Los señores de la instrumentalidad (79 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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El hecho de que el señor Kemal alimentara el ordenador con esos datos, de tal modo que expresaron parte de su dolor, quizás atestigüe la hondura de sus sentimientos.

Madu y Lari también vieron la caída del ave, y algo que no podían entender del todo les enturbió la alegría.

—¿Por qué? —susurró Madu—, Volaba tan libremente como nosotros cabalgábamos, nosotros brincábamos mientras ella se remontaba, todos libres y felices. Y ahora...

—Y ahora debemos olvidarla —dijo el señor del Espacio, con una sabiduría nacida de incesantes padecimientos y de una cautela que lamentaba.

Pero él no pudo olvidar el águila. De ahí la canción del ordenador.

—Sobre una montaña oscura...

Más despacio, conmovidos por la muerte de la belleza y de la vida, reanudaron la marcha, cada cual sumido en sus cavilaciones.

«¿Qué sentía mi madre? —pensaba Lari—. ¿Cuáles eran sus sentimientos y pensamientos cuando entró en el mar oscuro, tibio y profundo, y supo que jamás regresaría?»

Madu sentía soledad y confusión. Era la primera vez que presenciaba la muerte en cualquiera de sus formas. Sus padres eran irreales para ella, pues no los había conocido. Pero esa ave: la había visto viva y libre, volando sin más preocupación que sus gráciles planeos y aleteos; y de pronto estaba muerta. Madu no podía conciliar ambos pensamientos.

El señor Kemal, dada su edad y experiencia, fue el primero en recobrarse.

—No me habéis contado —dijo— adonde nos dirigimos.

La sonrisa de Madu fue un pálido eco de su fulgor habitual, pero la muchacha hizo el esfuerzo,

—Rodearemos el borde del cráter allá arriba, junto al pico. Es un bello panorama, y desde allí se tiene la impresión de ver todo el planeta.

Lari asintió, decidido a participar en la conversación a pesar de los oscuros pensamientos que le habían enturbiado la mente.

—Es verdad —dijo—. Desde allí se ve incluso el bosquecillo de árboles buahs. El pisang y el dju-di se obtienen del fruto de esos árboles.

—Eso me llamaba la atención —dijo el señor del Espacio—. No había visto ningún árbol desde que aterricé en este planeta.

—No —dijeron Madu y Lari a dúo. Eso les hizo gracia, y rieron espontáneamente, actuando con mayor naturalidad de la que habían demostrado desde la muerte del ave. Sin darse cuenta contagiaron esa jovialidad a los gatos, que nuevamente brincaron con mayor celeridad.

La dicha del señor del Espacio ante la alegría de sus jóvenes compañeros se enturbió un poco, pues la conversación, que había empezado a ser interesante, no podía continuar en medio de ese galope desenfrenado.

Mientras subían la cuesta, sin embargo, los gatos redujeron gradualmente la velocidad. El cambio fue imperceptible al principio, pero a medida que continuaba el largo ascenso, el señor Kemal reparó en el creciente esfuerzo de Griselda. Había llegado a creer que nada podía cansar a la gata, pero el ascenso hasta el borde del cráter era mucho más largo de lo que parecía desde abajo.

Y la lentitud de los otros gatos revelaba que también ellos acusaban el esfuerzo.

El señor del Espacio reanudó la conversación.

—Ibais a hablarme de los árboles —dijo.

Lari fue el primero en responder.

Tienes razón en cuanto a los árboles. Apenas se ven porque los únicos árboles que crecen en Xanadú, además de los árboles buahs, son los árboles kelapos, y crecen en el fondo de los cráteres de los volcanes más pequeños. También podrás ver algunos cuando lleguemos al borde del cráter. Pero los árboles buahs siempre crecen en bosquecillos: se requieren machos y hembras para engendrar el fruto, y sólo puedes acercarte al fruto en ciertas épocas. De lo contrario, basta con inhalar el aroma para que sean mortales.

Madu asintió gravemente.

—Siempre debemos mantenernos alejados del bosquecillo buah hasta que Kuat haya consultado a los arois. Cuando él dice que la época es apropiada, todos los habitantes de Xanadú participan en la cosecha. Los arois bailan, y es la mejor época de todas...

Lari meneó la cabeza reprobatoriamente.

—Madu, no comentamos ciertas cosas con los extranjeros.

Madu se ruborizó y, con los ojos repentinamente húmedos, tartamudeó:

—Pero un señor de la Instrumentalidad...

Los dos hombres notaron esa turbación, y cada cual se apresuró a remediarla a su manera.

—Soy hábil para no recordar lo que no debo —dijo el señor del Espacio.

Lari le sonrió a Madu y le apoyó la mano derecha en el hombro.

—Está bien. Él lo comprende, y tú no querías causar daño. Ninguno de nosotros contará nada a Kuat.

