Los vigilantes del faro (26 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los vigilantes del faro
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Aquella mañana, muy temprano, quedó con Martin para ir a Gotemburgo. Tenían mucho que hacer.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Martin ya en el coche. Como de costumbre, iba en el asiento del acompañante, pese a que había hecho lo posible por convencer a Patrik de que lo dejase conducir.

—Se me había ocurrido empezar por los servicios sociales. Estuve hablando con ellos el viernes y les dije que creía que llegaríamos sobre las diez.

—¿Y luego a Fristad? ¿Tenemos algo nuevo que preguntarles?

—Espero que en los servicios sociales nos digan algo más del trabajo de la asociación, algo que nos permita seguir investigando.

—¿La antigua novia de Sverin no sabía nada? ¿Él no le hizo ningún comentario que nos sea útil cuando estuvo allí? —Martin no apartaba la vista de la carretera, y se agarró instintivamente al asidero de encima de la puerta cuando Patrik hizo un adelantamiento temerario para dejar atrás a un camión.

—No, eso tampoco nos aportó demasiado. Salvo el maletín, claro. Que, por otro lado, puede resultar un hallazgo, pero no lo sabremos hasta que Paula lo haya revisado todo. Con el ordenador no nos atrevemos, descifrar contraseñas y esas cosas no es lo nuestro, así que tendremos que delegar.

—¿Cómo se tomó Annie la noticia de su muerte?

—Pues se quedó conmocionada. Pero en general, yo la vi débil y un tanto extraña.

—¿No tenías que tomar esa salida? —preguntó Martin señalando el desvío, y Patrik lanzó una maldición e hizo un giro tal que el coche que iba detrás estuvo a punto de chocar con ellos.

—Joder, Patrik —dijo Martin pálido como la cera.

Diez minutos después, habían llegado a las oficinas de Asuntos Sociales, donde los llevaron directamente al despacho de Sven Barkman, el jefe de unidad. Una vez hubieron intercambiado las consabidas frases de cortesía, se sentaron alrededor de una pequeña mesa de reuniones. Sven Barkman era un hombre menudo y ágil, con la cara delgada y la barbilla puntiaguda, que acentuaba una barba alargada. Patrik pensó en el profesor Tornasol; el parecido era sorprendente. Pero la voz no encajaba con el aspecto, lo que sorprendió tanto a Martin como a Patrik. Porque aquel hombrecillo poseía una voz grave y profunda que llenó la habitación. Sonaba como alguien a quien se le da bien el canto, y Patrik vio confirmadas sus suposiciones al ver los diplomas y premios del coro al que Barkman pertenecía. Patrik no reconoció el nombre, pero debía de ser un coro famoso.

—¿Queríais hacer unas preguntas sobre Fristad? —dijo Sven, y se inclinó sobre la mesa—. ¿Puedo saber por qué? Somos muy exhaustivos a la hora de elegir a los colaboradores y, como es natural, nos preocupó un poco que la Policía se interesara. Además, Fristad es una asociación bastante singular, como quizá sepáis, así que sinceramente, cuando se trata de ellos estamos especialmente alerta.

—¿Te refieres al hecho de que trabajen allí tanto hombres como mujeres? —dijo Patrik.

—Sí, no es lo habitual. Leila Sundgren ha apostado por un modelo insólito con su experimento, pero tiene nuestro apoyo.

—No hay motivo para preocuparse. Han asesinado a un antiguo empleado suyo, y estamos tratando de averiguar información sobre su vida. Puesto que trabajó con ellos hasta hace cuatro meses, y teniendo en cuenta a qué se dedican, queremos saber más sobre la asociación. Pero no tenemos razón alguna para pensar que no realicen su trabajo correctamente.

—Bueno, es un alivio oírlo. En fin, pues vamos a ver… — Sven hojeó unos papeles que tenía delante al tiempo que murmuraba algo—. Sí, aquí lo tenemos, mmm…, sí.

