Los señores de la instrumentalidad (78 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
9.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

Entonces cayó en la cuenta. Su incapacidad para sentir o leer las otras mentes del planeta no estaba en él mismo ni en ningún trastorno provocado por las máquinas del miedo, sino que se relacionaba con Kuat, con alguna barrera no autorizada que Kuat había erigido. Sin embargo, la barrera era imperfecta. Kuat no había sido capaz de proteger únicamente sus propios pensamientos; había tenido que erigir una barrera universal. Esto era obvio, pues Kuat no daba indicios de ser capaz de leer la mente del señor del Espacio.

«¿Qué tendrás que ocultar? —se preguntó Kemal—. ¿Qué cosas atentan tanto contra las leyes de la Instrumentalidad como para que hayas levantado una barrera mental universal?

Kuat, relajado, sonrió agradablemente.

Por primera vez desde Styron IV, el señor Kemal bin Permaiswari intuyó que de verdad podría recuperarse del todo. Era la primera vez que sentía un verdadero interés por algo.

Madu lo trajo de vuelta al presente.

—¿Te agrada nuestro dju-di? —dijo, pero en realidad no era una pregunta.

Kemal asintió, jubiloso y todavía absorto en el enigma que había encontrado.

—Puedes beber otra copa —dijo Madu—, pero no es conveniente beber más, pues después causa aturdimiento, y eso no es agradable, ¿verdad?

Sirvió una segunda copa para Kemal, para Lari y también para ella.

Kuat tendió la mano hacia el ánfora, y Madu se la golpeó traviesamente.

—Una más y podrías servirte pisang por accidente.

Kuat rió.

—Soy más corpulento que la mayoría de los hombres, y puedo beber más que ellos.

—Entonces, deja al menos que te sirva yo —dijo ella, llenando su copa.

Madu se volvió nuevamente hacia el señor del Espacio con una alegría juguetona que no parecía del todo sincera.

—Todos debemos consentir a Kuat, pero es peligroso beber demasiado. ¿Ves cómo está hecha el ánfora?

Madu alzó la tapa para mostrar la división del ánfora.

—En una mitad hay dju-di; en la otra hay pisang, que tiene sabor idéntico al del dju-di, pero que es mortal. Una copa mata a quien la beba en menos de un
eefunjung.

Kemal tembló contra su voluntad. La unidad de tiempo que Madu había mencionado era prácticamente instantánea.

—¿No hay ningún antídoto?

—Ninguno.

Lari, que había guardado silencio, habló al fin.

—En realidad es la misma cosa. El dju-di es el pisang destilado. Provienen de un fruto que sólo crece aquí, en Xanadú. La Galaxia sabrá cuántas personas han muerto comiendo la fruta o bebiendo el pisang fermentado sin destilar antes de que se descubriera el secreto del dju-di.

—Cada una de esas muertes valió la pena —rió Kuat. Toda la calidez que el dju-di había despertado en el señor del Espacio hacia el gobernador de Xanadú se disipó al instante. No obstante, la dualidad del ánfora le despertaba curiosidad.

—Pero si sabéis que el pisang es veneno, ¿por qué lo guardáis en el mismo recipiente que el dju-di? Más aún, ¿por qué lo conserváis en estado puro?

Madu cabeceó aprobatoriamente.

—A menudo pregunto lo mismo, y me dan respuestas que no tienen sentido.

—Es la excitación del peligro —dijo Lari—. ¿No gozas más del dju-di sabiendo que existe la probabilidad de que te sirvan pisang?

—A eso me refería —insistió Madu—. Las respuestas no tienen sentido.

—En primer lugar, está la tradición —intervino Kuat. La lengua se le trababa un poco, pero hablaba con suficiente claridad—. En los viejos tiempos, bajo el primer Khan y antes de que Xanadú entrara en la jurisdicción de los señores de la Instrumentalidad, las actividades ilegales proliferaban en Xanadú. Había luchas de poder por el liderazgo. Venían gentes de otros planetas para adueñarse de nuestras riquezas. Tenía que haber un modo sencillo de eliminarlas antes de que supieran que las iban a eliminar. Dicen que el ánfora doble está copiada de un ánfora china traída por el primer Khan. No sé nada al respecto, pero aquí se ha convertido en tradición. En Xanadú no existe un recipiente de dju-di sin su correspondiente recipiente de pisang.

Cabeceó sabiamente, como si lo hubiera explicado todo, pero el señor del Espacio no quedó satisfecho.

—De acuerdo —dijo—, fabricáis las ánforas al modo tradicional. Pero, por las nubes de Venus, ¿por qué tenéis que seguir llenándolas de pisang?

Cuando Kuat respondió, habló con una voz aún más pastosa que antes; los efectos del exceso de dju-di lo hacían parecer ebrio, y el señor del Espacio decidió seguir el consejo de Madu y no beber más de dos copas. Kuat sonrió arteramente y agitó un dedo admonitorio ante el señor Kemal.