Mientras descansaba en su cuarto después de la cena, el señor del Espacio trató de reconstruir lo acontecido esa tarde. Habían llegado al borde del cráter. Tal como había dicho Madu, el horizonte parecía ilimitado. El señor del Espacio había tenido la abrumadora percepción de la magnitud del infinito, algo que jamás había experimentado a tal punto en todos sus viajes a través del espacio o del tiempo. Y, sin embargo, había tenido la pequeña y persistente sensación de que algo no estaba del todo bien.

Parte de esa sensación se asociaba con el bosquecillo de buah. Estaba seguro de haber entrevisto un edificio mientras el viento indeciso, a veces violento y a veces suave, mecía las ramas de los buahs. No había comentado su observación a los jóvenes. Quizá fuera otro elemento autóctono que estaba prohibido comentar, pues de lo contrario uno de ellos lo habría mencionado.

Hurgó en su memoria (sí, sin duda su mente se estaba recobrando) en busca de una persona, entre los criados del palacio, que estuviera dispuesto a hablar con un señor de la Instrumentalidad. De golpe recordó algo que debía de haber registrado subliminalmente, sin notarlo de manera consciente en su momento. Uno de los hombres del establo de los gatos. ¿Qué era? El hombre había dibujado un pez en la arena de los gatos; luego, mirando de soslayo al señor del Espacio, había borrado la imagen con el cepillo. Más tarde el señor Kemal había visto un destello en el cuello de aquel hombre. ¿Una cruz del Dios Clavado en lo Alto? ¿Había en Xanadú un miembro de la Vieja Religión Fuerte? En tal caso, había alguien a quien chantajear. ¿O no? El hombre había intentado comunicarse con él. Ahora que lo pensaba, estaba seguro. Bien, al menos tenía un posible colega. Solamente tenía que recordar el nombre del individuo.

Dejó que su mente asociara ideas; evocó la cara del hombre, la mano tanteando la cadena que le colgaba del cuello... Sí, era una cruz, ahora la veía... ¿Por qué no la había visto antes...? Pero allí estaba, grabada en su mente. Y el nombre del criado: señor-Stokley-de-Boston. La rara sospecha de que a pesar de todo había una subpersona en Xanadú cruzó la mente del señor del Espacio. El señor-Stokley-de-Boston no tenía aspecto de derivado de animal, pero el nombre indicaba algo raro en su ascendencia.

El señor Kemal bin Permaiswari no podía esperar hasta la «mañana» para tratar de conocer mejor al señor-Stokley-de-Boston. ¿Con qué excusa podría bajar a los establos a esas horas? Las puertas de Xanadú permanecerían cerradas las ocho horas siguientes. Luego advirtió que estaba pensando como un ser humano común. Él era un señor de la Instrumentalidad. No necesitaba excusas para actuar a su antojo. Kuat sería gobernador de Xanadú, pero en la jerarquía de la Instrumentalidad era una mota muy pequeña.

Empero, el señor del Espacio decidió actuar con prudencia. Kuat había demostrado su falta de escrúpulos, y algunas de esas prácticas «autóctonas» parecían muy especiales. Nadie echaría de menos a un señor del Espacio que «accidentalmente» bebiera pisang mientras tuviera la mente trastornada. Y había que pensar en el bienestar del señor-Stokley-de-Boston.

Griselda. Ésa era la respuesta. El señor del Espacio la había visto estornudar esa tarde, y lo había comentado con Madu y Lari, quienes lo habían atribuido al polvo o al polen. Pero serviría como excusa. Le había cobrado tanto afecto a Griselda que lo habían tomado a broma. Seguramente se extrañaría de que se preocupara por ella.

Los corredores estaban extrañamente desiertos mientras se dirigía al establo. Cayó en la cuenta de que no se había aventurado fuera de sus aposentos después de la última comida del día de su llegada. Al parecer tanto amos como criados se retiraban después de la cena. Se preguntó sí también los establos estarían desiertos.

Tuvo la increíble suerte de encontrar solo al señor-Stokley-de-Boston. Al menos, en ese momento, pensó que el encuentro era casual. Más tarde interrogó al hombre-pájaro.

Pues el señor-Stokley-de-Boston resultó ser una subpersona, tal como había sospechado el señor del Espacio.

La sonrisa del señor-Stokley-de-Boston era sabia y benévola.

—Verás, el gobernador Kuat no sospecha que soy una subpersona. Y la barrera mental universal, desde luego, no opera en mí. Fue un poco difícil, pero veo que logré comunicarme contigo. Quedé un poco preocupado cuando mi sonda mental mostró la cicatriz que te había dejado Styron IV, pero he usado los métodos modernos para curarte la mente, y estoy seguro de que vamos muy bien.

El señor del Espacio se exasperó ante la idea de que una persona derivada de un animal conociera su mente de forma tan íntima, pero la irritación se le pasó cuando asimiló la empatía que había entablado con Griselda con la comunicación mental que tenía con el hombre-pájaro.

El señor-Stokley-de-Boston sonrió aún más.

—No me equivocaba contigo, señor bin Permaiswari. Tú eres el aliado que necesitábamos en Xanadú. ¿Te sorprende?

