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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (59 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Incorrecto, señor mío. Mis afirmaciones en cuanto a lo inevitable de la guerra y el hambre se basaban en el derrumbe final del inestable equilibrio mantenido entre la población de S'uthlam y sus recursos alimenticios. Si esa frágil ecuación pudiera ser reforzada, S'uthlam no representaría ningún tipo de amenaza a los demás planetas del sector. Bajo esas condiciones la guerra sería tanto innecesaria como moralmente reprobable, pienso yo.

—¿Y nos dice que esa sucia hierba de usted, puede conseguir todo eso? —replicó despectivamente la mujer de Jazbo.

—Ciertamente —dijo Tuf.

El embajador de Skrymir meneó la cabeza.

—No. Es un esfuerzo muy valioso, Tuf, y respeto su dedicación al trabajo ecológico, pero no lo creo así. Hablo en nombre de los aliados si le digo que no podemos confiar en otro avance tecnológico. S'uthlam ya ha pasado por unos cuantos florecimientos y revoluciones ecológicas con anterioridad, pero al final nada ha cambiado. Debemos terminar con el problema de una vez para siempre.

—Muy lejos de mí la intención de ponerle trabas a su locura suicida —dijo Tuf, rascando a Dax detrás de una oreja.

—¿Locura suicida? —dijo Ratch Norren—. ¿A qué se refiere?

Tolly Mune, que lo había estado escuchando todo atentamente, se volvió hacia los aliados.

—Eso quiere decir que perderían, Norren —afirmó.

Los enviados emitieron una amplia gama de sonidos que iban desde la risita cortés de la mujer del Mundo de Henry hasta la clara carcajada del jazboíta, pasando por el rugido ensordecedor del ciborg.

—La arrogancia de los s'uthlameses jamás dejará de sorprenderme —dijo el hombre de Skrymir. No deje que la engañe esta situación de tablas temporales, Primera Consejera. Somos seis mundos unidos firmemente e, incluso con su nueva flota, les superamos en número y en poder de fuego. Ya recordará que les derrotamos una vez con anterioridad y volveremos a hacerlo.

—No lo harán —dijo Haviland Tuf.

Los enviados se volvieron como una sola persona hacia él.

—En los últimos días me he tomado la libertad de hacer una pequeña investigación y ciertos hechos han llegado a resultarme obvios. En primer lugar, la última guerra local tuvo lugar hace siglos. S'uthlam sufrió una derrota innegable, pero los aliados aún se están recobrando de su victoria. Sin embargo, S'uthlam, con su mayor base de población y su tecnología más voraz, ha dejado atrás ya hace mucho tiempo los efectos de la contienda. Durante ese lapso de tiempo la ciencia de S'uthlam ha crecido tan rápidamente como el maná, si se me permite utilizar metáfora tan pintoresca, y los mundos de la alianza deben los pequeños avances de que pueden presumir al conocimiento y las técnicas importadas de S'uthlam. Es innegable que las flotas combinadas de los aliados son significativamente más numerosas que la Flota Defensiva Planetaria de S'uthlam, pero la mayor parte de su armada está muy anticuada en comparación a la sofisticada tecnología y armamento que han sido incorporados a las nuevas espacionaves s'uthlamesas. Lo que es más, me parece un error de cálculo muy grosero decir que los aliados superan realmente a S'uthlam en cualquier sentido numérico. Es cierto que son seis mundos contra uno, pero las poblaciones combinadas de Vandeen, el Mundo de Henry, Jazbo, Roggandor, Skrymir y el Triuno Azur no llegan a los cuatro mil millones de personas. Apenas una décima parte de la población existente en S'uthlam.

—¿Una décima parte? —graznó el jazboíta—. Es un error, ¿verdad? Debe serlo.

—El Triuno Azur había entendido que su población era apenas unas seis veces la nuestra.

—Dos terceras partes de esa población son mujeres y criaturas —señaló rápidamente el enviado de Skrymir.

