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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (33 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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Del Mundo de Jamison, las cubas habían hecho surgir a los dragones de arena, a los dreerantes y una docena más de especies ofidias, tanto grandes como pequeñas, de casi todos los colores imaginables.

Y de la Vieja Tierra la biblioteca celular había rebuscado hasta encontrar a los gigantescos tiburones blancos, las barracudas, los pulpos gigantes y las orcas, dotadas de tal astucia que se las podía calificar de medio inteligentes.

Sembraron Namor con el monstruoso kraken gris de Lissador y el kraken azul de Ance, no tan grande como el otro; con las colonias de medusas de Noborn; con los látigos giratorios de Daronian y el encaje sangriento de Cathaday, así como los peces fortaleza de Dam Tullian, la pseudoballena de Gulliver y el ghrin'da de Hruun–2, al mismo tiempo que utilizaban miniaturas como las navajas de Avalon, los parásitos caesni de Ananda y las mortíferas avispas acuáticas de Deirdran, que se reproducían por huevos y eran capaces de construir nidos enormes. Para que se encargaran de los globos de fuego habían traído una incontable variedad de especies capaces de surcar el aire: mantas de aguijón, las alas-navaja de un brillante rojo anaranjado, rebaños enteros de los aulladores semi acuáticos. Y una criatura espantosa, de un pálido color azulado, medio planta y medio animal, prácticamente sin peso y capaz de flotar en el viento, acechando dentro de las nubes como una telaraña viviente y dotada de un hambre feroz. Tuf la llamaba la-hierba-que-llora-y—suspira y le aconsejó a Kefyra Qay que, en lo sucesivo, no volara nunca a través de las nubes.

Plantas y animales, engendros que no eran ni una cosa ni otra, depredadores y parásitos, criaturas negras como la noche o de brillante colorido junto a otras que eran casi invisibles por su total ausencia de color, seres extraños y tan hermosos que resultaba imposible describirlos o tan horribles que su aspecto era inconcebible, nativos de mundos cuyos nombres ardían con un fuego imperecedero en la historia del hombre, en tanto que algunos otros eran casi desconocidos. Un infinito repertorio de especies. Día tras día el Basilisco y la Mantícora cruzaron como rayos los mares de Namor, demasiado veloces y mortíferos para los globos de fuego que vagaban al acecho de su presa, dejando caer sus armas vivientes con toda impunidad. Después de cada viaje al Arca y, una vez en ella, Haviland Tuf y uno o más de sus gatos, buscaban la soledad en tanto que Kefyra Qay solía llevarse con ella a Estupidez y se encerraba en la sala de comunicaciones para enterarse de las últimas noticias.

—El Guardián Smitt informa haber avistado seres extraños en el Estrecho Naranja. No hay ninguna señal de acorazados.

—Un acorazado avistado en Batthern, combatiendo encarnizadamente con una cosa provista de tentáculos que le doblaba en tamaño. ¿Dice que es un kraken gris? Muy bien. Tendremos que ir aprendiendo todos esos nombres, Guardiana Qay.

La Franja de Mullidor informa que una familia de mantas de aguijón ha instalado su residencia en los acantilados. La Guardiana Horn dice que cortan a los globos de fuego como si fueran cuchillos vivientes. Dice que los globos se agitan indefensos y que luego se deshinchan para caer al mar sin poder defenderse. ¡Magnífico!

—Hoy hemos tenido noticias de Playa Índigo, Guardiana Qay. Una historia muy extraña. Tres caminantes emergieron a toda prisa del agua, pero no se trataba de ningún ataque. Estaban como enloquecidos e iban de un lado a otro aparentemente sufriendo enormes dolores, y de todas sus articulaciones colgaban una especie de sogas pálidas y pegajosas. ¿Qué era?

—En la costa de Nueva Atlántida ha encallado hoy un acorazado muerto. La Navaja Solar avistó otro espécimen muerto en su patrulla occidental. Estaba pudriéndose en el agua. Varias especies desconocidas lo estaban haciendo pedazos.

