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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (31 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Siga —dijo Tuf.

—El Alba de Fuego —murmuró con voz cansada la Guardiana—. Estábamos... teníamos treinta dirigibles, treinta. Un convoy enorme, protegido por doce naves armadas. El viaje era largo. Teníamos que ir de Nueva Atlántida hasta Mano Rota, un grupo de islas bastante importante. Cuando estaba amaneciendo el segundo día de viaje, justo cuando el Este empezaba a enrojecer, el mar empezó a... a hervir bajo nosotros. Era como una marmita de sopa que ha llegado a subir. Había miles, Tuf, miles. Las aguas enloquecieron en un remolino de espuma y las criaturas fueron subiendo hacia el cielo, una multitud de gigantescas sombras oscuras que se nos venían encima desde todas las direcciones. Las atacábamos con nuestros láser, con proyectiles explosivos, con todo lo que teníamos. Era como si el mismísimo cielo estuviera en llamas. Todas esas cosas estaban llenas a reventar de hidrógeno y el aire estaba tan enriquecido por el oxígeno que habían secretado, que casi mareaba el respirarlo. Después llamamos a ese día, el Alba de Fuego. Fue terrible. Se oían gritos por todas partes, había globos ardiendo en todo el cielo, nuestros dirigibles se hacían pedazos a nuestro alrededor, con sus tripulaciones en llamas. En el mar esperaban los acorazados. Les vi apoderarse de quienes habían caído de los dirigibles, vi cómo esos pálidos tentáculos se enroscaban a su alrededor, arrastrándoles hacia los abismos. Cuatro dirigibles sobrevivieron a esa batalla, cuatro. Perdimos todas las naves con todas sus tripulaciones.

—Una historia espantosa —dijo Tuf. En los ojos de Kefira Qay ardía un brillo de locura. Estaba acariciando a Estupidez con un ritmo ciego y mecánico, con los labios muy apretados y los ojos clavados en la pantalla, allí donde el primer globo de fuego seguía flotando inmóvil por encima del cadáver retorcido del Espíritu de Acuario.

—Desde entonces —dijo por último—, nuestra vida se ha convertido en una continua pesadilla. Hemos perdido los mares y en las tres cuartas partes de Namor reina la escasez. En algunos sitios la gente muere de hambre. Sólo Nueva Atlántida sigue teniendo los alimentos suficientes, ya que sólo allí se practica con cierta extensión la agricultura. Los Guardianes han seguido luchando. La Navaja Solar y nuestras otras dos naves espaciales han sido puestas en servicio. Efectúan bombardeos en zonas determinadas, dejan caer veneno y evacuan algunas de las islas de menor tamaño. Con el resto de las naves aéreas que nos queda, hemos logrado mantener cierto contacto con las islas más alejadas. Y, naturalmente, tenemos la radio. Pero estamos a punto de perder la guerra. En el último año más de veinte islas han dejado de comunicar. En media docena de esos casos mandamos patrullas para investigar y las que volvieron dieron siempre el mismo informe. Cadáveres por doquier, pudriéndose al sol. Los edificios aplastados, convertidos en ruinas. Las alimañas y los gusanos dándose un festín con los cuerpos. Y en una de esas islas encontraron otra cosa, algo aún más aterrador. Fue en la isla Estrella de Mar. Allí vivían casi cuarenta mil personas y antes de que el comercio se interrumpiera, contaba con un espaciopuerto de buen tamaño. Cuando Estrella de Mar cesó de emitir fue un rudo golpe para nosotros. Cambie la imagen, Tuf, cámbiela.

Tuf apretó una hilera de mandos en la consola.

En la playa había algo muerto, pudriéndose sobre la arena color índigo.

Esta vez no se trataba de una cinta sino de una foto. Haviland Tuf y la Guardiana Kefira Qay tuvieron tiempo más que suficiente para estudiar el objeto que yacía inmóvil sobre la arena, rodeado por un reguero de cadáveres humanos cuya proximidad servía para hacerse una buena idea de su auténtico tamaño. Tenía la forma de un cuenco invertido y era tan grande como una casa. Su piel semejante al cuero estaba cubierta de grietas, por las que rezumaba un fluido purulento. Era de un color gris con manchones verdes. Como los radios que brotan del cubo de una rueda, el cuerpo central de la cosa estaba rodeado de apéndices: diez tentáculos verdosos salpicados de bocas de un blanco rosado y, alternando con ellos, diez miembros de un aspecto más duro y rígido, negros y obviamente provistos de articulaciones.

