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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (41 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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En la parte trasera de la estancia una mujer más bien delgada se subió al asiento para que fuera posible distinguirla pese a la multitud.

—Tuf, ¿quién es usted para decirnos ahora que debemos prescindir de todos los alimentos auténticos? —gritó con voz iracunda.

—¿yo, señora? No soy más que un humilde ingeniero ecológico que practica su profesión y no es mía la tarea de tomar decisiones. Mi tarea, que obviamente no va a recibir ninguna gratitud, consiste en presentarles los hechos y sugerirles ciertos remedios posibles que podrían resultar eficaces aunque poco agradables. Después serán el gobierno y el pueblo de S'uthlam quienes deban tomar la decisión final en cuanto a qué rumbo seguir —el público estaba empezando a ponerse nuevamente inquieto. Tuf levantó un dedo—. Silencio, por favor. No tardaré en concluir con mi discurso.

La imagen de la pantalla cambió una vez más. —Ciertas especies y tácticas ecológicas que introduje hace cinco años, utilizadas entonces por primera vez en S'uthlam, pueden y deben seguir siendo empleadas. Las granjas de setas y hongos existentes bajo las ciudades subterráneas deberían ser mantenidas y ampliadas. Poseo algunas variedades nuevas de hongos que enseñar. Es ciertamente posible utilizar métodos más eficientes para la cosecha marítima y, entre ellos, se incluye el uso tanto del lecho oceánico, como el de su contenido líquido. El crecimiento del chal de Neptuno puede ser estimulado y aumentado hasta que cubra cada metro cuadrado de la superficie acuática de S'uthlam.

Las habas de nieve y las patatas de túnel, que ya poseen, siguen siendo especies óptimas para las regiones polares. Sus desiertos han sido obligados a florecer en tanto que sus pantanos han sido desecados y convertidos en zonas productivas. Todo lo que resultaba posible hacer en la tierra o en el mar está ya siendo puesto en vías de realización, por lo cual nos resta el aire. Por lo tanto, propongo la introducción de todo un ecosistema viviente en las zonas más altas de su atmósfera.

»Detrás de mí pueden ver en la pantalla el último eslabón de esta nueva cadena alimenticia que me propongo forjar para S'uthlam. Esta enorme criatura oscura con sus alas negras de forma triangular es un jinete del viento, natural de Claremont, llamado también arara, pariente lejano de especies mejor conocidas como el banshee negro de Alto Kavalaan o la manta látigo de Remador. Es un predador de la zona más alta de la atmósfera, un cazador capaz de vuelo planeado que vive siempre en soledad, una criatura de los vientos que nace y muere en ellos sin tocar nunca la tierra o el mar. Los jinetes del viento no tardan en morir si aterrizan, ya que les resulta imposible remontar nuevamente el vuelo. En Claremont la especie es más bien pequeña y su peso leve, siendo los informes, en cuanto a su carne, acordes en calificarla de dura y parecida al cuero. Consume cualquier pájaro que tenga la desgracia de aventurarse en sus zonas de presa y también varias clases de microorganismos que se hallan en el aire, tales como hongos volantes y levaduras que nacen en la atmósfera. También me propongo introducirlos en la atmósfera de S'uthlam. Mediante la ingeniería genética he producido un jinete del viento a la medida de S'uthlam, que tiene veinte metros de punta de un ala a la otra. Posee también la capacidad de bajar casi hasta la altura de un árbol medio y su masa corporal es aproximadamente unas seis veces la de su modelo original. Un pequeño saco de hidrógeno situado tras sus órganos sensoriales le permitirá mantenerse en vuelo pese a dicho peso superior. Con todos los vehículos aéreos que S'uthlam tiene a su disposición no les resultará difícil cazarlos, encontrando en ellos una excelente fuente de proteínas.

