—Inconcebible —dijo Tuf con voz átona—. Sin embargo, aún les quedan sus cubiles, ¿no?
—Ya no —dijo Norn con la voz de un hombre acosado—. Ordené que los cerraran. Los colmillos de hierro estaban perdiendo todos los combates, especialmente después de que usted empezara a tratar con las demás Casas y me pareció una pérdida inútil de tiempo y dinero mantener esos terrenos abiertos. Además, el gasto... necesitábamos cada moneda posible, nos había dejado sin recursos. Teníamos que pagar las tarifas de la Arena y además, naturalmente, teníamos que apostar, y en los últimos tiempos nos vimos obligados a comprarle provisiones a Tamber para alimentar a nuestros entrenadores y el resto del personal. Créame, le resultaría imposible imaginar lo que los saltadores han hecho con nuestra cosecha.
—Caballero —dijo Tuf—, tenga la bondad de confiar un poco en mi imaginación. Soy ecólogo de profesión y sé muchas cosas sobre los saltadores y sus costumbres. ¿Debo entender, según me dice, que ahora ya no les quedan tampoco colmillos de hierro?
—Sí, sí... Dejamos sueltas a esas criaturas inútiles y ahora se han esfumado con el resto de las especies. ¿Qué vamos a hacer? Los saltadores se están apoderando de las llanuras, los gatos no quieren aparearse y vamos a quedarnos sin dinero muy pronto, si debemos continuar importando alimentos y pagar las tarifas de la Arena sin la menor esperanza de conseguir victorias.
Tuf se cruzó de manos. —Ciertamente, veo que se enfrentan a una serie de problemas muy delicados. Y soy el hombre adecuado para ayudarles a encontrar la solución. Por desgracia, le he dado mi palabra a Danel Leigh Arneth y he aceptado su dinero empeñando con ello mi buen nombre.
—Entonces, ¿no hay esperanza? Tuf, le estoy suplicando... Yo, todo un Maestre de Animales de la Casa de Norn. Muy pronto nos veremos obligados a abandonar los juegos por completo. No tendremos fondos para pagar las tarifas de la Arena y menos aún para apostar y tampoco dispondremos de animales para presentar a los pozos. La desgracia ha caído sobre nosotros. En toda la historia de nuestro mundo jamás hubo una Gran Casa que no pudiera presentar sus combatientes a los juegos, ni tan siquiera Feridian durante su Sequía de los Doce Años. La vergüenza nos hundirá. La Casa de Norn manchará su orgulloso linaje enviando a la arena animales de granja que serán ignominiosamente hechos jirones, por los inmensos animales que le ha vendido a las demás Casas.
—Caballero —dijo Tuf—, si me permite avanzar un tímido pronóstico de cara al futuro, pienso que quizá Norn no se encuentre sola en tan apurada situación. Tengo el pálpito... sí, pálpito es la palabra más adecuada, y ahora que pienso en ella me doy cuenta de lo extraña que resulta. Sí, tengo el pálpito, tal y como iba diciendo, de que esos monstruos, que tanto temor le inspiran, pueden ir escaseando a medida que pasen las semanas y que éstas se conviertan en meses. Por ejemplo, los especímenes más jóvenes de los ursoides procedentes de Vagabundo pueden entrar muy pronto en su fase de hibernación. Debe entender que aún no tienen ni un año de edad. Espero que los señores de la Colina de Wrai no queden muy desconcertados por ello, aunque me temo que tal vaya a ser su reacción. Vagabundo, como estoy seguro ya sabrá, traza una órbita extremadamente irregular alrededor de su estrella primaria, con lo cual sus Largos Inviernos duran aproximadamente veinte años estándar. Los ursoides se encuentran adaptados a tal ciclo y muy pronto sus procesos corporales se harán tan lentos, que un observador carente de experiencia podría llegar a darles por muertos. Me temo que resultará muy difícil despertarles, aunque teniendo en consideración el agudo intelecto que distingue a los entrenadores de la Colina de Wrai, puede que encuentren un medio adecuado para ello. Pero me siento fuertemente inclinado a sospechar que, la mayor parte de sus energías y fondos deberán consagrarse a la alimentación de su gente, dado el voraz apetito que caracteriza a las orugas saltarinas.
