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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (22 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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La estancia solía utilizarse sólo para ocasiones de importancia y la última había sido hacía tres años, cuando Josen Rael había subido al Puerto para atender a un dignatario en visita oficial. Pero Tolly Mune estaba decidida a todo. La comida había sido preparada por un chef de un crucero de lujo de la Transcorp, que había tomado prestado durante una noche; la cerveza se la había proporcionado un comerciante que iba al Mundo de Henry; la vajilla era una valiosa antigüedad procedente del Museo de Historia Planetaria; la gran mesa de ébano de fuego, una reluciente madera negra cruzada por vetas escarlatas, bastaba para acoger a doce comensales, y del servicio se encargaba una tan silenciosa como discreta falange de camareros vestidos con librea oro y negro.

Tuf entró con su gato en brazos, examinó el esplendor de la mesa y luego alzó la mirada hacia las estrellas y la telaraña.

—Se puede ver el Arca —le dijo a Tolly Mune—. Está ahí, ese punto brillante de la telaraña, arriba a la izquierda.

Tuf miró donde le indicaba. —¿Se trata de un efecto conseguido mediante proyección tridimensional? —preguntó acariciando al gato.

—No, diablos. Esto es totalmente real, Tuf. —Sonrió—. No se preocupe, está a salvo. Ese plastiacero tiene tres capas de grosor y no es probable que se nos caigan encima ni el planeta ni el ascensor y las posibilidades de que nos acierte un meteoro son astronómicamente bajas.

—Percibo una gran cantidad de tráfico —dijo Haviland Tuf—. ¿Cuáles son las posibilidades de que la cúpula sea golpeada por un turista pilotando un trineo de vacío alquilado, algún trazador de circuitos perdido o un anillo de pulsación quemado?

—Más elevadas —admitió Tolly Mune—. Pero si ocurriera eso, todas las compuertas quedarían selladas automáticamente, sonarían alarmas y se abriría un refugio de emergencia. Es obligatorio en toda construcción cercana al vacío. Son reglas del Puerto. Por lo tanto y en el improbable caso de que eso suceda, tendremos dermotrajes, aparatos respiratorios e incluso una antorcha láser por si queremos intentar arreglar el daño antes de que las cuadrillas lleguen aquí. Pero sólo ha ocurrido dos o tres veces en todos los años de existencia del Puerto, así que disfrute del paisaje y no se ponga demasiado nervioso.

—Señora —dijo Haviland Tuf con gran dignidad—, no estaba nervioso, sólo sentía curiosidad.

—Claro —dijo ella y le indicó su asiento con un gesto. Tuf se instaló rígidamente en él y permaneció absolutamente inmóvil, acariciando lentamente el pelaje blanquinegro de su gata, en tanto que los camareros empezaban a traer las bandejas del aperitivo y las cestillas con el pan de hongos aún caliente. Había dos tipos básicos de aperitivo: pastelillos rellenos de queso picante y paté de hongos y lo que parecían ser pequeñas serpientes o quizá gusanos grandes, hervidos en una aromática salsa de color anaranjado. Tuf le dio dos de estos últimos a Desorden y fueron devorados con entusiasmo. Luego tomó un pastelillo, lo olió y le dio un delicado mordisco. Después de tragarlo movió la cabeza.

—Excelente —proclamó.

—Así que eso es un felino —dijo Tolly Mune.

—Ciertamente —replicó Tuf cogiendo un poco de pan de hongos. Al romper en dos la barra, de su interior se alzó una nubecilla de vapor. Luego se dedicó a untarlo metódicamente con una gruesa capa de mantequilla.

Tolly Mune cogió también un poco de pan y se quemó los dedos con la corteza. Pero no lo dejó ver, no pensaba mostrar la más mínima debilidad teniendo a Tuf delante.

—Muy bueno —dijo después del primer bocado—. Sabe, Tuf, la comida de la cual vamos a disfrutar... bueno, la mayoría de los s'uthlameses no comen nunca tan bien.