—La Espada Estelar se desplazó ayer a las Cumbres de Fuego y no vio más de media docena de Globos de Fuego. El Consejo de Guardianes está pensando en reanudar los vuelos aéreos en trayectos no muy largos, empezando con las Perlas de la Concha, como prueba. ¿Qué opina de ello, Guardiana Qay? ¿Cree aconsejable que corramos el riesgo o le parece prematuro?

Cada día llegaban nuevos informes y a cada nuevo vuelo de la Mantícora Kefyra Qay sonreía más ampliamente. Pero Haviland Tuf seguía callado e impasible.

Cuando ya llevaban treinta y cuatro días de guerra, el jefe de Guardianes Lysan habló con ella.

—Bueno, hoy se ha encontrado otro acorazado muerto. Debió ser toda una batalla. Nuestros científicos han estado analizando los restos contenidos en su estómago y al parecer se había estado alimentando exclusivamente de orcas y kraken azules.

Kefyra Qay torció levemente el gesto y luego se encogió de hombros.

—En Boreen encalló hoy un kraken gris —le dijo unos cuantos días después el jefe de Guardianes Moen—. Los habitantes se quejan del olor e informan que presenta huellas gigantescas de mordiscos circulares. Es obvio que se trata de un acorazado, pero debe ser mucho más grande de lo habitual. —Qay se removió incómoda al oír esa noticia.

—Todos los tiburones parecen haberse esfumado del Mar Ambarino. Nuestros biólogos no encuentran ninguna explicación válida para ello. ¿Qué opina? Pregúntele a Tuf, ¿quiere? —Kefyra Qay escuchaba en silencio, sintiendo algo parecido al temor.

—Una noticia muy extraña para ustedes. Se ha visto algo moviéndose por la Fosa Coterina. Tenemos informes tanto de la Navaja Solar como del Cuchillo Celeste y también varias confirmaciones de patrullas aéreas. Dicen que es algo enorme, una auténtica isla viviente, que se lo lleva todo a su paso. ¿Es algo suyo? Si lo es, puede que hayan cometido un error de cálculo. Dicen que se está comiendo a las barracudas, a las agujas terrestres y a las navajas a millares. —Kefyra Qay no supo qué responder.

—Otra vez se han visto globos de fuego en las cercanías de Playa Mullidor, a centenares. No sé si debo creer en los informes pero dicen que las mantas de aguijón pasan junto a ellos sin hacerles caso. ¿Creen que...?

—Hemos vuelto a divisar parientes de los acorazados, ¿increíble, no? Creíamos que se habían extinguido. Hay montones y se están comiendo a las especies más pequeñas de Tuf como si nada. Tienen que...

—Se han divisado acorazados utilizando sus chorros de agua para derribar del cielo a los aulladores...

—Algo nuevo, Kefira, un volador... bueno, quizá sería mejor decir una especie de planeador. Hay enjambres enteros de ellos y remontan el vuelo desde la espalda de los globos de fuego. Ya han derribado tres naves y las mantas no pueden competir con ellos...

—...se acabó, se lo repito, ya no queda ni una, esas cosas que se escondían entre las nubes han muerto todas. Los globos las están haciendo pedazos, el ácido no les afecta, están viniendo a montones...

—...más avispas acuáticas muertas, centenares de ellas, miles, dónde están...

—...otra vez caminantes. Castillo del Alba ya no emite, creo que ha sido destruida por ellos. No podemos entenderlo. La isla estaba rodeada de encaje sangriento y colonias de medusas. Tendría que haber resistido, a menos que...

—Playa Índigo lleva una semana sin emitir... treinta, cuarenta globos de fuego en los alrededores de Cabben. El Consejo teme que...

—...no hay noticias de Lobbadoon... un pez fortaleza muerto, tan grande como media isla... los acorazados se metieron dentro del puerto y...

—...caminantes... Guardiana Qay, hemos perdido a la Espada Estelar, creemos que ha sido encima del Mar Ártico. La última transmisión era muy confusa pero pensamos...