»Para ser completamente sincero y honesto, debo añadir que esta modificación ecológica tiene cierto precio. Los microorganismos, los hongos y las levaduras se reproducirán muy rápidamente en los cielos de S'uthlam, ya que no tienen enemigos naturales. Las partes más elevadas de sus torres residenciales se verán cubiertas de levadura y hongos, con lo cual se hará necesario aumentar la frecuencia con que sean limpiados. La mayor parte de las especies de aves s'uthlamesas y las que han sido introducidas en este mundo procedentes de Tara y Vieja Tierra morirán, desplazadas por este nuevo ecosistema aéreo. Cuando todo haya sido hecho, los cielos se oscurecerán, con lo cual se recibirá una cantidad de radiación solar apreciablemente menor, sufriéndose también ciertos cambios permanentes de clima. Sin embargo, según mis cálculos, ello no tendrá lugar hasta dentro de unos trescientos años. Dado que en un plazo mucho más breve el desastre se hará ineludible de no tomar medidas inmediatas, sigo recomendando el rumbo de acción que acabo de exponer.

Los reporteros se levantaron de un salto y empezaron a formular preguntas a voz en grito. Tolly Mune seguía derrumbada en su asiento con el ceño fruncido. El Primer Consejero, Cregor Blaxon, estaba muy tieso e inmóvil, con los ojos clavados hacia adelante, contemplando el vacío y con una rígida sonrisa en su flaco rostro.

—Un instante, por favor —dijo Haviland Tuf encarándose al torbellino de voces y gritos—. Estoy a punto de terminar. Ya han oído mis recomendaciones y ya han visto las especies con las cuales pretendo rediseñar su ecología. Ahora, esperen un momento. Suponiendo que su Consejo decida poner en marcha el uso de la bestia de carne, las vainas jersi y el ororo tal y como yo he indicado, los ordenadores del Arca han calculado que se producirá una significativa mejora en su crisis alimenticia. Tengan la bondad de mirar.

Todos los ojos fueron hacia la pantalla. Incluso Tolly Mune giró la cabeza y el Primer Consejero, Cregor Blaxon, con la sonrisa aún en los labios, se levantó de su asiento para enfrentarse valerosamente a ella, con los pulgares metidos como garfios en los bolsillos de su traje. En la pantalla apareció una cuadrícula y luego una línea roja y otra verde, a medida que los datos se alineaban sobre un eje y las cifras de población en el otro.

El tumulto se calmó.

El silencio invadió nuevamente la gran sala.

Incluso en la parte más alejada de la plataforma oyeron.

—Eh, Tuf, esto... —dijo—...debe tratarse de un error.

—Caballero —dijo Haviland Tuf—, le aseguro que no lo es.

—Es... ah... Bueno, ¿es el antes, no? No puede ser el después... —señaló con el dedo hacia la pantalla—. Quiero decir que... mire, toda esa ingeniería ecológica, el no cultivar nada salvo las vainas, nuestros mares cubiertos con chal de Neptuno, los cielos oscureciéndose a causa de todo ese alimento que vuela, las montañas de carne en cada sótano.

—Bestias de carne —le corrigió Tuf—, aunque debo conceder que el referirse a ellas como «montañas de carne» posee cierta potencia evocadora. Primer Consejero, al parecer posee usted el don de emplear el lenguaje con vigor y de encontrar términos fáciles de recordar.

—Todo eso —dijo Blaxon sin dejarse amilanar—, es francamente radical, Tuf. Yo me atrevería a decir que tenemos derecho a esperar una mejora igualmente radical de las condiciones, ¿no?

Algunos partidarios suyos empezaron a lanzar gritos, vitoreándole.

—Pero esto —terminó de hablar el Primer Consejero—, este cálculo dice que... bueno, quizá lo estoy interpretando mal.