Hablaba para sí mientras Patrik y Martin esperaban pacientemente.

—Sí, ya lo tengo claro. Es que necesitaba refrescar un poco la memoria. Llevamos cinco años colaborando con Fristad, o cinco y medio, para ser exactos. Y supongo que en una investigación de asesinato, eso es precisamente lo que hay que ser —dijo con una risa grave y entrecortada—. La cantidad de casos que les hemos derivado ha ido describiendo una curva ascendente. Como es lógico, empezamos con cierta cautela, para ver cómo funcionaba la colaboración, pero este año llevan unas cuatro mujeres derivadas de nuestras oficinas. En total, diría que Fristad se ocupa de alrededor de treinta mujeres al año. — Levantó la vista y los miró como esperando otra pregunta.

—¿Cómo es el proceso exactamente? ¿Qué tipo de casos les deriváis? Me da la impresión de que se trata de una medida extrema, así que supongo que antes probáis otras soluciones — dijo Martin.

—Desde luego. Trabajamos mucho con estos casos, y las asociaciones como Fristad son el último recurso. Pero cuando recurren a nosotros, las mujeres se hallan en fases muy diversas de la situación de maltrato. A veces recibimos la información de que existen problemas en la familia muy al principio, en otras ocasiones nos llega la alarma cuando la situación es grave.

—Pero ¿cómo describirías un caso típico?

—Esa es una pregunta de difícil respuesta. Pero puedo daros una semblanza a grandes rasgos. Puede ser, por ejemplo, que nos llamen de la escuela con el aviso de que hay un niño que parece no encontrarse bien. Hacemos un seguimiento y, entre otras actuaciones, mediante una visita a la familia, nos formamos rápidamente una idea de cuál es la situación. En algunos casos, puede existir documentación previa a la que recurrir, aunque no nos hubiéramos fijado en ella con anterioridad.

—¿Documentación? —preguntó Patrik.

—Sí, por ejemplo, se hacen rondas de visitas a los hospitales que, contrastadas con informes de la escuela, nos dan un patrón. Sencillamente, recogemos tanta información como podemos. En primera instancia, procuramos trabajar con la familia tal y como está constituida en el momento en que surgen los problemas, lo cual nos da resultados más o menos satisfactorios. Y como decía, lo de ayudar a que la mujer y los posibles hijos huyan del hogar es el último recurso. Por desgracia, no tan infrecuente como quisiéramos.

—Y llegado el caso, cuando tenéis que dirigiros a asociaciones como Fristad, ¿cómo lo hacéis, exactamente?

—Pues nos ponemos en contacto con ellos —dijo Sven—. En Fristad hablamos sobre todo con Leila Sundgren, y por lo general, le facilitamos un informe telefónico de los antecedentes y de la situación en que se encuentra la mujer en ese momento.

—¿Ha ocurrido alguna vez que Fristad se niegue a colaborar? —Patrik cambió de postura en la silla, que era incomodísima.

—Nunca. Por consideración a los niños que se alojan en la casa de acogida, no reciben a drogadictas ni a mujeres con problemas psíquicos graves, pero eso ya lo sabemos, así que no contamos con ellos para esos casos. Y para esas mujeres existen otras posibilidades. De modo que no, nunca se han negado a acoger a ninguna mujer.

—¿Y qué ocurre cuando el caso pasa a ser de Fristad? —dijo Patrik.

—Hablamos con la mujer, le facilitamos una persona de contacto y procuramos que todo suceda lo más discretamente posible, como es natural. El objetivo es que se sientan seguras y que no se las pueda localizar.

—¿Cómo hacéis el seguimiento? ¿Soléis tener problemas en las oficinas? Me figuro que algunos hombres desfogarán su ira contra vosotros al ver que su mujer y sus hijos desaparecen —dijo Martin.

