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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (43 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Durante mis viajes he ido recogiendo por azar algunas briznas de información —dijo Tuf—, pero quizá tenga usted la bondad de ser más preciso, Herold Norn, para que así, Dax y yo, podamos considerar su proposición.

Herold Norn se frotó las manos y movió la cabeza en un gesto de asentimiento.

—¿Dax? —dijo—. Claro, claro. Un animal muy bonito, aunque personalmente nunca me han gustado demasiado los animales incapaces de pelear. Siempre he afirmado que, sólo en la capacidad para matar se encuentra la auténtica belleza.

—Una actitud muy peculiar —comenzó Tuf.

—No, no —dijo Norn—, en lo más mínimo. Tengo la esperanza de que los trabajos realizados aquí no le hayan hecho contagiarse con los ridículos prejuicios de Tamber.

Tuf sorbió el resto de su cerveza en silencio y luego hizo una seña pidiendo otras dos jarras. El camarero se las trajo rápidamente.

—Gracias —dijo Norn, una vez tuvo delante una jarra llena hasta los bordes de líquido dorado y espumante.

—Continúe, por favor.

—Sí, sí. Bien, las Doce Grandes Casas de Lyronica compiten en los pozos de juego. Todo empezó... ¡Oh!, hace siglos de ello. Antes de tales competiciones las Casas luchaban entre ellas, pero el modo actual resulta mucho mejor. El honor de la familia se mantiene intacto, se hacen fortunas en cada competición y nadie resulta herido. Verá, cada una de las Casas controla grandes residencias que se encuentran esparcidas por el planeta y, dado que la tierra apenas si está poblada, la vida animal prolifera de un modo espléndido. Hace muchos años, los Señores de las Grandes Casas empezaron a divertirse con peleas de animales aprovechando una época de paz. Se trataba de un entretenimiento muy agradable y hondamente enraizado en la historia. Puede que ya conozca usted la vieja costumbre de las peleas de gallos y ese pueblo de la Vieja Tierra llamado romano, que solía enfrentar entre sí en un gran anfiteatro a todo tipo de bestias.

Norn se calló para tomar un sorbo de cerveza, esperando una respuesta. Tuf siguió callado, acariciando a Dax.

—No importa —acabó diciendo el flaco lyronicano, limpiándose la espuma de los labios con el dorso de la mano—. Ése fue el inicio de los juegos actuales. Cada Casa tiene sus propias tierras y animales. La Casa de Varcour, por ejemplo, tiene sus dominios en las zonas pantanosas del Sur y les encanta enviar sus enormes lagartos-leones a los pozos de juego.

Feridian, una tierra montañosa, ha logrado labrar su fortuna actual con una especie de simio de las rocas al cual, naturalmente, llamamos jerzdian. Mi casa, Norn, se encuentra en las llanuras herbosas del continente Norte. Hemos enviado cien bestias diferentes a los combates, pero se nos conoce principalmente por nuestros colmillos de hierro.

—Colmillos de hierro —dijo Tuf—. Un nombre de lo más sugestivo.

Norn le sonrió con cierto orgullo. —Sí —dijo—. En mi calidad de Maestre de Animales he entrenado a miles de ellos. ¡Oh, son unos animales preciosos! Son tan altos como usted, tienen el pelo de un soberbio color negro azulado y resultan tan feroces como implacables.

—¿Puedo aventurar la hipótesis de que sus colmillos de hierro tengan ciertos antepasados caninos?

—Sí, pero... ¡qué caninos!

—Y, sin embargo, me pide usted un monstruo. —Norn bebió más cerveza.

—Cierto, cierto. Los habitantes de muchos mundos cercanos viajan a Lyronica para ver cómo las bestias luchan en los pozos y hacen apuestas en cuanto a los resultados. La Arena de Bronce, que lleva seiscientos años situada en la Ciudad de Todas las Casas, es particularmente concurrida y allí es donde se celebran los mayores combates. La riqueza de nuestras Casas y de nuestro planeta ha llegado a depender de ellos y, sin dicha riqueza, la opulenta Lyronica sería tan pobre como los granjeros de Tamber.

