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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (14 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—¡MALDITO SEAS TU Y TODOS TUS JUGUETES ESTÚPIDOS! —retumbó la voz de Nevis.

Bueno, pensó Jefri Lion, no importaba. El cañón de plasma se encargaría de él, no cabía duda de eso, y ahora sólo estaba a unos diez metros de la zona de fuego.

—¿Abandonas, Nevis? —le desafió, avanzando sin prisas hacia la zona de fuego—. ¿Quizás el viejo soldado ha resultado demasiado rápido para ti?

Pero Kaj Nevis no se movió. Por un momento Jefri Lion se quedó perplejo. ¿Le habría logrado alcanzar la radiación, después de todo, a pesar de su traje? No, era imposible. Pero Nevis no podía abandonar ahora la cacería, no cuando Lion le había logrado llevar con tanto trabajo hasta la zona de fuego y su sorpresa en forma bola de plasma. Nevis se rió. Estaba mirando por encima de la cabeza de Lion. Jefri Lion alzó los ojos justo a tiempo de ver cómo algo abandonaba su escondite en el techo y se lanzaba aleteando sobre él. La criatura era negra como la pez y se impulsaba con unas oscuras y enormes alas de murciélago. Tuvo una fugaz visión de unos ojos rasgados de color amarillo en los cuales ardían dos angostas pupilas rojizas. Luego la oscuridad le envolvió como una capa y una carne, húmeda y rugosa como el cuero, tapó su boca ahogando su grito de sorpresa y pavor.

Rica Danwstar pensó que, de momento, todo era muy interesante.

Una vez se había logrado dominar el sistema y comprenderlos mandos, se podía descubrir un montón de cosas. Por ejemplo, se podía descubrir la masa aproximada y la configuración corporal de todas esas lucecitas que se movían en la pantalla. El ordenador era incluso capaz de preparar una simulación tridimensional siempre que se le pidiera educadamente, cosa que Rica hizo.

Ahora todo estaba empezando a encajar. Así que, después de todo, Anittas había desaparecido de la escena. El sexto intruso, el de Cornucopia, era solamente uno de los gatos de Tuf.

Kaj Nevis y su supertraje andaban persiguiendo a Jefri Lion por la nave. Pero uno de los puntos negros, un drácula encapuchado, acababa de caer sobre Lion.

El punto rojo que representaba a Celise Waan había dejado de moverse aunque no se había apagado. La gran masa negra de puntos se estaba acercando a ella.

Haviland Tuf estaba solo en el eje central, metiendo algo dentro de una cuba clónica e intentando pedirle al sistema que activara el campo temporal. Rica dejó que la orden siguiera su curso.

Y el resto de las bioarmas andaban sueltas por los corredores.

Rica decidió que lo mejor sería dejar que las cosas se aclararan un poco por sí mismas antes de que ella interviniera.

Mientras tanto, había logrado desenterrar el programa necesario para limpiar de plaga el interior de la nave. Primero tendría que cerrar todos los sellos de emergencia, clausurando cada sector de modo individual. Luego podría dar principio al proceso: evacuación de atmósfera, filtración, irradiación con un factor de redundancia masiva, incorporado en pro de la seguridad y finalmente, cuando la atmósfera nueva llenara la nave, instalación en ella de los antígenos adecuados. Complicado y largo, pero efectivo.

Y Rica no tenía ninguna prisa.

Lo primero que le había fallado fueron las piernas. Celise Waan estaba tendida en el centro del pasillo, en el que había caído, con la garganta oprimida por el terror. Todo había ocurrido tan de repente. En un momento dado había estado corriendo por el pasillo persiguiendo al maldito gato y de pronto había sufrido un terrible mareo que la había dejado excesivamente débil como para continuar. Había decidido descansar un instante para recuperar el aliento y se había sentado en el suelo, pero no había notado un gran alivio. Luego, al querer levantarse porque se notaba cada vez peor, las piernas se le doblaron cual si estuvieran hechas de goma y Celise Waan se derrumbó de bruces en el suelo.

Después de eso sus piernas se habían negado a moverse y ya ni tan siquiera podía sentirlas. De hecho, no tenía sensación alguna por debajo de la cintura y la parálisis estaba trepando lentamente por su cuerpo. Aún podía mover los brazos, pero cuando lo hacía notaba un agudo dolor y sus movimientos eran tan torpes como lentos.

Tenía la mejilla apretada contra el suelo. Intentó alzar la cabeza y no lo consiguió. De pronto todo su torso se estremeció con una insoportable punzada de dolor.

A dos metros de distancia uno de los animales parecidos a gatos asomó por una esquina y clavó en ella sus enormes y aterradores ojos. Su boca se abrió en un lento bufido.

Celise Waan intentó no chillar. Aún tenía la pistola en la mano. Lenta y temblorosamente la fue arrastrando hasta que estuvo delante de su rostro. Cada movimiento era una agonía. Luego apuntó tan bien como pudo, bizqueando para distinguir el punto de mira, y disparó.

