Lugares donde se calma el dolor (33 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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D'Anthes no se volvió a casar. De regreso a Francia se dedicó a la política y fue diputado y senador. Abandonó la causa legitimista por la que en otras épocas había luchado tan denodadamente y apoyó a Luis Napoleón Bonaparte, presidente de la República francesa. Pasada la tormenta, en el año 1842, Heeckeren volvió a la vida diplomática, siendo nombrado embajador de los Países Bajos en Viena. Al jubilarse se fue a vivir, con D'Anthes y sus nietos, a París. Falleció en el año 1884 a los noventa y tres años.

D'Anthes tuvo aún una misión importante en la vida. En el año 1852, enviado por Luis Napoleón, visitó varios países para saber cuál sería la reacción de los gobiernos ante la inminente proclamación del presidente como emperador. El zar Nicolás i lo recibió en Berlín en un encuentro privado. ¿Sólo hablaron de política? El zar aprobó la decisión francesa y debió de agradecer, una vez más, el haberle librado de aquella pejiguera. ¿Cómo, si no, un monarca podía hablar con quien asesinó al más grande de sus súbditos? Se acusó al embajador holandés de urdir la trama, pero varios príncipes (Dolgorúkov y Gagarin) fueron cómplices. Se cuenta que alguno de los componentes de la delegación rusa se negó a estrecharle la mano al asesino. ¿Lo hizo el zar? Curiosa conversación, curiosa recompensa. En París, D'Anthes frecuentaba los círculos rusos relacionados con los ricos y los aristócratas. Jamás tuvo mala conciencia y, además, aseguraba que Natalia le había correspondido. El duelo sólo le trajo beneficios: en Rusia hubiera sido un vulgar militar, mientras que la expulsión lo condujo a una brillante carrera política y a una saneada economía. Pasados los años se retiró de la vida pública y se dedicó con éxito a las finanzas. Falleció en 1895 a los ochenta y tres años. Pushkin había muerto a los treinta y siete.

Danzas no se separó del amigo. Lo llevó a casa en el carruaje del contrincante y le dio la mala noticia a Natalia. Pushkin apenas quiso ver a su esposa, aunque en uno de esos breves encuentros la exculpó. Tampoco quiso reposar en el dormitorio conyugal, sino en el despacho, rodeado de libros. Además le pidió al amigo que pagara las deudas no escrituradas y le prohibió retar en duelo a D'Anthes.

Danzas evitó que Pushkin se suicidara disparándose un tiro con una de las pistolas del duelo. Y quizá obligado por las promesas del zar —perdonaría al padrino y se haría cargo de la economía familiar—, el escritor aceptó la presencia de un sacerdote. Danzas llegó a general. En la actitud benévola del zar intervino Zhukovski, que había sido maestro en la corte. A cambio, él se comprometió a«revisar» la correspondencia de Pushkin. Zhukovski colocó un guante sobre el féretro para simbolizar el alma, pero la policía lo mandó retirar, pues consideraba que ese objeto, así dispuesto, era un desafío del muerto al poder. En la declaración ante el tribunal militar, Danzas aseguró que Pushkin se había ido a la tumba convencido de que las cartas, donde se llamaba cornudo, habían sido enviadas por el embajador de Holanda. Danzas fue igualmente condenado a muerte, pero el zar le conmutó la pena por la de dos meses de prisión.

