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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (25 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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Tolly Mune se veía obligada a reconocer eso en favor de Tuf: lo estaba intentado con todo entusiasmo.

La jaula del rincón se estremeció levemente al estrellarse Desorden contra uno de sus lados. La gata emitió un leve maullido de dolor y Tolly sintió pena por ella. También Tuf le daba pena. Quizá, cuando hubiera fracasado, pudiera encargarse de que le entregaran esa nave que le había ofrecido en un principio.

Pasaron cuarenta y siete días. Durante ese tiempo, las cuadrillas trabajaron en series de tres turnos, de tal modo que la actividad alrededor del Arca era tan constante e incansable como frenética. La telaraña se extendió hacia la sembradora y acabó sumergiéndola. Los cables serpentearon a su alrededor como lianas en la selva y una red de tubos neumáticos entraba y salía de sus escotillas como si fuera un moribundo cuidadosamente atendido en el mejor de los centros médicos. De su casco brotaron las burbujas de plastiacero como si fueran enormes verrugas plateadas; tentáculos de acero y aleaciones especiales se entrecruzaron por ella como venas y los trineos de vacío zumbaban junto a su inmensa silueta como insectos con aguijones de fuego. Por todo el lugar, tanto dentro como fuera de la nave, se veía el incesante ir y venir de las cuadrillas de trabajadores. Pasaron cuarenta y siete días. El Arca fue reparada, modernizada, abastecida y mejorada. Pasaron cuarenta y siete días sin que Haviland Tuf saliera ni un solo minuto de su nave. Al principio estuvo viviendo en su sala de ordenadores, según informaron las cuadrillas, con las simulaciones funcionando día y noche y torrentes de datos rugiendo a su alrededor. Durante las últimas semanas se le había visto con cierta frecuencia en su pequeño vehículo de tres ruedas recorriendo el eje central de la nave, de treinta kilómetros de longitud, con una gorra verde en la cabeza y un pequeño gato de pelaje grisáceo en su regazo. Apenas si parecía fijarse en los s'uthlameses que trabajaban en la nave pero, de vez en cuando, se dedicaba a calibrar los instrumentos de una subestación cualquiera o comprobaba las interminables series de cubas, tanto grandes como pequeñas, que se alineaban junto a esos muros ciclópeos. Los cibertec se dieron cuenta de que había en curso ciertos programas de clonación y de que el cronobucle estaba funcionando y consumía enormes cantidades de energía. Cuarenta y siete días pasaron con Tuf viviendo en una soledad casi total, trabajando incesantemente con la única compañía de Caos. Durante esos cuarenta y siete días Tolly Mune no habló ni con Tuf ni con el Primer Consejero Josen Rael. Sus deberes como Maestre de Puerto, descuidados por completo durante la crisis del Arca, fueron más que suficientes para mantenerla ocupada. Tenía disputas que escuchar y resolver, ascensos que revisar, construcciones por supervisar, diplomáticos llenos de condecoraciones a los que agasajar antes de facturarlos vía ascensor, presupuestos que diseñar y muchas nóminas que sellar con su pulgar. Y también tenía que entendérselas con una gata.

Al principio Tolly Mune temió lo peor. Desorden se negaba a comer, parecía incapaz de llegar a un arreglo con la falta de peso, ensuciaba la atmósfera de los aposentos de la Maestre de Puerto con sus deyecciones e insistía en emitir los sonidos más lamentables y penosos que la Maestre de Puerto había tenido jamás la desgracia de oír. Llegó a preocuparse tanto que hizo venir a su jefe de alimañas. Éste le aseguró que la jaula resultaba lo bastante grande y que las porciones de pasta proteínica eran más que adecuadas para la gata. Pero ella no estuvo de acuerdo y siguió poniéndose enferma, maullando y bufando hasta que Tolly Mune estuvo segura de que la locura, ya fuera humana o felina, estaba a la vuelta de la esquina.

Finalmente, se decidió a tomar algunas medidas urgentes. Primero descartó la pasta proteínica y empezó a darle de comer a la gata la carne que Tuf había enviado del Arca. La ferocidad con que fueron atacados los pedazos de carne por Desorden, nada más introducirlos entre los barrotes de la jaula, le resultó bastante tranquilizadora. Después de consumir uno de ellos en un tiempo récord, llegó a lamerle los dedos a Tolly Mune. La sensación le resultó muy extraña, pero no del todo desagradable. Además, la gata empezó a frotarse contra los costados de la caja, como si deseara ser tocada. Tolly así lo hizo, no muy decidida, y como recompensa obtuvo un sonido mucho más agradable que todos los emitidos anteriormente por Desorden. El tacto de su pelaje blanquinegro le pareció casi sensual.