»Y, de forma bastante similar, los hombres de Varcour se verán obligados a entendérselas con un aumento excepcional de sus labores arbóreas procedentes de Cathadayn. Las babosas arbóreas son criaturas especialmente fascinantes. Hay un momento de su ciclo vital durante el que se convierten en auténticas esponjas y su tamaño llega a doblarse. Un grupo de' ellas, lo bastante numeroso, es capaz de secar un pantano de tamaño medio —Tuf hizo una pausa y sus rechonchos dedos tamborilearon rítmicamente sobre su estómago. Mucho me temo que estoy divagando y es posible que le aburra. ¿Ha comprendido la idea que intento transmitirle? ¿Ha sentido su impacto?
Herold Norn tenía un aspecto más bien cadavérico. —Está loco. Nos ha destruido. Nuestra economía, nuestra ecología... dentro de cinco años habremos muerto de hambre.
—Es improbable —dijo Tuf—. Mi experiencia en tales asuntos me sugiere que Lyronica sufrirá ciertamente durante un tiempo de una grave inestabilidad ecológica y que de ello se derivarán ciertas privaciones, pero la duración del problema será muy limitada y no me cabe duda alguna de que, con el paso del tiempo, un nuevo ecosistema acabará emergiendo. ¡Ay!, mucho me temo que la ecología sucesora de la actual, no proveerá los ámbitos adecuados para albergar a grandes depredadores, pero, en cuanto a la calidad de la vida en Lyronica, me siento más bien optimista y tiendo a pensar que no sufrirá graves daños.
—¿No habrá depredadores? Pero, entonces, los juegos, la arena... ¡nadie pagará por ver a un saltador luchando con una babosa arbórea! ¿Cómo podremos seguir celebrando los juegos? ¡Nadie podrá enviar combatientes a la Arena de Bronce!
Haviland Tuf pestañeó. —Ciertamente —dijo—. Una idea muy intrigante. Tendré que pensar en ella a fondo durante mucho tiempo. Desconectó la pantalla y empezó a hablar con Dax.
Normalmente los rumores no preocupaban mucho a Haviland Tuf. Para empezar, casi nunca se enteraba de ellos. Tuf no sentía demasiada repugnancia a moverse como turista por los mundos que visitaba, pero, incluso cuando se mezclaba con otras personas en los lugares públicos, siempre permanecía un tanto distante e inalcanzable. Su piel blanca como la tiza y su total carencia de vello corporal le hacían destacar entre los habitantes de los planetas que visitaba para ejercer su profesión e, incluso en las poco frecuentes ocasiones en que su complexión le habría permitido pasar desapercibido entre ellos, su talla le hacía destacar. Por ello, aunque la gente podía quedarse mirando a Tuf y hacer comentarios sobre él, donde quiera que fuese, eran muy pocos los que hablaban con él, a menos que fuera por razones de negocios.
Dada su naturaleza, pues, no hay nada de particular en el hecho de que Haviland Tuf jamás hubiera oído hablar del hombre llamado Moisés, hasta la tarde en que él y Dax se vieron repentinamente asaltados por Jaime Kreen en un restaurante de K'theddion.