—Nuestras mujeres también luchan —le replicó secamente Tolly Mune.

—Cuando encuentran un momento entre parto y parto —comentó Ratch Norren—. Tuf, no pueden tener diez veces nuestra población. Estoy de acuerdo en que son muchísimos, cierto, pero según nuestros mejores cálculos...

—Caballero —dijo Tuf—, sus mejores cálculos son erróneos. Contenga su pena. El secreto está muy bien guardado y cuando se trata de contar tales multitudes, es muy fácil sumar o restar equivocadamente mil millones más o menos. Sin embargo, los hechos son tal y como he afirmado. En este momento se mantiene un delicado equilibrio marcial. Las naves de los aliados son más numerosas, pero la flota de S'uthlam está más avanzada y se encuentra mejor armada. El equilibrio, obviamente, no va a durar, ya que la tecnología de S'uthlam le permite producir nuevas flotas de guerra más deprisa que cualquiera de los aliados. Me atrevería a decir que en estos momentos, ya se están realizando esfuerzos en tal dirección —Tuf miró a Tolly Mune.

—No —dijo ella.

Pero también Dax la estaba mirando.

—Sí —le anunció Tuf a los enviados, levantando un dedo. Por lo tanto, propongo que aprovechen la inestable igualdad del momento, para sacar partido de la oportunidad que les estoy ofreciendo de resolver el problema planteado por S'uthlam, sin recurrir al bombardeo nuclear y otras tácticas igualmente desagradables. Mantengan el actual armisticio durante un año estándar y permítanme sembrar S'uthlam con maná. Cuando haya pasado ese plazo y si creen que S'uthlam sigue representando una amenaza para sus mundos natales, podrán reanudar con toda libertad las hostilidades.

—Negativo, comerciante —dijo con voz grave el ciborg de Roggandor—. Es usted increíblemente ingenuo. Dice que les demos un año y mientras tanto usted hará sus trucos. ¿Cuántas flotas nuevas construirán en un año?

—Estamos dispuestos a firmar una moratoria en la construcción de nuevas armas, si sus planetas hacen lo mismo —dijo Tolly Mune.

—Eso es lo que usted dice. ¿Supone que vamos a confiar en ello? —replicó Ratch Norren con voz burlona—. ¡Al demonio con todo eso! Los sutis ya han demostrado lo poco dignos de confianza que son al haberse rearmado en secreto, violando el tratado. ¡Para que luego nos hablen de mala fe!

¡Oh, claro! Habrían preferido que estuviéramos indefensos cuando vinieran para ocuparnos. ¡Infiernos y maldición, qué condenado hipócrita! —dijo con irritación Tolly Mune.

—Ya es demasiado tarde para pactos —dijo el jazboíta.

—Usted mismo lo ha dejado claro, Tuf —añadió el skrymiriano—. Cuanto más consintamos en retrasar las cosas, peor será nuestra situación. Por lo tanto, no tenemos más opción que desencadenar de inmediato el ataque sobre S'uthlam. Nunca tendremos una oportunidad mejor que ahora —Dax le bufó y Haviland Tuf pestañeó, cruzando luego las manos sobre el estómago.

—Quizá reconsideren la postura a tomar si apelo a su amor por la paz y el horror que sienten hacia la guerra y hacia la destrucción, por no mencionar su calidad común de seres humanos —Ratch Norren emitió un bufido despectivo. Uno a uno, los demás miembros de la delegación apartaron la vista en silencio. En tal caso —dijo Tuf—, no me dejan opción —y se puso en pie.

El enviado de Vandeen frunció el ceño.

—Eh, ¿adónde va?

Tuf se encogió de hombros.

—Dentro de unos segundos, a un sanitario —replicó—, y luego a mi centro de control. Por favor, acepten mis garantías de que no siento ningún tipo de animosidad personal hacia ustedes, mas por desgracia tengo la impresión de que no me queda otro remedio que destruir inmediatamente sus planetas. Quizá deseen echar a suertes cual será el primero.

