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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (55 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Oh, eso —dijo ella—. Era sólo una formalidad carente de todo significado práctico.

—Ya veo —dijo Tuf.

—¡Infiernos y maldición! Tuf, si vamos a robar su nave necesitamos una buena excusa legal, ¿no? Somos un condenado gobierno. Se nos permite robar todo lo que nos venga en gana, siempre que podamos adornarlo con una reluciente cobertura legal.

—Rara vez durante mis viajes me he encontrado con un funcionario político dotado de una franqueza como la suya, debo admitirlo. La experiencia me resulta más bien refrescante. Con todo, y pese a encontrarme ahora algo más tranquilo, ¿qué garantías tengo de que no continuará en sus esfuerzos por apoderarse del Arca una vez esté a bordo?

—¿Quién, yo? —dijo Tolly Mune. Vamos, ¿cómo podría hacer algo semejante? No se preocupe, vendré sola —sonrió—. Bueno, casi sola. Espero que no tendrá objeción a que me acompañe un gato, ¿verdad?

—Ciertamente que no —dijo Tuf—, y me complace saber que los felinos entregados a su custodia han prosperado durante mi ausencia. Estaré esperando ansiosamente su llegada, Maestre de Puerto Mune.

—Tuf, para usted ahora soy la Primera Consejera Mune —dijo ella con cierta irritación antes de apagar la pantalla.

Nadie había acusado en toda su vida a Haviland Tuf de ser un temerario. Escogió una posición, doce kilómetros más allá del final de uno de los grandes muelles radiales que emanaban de la comunidad orbital conocida como el Puerto de S'uthlam, y mantuvo sus pantallas conectadas mientras aguardaba. Tolly Mune acudió a la cita, en la pequeña nave espacial que Tuf le había entregado cinco años antes con ocasión de su visita anterior a S'uthlam.

Tuf desconectó las pantallas para dejarla pasar y luego abrió la gran cúpula de la cubierta de aterrizaje para que pudiera posarse en ella. Los instrumentos del Arca indicaban que su nave estaba llena de formas vitales, sólo una de las cuales era humana en tanto que el resto mostraban los parámetros correspondientes a la especie felina. Tuf fue a recibirla con uno de sus vehículos de tres ruedas. Vestía un traje de terciopelo verde oscuro que sujetaba con un cinturón alrededor de su amplio estómago. Sobre la cabeza llevaba una algo maltrecha gorra decorada con la insignia dorada del Cuerpo de Ingeniería Ecológica. Dax le acompañaba, tendido sobre las grandes rodillas de Tuf, como una enorme piel negra que alguien hubiera dejado olvidada.

Cuando la escotilla se abrió por fin, Tuf aceleró decididamente por entre el confuso montón de maltrechas naves espaciales que se habían ido acumulando durante los años en la cubierta y fue en línea recta la rampa de la nave recién llegada, por la cual ya estaba bajando Tolly Mune, la antigua Maestre del Puerto de S'uthlam.

Junto a ella venía un gato.

Dax se incorporó al instante con su negro pelo erizado y su gorda cola tan hinchada como si acabara de introducirla en un enchufe. Su habitual aletargamiento se había esfumado y de un salto abandonó el regazo de Tuf para subirse a la capota del vehículo, con las orejas pegadas al cráneo y bufando enfurecido.

—Vaya, Dax —dijo Tolly Mune—, ¿ése es modo de recibir a un condenado pariente? —sonrió y se agachó para acariciar al enorme animal que estaba a su lado.

—Había esperado ver a Ingratitud o a Duda —dijo Haviland Tuf.