—Patas —dijo Kefira Qay con voz amarga—. Era capaz de caminar, Tuf. Al menos, antes de que acabaran con él. Sólo hemos descubierto ese ejemplar, pero fue suficiente. Ahora ya sabemos la razón de que nuestras islas vayan quedando silenciosas, Tuf. Vienen del mar. Son criaturas como ésa, puede que más grandes o más pequeñas, caminando sobre sus diez patas como arañas y cogiendo a sus presas para devorarlas con los otros diez tentáculos. El caparazón es grueso y muy resistente. No basta con un láser o un proyectil explosivo para matarlo, como ocurre con los globos de fuego. Ahora supongo que ya lo comprende todo: Primero el mar, luego el cielo y ahora, también la tierra. La tierra. Emergen del agua a millares, derramándose sobre la arena como una marea horrenda. La semana pasada perdimos otras dos islas. Quieren barremos del planeta. Sin duda, algunos podrán sobrevivir en Nueva Atlántida, en lo más alto de las montañas, pero será una vida dura, cruel y breve. Hasta que Namor nos arroje alguna nueva especie de pesadilla para terminar con nosotros. —En su voz se percibía ahora el agudo filo de la histeria.

Haviland Tuf desconectó su consola y todas las pantallas se oscurecieron.

—Cálmese, Guardiana —le dijo, volviéndose hacia ella—. Sus temores me resultan comprensibles, pero son innecesarios. Ahora comprendo mucho mejor la naturaleza de su apuro y estoy de acuerdo en que resulta trágico, sí, pero no es desesperado.

—¿Sigue creyendo que puede ayudarnos? —dijo ella—. ¿Solo? ¿Usted y esta nave? Oh, no piense que estoy intentando desanimarle. Nos aferraremos a cualquier brizna de salvación pero...

—Pero no me cree —dijo Tuf, en tanto que de sus labios brotaba un leve suspiro—. Duda —le dijo al gatito gris, alzándolo en su blanca manaza—, realmente has sido bautizado con toda propiedad. —Se volvió nuevamente hacia Kefira Qay. No soy hombre rencoroso y han pasado ustedes por crueles penalidades, así que no pienso prestar la menor atención al modo despectivo en que se me considera tanto a mí como a las habilidades que poseo. Y ahora, si tiene la bondad de excusarme, tengo mucho que hacer. Su gente me ha enviado gran cantidad de informes detallados sobre esas criaturas, así como un resumen general de la ecología namoriana. Le doy las gracias por sus informaciones.

Kefira Qay frunció el ceño, levantó a Estupidez de su rodilla y lo dejó en el suelo, poniéndose luego en pie.

—Muy bien —dijo—. ¿Cuándo estará preparado?

—No puedo responder a tal pregunta con precisión —replicó Tuf—, a menos que me sea posible empezar a trabajar inmediatamente con mis simulaciones de datos. Puede que dentro de un día sea posible empezar. Puede que haga falta un mes o puede que requiera más tiempo.

—Si tarda usted demasiado, le resultará difícil cobrar luego sus dos millones —le contestó ella con sequedad—. Todos habremos muerto.

—Ciertamente —dijo Tuf—. Pero lucharé para evitar que los acontecimientos tomen tal rumbo. Ahora, si tiene la bondad de marcharse, empezaré a trabajar y ya hablaremos nuevamente durante la cena. Pienso servir estofado vegetal al estilo de Arion, con un aperitivo previo de hongos de fuego, naturales de Thorite, para ir despertando el hambre.

Qay lanzó un ruidoso suspiro. —¿Otra vez hongos? —se quejó—. Hoy ya hemos tomado setas fritas con pimientos y luego setas con crema ácida.

—Me encantan las setas —dijo Haviland Tuf.