La mujer de Jazbo, tosió, se atragantó y emitió un hilillo de saliva.

El enviado de Triuno Azur carraspeó levemente en el interior de su confusa nube de hologramas, pero el sonido resultante fue tan difícil de oír como el de un insecto correteando sobre una hoja de papel.

—No se atreverá —dijo el ciborg de Roggandor.

El skrymiriano se cruzó de brazos en un gélido silencio.

—Ah —dijo Ratch Norren—. Usted, ah de eso se trata. No lo hará. Sí, pero naturalmente. Ah.

Tolly Mune les miró a todos y se rió.

—¡Oh!, lo dice en serio —afirmó, aunque estaba tan asombrada como todos ellos. Y además, puede hacerlo. Mejor dicho, el Arca puede hacerlo. Además, el comandante Ober se asegurará de que no le falte una escolta armada.

—No hace falta tomar decisiones con tanta prisa —dijo la mujer del Mundo de Henry con voz clara y mesurada. Quizá podríamos pensar nuevamente en todo el asunto.

—Excelente —dijo Haviland Tuf, volviéndose a sentar. Actuaremos con decisión y celeridad —dijo. Se pondrá en vigor un armisticio de un año, tal y como ya he explicado, y sembraré inmediatamente el maná en S'uthlam.

—No tan rápido —protestó Tolly Mune. Tenía la sensación de que la victoria se le había subido un poco a la cabeza. No sabía muy bien cómo, pero la guerra había terminado. Tuf lo había logrado, S'uthlam estaba a salvo, por lo menos durante un año más. Pero el alivio no le había hecho perder totalmente el buen juicio. Todo esto suena muy bien, pero antes tendremos que hacer unos cuantos estudios sobre su planta del maná. Nuestros ecólogos y especialistas en biología querrán examinar esa condenada cosa, antes de sembrar sus esporas sobre S'uthlam. Creo que un mes sería suficiente. Y, naturalmente, Tuf, lo que dije antes sigue teniendo validez. No crea que va a soltar su maná sobre nosotros, marchándose luego. Esta vez deberá quedarse mientras dure el armisticio y puede que aún más tiempo, hasta que tengamos una buena idea de cómo va a funcionar este nuevo milagro suyo.

—¡Ay! —dijo Tuf—, me temo que tengo urgentes compromisos en otros lugares de la galaxia. Una estancia de un año o más me resulta tan inaceptable como inconveniente, al igual que el retraso de un mes antes de empezar mi programa de siembra.

—¡Espere un maldito segundo! —dijo Tolly Mune. No puede.

—Tenga la seguridad de que sí puedo —dijo Tuf. Sus ojos fueron de ella a los enviados y luego volvieron a Tolly Mune. –Primera Consejera Mune, permítame que le indique lo que es obvio. Ahora existe un cierto equilibrio de fuerzas militares entre S'uthlam y sus adversarios. El Arca es un formidable instrumento de guerra capaz de aniquilar mundos enteros. Al igual que me es posible unirme a sus fuerzas y destruir cualquiera de los planetas aliados, también entra en el reino de lo posible, que haga todo lo contrario.

Tolly Mune sintió de pronto como si la hubieran agredido físicamente y se quedó boquiabierta.

—¿Está?... Tuf, ¿nos está amenazando? No puedo creerlo. ¿Está amenazando con usar el Arca contra S'uthlam?

—Sencillamente, estoy haciéndole notar ciertas posibilidades de acción —dijo Haviland Tuf, con voz tan impasible como de costumbre.

Dax debió sentir su rabia pues empezó a bufar. Tolly Mune permaneció inmóvil, sin saber qué hacer, y sus manos se fueron apretando gradualmente hasta convertirse en puños.

