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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (42 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—Soy consciente de ello. Pero tengo la esperanza de que mis palabras de esta noche, sin importar cuán amargamente hayan sido recibidas, tengan finalmente un efecto beneficioso sobre la política y la sociedad s'uthlamesa. Puede que Cregor Blaxon y sus tecnócratas comprendan finalmente que no puede existir una auténtica salvación en lo que él llama el Florecimiento de Tuf y que usted una vez calificó como el milagro de los panes y los peces. Es posible que, a partir del punto actual, pueda darse en cambio tanto en la política como en la opinión, y quizá pueda darse el caso de que sus ceros triunfen en las próximas elecciones.

Tolly Mune torció el gesto. —Eso es condenadamente improbable y usted debería saberlo muy bien. Incluso si los ceros ganaran sigue planteada la pregunta de qué diablos podríamos hacer —se inclinó hacia adelante—. ¿Tendríamos quizás el derecho a imponer por la fuerza el control de población? Tengo mis dudas, pero eso tampoco importa demasiado. Lo que intento dejar claro es que Haviland Tuf no posee ningún maldito monopolio sobre la verdad y que cualquier cero habría sido capaz de soltar su maldito discurso. ¡Infiernos!, la mitad de esos condenados tecnócratas conoce perfectamente la situación. Creg no es ningún idiota y tampoco lo era el pobre Josen. Lo que le ha permitido actuar de ese modo era el poder, Tuf, el poder del Arca, la ayuda que está en su mano concedernos o negarnos según le venga en gana.

—Ciertamente —dijo Tuf y pestañeó—. No puedo discutirlo ya que la historia ha confirmado ampliamente la triste verdad de que las masas irracionales siempre se han alineado detrás del poderoso y no del sabio.

—¿Cuál de los dos es usted, Tuf?

—No soy más que un humilde...

—Sí, sí —le interrumpió ella malhumorada—. Ya lo sé, es un condenadamente humilde ingeniero ecológico, un humilde ingeniero ecológico que ha decidido jugar a profeta. Un humilde ingeniero ecológico que ha visitado S'uthlam exactamente dos veces en toda su vida, durante un total de quizá cien días y que, pese a ello, se considera competente para derribar nuestro gobierno, desacreditar nuestra religión y leerle la cartilla a unos cuarenta mil millones de perfectos desconocidos, sobre el número de niños que deberían tener. Puede que mi gente sea idiota, puede que no sepan ver más allá de sus narices y puede que estén ciegos pero, Tuf, siguen siendo mi gente. No puedo aprobar el modo en que ha llegado aquí y ha intentado remodelarnos siguiendo sus ilustrados valores personales.

—Niego tal acusación, señora. Sean cuales sean mis opiniones personales no estoy buscando imponérselas a S'uthlam. Sencillamente, me he impuesto la tarea de aclarar ciertas verdades y hacer que su población tome conciencia de ciertas frías y duras ecuaciones matemáticas, cuya suma final da como resultado el desastre y que no pueden ser cambiadas por creencias, oraciones o romances melodramáticos emitidos por sus redes de vídeo.

—Se le está pagando por... —empezó a decir Tolly Mune.

—Una cantidad insuficiente —le interrumpió Tuf.

Tolly Mune no pudo evitar una leve sonrisa. —Se le está pagando por su trabajo como ingeniero ecológico, Tuf, no para que nos instruya en cuanto a política o religión. No, gracias.

—De nada, Maestre de Puerto Mune, de nada —Tuf cruzó las manos formando un puente—. Ecología —dijo—. Considere lentamente la palabra, si es tan amable. Medite sobre su significado. Un ecosistema puede ser comparado a una gran máquina biológica, creo yo, y caso de que dicha analogía se desarrolle lógicamente, la humanidad debe ser vista como parte de tal máquina. No pongo en duda que es una parte muy importante, quizás un motor o un circuito clave, pero en ningún caso se encuentra separada del mecanismo, tal y como muy a menudo se piensa falazmente. Por lo tanto, cuando una persona como yo cambia la ingeniería de un sistema ecológico debe necesariamente remodelar a los seres humanos que viven dentro de él.