El local, poco amplio y más bien miserable, se encontraba junto al espaciopuerto. Tuf había terminado con un plato de raíces ahumadas y neohierba y estaba empezando su tercer litro de vino de hongos, cuando, de pronto, Dax alzó la cabeza de la mesa. Tuf dejó caer un poco de vino sobre su manga y logró mover la cabeza a un lado, con la rapidez suficiente para que la botella blandida por Kreen se hiciera pedazos en el respaldo del asiento, en vez de estrellarse sobre la coronilla de su calvo cráneo. Hubo una explosión de cristal mezclado con el líquido contenido en su interior (un licor local, más bien fuerte de aroma) que salpicó tanto a la silla y la mesa como al gato y a los dos hombres. Jaime Kreen, un joven delgado y rubio con los ojos azules algo embotados por el licor, permaneció inmóvil, mirándole con expresión idiota y sosteniendo la botella rota en su puño ensangrentado.
Haviland Tuf se puso lentamente en pie con su largo y pálido rostro singularmente impasible. Contempló a su atacante, pestañeó y luego recogió a Dax, que estaba cubierto de líquido y no parecía nada feliz.
—¿Puedes entender este enigma, Dax? —dijo con su profunda voz de bajo—. Nos enfrentamos a un misterio de naturaleza más bien molesta. Me pregunto por qué nos habrá atacado este extraño desconocido. ¿Tienes alguna idea al respecto? —acarició lentamente a Dax y sólo cuando el gato empezó a ronronear miró nuevamente a Jaime Kreen—. Caballero —le dijo—, quizá fuera más inteligente por su parte soltar los fragmentos de esa botella. Tengo la impresión de que su mano está cubierta de sangre, cristales y de un brebaje particularmente nocivo y tengo grandes dudas de que la combinación resultante sea beneficiosa para su salud.
Al oír tales palabras el atónito Kreen pareció recobrar un poco de vida. Sus delgados labios se fruncieron en una mueca de ira y arrojó los restos de la botella al otro extremo del local.
—¿Se burla de mí, criminal? —dijo con voz algo espesa y cargada de amenaza.
—Caballero... —dijo Haviland Tuf. En el restaurante no había el menor movimiento. Los demás clientes permanecían sentados contemplando la escena y el propietario se había esfumado. La grave voz de Tuf podía oírse en cualquier punto del local, tal era el silencio reinante—. Podría avanzar la hipótesis de que la palabra «criminal» es más aplicable a usted que a mí, pero quizás ése no sea el punto a discutir por el momento. No, no me estoy burlando de usted. Aparentemente, se encuentra muy nervioso y trastornado y bajo tales condiciones sería una estupidez que me burlara. No soy hombre dado a cometer estupideces —colocó nuevamente a Dax sobre la mesa y le rascó detrás de la oreja.
—Se está burlando de mí —dijo Jaime Kreen—. ¡Pienso hacerle mucho daño!
Haviland Tuf no dio muestra alguna de emoción. —No lo hará, caballero, aunque tengo la impresión de que está pensando en atacarme por segunda vez. No apruebo la violencia, pero dado que su torpe conducta no me deja otra opción... —Y, con estas palabras, avanzó hacia él y levantó en vilo a Jaime Kreen antes de que el joven pudiera reaccionar. Luego, con gestos lentos y precisos, le rompió los dos brazos.
Kreen emergió, con el rostro lívido y la mirada perdida, de la sepulcral oscuridad que reinaba en la Prisión de K'theddion, al resplandor de la calle. Llevaba los dos brazos en cabestrillo y parecía tan cansado como aturdido.
Haviland Tuf le estaba esperando, sosteniendo con una mano a Dax, mientras le acariciaba con la otra. Al ver salir a Kreen alzó la mirada.
—Tengo la impresión de que ahora ya está más tranquilo —comentó Tuf—. Además, le encuentro mucho más sobrio.
—¡Usted! —Kreen pareció más asombrado que nunca y su rostro se retorció de tal modo que por unos instantes pareció a punto de hacerse pedazos—. ¿Debo entender que usted pagó para que me pusieran en libertad?