—Bueno, tampoco desaparecen para siempre. Eso sería ilegal. Los padres disponen de medidas legales para impedir que apartemos de ellos a sus hijos. Pero sí, claro que recibimos nuestra parte proporcional de amenazas en las oficinas, y de vez en cuando tenemos que llamar a la Policía. Aunque todavía no ha ocurrido nada grave, tocaremos madera.

—¿Y el seguimiento? —insistió Martin.

—El caso sigue siendo nuestro, y tenemos contacto permanente con las asociaciones con las que colaboramos. El objetivo consiste en llegar a una solución pacífica. En la mayoría de las familias esto es posible, pero tenemos algunos ejemplos donde no lo hemos logrado.

—Yo he oído hablar de casos en los que las organizaciones han ayudado a las mujeres a huir al extranjero. ¿Tenéis alguno? ¿Se os ha presentado el caso de que la mujer desaparezca del mapa en el transcurso de una investigación? —preguntó Patrik.

Sven se retorció un poco en la silla.

—Sí, sé a qué te refieres. Yo también leo la prensa vespertina. Sí, se han dado varios casos en los que las mujeres con las que trabajamos desaparecen, pero no tenemos posibilidad de demostrar que les hayan ayudado a escapar, solo podemos trabajar con la hipótesis de que se han marchado por voluntad y decisión propias.

—Pero… ¿extraoficialmente?

—Extraoficialmente, creo que algunas de las asociaciones les prestan bastante ayuda. Aunque ¿qué podemos hacer sin pruebas?

—Dime, ¿ha desaparecido así alguna de las mujeres que habéis derivado a Fristad?

Sven guardó silencio unos segundos; luego, respiró hondo.

—Sí.

Patrik decidió dejar el asunto. Seguramente, obtendrían más información preguntando directamente a Fristad. Asuntos Sociales parecía seguir el principio de «cuanto menos sepamos, tanto mejor», y no creía que pudiera averiguar nada más.

—Bueno, pues muchas gracias por dedicarnos tu tiempo. Si no tienes nada más que preguntar… —dijo mirando a Martin, que negó con la cabeza.

Ya camino del coche, Patrik notó en el pecho una sensación de abatimiento. No sabía que fueran tantas las mujeres que se veían obligadas a huir de sus hogares, y eso que solo conocían los casos de Fristad. Era solo la punta del iceberg.

E
rica no podía dejar de pensar en Annie. Estaba como siempre, pero muy distinta. Una copia más pálida de sí misma y demasiado ausente, en cierto modo. El resplandor dorado que la rodeaba seguía siendo igual de hermoso, igual de inalcanzable. Tenía la sensación de que se le hubiera apagado algo. A Erica le costaba encontrar las palabras para describirlo. Solo sabía que el encuentro con Annie la había entristecido.

Iba empujando el cochecito y se detuvo varias veces a lo largo de la cuesta de Galärbacken.

—¿Mamá cansada? —preguntó Maja, que iba tranquilamente subida a la plataforma. Los gemelos acababan de dormirse y, con un poco de suerte, seguirían así un buen rato.

—Sí, mamá cansada —repitió Erica. Iba resoplando y tenía pitos al respirar.

—Aúpa, mamá. —Maja dio unos saltitos en la plataforma, para ayudar a Erica.

—Gracias, cariño. Aúpa. —Erica tomó impulso para empujar el último tramo, antes de la tienda de telas.

Con Maja a buen recaudo en la guardería y ya de vuelta a casa, se le ocurrió una idea. La visita a Gråskär le había despertado la curiosidad. La sombra alargada del faro y la mirada de Annie cuando hablaban de los fantasmas despertaron su interés por la historia de la isla. ¿Por qué no averiguar un poco más?

Giró el cochecito y puso rumbo a la biblioteca. Tenía todo el día por delante para matar el tiempo en casa, y bien podía pasar un rato allí mientras los gemelos dormían. Por lo menos, le resultaba más enriquecedor que tirarse en el sofá delante de la tele.