—Sí —dijo Tuf.

—Debe comprender que esa riqueza afluye a las Casas según el honor que hayan ganado mediante sus victorias. La Casa de Arneth se ha vuelto muy grande y poderosa, porque en sus tierras, que abarcan una gran variedad de climas, hay muchas bestias mortíferas, y las demás la siguen según sus fortunas y tanteos en la Arena de Bronce.

Tuf pestañeó. —La Casa de Norn ocupa el último lugar entre las Doce Grandes Casas de Lyronica —dijo. Dax ronroneó más fuerte.

—¿Lo sabía?

—Caballero, eso resulta obvio. Sin embargo, se me ocurre una posible objeción. Teniendo en cuenta las reglas de su Arena de Bronce, ¿no podría acaso considerarse falto de ética comprar e introducir en ella una especie no nativa de su fabuloso mundo?

—Ya hay precedentes. Hace unos setenta años un jugador volvió de la mismísima Vieja Tierra, con una criatura llamada lobo del bosque, entrenada por él mismo. La Casa de Colin le apoyo siguiendo un impulso enloquecido. Su pobre animal tuvo por oponente a un colmillo de hierro y demostró no estar precisamente a la altura de su misión. Hay otros casos.

»Por desgracia, nuestros colmillos de hierro se han reproducido muy mal en los últimos años. Los especímenes salvajes han desaparecido prácticamente de todos los lugares, excepto de alguna llanura, y los pocos que aún subsisten se han vuelto cautelosos y esquivos, siendo muy difíciles de capturar. Los animales que criamos en cautiverio parecen haberse ablandado, pese a mis esfuerzos y a los de mis predecesores en el cargo. Norn ha conseguido muy pocas victorias últimamente y no seguiré ostentando mi posición durante mucho tiempo, si no se hace algo para evitarlo. Nos estamos empobreciendo. Cuando me enteré de que su Arca había llegado a Tamber decidí ir en su busca. Con su ayuda podré dar inicio a una nueva era de gloria para Norn.

Haviland Tuf siguió sentado sin mover ni un músculo. —Comprendo el dilema al que se enfrenta, pero debo informarle que no estoy acostumbrado a vender monstruos. El Arca es una antigua sembradora diseñada por los Imperiales de la Tierra hace miles de años con el fin de diezmar a los Hranganos mediante la bioguerra. Puedo desencadenar un auténtico diluvio de enfermedades y plagas y en mi biblioteca celular se almacena material con el que clonar un increíble número de especies, procedentes de más de mil mundos, pero los monstruos auténticos, del tipo que usted ha dado a entender que necesita, no son tan abundantes.

Herold Norn le miró con expresión abatida. —Entonces, ¿no tiene nada?

—No han sido tales mis palabras —dijo Haviland Tuf—. Los hombres y mujeres del ya desaparecido Cuerpo de Ingeniería Ecológica, utilizaron, de vez en cuando, especies que gentes supersticiosas o mal informadas podrían etiquetar como monstruos, por razones tanto ecológicas como psicológicas. A decir verdad, en mi repertorio figuran algunos animales de tal tipo, si bien no en número demasiado abundante. Puede que unos miles y con toda seguridad no más de diez mil. Si tuviera que precisar la cifra, debería consultar con mis ordenadores.

—¡Unos miles de monstruos! —Norn parecía otra vez animado—. ¡Eso es más que suficiente! ¡Estoy seguro de que entre todos ellos será posible hallar una bestia para Norn!