A Natalia se le comunicó la pena a la que su fallecido marido era condenado: la horca. Como en el caso de los anteriores, le fue conmutada por el zar. Pushkin un día le preguntó a su esposa que si se batía en duelo por quién lloraría. Ella, sin inmutarse, contestó que lo haría por quien muriera. Cuando supo la noticia se desmayó. La acompañaron en esos momentos la benemérita tía de Pushkin que tanto los había protegido y la hermana de Natalia, Aleksandrina. Pushkin le pidió que se fuera al campo, guardara luto durante dos años y luego se casara con un buen hombre. El cuerpo del poeta fue lavado y vestido con un frac negro y no con el traje oficial, como esperaba el zar. Se le expuso sobre la mesa del comedor antes de introducirlo en un ataúd forrado de terciopelo rojo. Miles de personas desfilaron delante del cadáver. El pueblo lo calificó de profeta, maestro, héroe y santo. Mientras tanto, el poder impedía la publicación de notas necrológicas y artículos encomiásticos. Se cambió la iglesia que le correspondía para el funeral por otra más pequeña, y se previno con castigos a todos aquellos que se manifestaran a lo largo del camino que lo llevó a Mijaílovskoye. Turguéniev acompañó el viaje del féretro. El tribunal militar no convocó a Natalia para no ofenderla, por este motivo nunca se conoció su opinión. Estuvo fuera de San Petersburgo dieciocho meses, en Polotniány Zavod. A fines de 1838 regresó a la vida de los salones. La acompañaron en este retorno los cuatro hijos y su hermana Aleksandrina. En el año 1844, tras siete de viudedad, contrajo nuevas nupcias con el general Lanskói, del que volvió a tener tres hijos. Falleció en 1864. Aleksandrina se casó con el viudo barón Vogel y se fue a vivir con él a Hungría. Murió en 1891. Los hijos varones de Pushkin, Aleksander y Grigori, siguieron la carrera militar y no lucharon por recuperar la figura de su padre. Las hijas, María y Natalia, hicieron buenas bodas con un militar y un aristócrata. Es curioso, todos los que tuvieron relación directa con Pushkin, una vez muerto, fueron felices. Parece como si la presencia del escritor incomodase a todo el mundo y fuese fuente continua de conflictos. Pushkin incordiaba no sólo al poder, sino también a la sociedad. Era una amenaza para el zar y para todos aquellos cuya vida dependía del monarca. Ser el más grande escritor de Rusia no era mérito suficiente. Parece ser que éste no fue el único duelo que Pushkin tuvo en su vida. Vladímir Nabokov en
Habla, memoria
se refiere a otro más. Y lo hace porque tuvo lugar, a las afueras de San Petersburgo, en una de las propiedades de su familia, el parque de Batovo. Se celebró en mayo de 182o. Pushkin se batió contra Rileev, poeta menor, periodista y famoso decembrista ejecutado en el año 1826, a los treinta años de edad. «Durante un momento el destino pudo vacilar entre impedir que un heroico rebelde se encaminara hacia la horca o privar a Rusia de
Eugenio Oneguin
; luego, sin embargo, no hizo ni una cosa ni otra», escribe Nabokov.

«Todo lo que amenaza con la muerte / encierra para el corazón de los mortales / inefables placeres / de la inmortalidad, puede ser, garantía. / Y feliz aquel que en medio de tantas inquietudes / pudo conocerlos y experimentarlos.», escribe Pushkin en el poema «Himno a la peste». El duelo tuvo lugar junto al Chyornaya Rechka, el río Negro, una denominación de por sí muy significativa. Ahora, muy cerca, se encuentra una estación de metro que lleva el mismo nombre. Al salir a la luz desde la boca de la parada, voy ladeando el Rechka, que se ha convertido en un riachuelo. Todo este lugar es bastante fantasmagórico y triste. A un lado contemplo unas grandes moles de hormigón. Son bloques de casas, terriblemente feas, levantadas en los años setenta. Al otro lado observo las vías del tren por las que pasa un convoy de cercanías, camino de la vecina estación de Novaya Derevnya, en la Avenida Kolomyaghskiy, número 12. En este espacio, en medio de un pequeño bosque de pinos anoréxicos, se abre una plazuela, llamando así a un claro de bosque rectangular, en medio del cual se levanta un obelisco gris marcando el lugar exacto donde se llevó a cabo el duelo. Tiene un bajorrelieve en bronce, obra del escultor Maniser. ¿Dónde estuvo la posición de Pushkin? ¿Dónde cayó mortalmente herido? Al lado pasa una carretera que se llama Lanskoye Shosse (Avenida Lanskoi). No se sabe si fue bautizada con el nombre de Lanskoi, segundo marido de Natalia Goncharova, o es pura coincidencia, pero parece una de esas casualidades morbosas y significativas. Me siento en un banco y toco con mi mano derecha la tierra aún más gélida: «Un monumento me hice que no tocará la herrumbre, / no ha de hollar la mala hierba su sendero, / más alta alzará la indócil frente / que, el obelisco del zar Alejandro. // No, no pereceré del todo, el alma en música arcana / sobrevivirá mis restos, a su putrefacción / y gloria tendré bajo la luna, / en tanto un poeta cante a la emoción».

