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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (30 page)

BOOK: Los viajes de Tuf
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—¿Y dice que su gente no había visto nunca a esas criaturas hasta que fueron atacados?

—Así es. Existe un primo de esa cosa. Al menos era bien conocido en los primeros tiempos de la colonización. Se trataba de un cruce entre la medusa y el pulpo y tenía veinte tentáculos. Muchas especies del planeta están construidas de un modo similar: poseen una vejiga central, un cuerpo o una concha quitinosa con veinte piernas y zarcillos o tentáculos dispuestos en anillo. El que he mencionado era carnívoro al igual que estos monstruos, pero tenía un anillo de ojos en el cuerpo central, en lugar de tenerlo al final de los tentáculos. Además, sus tentáculos no podían funcionar como mangueras y eran mucho más pequeños, aproximadamente como un ser humano. Solían emerger a la superficie en la plataforma continental, especialmente en las zonas fangosas donde abundaban los peces. Éstos eran su presa habitual, aunque más de un nadador tuvo una muerte horrible entre sus tentáculos.

—¿Puedo preguntar qué fue de ellos? —dijo Tuf.

—Eran una verdadera molestia. Sus terrenos de caza coincidían con las áreas que más falta nos hacían. Zonas del mar poco hondas en las que abundaban los peces, la hierba de mar y las algas frutales, así como los fangales donde se crían las almejas camaleón y los balancines. Antes de que fuera posible pescar o cosechar las riquezas del mar de un modo seguro, tuvimos que limpiarlo de esas bestias. Lo hicimos. ¡Oh! aún quedan unos cuantos, pero son bastante raros.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Y esta formidable criatura, este submarino viviente devorador de naves que constituye tan tremenda plaga para su mundo ¿tiene algún nombre?

—Acorazado namoriano —dijo Kefira Qay—. Cuando apareció por primera vez nuestra teoría fue que se trataba de un habitante de las grandes simas que de algún modo había llegado a la superficie. Después de todo, Namor sólo lleva habitada un centenar escaso de años. Apenas si hemos empezado a explorar las zonas más profundas del mar y no sabemos demasiado sobre los posibles habitantes de las simas. Pero, a medida que más y más barcos eran atacados y hundidos llegó a ser obvio que nos estábamos enfrentando a todo un ejército de esos malditos acorazados.

—Una flota —le corrigió Haviland Tuf. Kefira Qay frunció el ceño.

—Lo que sea, a un montón de ellos y no a un solo espécimen. En ese punto la teoría fue que alguna inimaginable catástrofe había tenido lugar en lo más hondo del océano y que les había obligado a huir de ahí.

—No parece usted dar mucho crédito a tal teoría —dijo Tuf.

—Nadie cree en ella, ya que se ha probado que es imposible. Los acorazados no podrían resistir las presiones de tales abismos y por lo tanto en el momento actual ignoramos de dónde vienen. Sólo sabemos que aquí están —concluyó con una mueca de disgusto.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. Sin duda debieron adoptar medidas contra ellos.

—Claro Pero es un juego en el que llevamos las de perder. Namor es un planeta joven y carece de la población o los recursos necesarios para enfrentarse al tipo de combate en el que nos hemos visto metidos. Tres millones de namorianos viven esparcidos en nuestros océanos, en algo así como diecisiete mil islas de mayor o menor tamaño. Otro millón vive en Nueva Atlántida, nuestro único continente. La mayoría de nuestra gente vive de la pesca o del cultivo marino. Cuando todo esto empezó había apenas cincuenta mil Guardianes. Nuestro gremio nació en las tripulaciones de las naves que trajeron a los colonos de Vieja Poseidón y Acuario hasta aquí. Siempre les hemos protegido pero, antes de que llegaran los acorazados, nuestra labor era bastante simple. Tenemos un planeta pacifico en el cual hay pocos conflictos verdaderamente importantes. Existía cierta rivalidad étnica entre los poseidonitas y los acuarianos, pero no pasaba a mayores. Los Guardianes se encargaban de la defensa planetaria con la Navaja Solar y otras dos naves del mismo tipo, pero casi todo nuestro trabajo estaba relacionado con los incendios y el control de inundaciones, la ayuda en caso de catástrofes naturales, las funciones policiales y ese tipo de cosas. Teníamos unos cien hidrodeslizadores armados como patrulleras y los usamos durante un tiempo para escoltar a las naves de pesca, logrando algunas victorias Pero, en realidad, no son rivales adecuados para los acorazados. Muy pronto llegó a quedar claro que, de todos modos, había más acorazados que patrulleras.