—Tuf, me está empezando a dar miedo. Lleva demasiado tiempo solo en esta nave.

—No comparto dicha opinión —replicó Tuf.

—La gente no es como los anillos de pulsación gastados y no se la puede recalibrar como a una vieja tobera, supongo que lo sabe.

—La gente es mucho más compleja y recalcitrante que cualquier componente mecánico, electrónico o bioquímico —dijo Tuf en tono conciliador.

—No me refería a eso.

—Y los s'uthlameses son particularmente difíciles —añadió Tuf.

Tolly Mune sacudió la cabeza. —Recuerde lo que he dicho, Tuf. El poder corrompe.

—Ciertamente —dijo él, pero dado el contexto de su conversación, Tolly Mune no logró entender muy bien a qué estaba asintiendo con tal palabra.

Haviland Tuf se puso en pie. —Mi estancia aquí está llegando a su fin —dijo—. En este mismo instante el cronobucle del Arca se encuentra acelerando el crecimiento de los organismos contenidos en mis tanques de clonación. El Basilisco y la Mantícora se están preparando para efectuar la entrega, dando por sentado que Cregor Blaxon o quien le suceda acabarán aceptando mis recomendaciones. Yo diría que dentro de diez días, S'uthlam tendrá sus bestias de carne, sus vainas jersi, sus ororos y todo lo necesario. En ese momento partiré, Maestre de Puerto Mune.

—Y una vez más seré abandonada por mi amante, que se marcha a las estrellas —dijo Tolly Mune con tono burlón—. Puede que consiga sacar algo de eso, quién sabe...

Tuf miró a Dax. —Ligereza de ánimo —dijo—, mezclada con algo de amargura para darle sabor —alzó nuevamente la mirada y pestañeó—. Creo que le he prestado un gran servicio a S'uthlam —dijo—. Lamento cualquier molestia personal que haya podido ser causada por mis métodos, Maestre de Puerto. No era mi intención. Permítame que intente compensarla con una minucia.

Ella ladeó la cabeza y le miró fijamente. —¿Cómo piensa hacerlo, Tufi?

—Una nadería —dijo Tuf—. Estando a bordo del Arca no pude sino percatarme del afecto con el cual trataba a los gatitos, y también me di cuenta de que dicho afecto no carecía de retribución. Me gustaría entregarle mis dos gatos como muestra de estimación y aprecio.

Tolly Mune lanzó un bufido.

—¿Tiene quizá la esperanza de que el pavor causado por ellos impedirá que los hombres de seguridad me arresten apenas vuelva? No, Tuf, aprecio la oferta y me siento tentada a decir que sí pero, realmente, debe recordar que las alimañas son ilegales en la telaraña. No podría tenerlos conmigo.

—Como Maestre de Puerto de S'uthlam posee la autoridad necesaria para cambiar las reglas pertinentes.

—Oh, claro, ¿resultaría muy bonito, no? Antivida y encima corrompida. Sería realmente lo que se dice toda una personalidad popular.

—Sarcasmo —le informó Tuf a Dax.

—¿y qué pasaría cuando me quitaran el cargo de Maestre de Puerto? —dijo ella.

—Tengo una fe absoluta en que será capaz de sobrevivir a esta tempestad política, de igual modo que supo capear la anterior —dijo Tuf.

Tolly Mune lanzó una carcajada algo rencorosa.

—Pues me alegro por usted pero, realmente, no, gracias, no funcionaría.

Haviland Tuf permanecía en silencio con el rostro inmutable. Después de un tiempo alzó la mano.