Pushkin antecedió en el sacrificio a Ajmátova, Tsvietáieva, Mandelstam y a tantos y tantos otros escritores, intelectuales y artistas hechos desaparecer por los zares soviéticos. «En Rusia le dan tanto valor a la poesía que incluso matan a los poetas», escribió Mandelstam.

Ulitsa Malaya Mokhanovka 2 (Moscú)

«A unas cinco verstas de aquí hay un acantilado adonde irán ellos mañana por la mañana, a las cuatro. Media hora después iremos nosotros. Los disparos se efectuarán a seis pasos; así lo ha exigido el propio Gruschnitski. De la muerte se echará la culpa a los circasianos.» Lérmontov aceptó el desafío del mayor Martinov. El militar afirmaba ser uno de los personajes descritos en
Un héroe de nuestro tiempo
. La única condición que puso el escritor fue que el duelo tuviera lugar en un espacio semejante al de su descripción literaria. El encuentro se dirimiría mediante pistolas. El narrador siguió el guión de la novela, como si a través de la misma hubiera querido autobiografiarse. «¿Ven ustedes allí, a la derecha, en la parte alta de aquella roca saliente una especie de plataforma estrecha? Desde allí hasta el fondo, erizado de piedras agudas, habrá unos noventa metros o más. Aquel de nosotros a quien le toque, se situará al borde mismo de la plataforma, y de este modo la herida más leve resultará mortal […]. El que sea herido caerá forzosamente al fondo del precipicio y se hará pedazos; después, el doctor le extraerá la bala, y así será muy fácil atribuir la muerte a un salto mal dado.» A Lérmontov le tocó el mal paso y se desplomó. En realidad encontró lo que siempre había anhelado: una muerte heroica y gratuita. El ejemplo de Pushkin lo había marcado. Denunció el «asesinato» del poeta y lo versificó, e igualmente siguió su ejemplo romántico de ángel caído. Lérmontov fue aún más provocador, antipático, soberbio, burlón, cínico y duelista que su antecesor. Físicamente fue tan poco afortunado como lord Byron y Pushkin. En
Un héroe de nuestro tiempo
hay grandes momentos de reflexión. Sin duda, son confesiones del autor, del antihéroe: «… me pregunto para qué he vivido y con qué fin vine al mundo. Indudablemente existía uno, y era elevado, porque siento en mi alma unos impulsos inexplicables. Pero no he adivinado esa predestinación, y me dejé arrastrar por el atractivo de vanas pasiones; de su foco ardiente salí frío y duro, como sale el hierro de la fundición; pero perdí para siempre el ímpetu de las nobles aspiraciones: la mejor flor de mi vida. Mi amor a nadie produjo felicidad, porque nada sacrifiqué por aquellos a quienes he amado; amé para mí mismo, para mi propio placer; satisfice solamente una extraña necesidad del corazón, devorando con ansia los sentimientos, la ternura, las alegrías y los sufrimientos de los demás, sin lograr saciarme nunca. ¡Puede que mañana muera! Y en la tierra no quedará ni un ser que me haya comprendido…». Lérmontov sufrió el impacto de la bala, se desplomó y cayó por el precipicio. Tenía veintisiete años.