—Lo que es más, las patrulleras no se reproducen en tanto que estos acorazados imagino que si deben hacerlo —dijo Tuf. Estupidez y Duda jugueteaban en su regazo.

—Exactamente. Lo intentamos, pese a todo. Dejamos caer cargas de profundidad sobre ellos cada vez que podíamos detectarlos bajo el mar y cuando salían a la superficie les atacábamos con torpedos. Matamos a centenares. Pero quedaban muchos centenares más, y cada patrullera que perdíamos era imposible de reemplazar. Namor carece de una base tecnológica digna de tal nombre. Cuando las cosas iban mejor, importábamos lo que nos hacia falta de Brazelourn y Valle Areen. Nuestra gente cree que la vida debe ser sencilla y, de todos modos, el planeta es incapaz de mantener una industria importante. Es pobre en metales pesados y prácticamente carece de combustibles fósiles.

—¿Cuántas patrulleras les quedan a los Guardianes? —le preguntó Haviland Tuf.

—Puede que unas treinta. Ya no nos atrevemos a utilizarlas. Un año después del primer ataque los acorazados dominaban completamente nuestras rutas marítimas. Todas las grandes naves cosechadoras se habían perdido, centenares de pequeñas explotaciones habían sido abandonadas o destruidas, la mitad de nuestros pescadores independientes habían muerto y la otra mitad se acurrucaba asustada en los muelles. En estos momentos, prácticamente nada que sea humano se atreve a surcar los mares de Namor.

—¿Sus islas quedaron aisladas unas de otras? No del todo —replicó Kefira Qay—. Los Guardianes tenían veinte transportes aéreos con armamento y existía aproximadamente otro centenar de ellos sin armas, contando con los pequeños vehículos en manos privadas. Los requisamos todos y los armamos tan bien como nos fue posible. También estaban los dirigibles, claro. Los transportes aéreos son difíciles de conservar en buenas condiciones aquí y su mantenimiento resulta caro. Todas las piezas de repuesto deben llegar de fuera y no tenemos muchos técnicos bien entrenados, por lo cual casi todo el tráfico aéreo, antes de los problemas con los acorazados, se realizaban mediante los dirigibles. Son bastante grandes, están propulsados por energía solar y contienen helio. La flota de dirigibles era bastante grande, casi un millar. Ellos se encargaron de aprovisionar las islas pequeñas, donde había una mayor amenaza de hambre inminente. Otros dirigibles, así como las naves de los Guardianes, se encargaron de continuar el combate. A salvo en el aire, dejamos caer sobre los acorazados productos químicos, venenos y explosivos. Con eso logramos destruir a miles de ellos, aunque e) precio resultó tremendo. Su número era mayor allí donde se encontraban nuestras zonas de pesca más fértiles y los lechos fangosos de escasa profundidad, con lo cual nos vimos obligados a destruir y envenenar precisamente las zonas de mar que más desesperadamente necesitábamos. Pero no teníamos otra elección y, durante un tiempo, creíamos estar venciendo. Incluso hubo algunas naves pequeñas que salieron de pesca y consiguieron volver sanas y salvas, gracias a la escolta aérea de los Guardianes.