—Yo estoy harta de ellas —dijo Kefira Qay. Estupidez empezó a frotarse en su pierna y ella le miró con el ceño fruncido—. ¿No podríamos tomar algo de carne o de pescado? —Su rostro cobró una expresión pensativa y algo nostálgica—. Llevo años sin comer una concha de fango, incluso sueño con ella de vez en cuando. Basta con abrirla y luego se echa mantequilla dentro. La carne se come con cuchara, es blanda. ¡No se puede imaginar lo delicado de su sabor! O un poco de aleta de sabre. ¡Ah!, sería capaz de matar por un poco de aleta de sabre acompañada de neohierba.

Haviland Tuf no se inmutó en lo más mínimo. —En esta nave no se comen animales —dijo, empezando a trabajar sin prestarle más atención. Kefira Qay se marchó y Estupidez salió corriendo tras ella—. Muy adecuado —murmuró Tuf—, ciertamente muy adecuado.

Cuatro días y muchas setas después, Kefira Qay empezó a mostrarse apremiante y le pidió resultados a Haviland Tuf.

—¿Qué está haciendo? —le preguntó durante la cena—. ¿Cuándo piensa actuar? Usted sigue encerrado en su cuarto y, cada día, las condiciones en Namor van empeorando. Hace una hora hablé con el jefe de Guardianes mientras usted se entretenía con sus ordenadores. Pequeña Acuario y las Hermanas que Bailan se han perdido en el tiempo que usted y yo llevamos aquí sin hacer nada productivo, Tuf.

—¿Sin hacer nada productivo? —dijo Haviland Tuf—. Guardiana, no me estoy entregando a la ociosidad. Nunca lo hice y no pretendo empezar ahora. Estoy trabajando. Tengo una enorme masa de información por digerir.

Kefira Qay dio un resoplido. —Supongo que se referirá a una gran masa de hongos por digerir —dijo. Se puso en pie, apartando a Estupidez de su regazo. El gatito y ella se habían convertido, últimamente, en compañeros casi inseparables—. En Pequeña Acuario vivían doce mil personas —añadió—, y prácticamente otras tantas en las Hermanas que Bailan. Piense en ello mientras hace la digestión, Tuf.

Giró en redondo y salió de la habitación.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf, concentrándose de nuevo en su pastel de flor dulce.

Pasó una semana antes de que se produjera otro enfrentamiento.

—¿y bien? —le preguntó la Guardiana en el pasillo, plantándose ante Tuf cuando éste se dirigía con su pesada dignidad hacia su cuarto de trabajo.

—Perfectamente —replicó él—. Buenos días, Guardiana Qay.

—No tienen nada de buenos —dijo ella con voz irritada—. El Control de Namor me ha informado de que las Islas del Amanecer han dejado de emitir. Las hemos perdido y con ellas se han perdido también doce naves, junto con todos los barcos que se encontraban en sus puertos. ¿Qué dice de eso?

—Un acontecimiento muy trágico y lamentable —dijo Tuf.

—¿Cuándo estará listo?

Tuf se encogió de hombros. —No puedo contestar a tal pregunta. No me he impuesto una tarea precisamente sencilla, créame. El problema es complicado, muy complicado. Sí, ciertamente, ésa es la palabra adecuada. Quizá podría arriesgarme a calificarlo de auténtico enigma, pero le aseguro que del mismo modo que los tristes apuros de Namor han despertado toda mi simpatía, este problema al que me enfrento tiene movilizado por completo a mi intelecto.

—Eso es todo lo que le parece a usted, Tuf, ¿verdad? ¿Un problema?

Haviland Tuf frunció levemente el ceño y cruzó las manos ante él, apoyándolas luego sobre el prominente bulto de su estómago.

—Ciertamente, es un problema —dijo.

—No. Es algo más que eso. No estamos jugando. Ahí abajo muere gente, gente de verdad. Mueren porque los Guardianes no son capaces de enfrentarse a ese desafío y porque usted no está haciendo nada. Nada.