—Hombre, ¡hola! ¿Tú por aquí? —May sonrió encantada al ver que Erica aparcaba el carrito en el vestíbulo, tan pegado a la pared como pudo, para que no estorbara. Pero la biblioteca estaba desierta, así que no corría el riesgo de tener que disputarse el espacio con nadie más.

»Y estos dos
primores
… —dijo May inclinándose sobre el carrito—. ¿Son tan buenos como guapos?

—Dos angelitos —respondió Erica, con total sinceridad, porque desde luego, no podía quejarse. Los problemas que tuvo cuando Maja era pequeña habían desaparecido como por encanto, lo que seguramente se debía también a su actitud. Cuando se despertaban llorando por la noche, ella sentía gratitud, no angustia. Además, rara vez lloraban y se despertaban por las noches solo una vez, cuando tenían hambre.

—Bueno, tú aquí te orientas muy bien, pero avísame si necesitas algo. ¿Tienes algún libro en preparación? —preguntó May con curiosidad.

Para inmensa satisfacción de Erica, toda la comarca se sentía infinitamente orgullosa de sus éxitos y seguía su obra con un interés enorme.

—No, todavía no he empezado nada. Esto es solo por gusto, quiero investigar un poco.

—Ajá, ¿sobre qué?

Erica se echó a reír. Los habitantes de Fjällbacka no eran célebres por su timidez. Piensan que el que no pregunta, se queda sin saber. Y Erica no tenía nada que objetar al respecto. En realidad, era más curiosa que la mayoría, hecho que Patrik aprovechaba para señalar siempre que tenía ocasión.

—Pues la verdad es que pensaba ver si hay algún libro sobre el archipiélago. Me interesaría encontrar algo sobre la historia de Gråskär.

—¡Sobre la Isla de los Espíritus! —exclamó May. Y se dirigió a las últimas estanterías—. Entonces a ti lo que te interesa son las historias de fantasmas, ¿no? Deberías hablar con Stellan, el de Nolhotten. Y Karl-Allan Nordblom sabe muchísimo del archipiélago.

—Gracias, para empezar miraré lo que tenéis aquí. Pero los fantasmas, la historia del faro, todo puede interesarme, claro. ¿Tú crees que habrá algo?

—Mmm… —May se concentró en las estanterías. Sacó un libro, lo hojeó un poco, lo devolvió a su lugar. Sacó otro, lo hojeó, se lo puso debajo del brazo. Al final encontró cuatro libros, que le dio a Erica.

»Estos te pueden servir. Pero no será del todo fácil encontrar libros solo sobre Gråskär. Podrías hablar con el museo de Bohuslän —sugirió, y volvió al mostrador.

—Bueno, empezaré por estos —dijo Erica señalando la pila de libros. Después de comprobar que los gemelos seguían durmiendo, se sentó a leer.

-¿Q
ué es eso? —Los compañeros de clase se agolparon en manada a su alrededor en el patio del colegio, y Jon experimentó la agradable sensación de ser el centro de atención.

—Me lo he encontrado, creo que son chucherías —contestó, sosteniendo la bolsa orgulloso.

Melker le dio un codazo en el costado.

—¿Cómo que te lo has encontrado? Lo hemos encontrado todos.

—¿Lo habéis sacado del contenedor de basura? Puaj, qué asco. Tira eso, Jon —dijo Lisa arrugando la nariz y alejándose de allí.

—Si está en una bolsa. —Desató con cuidado el nudo—. Y además, era una papelera, no un contenedor.

Pero qué pavas son las niñas. Cuando él era pequeño, jugaba mucho con niñas, pero desde que empezó en la escuela, ocurrió algo, y era como si se hubieran transformado en otra cosa. Como si se les hubiera metido dentro el mismísimo Alien. Se pasaban el día con risitas y tonterías.

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