—Oh, se encuentran muy bien —dijo ella—, al igual que toda su maldita descendencia que ya se cuenta por varias generaciones. Tendría que haberlo supuesto cuando me entregó una pareja. Un macho fértil y una hembra. Ahora tengo... —frunció el ceño, hizo unos rápidos cálculos con los dedos y añadió... veamos, creo que tengo dieciséis. Sí. Y dos embarazadas —señaló con el pulgar la nave espacial que tenía a la espalda—. Mi nave se ha convertido en un inmenso asilo de gatos. A la mayoría la gravedad les preocupa tan poco como a mí. Han nacido y se han criado sin ella. Pero nunca entenderé cómo pueden estar llenos de gracia, en un momento dado, y al siguiente cometer las más hilarantes torpezas.

—La herencia felina abunda en contradicciones —dijo Tuf.

—Éste es Blackjack —le cogió en brazos y luego se incorporó con él—. Maldición, pesa. Eso es algo que nunca se nota en gravedad cero.

Dax miró fijamente al otro felino y le echó un bufido.

Blackjack, pegado al viejo y algo maltrecho dermotraje de Tolly Mune, bajó la vista hacia el gran gato negro, con desinteresada altivez.

Haviland Tuf tenía dos metros y medio de alto y su corpulencia corría pareja a su talla, en tanto que, comparado con los demás gatos, Dax era tan grande como Tuf lo era, en relación a los demás hombres.

Blackjack lo era más aún.

Tenía el pelo largo y sedoso, gris en la parte superior y de un leve tono plateado en los flancos. Sus ojos eran también de un gris plateado y al mirarlos daba la impresión de que se contemplaban dos inmensos lagos sin fondo, llenos de serenidad, pero algo inquietantes al mismo tiempo. Era el animal más increíblemente hermoso que existiría jamás en el Universo, por mucho que éste se expandiera, y lo sabía. Tenía los modales de un príncipe de la realeza.

Tolly Mune se instaló con cierta torpeza en el asiento contiguo al de Tuf.

—También es telepático —le dijo con voz alegre—, igual que el suyo.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf. Dax había vuelto a su regazo, pero seguía tenso e irritado y no paraba de bufar.

—Jack me dio el modo de salvar a los demás gatos —dijo Tolly Mune y en su rostro apareció una expresión de reproches—. Dijo que me dejaba comida para cinco años.

—Para dos gatos, señora —dijo Tuf—. Es obvio que dieciséis felinos consumen bastante más que Duda e Ingratitud por sí solos —Dax se acercó un poco más al recién llegado, le enseñó los dientes y volvió a bufar.

—Tuve bastantes problemas cuando se terminó la comida. Dada nuestra eterna falta de provisiones, me resultaba bastante difícil justificar que estuviera malgastando calorías en unas alimañas.

—Quizá pudiera haber considerado la posibilidad de poner ciertos frenos a la reproducción de sus felinos —dijo Tuf—. Opino que dicha estrategia habría dado indudablemente sus resultados y de ese modo su hogar podría haberse convertido en un microcosmos educativo de los problemas s'uthlameses y de sus posibles soluciones.

—¿Esterilización? —dijo Tolly Mune—. Tuf, eso va contra la vida. Descartado. Tuve una idea mejor. Les describí cómo era Dax a ciertos amigos, técnicos en biología y cibertecs, ya sabe y me fabricaron mi propio ejemplar, a partir de células de Ingratitud.

—Cuán adecuado —replicó Tuf.

Tolly Mune sonrió.

—Blackjack ya casi tiene dos años. Me ha sido tan útil que me ha permitido conseguir un permiso alimenticio para los otros. Además, ha sido una preciosa ayuda en mi carrera política.

—No lo pongo en duda —dijo Tuf—. Me doy cuenta de que no parece incomodado por la gravedad.

—A Blackjack no le molesta. En los últimos tiempos me necesitan abajo con mucha más frecuencia que antes y Jack siempre me acompaña. A todas partes.

Dax bufó nuevamente y emitió un sordo y amenazador gruñido. Hizo un amago de lanzarse sobre Blackjack y luego retrocedió bruscamente, bufando despectivo.

—Será mejor que le controle, Tuf —dijo Tolly Mune.