—Primer Consejero —dijo Haviland Tuf—, y pueblo de S'uthlam, lo está interpretando correctamente. Si adoptan todas y cada una de mis sugerencias lo cierto es que conseguirán posponer el día de su catastrófico ajuste de cuentas con el hambre. Lo pospondrán, caballero, no lo eliminarán. Tendrán falta de alimentos en dieciocho años, tal y como indican sus cálculos actuales, o dentro de ciento nueve, como indica este cálculo, pero estoy absolutamente seguro de que acabarán teniéndola —levantó un dedo—. La única solución auténtica y permanente no puede hallarse a bordo de mi Arca sino en las mentes y en las glándulas de cada ciudadano s'uthlamés. Deben imponerse inmediatamente un control de nacimientos. ¡Deben detener de inmediato su incontenible e indiscriminada reproducción!

—Oh, no —gimió Tolly Mune. Pero, habiendo previsto desde hacía rato esas palabras, se puso en pie como un rayo y avanzó hacia Haviland Tuf, pidiendo a gritos que intervinieran los hombres de seguridad antes de que en la sala se desencadenara el infierno.

—El rescatarle se está convirtiendo en una maldita costumbre —dijo Tolly Mune mucho tiempo después, cuando ya estaban de nuevo en el seguro refugio del Fénix, anclado en su dique del muelle seis. Dos pelotones completos de seguridad, armados con pistolas neurónicas y enredaderas, montaban guardia fuera de la nave, manteniendo a distancia suficiente la furia de la multitud—. ¿Tiene algo de cerveza? —le preguntó—. ¡Infiernos y maldición!, no me iría nada mal una —el regreso a la nave había sido más bien agotador incluso con los guardias flanqueándoles. Tuf corría con un extraño galope poco grácil, pero Tolly Mune se había visto obligada a reconocer que era capaz de una sorprendente velocidad—. ¿Qué tal se encuentra? —le preguntó.

—Una concienzuda sesión de limpieza ha podido eliminar de mi persona casi todos los salivazos —dijo Haviland Tuf, instalándose con rígida dignidad en su asiento—. Encontrará cerveza en el compartimiento refrigerado que hay bajo el tablero de juegos. Sírvase cuanta le apetezca, naturalmente —Dax empezó a trepar por la pierna de Tuf clavando sus diminutas garras en la tela del mono azul claro que se había puesto después de llegar a la nave. Tuf extendió una pálida manaza y le ayudó a subir—. En el futuro —le dijo al gato—, me acompañarás en todo momento y con ello tendré aviso suficiente de cuando vayan a desencadenarse semejantes exhibiciones de emotividad.

—Esta vez el aviso ya había sido más que suficiente —le dijo Tolly Mune cogiendo una cerveza—, y aún lo habría sido más si me hubiera dicho que pensaba condenar nuestras creencias, nuestra Iglesia y todo nuestro maldito modo de vida. ¿Esperaba que le dieran una medalla?

—Me habría conformado con una salva de aplausos.

—Se lo advertí hace mucho tiempo, Tuf. En S'uthlam no resulta muy popular mostrarse contrario a la vida.

Me niego a que se me imponga tal etiqueta —dijo Tuf, pues me alineo firmemente al lado de ésta. A decir verdad cada día la estoy creando en mis cubas. Siento una decidida repugnancia personal hacia la muerte, me disgusta en grado sumo la entropía y caso de que fuera invitado a la muerte calórica del universo puedo asegurar que cambiaría inmediatamente de planes —alzó un dedo—. Sin embargo, Maestre de Puerto Mune, dije lo que debía ser dicho. La procreación ilimitada tal y como la predica su Iglesia de la Vida en Evolución y tal como la practica la mayor parte de S'uthlam, excluyendo a su misma persona y al resto de ceros, es tan irresponsable como estúpida ya que produce un incremento geométrico de la población que terminará sin duda alguna haciendo derrumbarse a la orgullosa civilización de S'uthlam.

Haviland Tuf, el profeta del apocalipsis —dijo la Maestre de Puerto con un suspiro. Creo que les gustaba más cuando era un intrépido ecologista y un gallardo amante.