—Los forasteros no deben hacer demasiadas preguntas. Todavía podría haber enemigos cerca y todos estamos preparados. De un modo u otro, así es como ejecutamos a los malhechores en Xanadú. —Rió con desenfado—. Ellos ignoran lo que les dan. Es como una lotería. A veces juego con ellos. Primero les doy dju-di, y creen que los pondrán en libertad. Luego les doy otra copa, y no sospechan nada. La beben alegremente, porque la primera copa no les causó ningún efecto. Luego... Ja! ¡Hay que verles la cara cuando la parálisis los domina!

Por un instante la repulsión latente que el señor del Espacio había concebido por Kuat estalló con toda su fuerza. Luego pensó que ese hombre estaba ebrio. Se preguntó si estaría expresando sus verdaderos sentimientos.

—¡No, Kuat, no! ¡No debes decir eso!

Kuat pareció reaccionar. Palmeó la rodilla de su hermano para calmarlo.

—No, no, claro que no. Creo que me iré a acostar. Cuidad de nuestro huésped, por favor.

Se tambaleó al levantarse, pero logró salir de la habitación con cierto aplomo.

De pronto la barrera se debilitó. El señor del Espacio no podía leer la mente de Kuat, pero captó algo maligno, extraño e ilegal en alguna parte del planeta. Y cierta frialdad pareció reemplazar la tibieza del dju-di en sus venas.

El viento empezaba a soplar sobre las blancas dunas. Lejos de la ciudad, protegido por el antiguo cráter del Mar sin Sol, el laboratorio presentaba una engañosa placidez exterior. Desde dentro, el muerto diebr ilegal, aún no del todo sensitivo, se movió en el fluido amniótico; fuera., los árboles cargados de frutos mortales parecían temblar con pasmada ansiedad.

—Sabía que no tenía que haber bebido esa última copa, pero Kuat es caprichoso. —Madu suspiró. Se volvió hacia Lari, sin prestar atención al señor del Espacio, y dijo conciliadoramente—: Claro que no hablaba en serio en cuando a lo de jugar con los prisioneros. Ha sido tan bondadoso con nosotros todos estos años... nadie podría ser tan amable con nosotros y tan cruel en otros sentidos, ¿verdad?

El señor del Espacio volvió a mirar de soslayo a Lari. La cara apuesta y llena de vida, pero tan, tan joven, tenía un aire de turbación.

—No, supongo que no... —Se interrumpió, recordando la presencia del señor del Espacio—. Claro que son habladurías —concluyó, pero el señor Kemal tuvo la sensación de que no sólo se empeñaba en tranquilizarse a sí mismo sino en borrar la mala impresión que había producido su hermano.

—Ahora vamos a comer —dijo vivazmente Madu, y se levantó para entrar en el comedor.

De nuevo el señor del Espacio tuvo la sensación de que cambiaban de tema.

2

En años posteriores el señor del Espacio recordó. Los pensamientos se le agolpaban en la mente:
Oh Xanadú, no hay nada comparable en todas las galaxias. Los días y noches sin sombra, las llanuras sin árboles, los repentinos estallidos de truenos y relámpagos sin lluvia que se suman a tus encantos. Griselda, El único animal puro que he conocido jamás. El ronroneo vasto y rugiente, el hocico blanco y rosado con la mancha negra en un costado, los ojos que parecían mirar más allá de mi cara para escudriñar mi ser. ¡Oh Griselda., ojalá aún brinques y saltes en alguna parte...!

Pero ahora los primeros días del señor Kemal bin Permais-wari en Xanadú pasaron deprisa mientras lo iniciaban en los infinitos placeres de aquel planeta.

Para el día siguiente, a la llegada de Kemal se había programado una prueba deportiva donde correría Lari. El elemento de competición que se había introducido en Xanadú formaba parte de un regreso deliberado a las alegrías simples que la humanidad había olvidado en su mecanización.

Las multitudes del estadio eran alegres y gárrulas. La mayoría de las muchachas llevaba el pelo suelto y ondeante; las mujeres, tanto mayores como jóvenes, vestían la indumentaria típica de Xanadú: una diminuta falda corta y una chaqueta abierta sin mangas. En la mayoría de los mundos, las mujeres de más edad habrían resultado grotescas, o al menos ridículas, con esa indumentaria, y las más jóvenes habrían parecido desvergonzadas. Pero en Xanadú había una inocencia elemental y una aceptación del cuerpo, y sus mujeres, casi sin excepción y sin importar la edad, parecían haber conservado una silueta esbelta y adorable, y no había falsos pudores que destacaran esa semidesnudez.

La mayoría de los jóvenes, tanto varones como mujeres, usaban el brillante polvo corporal que el señor del Espacio había visto por primera vez en Madu; algunos usaban un polvo acorde con su vestimenta, otros con el pelo o los ojos. Unos pocos usaban una pátina luminosa sin color.

De todos ellos, Madu era la más encantadora para el señor del Espacio.

Irradiaba una excitación que en parte se comunicaba al señor Kemal. Kuat parecía desprovisto de emociones.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —preguntó Madu.

—El muchacho ganará, lo sabes. De un modo u otro, las carreras de caballos son más excitantes.

—Para ti, quizá. No para mí.

El señor Kemal se interesó.