—Resulta obvio que no fue ése el resultado final del conflicto —dijo Haviland Tuf—, o no estaríamos aquí sentados hablando. —Duda le propinó un buen zarpazo a Estupidez, dándole en plena cabeza. El gatito resbaló por la rodilla de Tuf y cayó al suelo. Tuf se inclinó y le cogió. Tenga —dijo, entregándoselo a Kefira Qay—, hágame el favor de sostenerlo un rato. Su pequeña guerra me está distrayendo de la nuestra.

—Yo... sí, claro. —La Guardiana cogió al gatito blanco y negro en su mano con cierta cautela y éste se acurrucó entre sus dedos—. ¿Qué es? —le preguntó.

—Un gato —dijo Tuf—. Pero si sigue sosteniéndolo como si fuera una fruta podrida, acabará saltando de su mano. Tenga la amabilidad de ponerlo en su regazo. Le aseguro que es totalmente inofensivo.

Kefira Qay, todavía no muy segura de ello, medio puso, medio dejó caer, al gatito sobre sus rodillas. Estupidez lanzó un maullido y estuvo a punto de resbalar pero logró clavar sus diminutas uñas en la tela del uniforme y sostenerse.

—¡Oh! —dijo Kefira Qay—. Tiene espolones.

—Son zarpas o garras —dijo Tuf, corrigiéndola—. Son pequeñas y resultan incapaces de hacer el menor daño.

—No estarán envenenadas, ¿verdad?

—No lo creo —dijo Tuf—. Acarícielo, empezando por la cabeza y siguiendo hacia atrás. Eso le calmará.

Kefira Qay tocó la cabeza del gatito con gesto inseguro. —Por favor —dijo Tuf—. Me refería a que lo acariciase, no a que le diera golpecitos.

La Guardiana hizo como le decía y Estupidez empezó inmediatamente a ronronear. Kefira Qay se quedó paralizada y miró a Tuf con expresión de horror.

—Está temblando —dijo—, y hace un ruido.

—Dicho tipo de respuesta suele considerarse favorable —la tranquilizó Tuf—. Le suplico que continúe con sus caricias y con lo que me estaba diciendo, si tiene la bondad.

—Por supuesto —dijo la Guardiana, acariciando de nuevo a Estupidez. El gatito se removió en su rodilla y acabó adoptando una postura más cómoda—. Si quiere poner la otra cinta continuaré —le dijo.

Tuf hizo desaparecer de la pantalla a la nave partida en dos, así como al acorazado, y en su lugar apareció otra escena: un día de invierno, ventoso y muy frío, al parecer. El agua tenía un color oscuro y estaba bastante revuelta. El viento la agitaba levantando pequeños remolinos de espuma blanca. Un acorazado flotaba en el mar con sus enormes tentáculos extendidos a su alrededor, dándole el aspecto de una enorme flor monstruosamente hinchada, a la deriva sobre el oleaje. La cámara que tomaba la imagen pasó sobre él y dos brazos, rodeados por su corola de serpientes, se alzaron débilmente del agua, pero el aparato se encontraba demasiado lejos para correr peligro. Por lo que se veía en los bordes de la imagen se encontraban en la góndola de un gran dirigible plateado y la cámara estaba filmando a través de una portilla de cristal bastante grueso. La cámara cambió de ángulo y Tuf vio que su dirigible formaba parte de un convoy de tres, desplazándose con majestuosa indiferencia sobre un enfurecido oleaje.

—El Espíritu de Acuario, el Lila D. Y el Sombra del Cielo —dijo Kefira Qay—. Se dirigían hacia un grupo de pequeñas islas situado al Norte, en el cual el hambre ha estado haciendo estragos. Piensan evacuar a los supervivientes para llevarlos a Nueva Atlántida —en su voz había una sombra de tensión—. Esta grabación fue realizada por el Sombra del Cielo, el único dirigible que sobrevivió. Mire atentamente la pantalla.