En todos los lugares que he visitado he descubierto que los héroes son una especie en peligro. Puede que resulte más agradable estéticamente cuando profiero tranquilizadoras falsedades a través de un filtro de pelos faciales, en vídeos melodramáticos que apestan a falso optimismo y complacencia postcoito. Ello no me parece sino otro síntoma más de la gran enfermedad s'uthlamesa, el ciego afecto que sienten hacia las cosas tal y como les gustaría que fueran y no hacia las cosas tal y como son. Ha llegado el momento de que su mundo contemple la verdad sin afeites, ya sea la de mi rostro carente de vello o la práctica certeza de que el hambre está muy cerca de su planeta.

Tolly Mune sorbió un poco de cerveza y le miró. Tuf dijo ¿recuerda mis palabras de hace cinco años:

—Me parece recordar que en aquel entonces habló usted bastante.

—Al final —dijo ella con cierta impaciencia—, cuando decidí ayudarle a huir con el Arca, en vez de ayudar a que Josen Rael se la quitara. Me preguntó el porqué lo había hecho y yo le expliqué mis razones.

—Dijo —citó Tuf con voz solemne—, que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe de modo irremisible, que el Arca ya había corrompido al Primer Consejero Josen Rael y a sus hombres y que yo me encontraba mejor equipado para estar en posesión de la sembradora, ya que era incorruptible.

Tolly Mune le sonrió sin mucho entusiasmo. —No del todo, Tuf. Dije que no creía en la existencia de un hombre totalmente incorruptible pero que, si existía, usted se acercaba mucho a él.

—Ciertamente —dijo Tuf acariciando a Dax—. Admito la corrección.

—Ahora está consiguiendo que empiece a tener dudas —dijo ella—. ¿Sabe lo que hizo durante esa conferencia? Para empezar, ha conseguido derribar otro gobierno. Creg no podrá sobrevivir a esto. Le dijo al planeta entero que es un mentiroso. Puede que sea cierto y que resulte justo. Usted le hizo y ahora le ha destruido. Los Primeros Consejeros no parecen durar demasiado en cuanto aparece usted, ¿verdad? Pero eso no importa en realidad. También le dijo a unos... bueno, aproximadamente a treinta mil millones de miembros de la Iglesia de la Vida en Evolución que sus más apreciadas creencias religiosas son tan válidas como un dolor de tripas. Dijo también que toda la base de la filosofía tecnocrática que ha dominado la política del Consejo durante siglos estaba equivocada. Tendremos suerte si las próximas elecciones no nos devuelven a los expansionistas y, si ello ocurre, tendremos guerra. Vandeen, Jazbo y el resto de los aliados no consentirán otro gobierno expansionista. Es probable que me haya arruinado, otra vez. Siempre, claro está, que no aprenda a recuperarme del revolcón, más rápidamente que hace cinco años. En vez de una amante interestelar, ahora soy la típica burócrata vieja y retorcida a la cual le gusta mentir sobre sus escapadas sexuales y además he ayudado a un ciudadano antivida —suspiró—. Parece decidido a causar mi desgracia, Tuf, pero eso no es nada. Sé cuidar de mi persona. Lo principal es que ha decidido cargar con el peso de imponerle la política a seguir a una población superior a los cuarenta mil millones de personas con sólo una muy vaga noción de las posibles consecuencias. ¿Cuál es su autoridad? ¿Quién le dio ese derecho?

—Podría sostener que todo ser humano tiene el derecho a proclamar la verdad.

—¿y también el derecho de exigir que esa verdad sea transmitida a todo el planeta mediante las redes de noticias y vídeo? ¿De dónde vino ese condenado derecho? —replicó ella—. Hay varios millones de personas en S'uthlam que pertenecen a la facción de los cero, incluida yo misma. No dijo nada que no llevemos años repitiendo. Sencillamente, lo dijo mucho más alto.

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