El dardo dio en el blanco. Y Celise Waan recibió un diluvio de fragmentos de animal. Uno de ellos, húmedo y repugnante, aterrizó sobre su mejilla.

Se sintió un poco mejor. Al menos había logrado matar al animal que la atormentaba y estaba a salvo de eso. Seguía enferma e indefensa, claro, y quizá lo mejor sería descansar. Sí, dormiría un poco y después se encontraría mejor. Otro animal apareció de un salto en el pasillo. Celise Waan intentó moverse y vio que el esfuerzo era inútil. Cada vez le pesaban más los brazos.

Al primer animal le siguió un segundo. Celise arrastró nuevamente su arma hasta tenerla junto a la mejilla e intentó apuntar. Un tercer animal apareció junto a los otros dos, distrayéndola, y el dardo erró el blanco, explotando inofensivamente a lo lejos.

Uno de los gatos le lanzó un escupitajo. Le dio de lleno entre los ojos.

El dolor resultaba absolutamente increíble. Si hubiera podido moverse, se habría arrancado los ojos de las cuencas y habría rodado por el suelo, dando alaridos y arañándose la piel. Pero no podía moverse. Lanzó un chillido casi inaudible.

Su visión se convirtió en una borrosa mancha de color y luego se esfumó.

Oyó... patas. Ruido de patas acolchadas, leve y sigiloso. Patas de gato.

¿Cuántos había? Celise sintió un peso en la espalda. Y luego otro, y otro. Algo golpeó su paralizada pierna derecha y sintió vagamente cómo se desplazaba por encima de ella.

Sintió el ruido de un escupitajo y su mejilla se incendió. Estaban por todas partes, encima de ella, arrastrándose a su alrededor. Podía notar su duro pelaje en una mano. Algo le mordió la nuca. Gritó pero el mordisco continuó y se hizo más hondo, pequeños dientes puntiagudos que se afianzaron en su carne y empezaron a tirar de ella.

Otro mordisco en un dedo. Sin saber cómo, el dolor le dio fuerzas y logró mover la mano. Al hacerlo se alzó una cacofonía de bufidos a su alrededor, las irritadas protestas de los animales. Sintió que le mordían la cara, la garganta, los ojos. Algo estaba intentando meterse dentro de su traje.

Movió la mano lenta y torpemente. Apartó cuerpos de animales, recibió mordiscos y siguió moviéndola. Tanteó su cinturón y por último sintió el objeto duro y redondo entre sus dedos. Lo sacó del cinturón y lo acercó a su rostro, sosteniéndolo con toda la fuerza que le quedaba.

¿Dónde estaba el gatillo para armarla? Su pulgar recorrió el objeto, buscando. Ahí. Le dio media vuelta y luego lo apretó tal y como Lion le había dicho.

Cinco, recitó en silencio, cuatro, tres, dos, uno. Y en su último instante, Celise Waan vio la luz.

Kaj Nevis se había reído mucho contemplando el espectáculo.

No sabía qué demonios era esa condenada cosa, pero había resultado más que suficiente para entendérselas con Jefri Lion. Cuando cayó sobre él le rodeó con las alas y durante unos cuantos minutos Lion luchó y se debatió, rodando por el suelo con la criatura tapándole la cabeza y los hombros. Parecía un hombre luchando con un paraguas y el resultado era de una irresistible comicidad.

Finalmente Lion acabó quedándose inmóvil. Sólo sus piernas se agitaban de vez en cuando débilmente. Sus gritos cesaron y en el corredor se oyó un rítmico sonido de succión.

Nevis estaba tan divertido como contento de lo que había pasado, pero se imaginó que lo mejor sería no dejar ningún cabo suelto. La criatura estaba absorta alimentándose de Lion, y Nevis se acercó a ella tan silenciosamente como pudo, lo cual no era gran cosa, y la agarró. Cuando la arrancó de los restos de Jefri Lion se oyó un ruido parecido al que hace una botella al ser descorchada.

Maldición, pensó Nevis, un trabajo de todos los diablos. Toda la parte frontal del casco de Lion estaba reventada. La criatura poseía una especie de pico para chupar, de una consistencia cercana a la del hueso, y lo había clavado directamente en el visor de Lion, absorbiéndole después la mayor parte del rostro. Un espectáculo bastante feo, a decir verdad. La carne parecía casi derretida y en algunas zonas asomaba el hueso.

El monstruo aleteaba locamente en sus brazos y emitía un chillido bastante desagradable, a medio camino entre el gimoteo y el zumbido. Kaj Nevis extendió su brazo, apartándolo tanto como pudo, y dejó que aleteara mientras lo estudiaba. La criatura atacó su brazo, una y otra vez, pero no consiguió resultado alguno. Le gustaban esos ojos. Eran realmente malignos y aterradores. Pensó que la criatura podía resultar útil y se imaginó lo que pasaría una noche si soltaba de golpe doscientas cosas de su especie en Shandicity. ¡Oh, sí! estarían dispuestos a pagar el precio que pidiera. Le darían lo que pidiera, fuera lo que fuera: dinero, mujeres, poder, incluso el condenado planeta entero si eso era lo que deseaban. Iba a ser muy divertido poseer semejante nave.

