—En absoluto, caballero, no me malinterpretéis. Sé muy bien lo que eran, y en ninguna de ellas había nada de sobrenatural. Durante generaciones, los más jóvenes y los más incrédulos Altruistas han ido emigrando a la Ciudad y habrá resultado muy sencillo disimular entre ellos espías, agentes y saboteadores. Ha sido muy astuto aguardar un año, dos o cinco hasta que cada uno de ellos fuera plenamente aceptado por la gente de la Ciudad, dándoseles posiciones de alta responsabilidad. Las ranas y los insectos son susceptibles de crianza, caballero, cosa que no presenta además excesivas dificultades, ya sea en una cabaña situada en las Colinas del Honesto Trabajo o en un complejo de apartamentos situado en el interior de la Ciudad. Caso de que tales criaturas sean soltadas en la tierra baldía, se disiparán rápidamente para morir ya que los elementos se encargarán de acabar con ellas, sus enemigos naturales las perseguirán y acabarán pereciendo por falta de alimento. El complejo e implacable mecanismo de la ecología las reducirá a su espacio natural. Pero, qué diferente es todo en el interior de una arcología, esa verdadera arquitectura ecológica que en realidad no es una ecología real, pues carece de todo ámbito que no sea el de la humanidad y sólo el de ella. El clima en su interior es siempre bueno y agradable, no hay especies que puedan presentar competencia alguna, ni hay depredadores enemigos y resulta muy sencillo encontrar la fuente adecuada de alimentos. Bajo tales condiciones, el resultado inevitable es la plaga, pero dicha plaga es falsa y sólo puede adquirir proporciones amenazadoras dentro del recinto ciudadano. En el exterior esas pequeñas plagas de ranas, piojos y moscas no serían nada ante los embates del viento, la lluvia y la tierra salvaje.
—Convertí su agua en sangre —insistió Moisés.
—Ciertamente, ya que vuestros agentes colocaron sustancias químicas en el depósito de agua de la Ciudad.
—Desencadené la plaga de la oscuridad —dijo Moisés, ahora ya claramente a la defensiva.
—Caballero —dijo la columna de fuego—, que no se insulte a mi inteligencia con algo tan obvio. Lo que se hizo fue apagar la luz.
Moisés giró en redondo para encararse a la columna llameante y alzó la mirada hacia su cima con expresión desafiante, el rostro enrojecido por los reflejos del fuego.
—Lo niego, lo niego todo. Soy un auténtico profeta.
—El auténtico Moisés hizo llover sobre sus enemigos una terrible peste —retumbó la columna de fuego con voz tranquila al menos, tan tranquila como puede serlo una explosión. Aquí no hubo ninguna. El auténtico Moisés hizo que sus enemigos se cubrieran de llagas y ninguno pudo enfrentarse a él. No las hubo tampoco. Caballero, esas omisiones le traicionan. La auténtica peste queda más allá de sus poderes. El auténtico Moisés devastó las tierras de sus enemigos con un granizo que duró todo el día y toda la noche. También ese tipo de plaga queda más allá de sus limitadas capacidades, señor mío. Pero sus enemigos, engañados por tanto truco, le rindieron la Ciudad de Esperanza antes de la décima plaga, antes de la muerte de los primogénitos, y creo que ahí hubo un auténtico golpe de suerte. Porque, si hubiera sido necesario llegar hasta dicha plaga, me parece que se habría enfrentado a considerables problemas.
Moisés golpeó la columna de fuego con su cayado. No hubo ningún efecto, ni en la columna ni en el cayado.
—Largo, vete —gritó—. Seas quien seas, no eres mi Dios. Te desafío. ¡Haz lo que quieras! Tú mismo lo has dicho: en la naturaleza las plagas no resultan tan fáciles de manejar como dentro de una arcología. Nos encontramos sanos y salvos en la vida sencilla de las Colinas del Honesto Trabajo, cerca de nuestro Dios, Estamos llenos de gracia y no podrás hacernos daño alguno.