—No cobraré tarifa alguna por mis labores como mediador e ingeniero ecológico —anunció Tuf—, pero exigiré ciertas seguridades y concesiones, por las dos partes del acuerdo. Los mundos aliados me proporcionarán lo que podría calificarse de una guardia personal, consistente en una flotilla de naves cuyo número y armamento sea suficiente para proteger el Arca de los posibles ataques de la Flota Defensiva Planetaria de S'uthlam, y me escoltarán luego hasta haber salido del sistema sano y salvo, cuando mi labor haya terminado. Los s'uthlameses, por su parte, permitirán que dicha flota aliada permanezca dentro de su sistema natal con el objetivo de calmar mis temores. Si alguno de los dos bandos diera inicio a las hostilidades, durante el periodo del armisticio, lo harán con pleno conocimiento de que dicho acto producirá en mí un incontrolable estallido de ira. No soy persona que se excite con facilidad, pero cuando mi ira escapa a todo control, hay ocasiones en que yo mismo me asusto de ella. Cuando haya pasado un año, hará ya mucho tiempo que habré partido y, si tal es su decisión, podrán continuar con su carnicería. Sin embargo, tengo la esperanza y creo que casi la seguridad, de que esta vez mis acciones se revelarán tan eficaces que ninguno de los bandos se sentirá inclinado a reanudar las hostilidades —acarició el espeso pelaje negro de Dax y el gato les fue mirando uno a uno con sus enormes ojos dorados, conociendo lo que pensaban y sopesándolo.

Tolly Mune sintió de pronto un frío increíble.

—Nos está imponiendo la paz —dijo.

—Sólo de forma temporal —dijo Tuf.

—Y nos está imponiendo su solución, queramos o no —dijo ella.

Tuf la miró sin contestarle.

—¿Pero quién demonios se ha creído que es usted? —le gritó, soltando por fin todo el furor que se había ido acumulando dentro de ella.

—Soy Haviland Tuf —le replicó él sin alzar la voz—, y se me ha terminado la paciencia con S'uthlam y con los s'uthlameses, señora mía.

Cuando la conferencia hubo terminado, Tuf condujo a los embajadores nuevamente hasta su lanzadera diplomática, pero Tolly Mune se negó a ir con ellos.

Durante largas horas recorrió sin compañía alguna el Arca, sintiendo cada vez más frío y cansancio, pero negándose a ceder. «¡Blackjack!», gritaba a pleno pulmón desde lo alto de las escaleras mecánicas. «Ven, Blacky, ven», canturreaba en el laberinto de los corredores. «¡Jack!», gritó al oír un sonido detrás de una esquina, pero era sólo una puerta abriéndose o cerrándose, el zumbido de alguna máquina reparándose o quizás un gato desconocido que se escurría furtivamente. «¡Blaitaaaackjaaaaaack!», gritó en las intersecciones, donde confluían una docena de pasillos, y su voz despertó ecos retumbantes en los muros lejanos, rebotando de unos a otros hasta volver a ella casi agonizantes.

Pero no halló rastro alguno de su gato.

Finalmente, su vagabundeo la hizo ascender varios niveles y se encontró en el oscuro eje central que perforaba de un extremo a otro la inmensa espacionave. Una gigantesca línea recta, de casi treinta kilómetros de largo, cuyo techo se perdía entre las sombras y cuyas paredes estaban medio ocultas por cubas de todos los tamaños posibles. Escogió una dirección al azar y caminó, caminó y caminó llamando en voz alta a Blackjack.

Y a lo lejos le pareció oír un leve maullido.

—¿Blackjack? —gritó ¿Dónde estás?

De nuevo oyó el maullido. Ahí, delante de ella. Apretó el paso y luego, sin poder contenerse, echó a correr.

Haviland Tuf surgió de entre la sombra proyectada por un tanque de plastiacero que tendría unos veinte metros de alto. En sus brazos estaba Blackjack, ronroneando.

Tolly Mune dejó de correr.

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