—Quizá sí —dijo Tuf—, o quizá no. Existen las dos posibilidades —estudió durante unos segundos a Norn con expresión tan fría como desapasionada—. Debo confesar que Lyronica ha logrado despertar un cierto interés en mí y, dado que en estos momentos carezco de compromisos profesionales tras haberles entregado a los naturales de Tamber un pájaro capaz de poner coto a la plaga de gusanos que ataca sus raíces de árboles frutales, siento cierta inclinación a visitar su mundo y estudiar el asunto de cerca. Vuelva a Norn, señor mío. Iré con el Arca a Lyronica, veré sus pozos de juego y entonces decidiremos lo que puede hacerse al respecto.

Norn sonrió.

—Excelente —dijo—. Entonces, yo me encargo de la siguiente ronda.

Dax empezó a ronronear tan estruendosamente como una lanzadera entrando en la atmósfera.

La Arena de Bronce alzaba su masa cuadrada en el centro de la Ciudad de Todas las Casas, justo en el punto donde los sectores dominados por las Doce Grandes Casas se unían como las rebanadas de un enorme pastel. Cada enclave de la pétrea ciudad estaba rodeado de murallas, en cada uno ondeaba el estandarte de sus colores distintivos y cada uno de ellos poseía su ambiente y estilo propios, pero todos se fundían en la Arena de Bronce.

A decir verdad, la Arena no estaba hecha de bronce, sí no básicamente de piedra negra y madera pulida por el tiempo. Era más alta que casi todos los demás edificios de la ciudad, con excepción de algunas torres y minaretes, y estaba coronada por una reluciente cúpula de bronce que ahora brillaba con los rayos anaranjados de un sol a punto de ocultarse. Desde sus angostas ventanas atisbaban las gárgolas talladas en piedra y recubiertas luego con bronce y hierro labrado. Las grandes puertas, que permitían franquear los muros de piedra negra eran también metálicas y su número ascendía a doce, cada una de ellas encarada a un sector distinto de la ciudad. Los colores y las tallas de cada puerta hacían referencia a la historia y tradiciones de su casa titular.

El sol de Lyronica era apenas un puñado de llamas rojizas, que teñían el horizonte occidental, cuando Herold Norn y Haviland Tuf asistieron a los juegos. Unos segundos antes, los encargados habían encendido las antorchas de gas, unos obeliscos metálicos que brotaban como dientes enormes en un anillo alrededor de la Arena, el gigantesco edificio quedó rodeado por las vacilantes llamas azules y anaranjadas. Tuf siguió a Herold Norn, entre una multitud de apostadores y hombres de las Casas, desde las medio desiertas callejas de los suburbios nórdicos hasta un sendero de grava. Pasaron por entre doce colmillos de hierro reproducidos en bronce y situados a ambos lados de la calle, y cruzaron, por fin, la gran Puerta de Norn, en cuyo intrincado diseño se mezclaban el ébano y el bronce. Los guardias uniformados, que llevaban atuendos de cuero negro y piel gris idénticos a los de Harold Norn, reconocieron al Maestre de Animales y le permitieron la entrada, en tanto que otros, no tan afortunados, debían detenerse a pagarla con monedas de oro y hierro.

La Arena contenía el mayor de todos los pozos de juego. Se trataba realmente de un pozo. El suelo arenoso, donde tenía lugar el combate, se encontraba muy por debajo del nivel del suelo y estaba rodeado por muros de piedra que tendrían unos cuatro metros de altura. Más allá de los muros empezaban los asientos y éstos iban rodeando la arena, en niveles cada vez más altos, hasta llegar a las puertas. Norn le dijo, con voz orgullosa, que había sitio para treinta mil personas sentadas. Aunque Tuf notó que, en la parte superior, la visibilidad resultaría casi nula, en tanto que algunos asientos desaparecían tras grandes pilares de hierro. Dispersas por todo el edificio se veían garitas para apostar.