Ocho días después la dejó salir de su jaula. Pensó que el recinto de la oficina, mucho más amplio, bastaría como prisión. Apenas Tolly Mune abrió la puerta, Desorden salió de ella dando un salto, pero cuando el salto la hizo cruzar la habitación como un cohete fuera de control, empezó a emitir salvajes bufidos de miedo e incomodidad. Tolly partió en su busca impulsándose de una patada y logró cogerla, pero la gata se debatió ferozmente en sus manos, trazando largos arañazos en su piel. Después de que el meditec hubiera curado sus heridas, Tolly Mune hizo una llamada a seguridad.

—Que requisen una habitación en el Panorama del Mundo —dijo—, una que tenga control gravitatorio. Quiero que pongan la rejilla a un cuarto de gravedad.

—¿Quién es el invitado? —le preguntaron.

—Una prisionera del Puerto —respondió ella secamente—, armada y peligrosa.

Después del traslado, visitaba el hotel cada día al terminar su jornada, al principio estrictamente para alimentar a su rehén y comprobar su bienestar. A los quince días, sin embargo, ya se estaba quedando el tiempo suficiente para aumentar su dieta en unas cuantas calorías y darle a la gata el contacto personal que tanto parecía anhelar. La personalidad del animal había cambiado de un modo espectacular. Cuando Tolly abría la puerta para su inspección diaria emitía ruidos de placer (aunque seguía intentando escapar a cada ocasión), se frotaba contra su pierna sin la menor provocación, nunca sacaba las uñas e incluso daba la impresión de estar engordando. Cada vez que Tolly Mune se permitía sentarse, Desorden saltaba instantáneamente a su regazo. La vigésima jornada del nuevo cautiverio, Tolly se quedó a dormir allí y seis días después trasladó temporalmente su residencia al hotel.

Pasaron cuarenta y siete días y, para entonces, Desorden ya se había acostumbrado a dormir junto a ella, enroscada sobre la almohada, rozando con su pelaje blanquinegro la mejilla de Tolly Mune.

El día número cuarenta y ocho Haviland Tuf llamó. Si le sorprendió ver a su gata en el regazo de la Maestre de Puerto, no dio la menor muestra de ello.

—Maestre de Puerto Mune... —dijo.

—¿Aún no se ha rendido? —le preguntó ella.

—En lo más mínimo —replicó Tuf—. De hecho, estoy preparado para reclamar el precio de mi victoria.

La reunión era demasiado importante para ser celebrada mediante enlaces de vídeo por muy protegidos que estuvieran contra todo tipo de indiscreción. Josen Rael había llegado a la conclusión de que quizá Vandeen tuviera medios para traspasar los escudos. Al mismo tiempo, dado que Tolly Mune había llevado directamente todos los tratos con Tuf y quizá pudiera comprender sus reacciones mucho mejor que el Consejo, resultaba imperativo que estuviera presente y su aversión por la gravedad fue considerada carente de importancia. De ese modo, Tolly Mune cogió el ascensor para dirigirse a la superficie, por primera vez en más años de los que le gustaba recordar, y fue transportada en un taxi aéreo a la cámara más elevada de la torre del consejo.

La enorme estancia poseía cierta dignidad espartana. Se encontraba dominada por una colosal mesa de conferencias cuya brillante superficie era toda ella un inmenso monitor. Josen Rael estaba sentado en el sitio más importante, ocupando un sillón negro en el cual se distinguía el globo de S'uthlam en relieve tridimensional.

—Maestre de Puerto Mune... —la saludó mientras ella avanzaba penosamente hasta un asiento libre situado al otro extremo de la mesa.

La estancia se hallaba repleta de poder: el consejo interno, la élite de la facción tecnocrática, los burócratas situados en los puestos clave. Media vida había pasado para Tolly Mune desde su última visita a la superficie, pero veía los noticiarios y pudo reconocer a muchos de ellos, como el joven canciller de agricultura rodeado por sus secretarios, sus ayudantes para la investigación botánica y el desarrollo oceánico, y a los encargados del procesado alimenticio. También se encontraban presentes el consejero de guerra y su ayudante ciborg; el administrador de transportes; la encargada de los bancos de datos y su jefe de analistas; los consejeros de seguridad interna, ciencia y tecnología, relaciones interestelares e industria; el comandante de la Flotilla Defensiva; el oficial más antiguo de la policía mundial. Todos movieron la cabeza y la contemplaron con rostros desprovistos de expresión.

En favor suyo, debe decirse que Josen Rael prescindió de toda formalidad.

—Han dispuesto de una semana para estudiar las cifras de Tuf, así como las semillas y muestras que nos ha proporcionado —preguntó—. ¿Y bien?

—Es difícil emitir un juicio preciso —dijo el jefe de analistas—. Puede que sus cifras den en el blanco o puede que estén totalmente equivocadas por basarse en unas suposiciones iniciales erróneas. No podré emitir un juicio preciso hasta que... bueno, digamos que harán falta varias cosechas y varios años como mínimo. Todas las cosas que Tuf ha clonado para nosotros, tanto las plantas como los animales, son desconocidas en S'uthlam. Hasta que no las hayamos sometido a duras experiencias para decidir cómo van a comportarse bajo condiciones s'uthlamesas, no podemos estar seguros de la diferencia que van a suponer en el estado actual de las cosas.