—Los felinos a veces demuestran una compulsión biológica hacia el combate para establecer de tal modo sus órdenes de importancia —dijo Tuf—, y ello es particularmente acentuado en los machos. Dax, indudablemente ayudado por sus grandes capacidades psiónicas, dejó establecida hace tiempo su indiscutible supremacía sobre Caos y los demás gatos. No me cabe duda de que ahora siente su posición amenazada, pero no creo que debamos preocuparnos seriamente por ello, Primera Consejera Mune.

—Dax sí debería preocuparse —dijo ella al acercarse un poco más el gato negro a Blackjack que, instalado en su regazo, contemplaba a su rival con un aburrimiento infinito.

—No acabo de entenderla —dijo Tuf.

—Blackjack también posee esas capacidades psiónicas —replicó Tolly Mune—. Y unas cuantas... bueno, unas cuantas ventajas más. Por ejemplo, unas garras de aleación especial tan afiladas como unas malditas navajas y ocultas en fundas especiales situadas en sus garras. También posee una red de plastiacero antialérgico, implantada bajo la piel, que le hace terriblemente resistente a las heridas, y sus reflejos han sido genéticamente acelerados para hacerle dos veces más rápido y diestro que un gato normal. Su umbral de resistencia al dolor es muy elevado. No me gustaría ser descortés, pero si se enfada Blackjack, convertirá a Dax en pequeñas bolas de pelo y sangre.

Haviland Tuf pestañeó y empujó la palanca de dirección hacia Tolly Mune.

Quizá será mejor que conduzca usted —extendió la mano, cogió a su irritado gato por la piel del cuello y lo depositó, bufando y gruñendo, sobre su regazo, encargándose a partir de entonces de que no hiciera el menor movimiento—. Vaya en esa dirección —dijo extendiendo un largo y pálido dedo.

—Al parecer —dijo Haviland Tuf, formando un puente con los dedos y medio hundido en un gigantesco sillón—, las circunstancias han cambiado un tanto desde mi última visita a S'uthlam.

Tolly Mune le había examinado con gran atención. Su estómago era aún más prominente que antes y su largo rostro seguía tan desnudo de expresión como al principio, pero sin Dax en su regazo, Haviland Tuf parecía casi desnudo. Tuf había encerrado al gran gato negro en una cubierta inferior para mantenerle lejos de Blackjack. Dado que la vieja sembradora tenía treinta kilómetros de largo y que en dicha cubierta había también algunos de los demás gatos de Tuf, era difícil que a Dax le faltaran el espacio o la compañía pero, de todos modos, debía encontrarse perplejo y algo inquieto. El gatazo psiónico había sido el constante e inseparable compañero de Tuf durante años y cuando era sólo un cachorro había ido a todas partes en sus grandes bolsillos. Tolly Mune sentía cierta tristeza por todo ello.

Pero no demasiada. Dax había sido la carta maestra de Tuf y ella había logrado quitársela. Sonrió y pasó los dedos por entre el espeso pelaje gris plateado de Blackjack, desencadenando con ello otra ensordecedora explosión de ronroneos.

—Cuanto más cambian las cosas, más iguales siguen —dijo en respuesta al comentario de Tuf.

—Ése es uno de los muchos refranes venerables que se derrumban sometidos a un examen lógico —dijo Tuf—, dado que enfrentados a él se revelan como obviamente contradictorios por sí mismos. Si las cosas han cambiado realmente sobre S'uthlam, es obvio que no pueden haber seguido igual. En cuanto a mí, viniendo como vengo de una gran distancia, son los cambios lo que me resulta más notable. Empezando por esta guerra y por su ascenso al cargo que ahora ocupa, que me parece una promoción tan considerable como difícil de prever.

—Y además es un trabajo condenadamente horrible —dijo Tolly Mune torciendo el gesto—. Si pudiera, volvería enseguida al cargo de Maestre de Puerto.