Kefyra Qay se puso en pie, casi temblando, y giró en redondo para huir de la sala de comunicaciones y de todas sus pantallas que balbuceaban informes de muerte, destrucción y derrota. Haviland Tuf estaba inmóvil ante ella, su rostro pálido e impasible, con Ingratitud plácidamente sentada en su hombro izquierdo.

—¿Qué está pasando? —le preguntó la Guardiana.

—Guardiana, había creído que le resultaría obvio a cualquier persona de una inteligencia normal. Estamos perdiendo. Puede que ya nos hayan derrotado.

Kefyra Qay luchó heroicamente para no gritar. —¿No piensa hacer nada? ¿No piensa contraatacar? Todo es culpa suya, Tuf. No es un ingeniero ecológico. Es un simple comerciante que ni tan siquiera sabe lo que está haciendo. Esa es la razón de que...

Haviland Tuf alzó la mano pidiendo silencio. —Por favor —dijo—, ya he tolerado considerables vejaciones por su parte y no deseo ser aún más insultado. Soy un hombre tranquilo, de ánimo benevolente y amable, pero incluso yo puedo acabar cediendo a la ira si la provocación es suficiente para ello. En estos momentos se está acercando a dicho punto. Guardiana, no pienso aceptar ninguna responsabilidad en lo tocante a este desafortunado rumbo de los acontecimientos. Esta apresurada guerra biológica en la cual nos hemos comprometido no fue idea mía. Fue su poco civilizado ultimátum el que me obligó a cometer ciertos actos, no muy inteligentes, para aplacarla con ellos. Por suerte, mientras usted ha pasado las noches regocijándose ante victorias tan ficticias como pasajeras, yo he continuado mi trabajo. He trazado el mapa de su mundo en mis ordenadores y en ese gráfico he ido observando las múltiples etapas por las cuales ha pasado dicha guerra. He duplicado su biosfera en uno de mis tanques de mayor tamaño y he sembrado en él muestras de vida namoriana clonadas a partir de especímenes muertos, un pedazo de tentáculo por aquí y un fragmento de caparazón por allá. He observado lo que ocurría, lo he analizado y por último he logrado llegar a ciertas conclusiones. Por supuesto que siguen siendo provisionales pero lo que ahora está ocurriendo en Namor tiende a confirmar mi hipótesis. Por todo ello, Guardiana, le pido que cese en sus intentos difamatorios.

Tras una refrescante noche de sueño bajaremos a Namor y una vez allí intentaré poner fin a su guerra.

Kefyra Qay se le quedó mirando sin apenas atreverse a creer que sus temores pudieran ceder nuevamente paso a la esperanza.

—Entonces, ¿tiene la respuesta?

—Ciertamente. ¿No ha quedado claro por mis palabras anteriores?

—¿De qué se trata? —le preguntó ella—. ¿Algunas criaturas nuevas? Quiero decir... ha estado clonando algo, ¿no? ¿Es alguna plaga? ¿Algún monstruo?

Haviland Tuf alzó nuevamente la mano.

—Paciencia. Antes debo estar seguro. Se ha burlado de mí y no ha dejado de acosarme con tan constante vigor que dudo, una vez llegado el momento, antes de exponerme nuevamente al ridículo por confiarle mis planes. Primero quiero probar su validez. Mañana hablaremos de todo. No habrá vuelo guerrero con la Mantícora. En lugar de ello, quiero que vaya a Nueva Atlántida y arregle una sesión plenaria del Consejo de los Guardianes. Por favor, encárguese de transportar a quienes se encuentren en islas demasiado alejadas.

—¿Y usted? —le preguntó Kefyra Qay.

—Yo me reuniré con el consejo llegado el momento. Antes debo llevar tanto mis planes como mi criatura a Namor para una misión particular. Creo que iremos en el Fénix, sí, creo que el Fénix será perfectamente adecuado para conmemorar el resurgimiento de su planeta de entre las cenizas. Es cierto que se trata de cenizas algo húmedas, pero son cenizas de todos modos.