—Si es que van a suponer alguna —dijo la consejera de seguridad interna, una mujer tan baja como fornida.

—Cierto —admitió el analista.

—Creo que se muestran demasiado conservadores —les interrumpió el consejero de agricultura. Era el miembro más joven del consejo y como tal solía hablar de un modo algo impetuoso. En ese momento sonreía tan ampliamente que su flaco rostro daba la impresión de ir a partirse en dos mitades—. Mis informes son claramente brillantes. —Ante él había un montón de cristales de datos. Los extendió como si fueran fichas de juego y, escogiendo uno, lo introdujo en su terminal. Bajo la cristalina superficie de la mesa empezaron a desplegarse líneas de cifras y letras—. Aquí está nuestro análisis de lo que él llama omnigrano —dijo el consejero—. Increíble, realmente increíble. Un híbrido creado mediante cirugía genética y totalmente comestible. Totalmente comestible, señores consejeros, todas y cada una de sus partes. El tallo tiene una altura semejante a la de la neohierba, es muy alto en contenido de carbohidratos y posee una textura algo crujiente que no resulta nada desagradable, si se aliña un poco, pero su utilidad básica es la de forraje para el ganado. Las mazorcas proporcionan un grano excelente con una relación entre materia comestible y partes secas superior a la del nanotrigo o la del arroz. La cosecha es fácil de transportar, puede almacenarse y conservarse casi para siempre sin necesidad de refrigeración, es imposible que sufra daños y posee un alto contenido proteínico. ¡Y las raíces son tubérculos comestibles! No sólo eso: además crece tan condenadamente rápido que nos dará un número de cosechas por temporada doble al actual. Estoy meramente avanzando hipótesis, claro está, pero he calculado que si plantamos omnigrano en nuestras zonas dedicadas actualmente al nanotrigo, neohierba y arroz recogeremos tres o cuatro veces más calorías que ahora.

—Debe tener algunas desventajas —protestó Josen Rael—. Parece demasiado bueno para ser cierto. Si este omnigrano es tan perfecto, ¿por qué no hemos oído hablar de él con anterioridad? Lo cierto es que Tuf no puede haberlo creado en estos últimos días por sí solo.

—Claro que no. Hace siglos que existe. Encontré una referencia a él en nuestros bancos de datos, lo crean o no. Fue creado por el CIE durante la guerra para proveer a las necesidades militares. Crece deprisa, que es lo ideal cuando uno no está demasiado seguro de si podrá recoger las cosechas que siembra o de si va a terminar convertido en... bueno, en abono para ellas. Pero nunca fue adaptado a los usos civiles ya que su sabor se consideraba demasiado inferior a lo normal. No es que resulte horrible o ni tan siquiera desagradable, compréndanme, sólo se le consideraba inferior al de los cereales ya existentes. Además, agota el suelo de cultivo en un plazo muy breve.

—Ajá —dijo la consejera de seguridad interna—. Así que en realidad ese pretendido regalo es una trampa, ¿no?

—Considerado por sí mismo, cierto. Puede que tengan cinco años o más de cosechas soberbias y luego vendría el desastre. Pero Tuf nos ha enviado también unos cuantos animales... unas criaturas increíbles, supergusanos y otro tipo de aireadores del suelo, así como un simbionte, una especie de levadura capaz de crecer allí donde se cultive el omnigrano sin hacerle daño, viviendo de... Y escúchenme bien ahora, por favor, viviendo de la polución del aire y de algunos tipos de sustancias petroquímicas obtenidas como subproductos inútiles en nuestras factorías. Puede usar todo esto para restaurar el suelo y fertilizarlo. —Extendió las manos hacia ellos. ¡Es un descubrimiento increíble! Si nuestros investigadores hubieran descubierto algo así ya habríamos declarado el día de fiesta planetario para conmemorarlo.

—¿y lo demás? —preguntó secamente Josen Rael. En el rostro del primer consejero no se reflejaba ni una mínima fracción del entusiasmo que iluminaba el de su joven subordinado.

—Casi igual de increíble —fue su réplica—. Los océanos... nunca hemos podido obtener una cosecha calórica medianamente decente de ellos, teniendo en cuenta su tamaño y nuestra última administración casi acabó con ellos gracias a la pesca masiva practicada por sus barredoras. Tuf nos proporciona casi una docena de peces nuevos y de crecimiento muy rápido, así como abundancia de plancton —rebuscó en el montón de cristales que tenía delante, cogió otro y lo insertó en su terminal—. Vean, por ejemplo, esta variedad de plancton. Está claro que recubrirá casi todo el mar, haciéndolo impracticable, pero el noventa por ciento de nuestro comercio se hace por vía subterránea o aérea, así que no importa. Los peces se alimentarán de él hasta alcanzar cantidades increíbles y, en condiciones adecuadas, el plancton aumentará hasta cubrir el mar con una enorme alfombra verde grisácea que tendrá unos tres metros de promedio.

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