—He logrado dar con una solución —dijo—. Además de mis dos gatitos le entregaré una nave estelar. Ya sabrá que tengo cierto exceso de ellas. Puede conservar los gatitos en la nave y técnicamente se encontrarán fuera de la jurisdicción del Puerto. Llegaré al extremo de entregarle comida suficiente para cinco años y con ello nadie podrá decir que les está dando a esas supuestas alimañas calorías necesitadas por seres humanos que pasan hambre. Para reforzar un poco más su vapuleada imagen pública puede decirle a los noticiarios que esos dos felinos son rehenes con los cuales garantiza mi prometido regreso a S'uthlam dentro de cinco años.

Tolly Mune dejó que una sonrisa algo tortuosa fuera abriéndose paso por sus austeros rasgos.

—Eso podría funcionar, ¡maldita sea! Está haciendo la oferta muy difícil de rechazar. ¿Ha dicho también una nave?

—Ciertamente.

Tolly Mune sonrió, ya sin reservas.

—Es demasiado convincente, Tuf. De acuerdo. ¿Cuáles serán los dos gatos?

—Duda —dijo Haviland Tuf—, e Ingratitud.

—Estoy segura de que ahí hay encerrada alguna alusión —dijo ella—, pero no pienso romperme la cabeza intentando encontrarla. ¿Y comida para cinco años?

—Comida suficiente hasta el día en que hayan transcurrido cinco años y vuelva nuevamente para pagar el resto de mi factura.

Tolly Mune le miró, recorriendo con sus ojos el pálido e inexpresivo rostro de Tuf, sus blancas manos cruzadas sobre su prominente estómago, la gorra que cubría su calva cabeza y el gatito negro que reposaba en su regazo. Le miró durante un largo espacio de tiempo y de pronto, sin que pudiera atribuirlo a ninguna razón en particular, su mano tembló levemente haciéndole derramar un poco de cerveza que le mojó la manga. Sintió el frío del líquido penetrando la tela y el minúsculo riachuelo que iba bajando hacia su cintura.

—¡Oh, que alegría! —dijo—. Tuf, Tuf y siempre Tuf. No sé si podré esperar.

5 – Una bestia para Norn

Cuando el hombre delgado le encontró, Haviland Tuf, estaba sentado, sin compañía alguna, en el rincón más oscuro de una cervecería de Tamber. Tenía los codos apoyados en la mesa y su calva coronilla casi rozaba la viga de madera pulida que sostenía el techo. En la mesa había ya cuatro jarras vacías, con el interior estriado por círculos de espuma, en tanto que una quinta jarra, medio llena, casi desaparecía entre sus enormes manos.

Si Tuf era consciente de las miradas curiosas que, de vez en cuando, le dedicaban los demás clientes, no daba señal alguna de ello. Sorbía su cerveza metódica y lentamente con el rostro absolutamente impasible. Su solitaria presencia en el rincón del reservado resultaba más bien extraña.

Pero no estaba totalmente solo. Dax dormía sobre la mesa, junto a él, convertido en un ovillo de pelo oscuro. De vez en cuando, Tuf dejaba su jarra de cerveza y acariciaba distraídamente a su inmóvil compañero, pero Dax no abandonaba por ello su cómoda posición entre las jarras vacías. Comparado con el promedio de la especie felina, Dax era tan grande como Haviland Tuf lo era comparado con los demás hombres.

Cuando el hombre delgado entró en el reservado de Tuf, éste no abrió la boca. Lo único que hizo fue alzar la mirada hacia él, pestañear y aguardar a que fuera el recién llegado quien diera comienzo a la conversación.

—Usted es Haviland Tuf, el vendedor de animales —dijo el hombre delgado. Estaba tan flaco que impresionaba verle.

Vestía de negro y gris y tanto el cuero como las pieles parecían colgar sobre su cuerpo formando bolsas y arrugas aquí y allá. Pese a ello, resultaba claro que era hombre acomodado, ya que llevaba una delgada diadema de bronce medio escondida por su abundante cabellera negra y sus dedos estaban adornados con multitud de anillos.