—Ese hecho no se me había escapado, en efecto —dijo Tuf, alzando otra serpiente entre el índice y el pulgar y sosteniéndola ante Desorden, que trepó por su brazo para cogerla.

—De hecho —dijo Tolly Mune—, el contenido en calorías de esta comida se aproxima al que un ciudadano medio consume en toda una semana.

—Por lo concentrado de los sabores y por el pan, me aventuraría a sugerir que nuestros placeres gustativos han superado ya a los de un s'uthlamés medio durante toda su vida —dijo Tuf con el rostro impasible.

La ensalada fue colocada sobre la mesa. Tuf la probó y declaró que era buena. Tolly Mune se dedicó a ir removiendo la comida que tenía en el plato y esperó a que los camareros se hubieran retirado a sus lugares, junto a las paredes.

—Tuf —dijo—, creo que tenía una pregunta para hacerme. Haviland Tuf alzó la mirada del plato y la contempló fijamente. Su largo y pálido rostro seguía tan inmóvil e inexpresivo como antes.

—Correcto —dijo. También Desorden la estaba mirando y sus pupilas rasgadas eran tan verdes como la neohierba de sus ensaladas.

—Treinta y nueve mil millones —dijo Tolly Mune con voz seca y tranquila.

Tuf pestañeó. —Vaya —dijo.

—¿Sólo ese comentario? —dijo Tolly sonriendo. Tuf contempló el gran globo de S'uthlam que flotaba sobre sus cabezas.

—Dado que solicita mi opinión, Maestre de Puerto, me arriesgaré a decir que pese al formidable tamaño del planeta que tenemos sobre nosotros, no puedo sino interrogarme sobre su capacidad máxima. Sin pretender con ello hacer la más mínima censura a sus costumbres, cultura y civilización, se me ocurre la idea de que una población de treinta y nueve mil millones de personas podría ser considerada como un tanto excesiva.

Tolly Mune sonrió. —¿De veras? —se apoyó en el respaldo, llamó a un camarero y pidió que trajeran bebidas. La cerveza era de un color amarronado, espumosa y fuerte. Se sirvió en grandes jarras de cristal tallado, para manejar las cuales hacían falta las dos manos. Tolly levantó la suya con cierta dificultad viendo cómo el líquido se removía dentro de la jarra—. Es lo único de la gravedad a lo que nunca podré acostumbrarme —dijo—. Los líquidos deberían estar siempre dentro de ampollas para apretar, maldita sea. Estos trastos me parecen condenadamente incómodos, como un accidente esperando siempre a desencadenarse. —Tomó un sorbo y, al levantar de nuevo la cabeza, lucía un bigote de espuma. Pese a todo, es buena —añadió, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Bueno, Tuf, ya es hora de que dejemos este maldito juego de esgrima —siguió diciendo, mientras depositaba la jarra en la mesa, con el excesivo lujo de precauciones de quien no estaba acostumbrada ni tan siquiera a la escasa gravedad actual—. Es obvio que ya sospecha que padecemos un problema de población o jamás se le habría ocurrido hacer preguntas al respecto. Y, además, ha estado buscando montones de datos e informaciones de todo tipo. ¿Con qué fin?

—Señora, la curiosidad es mi más triste aflicción —dijo Tuf—, y sólo intentaba resolver el enigma de S'uthlam, teniendo quizás además una levísima esperanza de que, en el curso de mi estudio, topara con algún medio para resolver el callejón sin salida en el que nos encontramos actualmente.

—¿Y? —dijo Tolly Mune.