—Un punto muy interesante —dijo Haviland Tuf—. Ciertamente, pagué cierta suma, doscientas unidades, si debo ser preciso, y mediante ese pago se le ha permitido salir. Pese a ello, resulta incorrecto decir que he pagado por su libertad pues el meollo del asunto radica en que no es usted libre. Teniendo en cuenta la ley de K'theddion me pertenece en calidad de sirviente y puedo hacerle trabajar en lo que me parezca, hasta que haya pagado la totalidad de su deuda.
—¿Deuda?
—Le expongo mi sistema de cálculo —dijo Haviland Tuf—. Doscientas unidades por la suma que le pagué a las autoridades locales, para obtener el deleite de su presencia. Cien unidades por mi traje, que era auténtico algodón de Lambereen y resultó totalmente destruido. Cuarenta unidades por los daños causados en el restaurante y que me vi obligado a pagar para cancelar la denuncia presentada por el propietario contra usted. Siete unidades por el delicioso vino de hongos que no me dio la oportunidad de paladear. El vino de hongos es uno de los motivos por los cuales se ha hecho famoso este planeta y aquella cosecha en particular era especialmente apreciada. Con todo ello obtenemos el total de trescientas cuarenta y siete unidades por los daños causados. Y, lo que es más, su asalto sin provocación alguna por mi parte convirtió a Dax y a mi persona en el centro de una escena francamente desagradable, causando los lógicos inconvenientes a nuestra tranquilidad. Por todo ello estimo que debe imponerse la suma adicional de otras cincuenta y tres unidades, cantidad que me parece generosamente baja. Con ello, el total estimado se eleva a la redonda cifra de cuatrocientas unidades.
Jaime Kreen se rió maliciosamente. —Pues, le va a costar lo Suyo obtener de mí ni siquiera la décima parte de esa cantidad, vendedor de animales —dijo—. No tengo dinero y no voy a servirle de mucho a la hora de trabajar. Ya sabrá que tengo los dos brazos rotos.
—Caballero —dijo Haviland Tuf—, si estuviera en posesión de alguna cantidad en efectivo, podría haber comprado usted mismo su libertad y, en tal caso, no le habría sido necesaria mi ayuda. Y dado que fui yo mismo quien le rompió los brazos, estoy igualmente al corriente de dicho particular. Tenga la bondad de no recalcar lo ya obvio con frases en las cuales no hay ninguna información pertinente. Pese a sus actuales menoscabos físicos, tengo la intención de llevarle a mi nave y hacerle trabajar hasta que haya satisfecho la suma que me debe. Venga conmigo.
Haviland Tuf se dio la vuelta y empezó a andar por la calle. Cuando Kreen no hizo ningún ademán de seguirle, Tuf se detuvo y se volvió a mirarle. Kreen estaba sonriendo.
—Si quiere que vaya a algún Sitio, ya puede empezar a llevarme —le dijo.
Tuf acarició a Dax con expresión impasible. —No tengo ninguna intención de llevarle a ninguna parte —dijo con Voz átona—. Ya me obligó a tocarle una vez y esa experiencia fue lo suficientemente desagradable como para disuadirme de repetirla. Si se niega a seguirme, volveré a las autoridades y contrataré dos guardias para que le lleven a la fuerza hasta donde yo quiera. Sus salarios se añadirán a la deuda. La elección es suya —Tuf se dio nuevamente la vuelta y avanzó hacia el espaciopuerto.
Jaime Kreen le siguió con repentina docilidad, mascullando entre dientes.
La nave que les esperaba en el Espaciopuerto de K'theddion era impresionante incluso para Kreen. Era bastante antigua y tenía un aspecto más bien mortífero, aumentado por sus pequeñas alas triangulares de aire amenazador. Su altura era superior a la de las naves mercantes más modernas que la rodeaban con sus abultadas bodegas. Como solía ocurrirle a los no demasiado numerosos visitantes de Haviland Tuf (aunque no lo admitió), Kreen se quedó todavía más impresionado al descubrir que el Grifo no era sino una lanzadera y que el Arca les estaba aguardando en órbita.