Mientras tanto, sin embargo, esta criatura en concreto podía acabar siendo más bien una molestia.

Kaj Nevis agarró un ala con cada mano y la partió en dos. Luego, sonriendo, regresó por donde había venido.

Haviland Tuf comprobó de nuevo los instrumentos y ajustó delicadamente el flujo del líquido. Una vez satisfecho, cruzó las manos sobre el estómago y se acercó a la cuba en cuyo interior giraba un líquido opaco de un color entre el rojo y el negro. Al contemplarlo Tuf sintió algo parecido al vértigo, pero sabía que eso era sólo un efecto colateral del campo de estasis. En ese pequeño tanque, tan diminuto que casi podía rodearlo con las dos manos, se estaban desplegando vastas energías primigenias e incluso el tiempo se aceleraba para cumplir sus órdenes. Verlo le producía una extraña sensación de reverencia y temor.

El baño nutritivo se fue aclarando gradualmente hasta volverse casi traslúcido y en su interior a Tuf le pareció por un segundo que podía distinguir ya una silueta oscura que cobraba forma, creciendo y creciendo visiblemente. Todo el proceso ontogenético se desarrollaba ante sus mismos ojos. Cuatro patas, sí, ya podía verlas. Y una cola. Tuf llegó a la conclusión de que eso sólo podía ser una cola.

Regresó a los controles. No deseaba que su creación fuera vulnerable a las plagas que habían acabado con Champiñón. Recordó la inoculación que el tiranosaurio había recibido muy poco antes de su inesperada y más bien molesta liberación. Sin duda tenía que existir un modo para administrar los antígenos y la profilaxis adecuada antes de completar el proceso de nacimiento. Haviland Tuf empezó a buscar cuál era exactamente ese modo.

El Arca estaba casi limpia. Rica había sellado ya las barreras en tres cuartas partes de la nave y el programa de esterilización seguía su curso, con la lógica automatizada e inexorable que le era propia. La cubierta de aterrizaje, la sección de ingeniería, la sala de máquinas, la torre de control, el puente y nueve sectores más aparecían ahora con un pálido y limpio color azul en la imagen de la gran pantalla. Sólo el gran eje central, los corredores principales y las áreas de laboratorios cercanas a él seguían teñidas por ese rojo casi corrosivo que indicaba una atmósfera repleta de enfermedades y muerte en una miríada de formas distintas.

Eso era justamente lo que Rica Danwstar deseaba. En esos sectores centrales, conectados entre sí, estaba teniendo lugar otro tipo de proceso que poseía una lógica igualmente implacable. La ecuación final de ese proceso, no le cabía duda, la dejaría como única dueña y señora de la sembradora y de todo su conocimiento, poder y riqueza.

Dado que el puente ya estaba limpio, Rica se había quitado el casco y daba gracias de haber podido hacerlo. También había pedido un poco de comida. En concreto, una gruesa tajada proteínica, obtenida de una criatura llamada bestia de carne, que el Arca había mantenido en un suculento estasis durante mil años, y que había engullido acompañada por un gran vaso de agua dulce y helada que sabía ligeramente a miel de Milidia. Mientras observaba los informes que fluían en la pantalla, había ido comiendo y bebiendo, disfrutando enormemente a cada bocado.

Las cosas se habían simplificado considerablemente ahí abajo. Jefri Lion había salido de escena y en cierto modo le parecía lamentable. Era un hombre inofensivo, aunque su ingenuidad resultara a veces insoportable. Celise Waan estaba también fuera de juego y, por sorprendente que pareciera, se las había arreglado para llevarse consigo a los gatos del infierno. Kaj Nevis se había encargado del drácula encapuchado.

Sólo quedaban Nevis, Tuf y ella.

Rica sonrió. Tuf no representaba ningún problema. Estaba muy ocupado fabricando un gato y siempre había un modo sencillo y rápido para eliminarle. No, el único obstáculo real que se interponía aún entre Rica y el trofeo final era Kaj Nevis y el traje de combate Unqi. Lo más probable era que en esos instantes Kaj se encontrara realmente confiado y eso era bueno. Que siguiera así, pensó Rica.

Terminó de comer y se lamió los dedos. Pensaba que ya había llegado el momento de su lección zoológica. Pidió los informes existentes sobre las tres bioarmas que todavía vagaban por la nave y pensó que si alguna de ellas resultaba adecuada no debía preocuparse. Después de todo, le quedaban aún treinta y nueve más en el campo de estasis, esperando el momento de la liberación. Podía escoger a su verdugo sin ningún tipo de problemas.

¿Un traje de combate? Lo que tenía a su disposición era mejor que cien trajes de combate.

Una vez hubo terminado de leer los perfiles zoológicos Rica Danwstar sonreía ampliamente.

Basta de reservas y precauciones. El único problema era hacer las presentaciones del modo adecuado. Comprobó la geografía de la zona en la gran pantalla y trató de pensar en lo tortuosa que podía llegar a ser, en último extremo, la mente del viejo Kaj Nevis.

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