—Acaba usted de confirmar la teoría que yo había construido sobre su exceso de población. Con ese dato en su sitio todo se vuelve muy claro. Esas ciudades inmensas trepan hacia lo alto, porque deben proporcionar sitio donde vivir a una población siempre creciente, al mismo tiempo que luchan futílmente para preservar sus áreas agrícolas de ser engullidas por las ciudades. Su orgulloso Puerto está impresionantemente atareado y su gran ascensor no para de moverse, porque no poseen la capacidad suficiente para dar de comer a su propia población y por lo tanto deben importar alimentos de otros planetas. Se les teme y puede que incluso se les odie, pues hace siglos intentaron exportar su problema de población mediante la emigración y la anexión de sus vecinos, hasta que se les detuvo violentamente mediante la guerra. Su pueblo no tiene animales domésticos, porque S'uthlam carece de espacio para cualquier especie que no sea la humana o no constituya un eslabón directo, eficiente y necesario de la cadena alimenticia. Como promedio, los individuos de su pueblo son claramente más pequeños de lo que es corriente en el ser humano, debido a los rigores sufridos durante siglos de privaciones alimenticias y un racionamiento, disimulado pero real, puesto en vigor mediante el uso de la fuerza. De ese modo una generación sucede a otra, cada vez de menor talla y más delgada que la anterior, luchando por subsistir con unos recursos en constante disminución. Todas esas calamidades se deben directamente a su exceso de población.

—No parece usted aprobar todo eso, Tuf —dijo Tolly Mune.

—No pretendía hacer ninguna crítica. Su pueblo no carece de virtudes. Son industriosos, saben cooperar entre sí, poseen un alto sentido de la ética, son civilizados e ingeniosos, en tanto que su tecnología, su sociedad y especialmente su ritmo de avance intelectual son dignos de admiración.

—Nuestra tecnología —dijo Tolly Mune secamente—, es la única cosa que por el momento ha salvado nuestros condenados traseros. Importamos el treinta y cuatro por ciento de nuestras calorías brutas. Producimos puede que otro veinte por ciento con el cultivo de la tierra susceptible de uso agrícola que todavía nos queda. El resto de nuestra comida viene de las factorías alimenticias y es procesada a partir de sustancias petroquímicas. Ese porcentaje sube cada año y no puede sino subir. Sólo las factorías de alimentos pueden mantener el ritmo necesario para que la curva de población no las deje atrás. Sin embargo, hay un condenado problema.

—Se les está terminando el petróleo —aventuró Haviland Tuf.

—Sí, se nos está terminando el maldito petróleo —dijo Tolly Mune—. Un recurso no renovable y todas esas cosas, Tuf.

—Indudablemente, sus clases gobernantes deben saber aproximadamente en qué momento llegará el hambre.

—Dentro de veintisiete años normales —dijo ella—, más o menos. La fecha cambia constantemente con las alteraciones que sufren una serie de factores. Puede que tengamos una guerra antes de que llegue el hambre, o eso creen algunos de nuestros expertos. O puede que tengamos una guerra y además hambre. En cualquiera de los dos casos tendremos montones de muertos. Somos un pueblo civilizado, Tuf, tal y como usted mismo ha dicho. Somos tan condenadamente civilizados que le resultaría difícil creerlo. Somos cooperativos, tenemos ética, nos gusta afirmar continuamente la vida y todo ese parloteo, pero incluso eso está empezando a romperse en mil pedazos. Las condiciones en las ciudades subterráneas están empeorando y llevan ya generaciones empeorando y algunos de nuestros líderes han llegado ya al extremo de afirmar que ahí abajo están retrocediendo evolutivamente, que se están convirtiendo en una maldita especie de alimañas. Asesinatos, violaciones, todo tipo de crímenes en los que interviene la violencia y los índices aumentan cada año. En los últimos dieciocho meses hemos tenido dos casos de canibalismo y todo eso se volverá aún peor en los años venideros. Irá aumentando con la condenada curva de población. ¿Estás recibiendo mi transmisión, Tuf?