—Ciertamente —retumbó la columna de fuego—, ciertamente que te equivocas, Moisés. ¡Devuélveme a mi pueblo!
Pero Moisés ya no estaba escuchándola. Atravesó nuevamente las llamas y, ahora claramente furioso, echó a correr hacia la aldea.
—¿Cuándo piensa empezar? —le preguntó un nervioso Jaime Kreen a Haviland Tuf una vez hubo vuelto al Arca. Tras haber llevado a los demás caritanos a la superficie del planeta se había quedado a bordo pues, tal y como había recalcado, Ciudad de Esperanza era inhabitable y en las aldeas y campos de trabajo de los Altruistas no había lugar alguno para él—. ¿Por qué no hace nada? ¿Cuándo...?
—Caballero —dijo Haviland Tuf, sentado en su silla favorita y comiendo un cuenco de setas con crema y guisantes al limón. A su lado, sobre la mesa, había una jarra de cerveza—, tenga la amabilidad de no darme órdenes, a no ser que prefiera la hospitalidad de Moisés a la mía —tomó un sorbo de cerveza—. Todo lo que debía hacerse ha sido hecho. A diferencia de las suyas, mis manos no permanecieron totalmente ociosas durante nuestro viaje desde K'theddion.
—Pero eso fue antes de...
—Detalles —dijo Haviland Tuf—. Casi todo el proceso básico de clonación ya ha sido realizado y los clones han tenido el tiempo suficiente para entretenerse. Mis tanques de cría están llenos —miró a Kreen y pestañeó—. Permítame ocuparme de mi cena.
—Las plagas... —dijo Kreen ¿Cuándo empezarán?
—La primera —le contestó Haviland Tuf—, ha empezado hace ya unas cuantas horas.
Al cruzar las Colinas del Honesto Trabajo, al pasar junto a las seis aldeas y a los campos rocosos de los Sacros Altruistas, así como junto a las grandes extensiones de campos baldíos en los que se encontraban los refugiados, el lento y perezoso río, que los Altruistas llamaban la Gracia de Dios y el resto de caritanos el río del Sudor, seguía su pausado camino. Cuando el alba empezó a despuntar en el lejano horizonte quienes habían acudido a él para pescar, llenar sus recipientes o lavar la ropa, volvieron a las aldeas y a los campos de trabajo lanzando gritos de horror.
—Sangre —exclamaban—, el río se ha vuelto de sangre al igual que lo hicieron antes las aguas de la Ciudad.
Se llamó a Moisés y él acudió al río con cierta desgana, arrugando la nariz ante el hedor que emanaba de los peces muertos y de los que aún agonizaban, mezclado con el omnipresente olor de la sangre.
—Es un truco de los pecadores de la Ciudad de Esperanza —dijo al contemplar el lento curso de la corriente escarlata— Dios renueva el mundo natural. Rezaré y dentro de un día, el río volverá a estar limpio y fresco —permaneció inmóvil en el fango con un charco ensangrentado lleno de peces muertos a los pies, extendió su cayado sobre las aguas enfermas y se puso a rezar. Rezó durante un día y una noche, pero las aguas no se limpiaron.
Cuando llegó el nuevo día, Moisés se retiró a su cabaña, dio ciertas órdenes y Rej Laithor junto con otros cinco administradores fueron separados de sus familias e interrogados con gran intensidad. Los interrogadores no lograron averiguar nada. Patrullas armadas de Altruistas ascendieron por el curso del río, en busca de los conspiradores que estaban arrojando sustancias contaminantes en sus aguas. No encontraron nada. Viajaron durante tres días y tres noches hasta llegar a la gran cascada de las Tierras Altas e, incluso allí, descubrieron que el gran salto de agua se había convertido en sangre y nada más que sangre.