—Cálmese. Tiene mi garantía personal de que estoy trabajando incesantemente en pro de su bienestar. Debe pensar que mi tarea no es tan sencilla como la suya. Está muy bien dejar caer bombas sobre los acorazados o disparar con un alto explosivo a un globo de fuego para ver cómo se incendia, pero esos métodos tan simples como espectaculares no les han servido de nada, Guardiana, o de muy poco. La ingeniería ecológica exige un esfuerzo muy superior. Estoy analizando los informes de sus líderes, de sus biólogos marinos y de sus historiadores. Reflexiono y estudio. Hago planes con los que encarar la situación y luego efectúo simulaciones en los grandes ordenadores del Arca. Más tarde o más temprano hallaré la respuesta.

—Que sea pronto —dijo Kefira Qay con dureza—. Namor quiere resultados y yo estoy de acuerdo con ellos. El Consejo de Guardiana se está impacientando. Que sea pronto, Tuf, no tarde. Se lo advierto —se hizo a un lado y le dejó pasar.

Kefira Qay pasó la siguiente semana y media evitando a Tuf, tanto como le era posible. Cada día iba a la sala de comunicaciones y mantenía en su interior largas discusiones con sus superiores en el planeta, durante las cuales se le comunicaban las últimas noticias. Todas las noticias eran malas.

Finalmente llegó el momento en que fue incapaz de aguantar más y con el rostro lívido de furor irrumpió en la habitación, siempre medio a oscuras, que Tuf llamaba su «sala de guerra», le encontró sentado ante una consola de ordenador, contemplando las pantallas en las que se veía un frenético despliegue de líneas rojas y azules atrapadas en una rejilla.

—¡Tuf! —rugió. Él apagó la pantalla y giró para enfrentarse a ella, apartando de su regazo a Ingratitud. Medio oculto por las sombras, Haviland Tuf la contempló con expresión inmutable—. El Consejo de Guardianes me ha dado una orden —le dijo.

—Muy afortunado para usted —replicó Tuf—. He observado que la reciente inactividad la ha estado poniendo cada vez más inquieta.

—El Consejo quiere acción inmediata, Tuf. Inmediata. Hoy. ¿Lo ha entendido?

Tuf cruzó las manos y apoyó el mentón sobre ellas, en una actitud muy parecida a la de la plegaria.

—¿Acaso debo tolerar no tan sólo la hostilidad y la impaciencia, sino también el insulto a mi inteligencia? Ya he comprendido todo lo que me hace falta comprender en cuanto a sus Guardianes, puedo asegurárselo. Lo único que no comprendo es la tan peculiar como obstinada ecología de Namor. Hasta que no haya logrado tal comprensión, no puedo actuar.

—Actuará —dijo Kefira Qay y de pronto en su mano pareció brotar un láser que apuntaba directamente al vasto estómago de Tuf—. Actuará ahora mismo.

Haviland Tuf no hizo el menor movimiento. —Violencia —dijo, en un tono de leve reproche—. Quizá fuera posible, antes de que me agujeree, condenando con ello tanto a su propia persona como a su mundo, que se me conceda una oportunidad para explicarme, ¿no?

—Adelante —dijo ella—, le escucharé. Durante un tiempo.

—Excelente —dijo Haviland Tuf—. Guardiana, en Namor está ocurriendo algo muy extraño.

—Vaya, se ha dado cuenta —dijo ella secamente, sin que el láser se moviera ni un milímetro.

—Ciertamente. Están siendo destruidos por una plaga de lo que, a falta de un término mejor, debemos llamar colectivamente monstruos marinos. En menos de doce años han aparecido tres especies y cada una de ellas parece ser nueva o, al menos desconocida. Eso me parece altamente improbable. Su gente lleva en Namor cien años y sin embargo sólo recientemente han trabado conocimiento con esas criaturas a las que llaman acorazados, globos de fuego o caminantes. Es como si algo tenebrosamente análogo a mi Arca estuviera librando contra ustedes una guerra biológica, pero resulta claro que no es así. Nuevos o no, estos monstruos son nativos de Namor y son producto de la evolución local. Sus parientes cercanos llenan los mares, desde las conchas de fango hasta las medusas danzarinas. Por lo tanto, ¿dónde nos lleva todo eso?

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