Herold Norn condujo a Tuf hasta los mejores asientos de la sección correspondiente a Norn, con sólo un parapeto de piedra separándoles del lugar para el combate, situado cuatro metros más abajo. Aquí, los asientos no estaban hechos de madera y hierro, como en la parte más elevada, sino que eran verdaderos tronos de cuero, tan grandes que incluso la considerable masa corporal de Tuf pudo encajar en ellos sin dificultad. Al sentarse, Tuf descubrió que los asientos no sólo eran imponentes, sino también muy cómodos.

—Cada uno de estos asientos ha sido recubierto con la piel de una bestia, que ha muerto noblemente ahí abajo —le dijo Herold Norn, una vez instalados.

Bajo ellos, una cuadrilla de hombres vestidos con monos azules estaba arrastrando hacia una portilla los despojos de un flaco animal cubierto de plumas.

—Un ave de combate de la Casa de la Colina de Wrai —le explicó Norn—. El Maestre de Wrai lo envió para enfrentarse a un lagarto-león de Varcour y la elección no ha resultado particularmente afortunada.

Haviland Tuf no le respondió. Estaba sentado con el cuerpo muy tieso y vestía un gabán de vinilo gris que le llegaba a los tobillos, con unas hombreras algo aparatosas. En la cabeza lucía una gorra de color verde en cuya visera brillaba la insignia dorada de los Ingenieros Ecológicos. Sus pálidas y enormes manos reposaban entrelazadas sobre su enorme vientre, mientras Herold Norn hablaba y hablaba sin parar.

De pronto a su alrededor retumbó desde los amplificadores la voz del locutor de la Arena.

—Quinto combate —dijo—. De la Casa de Norn, un colmillos de hierro macho, dos años de edad y 2,6 quintales de peso, entrenado por el Aspirante a Maestre Kers Norn. Es su primer combate en la Arena de Bronce —un instante después se oyó un áspero rechinar metálico a sus pies y una criatura de pesadilla entró dando saltos en el pozo. El colmillos de hierro era un gigante peludo con los ojos hundidos en el cráneo y una doble hilera de dientes, de los cuales goteaba un reguero de baba. Recordaba a un lobo que hubiera crecido más allá de toda proporción imaginable y al cual hubieran cruzado con un tigre dientes de sable. Tenía las piernas tan gruesas como un árbol mediano y su veloz gracia asesina sólo era disimulada en parte por el pelaje negro azulado que no permitía ver bien sus enormes músculos en incesante movimiento. El colmillos de hierro gruñó y la arena resonó con el eco de su gruñido. Grupos dispersos de espectadores empezaron a lanzar vítores.

Herold Norn sonrió. —Kers es primo mío y uno de nuestros jóvenes más prometedores. Me ha contado que este animal puede hacer que nos sintamos orgullosos de él. Sí, sí, me gusta su aspecto, ¿no le parece?

—Dado que visito por primera vez Lyronica y su Arena de Bronce, no puedo hacer comparaciones demasiado fundadas —dijo Tuf con voz átona.

El altavoz retumbó nuevamente —De la Casa de Arneth-en-el-Bosque-Dorado, un mono estrangulador, seis años de edad y 3,1 quintales de peso, entrenado por el Maestre de Animales Danel Leigh Arneth. Veterano por tres veces de la Arena de Bronce y por tres veces superviviente en el combate.

En el otro extremo del pozo se abrió una portilla, pintada de escarlata y oro, y unos instantes después la segunda bestia apareció en la arena caminando erguida sobre dos gruesas patas y mirando todo lo que le rodeaba. El mono era de baja estatura, pero sus hombros eran de una anchura increíble. Tenía el torso triangular y la cabeza en forma de bala, con los ojos apenas visibles bajo una gruesa prominencia ósea. Sus brazos, musculosos y provistos de dos articulaciones, eran tan largos que rozaban la arena del pozo al andar. El animal carecía de vello con la excepción de algunos mechones de un pelo rojo oscuro bajo los brazos. Su piel era de un blanco sucio. Y olía. Aún encontrándose al otro extremo del pozo, Haviland Tuf pudo distinguir el hedor almizclado que exhalaba.

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