Moisés rezó sin descanso día y noche hasta que, finalmente, se derrumbó inconsciente y sus subordinados le llevaron de nuevo hasta su austera cabaña. El río siguió fluyendo escarlata.
—Está vencido —dijo Jaime Kreen una semana después, cuando Haviland Tuf volvió de explorar la situación en su barcaza aérea ¿Porqué sigue esperando?
—Espera a que el río se limpie por sí mismo —dijo Haviland Tuf—. Una cosa es contaminar el suministro de agua en un sistema cerrado como el de su arcología, donde basta con una limitada cantidad de sustancia contaminante para lograr los fines deseados. Pero un río es una empresa de magnitud mucho mayor. Inyecte en sus aguas toda la cantidad de sustancia química que desee y más pronto o más tarde habrá fluido por su curso y el agua volverá a quedar limpia. Sin duda, Moisés cree que pronto nos quedaremos sin sustancia contaminante.
—Entonces, ¿cómo lo ha conseguido?
—Los microorganismos, a diferencia de las sustancias químicas, se multiplican y son capaces de renovarse a sí mismos —dijo Haviland Tuf. Hasta las aguas de la Vieja Tierra estaban sujetas de vez en cuando a tales mareas rojas, como nos cuentan los viejos registros del CIE. Hay un mundo llamado Scarne donde la forma de vida que las produce es tan virulenta que incluso los océanos están teñidos por ella y todas las demás formas de vida deben adaptarse o morir. Los constructores del Arca visitaron Scarne y tomaron un poco de material para someterlo a clonación posteriormente.
Esa noche la columna de fuego apareció ante la cabaña de Moisés y asustó a los centinelas haciéndoles huir.
—¡Devuélveme a mi pueblo! —rugió.
Moisés fue tambaleándose hacia la puerta y la abrió de par en par.
—Eres una ilusión obra de Satán —gritó—, pero no me dejaré engañar. Márchate. No beberemos más de ese río, creador de engaños. Hay pozos muy hondos en los cuales podemos obtener agua y siempre podemos cavar otros.
La columna de fuego se retorció emitiendo un diluvio de chispas.
—No lo dudo —observó—, pero con ello no se hará sino retrasar lo inevitable. Sí la gente de Ciudad de Esperanza no es liberada, desencadenaré la plaga de las ranas.
—Me las comeré —chilló Moisés. Serán un manjar delicioso.
—Estas ranas vendrán del río —dijo la columna de fuego—, y serán mucho más terribles de lo que puedes imaginar.
—No hay nada capaz de vivir en esa cloaca envenenada —dijo Moisés—, ya te has cuidado de ello tú mismo —luego cerró la puerta de golpe e hizo oídos sordos a las palabras de la columna de fuego.
Los centinelas que Moisés envió al río, a la mañana siguiente volvieron cubiertos de sangre y enloquecidos por el miedo.
—Ahí dentro hay cosas —dijo uno de ellos—, cosas que se agitan en los charcos de sangre. Son una especie de serpientes escarlata, largas como un dedo, pero tienen patas el doble de largas. Parecían ranas rojas pero, cuando nos acercamos más, vimos que tenían dientes y estaban haciendo pedazos a los peces muertos. Ya no quedaba casi ninguno y los pocos que había estaban cubiertos de esas cosas que parecen ranas. Entonces Danel intentó coger una y la rana le mordió en la mano y él gritó y de repente el aire estaba lleno de esas malditas criaturas, saltando de un lado a otro, como si pudieran volar, mordiéndonos e intentando hacernos trizas. Fue horrible. ¿Cómo se puede luchar con una rana? ¿La apuñalas, le pegas un tiro? ¿Qué haces? —estaba temblando.
Moisés envió otro grupo al río, provisto con sacos, veneno y antorchas. Volvieron en total confusión, llevando a dos de los hombres heridos, incapaces de caminar. Uno de ellos murió esa misma mañana, con el cuello desgarrado por una rana. Otro sucumbió unas cuantas horas después, a causa de la fiebre que había atacado a casi todos los que habían sido mordidos.