—No estamos discutiendo ahora las satisfacciones que le proporciona su cargo —dijo Tuf, y añadió. También debo recalcar que mi bienvenida a S'uthlam fue mucho menos cordial que la recibida en ocasión de mi visita anterior, lo cual me apena, y más teniendo en cuenta que por dos veces me he interpuesto entre S'uthlam y el hambre, la peste, el canibalismo, el derrumbe de su sociedad y otros acontecimientos tan desagradables como molestos. Lo que es más, incluso las razas más toscas y salvajes suelen observar cierta etiqueta rudimentaria hacia alguien que les traiga once millones de unidades, suma que recordará, es el resto de mi deuda para con el Puerto de S'uthlam. Por lo tanto, tenía abundantes razones para esperar una bienvenida de naturaleza muy diferente.

—Se equivocaba —dijo ella.

—Ciertamente —replicó Tuf. Y ahora, habiéndome enterado de que ocupa usted el primer cargo político de S'uthlam, en lugar de una más bien indigna posición en una granja penal, me siento francamente más asombrado que nunca en cuanto a las razones por las que la Flota Defensiva Planetaria creyó necesario acogerme con amenazas tan feroces como pomposas, por no mencionar las agrias advertencias y las exclamaciones de hostilidad.

Tolly Mune le rascó la oreja a Blackjack.

—Fueron órdenes mías, Tuf.

Tuf cruzó las manos sobre, el estómago.

—Aguardo su explicación.

—Cuanto más cambian las cosas... —empezó a decir ella.

Tuf la interrumpió.

—Habiendo sido ya agredido con tal frase hecha, creo que ahora empiezo a encontrarme en condiciones de apreciar la pequeña ironía que encierra, por lo cual no es necesario que me la repita una y otra vez, Primera Consejera Mune.

Si quiere ir a la esencia del asunto le quedaría muy hondamente agradecido.

Ella suspiró.

—Ya conoce nuestra situación.

—Ciertamente, la conozco en líneas generales —admitió Tuf—. S'uthlam sufre un exceso de humanidad y una escasez de alimentos. Por dos veces he realizado formidables hazañas de ingeniería ecológica a fin de permitir que S'uthlam pudiera alejar el lúgubre espectro del hambre. Los detalles de su crisis alimenticia varían de año en año, pero confío en que la esencia de la situación siga siendo la que he descrito.

—Los últimos cálculos son los peores de todos los realizados hasta hoy.

—Ya veo —dijo Tuf. Creo recordar que a S'uthlam le faltaban unos ciento nueve años para encontrarse con el hambre a escala planetaria y con el colapso de la sociedad, suponiendo que mis sugerencias y recomendaciones fueran puestas en práctica.

Tolly Mune se crispó.

—Lo intentaron, ¡maldita sea!, lo intentaron. Las bestias de carne, las vainas, los ororos, el chal de Neptuno todo está en su sitio, pero el cambio obtenido fue sólo parcial. Había demasiada gente poderosa que no estaba dispuesta a renunciar a sus alimentos de lujo y, por lo tanto, sigue habiendo grandes extensiones de tierra cultivable, dedicada a mantener rebaños de animales, plantaciones enteras con neohierba, omnigrano y nanotrigo... ese tipo de cosas. Mientras tanto, la curva de la población ha seguido subiendo más aprisa que nunca y la maldita Iglesia de la Vida en Evolución predica la santidad de la vida y el papel dorado que tiene la reproducción en la evolución de la humanidad hacia la trascendencia y la divinidad.

—¿Cuáles son los cálculos actuales? —le preguntó con cierta sequedad Tuf.

—Doce años —dijo Tolly Mune.

Tuf alzó un dedo.

—Para dramatizar un poco su situación actual, creo que debería encargarle al comandante Wald Ober la tarea de ir contando el tiempo que les resta en las redes de vídeo. Tal demostración podría poseer cierta austera urgencia, capaz de inspirar a los s'uthlameses, para que se enmendaran de una vez en sus costumbres.

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