Tuf rascó a Dax detrás de una oreja. —No basta con que nuestra soledad deba sufrir esta intromisión repentina —le dijo al animal. En su retumbante voz de bajo no había ni pizca de inflexión—. No es suficiente con que se viole nuestro dolor. También debemos soportar las calumnias y los insultos, a lo que parece —alzó nuevamente la mirada hacia el hombre delgado y añadió—. Caballero, ciertamente soy Haviland Tuf y quizá pudiera llegar a decirse que mi comercio tiene algo que ver con los animales, pero quizá también sea posible que no me tenga por un mero vendedor de animales. Quizá me considere un ingeniero ecológico.

El hombre delgado movió la mano con cierta irritación y, sin esperar a que le invitaran, tomó asiento frente a Tuf.

—Tengo entendido que posee una vieja sembradora del CIE, pero eso no le convierte en ingeniero ecológico, Tuf. Todos los ingenieros ecológicos han muerto y de eso ya hace algunos siglos. Pero si prefiere que le llamen así, a mí no me importa. Necesito sus servicios. Quiero adquirir un monstruo, una bestia enorme y feroz.

—Ah —dijo Tuf, dirigiéndose de nuevo al gato—. Desea comprar un monstruo. El desconocido que se ha instalado en mi mesa, sin que le haya invitado, desea comprar un monstruo —Tuf pestañeó—. Lamento informarle de que su viaje ha resultado inútil. Los monstruos, señor mío, pertenecen por entero al reino de lo mitológico, al igual que los espíritus, los hombres-bestia y los burócratas competentes. Más aún, en estos momentos no me dedico a la venta de animales, ni a ninguno de los variados aspectos de mi profesión. En este momento me encuentro consumiendo la excelente cerveza de Tamberkin y llorando una muerte.

—¿Llorando una muerte? —dijo el hombre delgado—. ¿Qué muerte? —No parecía muy dispuesto a irse.

—La muerte de una gata —dijo Haviland Tuf—. Se llamaba Desorden y llevaba largos años siendo mi compañera, señor mío. Ha muerto hace muy poco tiempo en un mundo llamado Alyssar, al cual la mala fortuna me llevó para hacerme caer en manos de un príncipe bárbaro notablemente repulsivo —sus ojos se clavaron en la diadema—. Caballero, ¿no será usted por casualidad un príncipe bárbaro?

—Claro que no.

—Tiene usted suerte, entonces —dijo Tuf.

—Bueno, Tuf, lamento lo de su gata. Ya sé lo que siente actualmente, sí, créame. Yo he pasado mil veces por ello.

—Mil veces —repitió Tuf con voz átona—. ¿Considera quizás excesivo el esfuerzo de cuidar adecuadamente a sus animales domésticos?

El hombre delgado se encogió de hombros. —Los animales se mueren, ya se sabe. Es imposible evitarlo. La garra, el colmillo y todo eso, sí, claro, es su destino. Me he acostumbrado a ver cómo mis mejores animales morían ante mis ojos y... Pero ése es justamente el motivo de que desee hablar con usted, Tuf.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf.

—Me llamo Herold Norn. Soy el Maestro de Animales de mi Casa, una de las Doce Grandes Casas de Lyronica.

—Lyronica —repitió Tuf—. El nombre no me resulta del todo desconocido. Un planeta pequeño y de poca población, según creo recordar, y de costumbres más bien salvajes. Puede que ello explique sus repetidas transgresiones de las maneras civilizadas.

—¿Salvaje? —dijo Norn—. Eso son tonterías de Tamberkin, Tuf. Un montón de condenados granjeros... Lyronica es la joya del sector. ¿Ha oído hablar de nuestros pozos de juego?

Haviland Tuf rascó nuevamente a Dax detrás de la oreja, siguiendo un ritmo bastante peculiar, y el enorme gato se desenroscó con mucha lentitud, bostezando. Luego abrió los ojos y clavó en el hombre delgado dos enormes pupilas doradas, ronroneando suavemente.

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