Los dirigibles avanzaban invencibles y serenos por el aire. De pronto, justo delante de la silueta azul plateada del Espíritu de Acuario se distinguió un movimiento bajo las aguas, como si algo se removiera bajo el velo verde oscuro del mar. Era algo grande, pero no se trataba de un acorazado ya que su color era oscuro y no pálido. El agua se fue haciendo más y más negra y de pronto pareció saltar en un inmenso surtidor hacia el cielo. En la imagen apareció una gigantesca cúpula, oscura como el ébano, que fue haciéndose más grande, como si fuera una isla que emergiera de los abismos, hasta concretare en una silueta negra y de piel rugosa como el cuero, rodeada de veinte largos tentáculos negros. La silueta crecía segundo a segundo hasta que dejó de tocar las aguas. Sus tentáculos colgaban fláccidamente bajo ella, dejando caer chorros de agua, a medida que ascendía. De pronto empezaron a extenderse y Tuf vio que la criatura era tan grande como el dirigible que avanzaba hacia ella. Cuando tuvo lugar el encuentro fue como si dos inmensos leviatanes del cielo hubieran decidido aparearse. La inmensidad negra se situó encima del dirigible y sus brazos lo rodearon en un mortífero abrazo. La cubierta exterior del dirigible fue desgarrada y las celdillas de helio se arrugaron más y más hasta reventar. El Espíritu de Acuario se retorció cual un ser vivo, marchitándose en el negro abrazo de su amante. Cuando todo hubo terminado la cosa negra dejó caer sus restos al mar.

Tuf congeló la imagen, clavando sus solemnes ojos en las figurillas que saltaban de la góndola a una muerte segura.

—Otra de esas cosas destruyó el Lila D. en el trayecto de vuelta —dijo Kefira Qay—. La Sombra del Cielo sobrevivió para narrar la historia, pero en su siguiente misión también fue destruido. Más de un centenar de dirigibles y doce naves se perdieron en la primera semana después de que aparecieran los globos de fuego.

—¿Globos de fuego? —preguntó Haviland Tuf, acariciando a Duda, instalado sobre la consola—. No vi ningún fuego.

—El nombre fue acuñado cuando destruimos por primea vez una de esas malditas criaturas. Una nave de los Guardianes logró acertarle con un proyectil de alto poder explosivo y la bestia estalló como una bomba. Luego se desinfló y cayó ardiendo al mar. Son extremadamente inflamables. Basta con un láser y se encienden como la yesca.

—Hidrógeno —dijo Haviland Tuf.

—Exactamente —confirmó la Guardiana—. Nunca hemos logrado capturar uno entero, pero logramos adivinarlo a partir de los trozos rescatados. Esas cosas pueden generar corriente eléctrica en su interior. Toman agua y luego realizan una especie de electrólisis biológica. Expelen el oxígeno en el agua o el aire y eso les ayuda a moverse. Podría decirse que son una especie de reactores movidos por aire. El hidrógeno llena unos sacos en forma de globos y les ayuda a subir. Cuando desean retirarse de nuevo al agua, abren una especie de pliegues en su parte superior... Fíjese, ahí está. Entonces, todo el gas escapa y el globo de fuego vuelve a bajar hacia el océano. La piel externa es parecida al cuero y muy resistente. No son muy rápidos, pero sí bastante inteligentes. A veces se esconden en los bancos de nubes y se apoderan de las naves que pasan volando bajo ellos sin las debidas precauciones. Y no tardamos en descubrir, para nuestra desesperación, que se reproducen tan rápido como los acorazados.

—Muy intrigante —dijo Haviland Tuf—. Me arriesgo a sostener la hipótesis de que con la aparición de los globos de fuego perdieron el dominio del aire, igual que ya habían perdido el del mar.

—Así fue, más o menos —admitió Kefira Qay—. Nuestros dirigibles eran demasiado lentos como para correr el riesgo de enfrentarse a ellos. Intentamos mantener las cosas en funcionamiento, mandándolos en convoyes escoltados por naves de los Guardianes, pero incluso eso acabó fracasando. El día del Alba de Fuego, yo estaba ahí, al mando de una nave armada con ocho cañones. Fue terrible...

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