—Nunca he visto esas carreras —dijo—. ¿En qué consisten? ¿Los caballos corren juntos para ver cuál es el más veloz?

Madu asintió.

—Parten a una señal y corren por un trayecto predeterminado. El primero en llegar a la meta es el ganador. A él —señaló traviesamente a Kuat con la cabeza— le gusta apostar a la victoria de su caballo. Por eso las carreras de caballos le gustan más que las de humanos.

—¿Y en las carreras de humanos no hay apuestas?

—Oh, no. ¡Sería degradante para los seres humanos apostar por sus logros o aptitudes!

Ese día había tres carreras, cada cual con menos competidores que la anterior. Ya en la primera carrera fue evidente que no había una verdadera competencia; Lari superó a los demás por tanta distancia que fue casi vergonzoso. Si no hubiera sido obvio que era un magnífico corredor, habría sido fácil creer que los demás se rezagaban para permitir el triunfo del hermano del gobernador de Xanadú.

Kuat caminó hacia el centro del estadio para participar en el remedo de un antiguo ritual de la vieja Cuna del Hombre, que consistía en poner una corona de hojas doradas en la cabeza de Lari.

En ausencia del gobernador, el señor Kemal oyó susurros a sus espaldas. Captó las palabras: «bailará con los aroi», «el viejo gobernador quedará complacido», «lástima que su madre...» Madu no parecía escuchar.

Después de las celebraciones, cuando el gobernador y su séquito regresaron al palacio, el señor Kemal recordó las curiosas frases; sobre todo le causaba intriga el tiempo futuro de «el viejo gobernador
quedará
complacido» (en vez de
habría.
quedado complacido). Se le clavó en la mente, irritante como una astilla en un dedo lastimado. Su mente apenas empezaba a recobrarse de las lesiones producidas por las máquinas de miedo, y decidió que no podía arriesgarse a una nueva infección.

Mientras Kuat bebía su segunda copa de dju-di, el señor Kemal preguntó con aire informal:

—¿Cuánto hace que eres gobernador de Xanadú, Kuat?

El otro alzó la vista, intuyendo que la pregunta tenía una segunda intención.

—Yo era pequeño... —interrumpió Lari.

Kuat lo silenció con un gesto.

—Hace muchos años —dijo—, ¿Importa cuántos?

—No, era mera curiosidad —dijo el señor del Espacio, optando por ser franco—. Pensé que el gobierno de Xanadú era hereditario, pero hoy he oído algo que me ha hecho creer que aún vivía el gobernador, tu padre.

Lari se apresuró a responder antes de que Kuat pudiera silenciarlo.

—Es que está vivo. Está con los aroi... Por eso mí madre...

El mal ceño de Kuat lo hizo callar.

—Esto no concierne a la Instrumentalidad, concierne a las costumbres locales de Xanadú, protegidas por el artículo 376984, subartículo (a), parágrafo 34c del instrumento por el cual Xanadú acordó ponerse bajo la protección de la Instrumentalidad. Te aseguro que sólo se trata de cuestiones internas de origen puramente autóctono.

El señor Kemal movió la cabeza aparentando aprobación. Sospechaba que había descubierto otra pequeña pieza del enigma que lo intrigaba, que despertaba su interés como nada lo había hecho desde Styron IV.

El cuarto «día» de su estancia en Xanadú, el señor Kemal salió con Madu y Lari en su primera expedición fuera de las murallas de la ciudad desde su llegada. Para entonces, el señor del Espacio ya le había cobrado un gran afecto a la gata Griselda. Se sentía halagado cuando ella ronroneaba de placer y se tendía para que él montara, sin esperar una orden.

El señor Kemal veía a los animales bajo una nueva luz. Comprendió turbadamente que las subpersonas, animales modificados con forma de seres humanos, no eran en verdad ni una cosa ni la otra. Oh, había subpersonas de gran inteligencia y poder, pero...

Dejó ese pensamiento en el aire.

Galoparon alegremente por las llanuras. El pequeño planeta, ventoso y sin árboles, tenía una belleza única y salvaje. El negro mar se encrespaba al pie de los acantilados de greda. Kemal, contemplando los
lis
de arena, sintió una vez más la extrañeza del lugar. A lo lejos vio un gran pájaro que se elevaba, vacilaba y caía.

Más tarde, mucho más tarde, la canción que escribió el ordenador cuando él lo alimentó con los datos acerca del momento y el lugar, fue famosa a través de las galaxias:

Sobre una montaña oscura,

solitaria en la nube,

el águila se detuvo

y el viento ululó

en voz alta.

Rodó el trueno

y la bruma de la nube

formó la mortaja del águila

mientras ella caía,

las alas maltrechas y rotas.

Y el oleaje

al pie

del acantilado

fue blanco

esa noche

y brulotes

las alas

del ave

que caía.

Yo oí

el grito.

Other books

HolidayHangover by Kelli Scott
The Map and the Territory by Michel Houellebecq
Challenge to Him by Lisabet Sarai
Mage Magic by Lacey Thorn
Falling For A Redneck by Eve Langlais
Broken Faith by James Green
The Holders by Scott, Julianna
Roots of Murder by R. Jean Reid