Kefyra Qay se reunió con Haviland Tuf en la cubierta de aterrizaje unos instantes antes de la hora fijada para el despegue. La Mantícora y el Fénix se encontraban en sus soportes de lanzamiento rodeadas por una confusa multitud de naves medio destruidas. Haviland Tuf estaba tecleando con rapidez en un mini ordenador que llevaba abrochado a la muñeca. Iba cubierto con una especie de gabán hecho de vinil gris, provisto de numerosos bolsillos y unas hombreras más bien aparatosas. Una gorra marrón y verde, en la que brillaba la insignia de los Ingenieros Ecológicos, cubría con una algo pretenciosa inclinación su calva cabeza.

—Ya he hablado con el Control de Namor y el Cuartel General de los Guardianes —le dijo Kefyra Qay—. El Consejo está reuniéndose. Me encargaré de transportar una media docena de jefes de Guardianes, procedentes de los distritos más alejados, con lo cual todos estarán presentes. ¿Y usted, Tuf? ¿Está preparado? ¿Se encuentra ya a bordo su misteriosa criatura?

—Pronto lo estará —dijo Haviland Tuf con un pestañeo. Pero Kefyra Qay no se dio cuenta de ese gesto, pues no le estaba mirando a la cara sino más abajo.

—Tuf —dijo—, hay algo en su bolsillo, y se mueve. —Con expresión de incredulidad, Kefyra Qay vio como algo reptaba bajo el vinil gris, formando arrugas en el tejido.

—Ah —dijo Tuf—, ciertamente. —y entonces la cabeza emergió de su bolsillo, contemplando los alrededores con franca curiosidad. La cabeza pertenecía a un gatito negro como el azabache y provisto de unos brillantes ojos amarillos.

—Un gato —murmuró con cierta amargura Kefyra Qay.

—Posee usted una capacidad perceptiva rayana en lo increíble —dijo Haviland Tuf. Sacó nuevamente al gatito de su bolsillo y lo sostuvo en su blanca manaza, mientras le rascaba detrás de la oreja—. Este es Dax —dijo con voz solemne. Dax tenía apenas la mitad del tamaño de sus congéneres aún no adultos y se parecía mucho a una bolita de pelo negro, aunque tenía un aspecto curiosamente flácido e indolente.

—Maravilloso —replicó la Guardiana—. ¿Dax, eh? ¿De dónde ha salido éste...? No, no es preciso que me responda, ya puedo adivinarlo. Tuf, ¿no tenemos por hacer cosas mucho más importantes que ir jugando con gatos?

—No me lo parece —dijo Haviland Tuf—. Guardiana, no aprecia usted a los gatos en la medida suficiente. Son las más civilizadas de todas las criaturas y no puede llamarse auténticamente civilizado a un mundo sin gatos. ¿Ya sabe usted que desde épocas inmemoriales todos los gatos han poseído ciertos poderes psíquicos. ¿Sabía que ciertas culturas de la Vieja Tierra los adoraban como a dioses?

—Por favor —le dijo ella con irritación—. No tenemos tiempo para una discusión sobre gatos. ¿Piensa llevar con usted a esa pobre criatura hasta Namor?

Tuf pestañeó. —Ciertamente. Esta pobre criatura, tal y como usted la ha calificado despectivamente, es la salvación de Namor y creo que, dadas las circunstancias, quizá se imponga tenerle un cierto respeto.

Kefyra Qay le miró como si se hubiera vuelto loco. —¿Qué? ¿Eso? ¿Él? Quiero decir... ¿Dax? ¿Está hablando seriamente? Debe ser una broma, ¿no? Deber ser una broma de mal gusto, una locura. Debe tener algo dentro del Fénix, algún inmenso leviatán capaz de limpiar el mar de esos acorazados, algo, cualquier cosa, no sé. Pero no puede referirse a... no puede referirse a... a eso.

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