El señor bin Permaiswari cabeceó.

—El gobernador insistió tanto en que no había subpersonas en Xanadú...

—No ha resultado fácil pasar inadvertido —admitió el señor-Stokley-de-Boston—, pero no estoy solo. Y tenemos otras familias humanas, por cierto, pero hasta ahora nadie tan poderoso como un señor del Espacio.

El señor Kemal descubrió que no le molestaba la presunción de que era un aliado. El hombre-pájaro le volvió a leer los pensamientos y a sonreír. La sonrisa era curiosamente seductora, firme pero amable. Parecía digno de confianza, y el señor Kemal estaba dispuesto a aceptar las palabras del hombre-pájaro.

Los pensamientos de ambos se conectaron.

—Permite que me presente correctamente —pronunció el hombre-pájaro—. Mi nombre verdadero es A'duard, y mi progenitor fue el gran A'telekeli, de quien tal vez hayas oído hablar.

La modestia de esta declaración conmovió al señor Kemal, quien inclinó la cabeza en señal de respeto; el legendario hombre-pájaro, A'telekeli, era reconocido por la Instrumentalidad como líder y asesor espiritual del subpueblo. Esa subpersona derivada de un huevo podía ser un aliado muy útil para llevar a cabo la obra de la Instrumentalidad o una oposición de temibles proporciones. Los señores y damas de la Instrumentalidad ansiaban su cooperación.

Muchas subpersonas eran célebres por sus extraordinarios poderes médicos y psíquicos, y el señor del Espacio se sintió reconfortado al saber que la persona de origen animal que le había manipulado la mente era un descendiente de A'telekeli. Descubrió que verbalizaba sus pensamientos porque A'duard obviamente podía oírlos. Si ambos cooperaban, la resolución del misterio de Xanadú sería desde luego más simple para el señor del Espacio, pero antes quería saber si esa peculiar alianza violaba alguna ley de la Instrumentalidad.

—No —respondió empáticamente A'duard—. En rigor, se trata de corregir asuntos que están reñidos con las reglas de la Instrumentalidad.

—¿Algo «autóctono»? —preguntó socarronamente el señor del Espacio.

—La cultura nativa está involucrada en ello —le convino A'duard—, pero en verdad se la utiliza para encubrir algo mucho más maligno... y empleo la palabra «maligno» no sólo en este sentido —alzó la cruz del Dios Clavado en lo Alto— sino en el sentido de la violación de derechos elementales de los seres vivientes. Me refiero al derecho de una entidad a existir, a existir tal como es, siempre que no viole los derechos de otros, de llegar a su propio acuerdo con la vida y de tomar sus propias decisiones.

Por segunda vez el señor Kemal bin Permaiswari asintió manifestando aprobación y respeto.

—Ésos son derechos inalienables.

A'duard meneó la cabeza.

—Deberían
serlo —dijo—, pero, en Xanadú, Kuat ha descubierto un modo de burlar esa inalienabilidad. ¿Sabes, por cierto, qué son los muertos diehrs?

—Desde luego. «Y jamás una vida propia...» —entonó, citando una canción antigua—. ¿Pero qué tienen que ver con los derechos de los vivos? Los muertos diehrs se cultivan con fragmentos congelados de gentes notables muertas tiempo atrás. Es verdad que al regenerar la persona física del muerto hemos tenido a veces resultados extraordinarios con los muertos diehrs en su segunda vida. Pero a veces no... Sus logros parecen haber sido una combinación de circunstancias y genes, no solamente de genes...

A'duard meneó la cabeza otra vez.

—No me refiero a los muertos diehrs controlados legal y científicamente, aunque a veces siento pena por ellos. ¿Pero qué pensarías de muertos diehrs cultivados a partir de los vivientes?

El señor del Espacio expresó su sorpresa y su horror mientras A'duard continuaba:

—Muertos diehrs que Kuat controla como marionetas, muertos diehrs que sustituyen a los originales, de modo que ni los muertos diehrs ni el original tienen vida propia...

De repente el señor del Espacio comprendió qué era el edificio que había entrevisto en el bosquecillo de buahs.

—Ése es el laboratorio, ¿verdad?

A'duard asintió.

—Es un lugar perfecto. Kuat ha hecho correr la voz de que el aroma del árbol buah es mortal excepto cuando él proclama que se pueden recoger los frutos sin peligro, tras consultar a los arois. Nadie se atreve a acercarse al laboratorio. Pero son patrañas. El aroma del fruto de buah es mortal sólo durante un período muy breve, justo antes de la cosecha... En otras palabras, la dosis de verdad suficiente para volver creíble el rumor. Esta mañana viste la suerte de nuestro explorador.

El señor Kemal no comprendió.

—El águila no modificada que viste caer de los cielos esta mañana durante tu cabalgata. La habíamos enviado a observar el laboratorio. La derribaron con un dardo de pisang. Esos episodios hacen creer a la gente que nadie debe acercarse al bosquecillo.

—¿Podías comunicarte con el águila?

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