—Ciertamente —dijo él con voz impasible. Los camareros volvieron con nuevos platos. Esta vez se trataba de una bandeja repleta de carne que aún humeaba a causa del horno y había también disponibles cuatro clases de vegetales distintos. Haviland Tuf permitió que le llenaran el plato hasta rebosar de vainas picantes, raíz dulce y nueces de manteca. Luego, le pidió al camarero que cortara unas pequeñas tajadas de carne para Desorden. Tolly Mune se sirvió un grueso pedazo de carne que sumergió con una salsa marrón, pero, después del primer bocado, descubrió repentinamente que no tenía apetito y se dedicó a ver cómo Tuf iba engullendo el contenido de su plato.

—¿Y bien? —acabó diciéndole.

—Quizá pueda prestarles un pequeño servicio en relación con su problema —dijo Tuf, mientras pinchaba expertamente con su tenedor un buen puñado de vainas.

—Puede prestarlo —dijo Tolly Mune—. Véndanos el Arca. Es la única solución existente, Tuf. Lo sé. Diga usted qué precio desea. Estoy apelando a su condenado sentido de la moral. Venda y salvará millones de vidas, puede que miles de millones. No solamente será rico, sino que también será un héroe. Diga esa palabra y bautizaremos nuestro maldito planeta con su nombre.

—Una idea interesante —dijo Tuf—. Sin embargo, y a pesar de mi vanidad, me temo que sobreestima grandemente las proezas del perdido Cuerpo de Ingeniería Ecológica. En todo caso el Arca no se encuentra en venta, tal y como ya le he informado. Pero, ¿Puedo arriesgarme quizás a sugerir una solución bastante obvia a sus dificultades? Si resulta eficaz me encantaría permitir que se bautizara una ciudad o un pequeño asteroide con mi nombre.

Tolly Mune rió y bebió un considerable trago de cerveza. Lo necesitaba.

—Adelante, Tuf. Dígalo. Dígame cuál es la solución obvia y fácil.

—Acuden a mi cerebro toda una plétora de términos —dijo Tuf—. El meollo del concepto es el control de la población, que puede ser conseguido mediante el control de los nacimientos por sistemas bioquímicos o mecánicos, la abstinencia sexual, el condicionamiento cultural o las prohibiciones legales. Los mecanismos pueden variar, pero el resultado final debe ser el mismo. Los s'uthlameses deben procrear menos.

—Imposible —dijo Tolly Mune.

—En lo más mínimo —dijo Tuf—. Hay otros mundos mucho más antiguos y menos avanzados que S'uthlam y lo han conseguido.

—Eso no importa, ¡maldición! —dijo Tolly Mune. Hizo un gesto brusco con su jarra y un poco de cerveza cayó sobre la mesa, pero no le hizo caso—. No va a ganar ningún premio por su original idea, Tuf. La idea no resulta nueva ni mucho menos. De hecho tenemos una fracción política que lleva propugnándola desde hace... ¡diablos!, desde hace cientos de años. Les llamamos los ceros. Quieren reducir a cero la tasa de aumento de la curva de población. Yo diría que quizás un siete o un ocho por ciento de los ciudadanos les apoya.

—Es indudable que el hambre masiva aumentará el número de partidarios de su causa —observó Tuf, levantando su tenedor repleto de raíz dulce. Desorden lanzó un maullido aprobatorio.

—Para entonces ya será condenadamente tarde y eso lo sabe usted muy bien, ¡maldición! El problema es que nuestras ingentes masas de población no creen realmente que vaya a pasar todo eso, no importa lo que digan los políticos o las horribles predicciones que puedan oír en las noticias. Ya hemos oído todo eso antes, dicen, y que me cuelguen si no es cierto. La abuela y el abuelo oyeron predicciones similares sobre el hambre que se avecinaba, pero S'uthlam siempre ha podido evitar la catástrofe, hasta ahora. Los tecnócratas se han mantenido en la cima del poder durante siglos gracias a que han estado perpetuamente aplazando el día del derrumbe. Siempre encuentran una solución. La mayoría de los ciudadanos tienen absoluta confianza en que siempre encontrarán una solución.

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