En Moscú visito la casa museo sita en la Ulitsa Malaya Molchanovka, número 2, cerca del Nuevo Arbat. Mijaíl nació, en el año 1814, en esta ciudad. A los dos años de edad quedó huérfano y fue recogido por su abuela materna. Debido a la mala salud del infante, se lo llevó a vivir al Cáucaso, donde tuvo como maestro particular a un antiguo militar del ejército napoleónico. Precisamente, entre estas paredes de madera, residió con su abuela Yelizaveta entre los años 1829 y 1831, mientras estaba estudiando en la Universidad de Moscú. Aquí escribió el primer borrador del poema narrativo «El demonio» (1839). Su abuela se esforzó en darle una esmerada educación, pero él nunca llegó a licenciarse. El joven tempestuoso fue expulsado de las aulas por su mal comportamiento. Su futuro laboral lo encontró Mijaíl en San Petersburgo, al ingresar en el ejército zarista. La casa museo nos recuerda que en el viejo Moscú —incendiado por sus habitantes ante la inminente caída en manos de las tropas de Napoleón— las casas eran de madera. Esta vivienda se construyó después de aquellos luctuosos acontecimientos. No era propiedad familiar, la alquiló su tutora. A finales del pasado siglo XX fue adecentada y convertida en lo que hoy estamos contemplando. En el piso bajo se encuentra la habitación de la abuela. De las paredes cuelga un retrato del nieto. Hay un escritorio y muebles de época. Los manuscritos originales pueden contemplarse en el contiguo salón: piano con un violín encima de la cola, retratos de madre y abuela, e incluso del niño huérfano, realizados por un pintor anónimo. En otra diáfana habitación se muestran acuarelas y dibujos del propio Mijaíl (caballos, paisajes, jinetes), un autorretrato y otros hechos a amigos. Lérmontov tenía buena mano. En el primer piso estaba su despacho. Allí, silenciosa, la guitarra española que tanto le gustaba tocar, un sofá y el secreter donde redactó «El demonio» y varias obras teatrales. De las paredes cuelga un retrato de Pushkin y otro de lord Byron, quizá su mayor referente vital y literario. Este espacio abierto y generoso disponía de una importante biblioteca. Leo, en los lomos de algunos de sus encuadernados libros, los nombres de Goethe, Shelley, Chateaubriand, Schiller, Walter Scott, Chenier, además de numerosos autores rusos. Hay grabados con paisajes del Cáucaso, y un retrato del añorado padre, pintado por el melancólico hijo, reposa sobre un caballete. Las paredes están coloreadas de blanco y salmón, semejantes a las de la casa moscovita de Tolstoi. La casa museo Lérmontov tiene detrás un pequeño jardín. Hoy se encuentra cercada por feos edificios soviéticos. Situada en el antiguo barrio de Arbat es vecina de la iglesia donde se casó Pushkin y de la bellísima casa modernista que Gorki ocupó al regreso del exilio italiano. En los manuscritos de las vitrinas veo su firme letra, decidida, con apenas tachaduras y rectificaciones. En la Galería Tretiakov hay un cuadro de Mijaíl Vrubel basado en el poema «El demonio». La pintura se titula
El demonio precipitado
(1890). Un hombre musculoso, con rostro femenino y de largo cabello, permanece detenido en medio de un frondoso jardín de exóticas flores y plantas fabulosas. Vrubel, al borde de la locura, volvía a diario a la exposición donde su obra estaba colgada y pedía poder seguir perfeccionando su cuadro. Retocó una y otra vez aquellas diabólicas facciones. El demonio en los versos de Lérmontov es «enorme, alado, inquietante, entre fulgores y truenos, una exhalación flamígera, como evocado por un ilusionista», a decir de Ripellino. Demonio, húsar y poeta equivalen en su obra a seres indóciles, malvados y altaneros, que se creen siempre por encima de los demás. Tienen ansias de absoluto y se niegan a mezclarse para no perderse en medio de la inmensa masa gris. El demonio, el húsar y el poeta eran seres solitarios, melancólicos, abstraídos en lejanos pensamientos, rodeados de una realidad hostil. Miraban al resto de los hombres con odio y desprecio. La única certeza era el fracaso. Estos personajes y sus atributos reflejaban muy a las claras el carácter indomable del poeta y novelista ruso.

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