Al llegar la noche los peces habían desaparecido y las ranas empezaron a salir del río y se dirigieron hacia las aldeas. Los Altruistas cavaron trincheras y las llenaron de agua, prendiendo fuego a la maleza. Las ranas saltaron sobre el agua y las llamas. Los Altruistas lucharon con porras y cuchillos, y llegaron a utilizar las armas modernas que les habían arrebatado a la gente de la ciudad. Al amanecer había seis muertos más. Moisés y sus seguidores se encerraron en sus cabañas.
—Nuestra gente no tiene refugio alguno —le dijo Jaime Kreen con cierto temor—. Las ranas entrarán en los campos de trabajo y les matarán.
—No —replicó Haviland Tuf—. Si Rej Laithor consigue mantenerles tranquilos e impide que se muevan no tienen nada que temer. Las ranas sangrientas de Scarnish comen básicamente carroña, y sólo atacan a criaturas de tamaño superior al suyo cuando se las ataca o cuando están asustadas.
Kreen pareció algo incrédulo y luego una lenta sonrisa fue abriéndose paso por su rostro.
—¡Y Moisés se oculta lleno de miedo! Estupendo, Tuf.
—Estupendo —dijo Haviland Tuf, pero, en su voz impasible, no había nada que permitiera saber si se burlaba o sí estaba de acuerdo con Kreen, aunque tenía a Dax en el regazo y de pronto Kreen se dio cuenta de que el gato permanecía muy tieso y que su pelaje se iba encrespando lentamente.
Esa noche, la columna de fuego no acudió al hombre llamado Moisés sino a los refugiados de la Ciudad de Esperanza, que permanecían acurrucados en su miserable campamento llenos de miedo, viendo cómo las ranas iban y venían más allá de las trincheras que les separaban de los Altruistas.
—Rej Laithor —dijo la columna llameante—, vuestros enemigos están ahora aprisionados, por su propia voluntad, tras las puertas de sus cabañas. Sois libres. Marchaos, volved a la arcología. Caminad lentamente, tened mucho cuidado de mirar por donde pisáis y no hagáis movimientos bruscos. Haced todo esto sin ningún temor y las ranas no os harán daño. Limpiad y arreglad vuestra Ciudad de Esperanza e id preparando mis cuarenta mil unidades.
Rej Laithor, rodeada por sus administradores, alzó la mirada hacia las llamas que se retorcían.
—Moisés nos atacará de nuevo apenas se haya ido, Tuf —gritó—. Acabe con él, suelte sus otras plagas.
La columna de fuego no respondió. Durante interminables minutos permaneció en silencio, dando vueltas sobre sí misma y emitiendo chispazos, y luego se esfumó por completo.
Con paso lento y cansino la gente de la Ciudad de Esperanza empezó a salir en fila india del campamento, teniendo gran cuidado de fijarse por donde pisaban.
—Los generadores funcionan de nuevo —le informó Jaime Kreen dos semanas después—, y la Ciudad no tardará en estar como antes. Pero eso es sólo la mitad de nuestro trato, Tuf. Moisés y sus seguidores permanecen en sus aldeas. Las ranas sangrientas han muerto casi todas al haberse quedado sin otra carroña que devorar que no fuera ellas mismas. Y el río da señales de que pronto se limpiará. ¿Cuándo les va a soltar encima los piojos? ¿Y las moscas? Se merecen todos esos picores, Tuf.
—Coja el Grifo —le ordenó Haviland Tuf—. Tráigame a Moisés, lo quiera él o no. Haga lo que le digo y cien unidades procedentes de los fondos de su Ciudad le pertenecerán.
Jaime Kreen pareció asombrado.
—¿Moisés? ¿Por qué? Moisés es nuestro enemigo. Si piensa que puede cambiar de chaqueta y hacer ahora un trato con él, vendiéndonos como esclavos por un precio mejor...