habla, como ha amenazado hacer...
—Pero usted le ha ordenado permanecer callada, le ha explicado que sería peligroso para ella misma si lo hacía.
Baley movió la cabeza en señal de negativa y reconoció:
—No era verdad. Ya no sabía qué decir y...
—Entonces, ¿tiene intención de abandonar?
—¡No! —exclamó vigorosamente Baley—. Si sólo se tratara de Fastolfe, quizá lo hiciera. Después de todo, ¿qué daño físico le produciría? El roboticidio no es siquiera un delito, sino una falta. Como mucho, el doctor perdería influencia política y, quizá, se vería incapacitado para continuar su labor científica durante una temporada. Yo lamentaría mucho que tal cosa sucediera, pero si no puedo hacer nada más, no puedo hacer nada más.
»Y si sólo se tratara de mí, quizá también me rindiera. Quizás eso dañara mi reputación pero, ¿quién puede edificar una casa de ladrillos sin ladrillos? Regresaría a la Tierra deshonrado y me esperaría una vida triste e incalificable, pero ése es el riesgo que corren todos los terrícolas. Hombres mejores que yo han tenido que afrontar situaciones parecidas e igualmente injustas.
»Pero este asunto incumbe también a la Tierra. Si no tengo éxito, además de las lamentables consecuencias para el doctor Fastolfe y para mí mismo, quedará descartada toda esperanza de que los terrícolas puedan salir de su planeta y esparcirse por la galaxia. Por esa razón, no debo fallar y debo seguir adelante sea como sea, hasta que no me expulsen físicamente de este mundo.
Tras finalizar la explicación casi en un susurro, Baley levantó de pronto la mirada y dijo en tono malhumorado:
—¿Por qué estamos parados aquí, Giskard? ¿Tienes el motor en marcha sólo para divertirte?
—Con todo el respeto, señor —replicó Giskard—, no me ha dicho usted adonde desea ir.
—¡Es cierto! Te pido excusas, Giskard. Primero, llévame al Personal comunitario más próximo, de los que ha mencionado la doctora Vasilia. Vosotros dos podéis ser inmunes a tales cosas, pero yo tengo que vaciar mi vejiga. Después, búscame un lugar cercano donde pueda comer algo. También tengo un estómago que necesito llenar. Y después...
—¿Sí, compañero Elijah? —preguntó Daneel.
—A decir verdad, Daneel, no lo sé. Ya pensaré en algo cuando haya satisfecho esas necesidades puramente fisiológicas.