Lugares donde se calma el dolor (85 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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San Pablo, circuncidado al octavo día, de la estirpe de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo, hijo de hebreos, en cuanto a la ley, perteneciente a los fariseos (separados, puros, cumplidores de la ley oral y escrita, de la Torá; separados de los impuros no judíos). Los datos que hay sobre su persona lo describen como bajo de estatura, calvo, piernas arqueadas, porte noble, cejas pobladas, pequeña nariz respingona y de trato amable. Otros dicen que era retraído y a veces altanero, duro en sus cartas, célibe, a diferencia del resto de los apóstoles. Pero la mejor descripción es la de aquellos que afirman que nunca lo habían contemplado desde la carne, sino sólo desde el espíritu. En Siria había muchas comunidades judías, especialmente en Damasco y Antioquía. Su viaje a Damasco, el primero, lo hizo respaldado por las cartas del sumo sacerdote de Jerusalén a las sinagogas, para que detuviera a cuantos hallase pertenecientes a la nueva fe: hombres y mujeres. Ésta sería la forma de hacer entrar en razón a los disidentes. Para llevar a cabo esta cruenta persecución salió de Jerusalén por la puerta de Damasco. Entre una y otra ciudad hay unos trescientos kilómetros. Pasó por Jericó, atravesó el Jordán, rozó el lago Genesaret y las regiones de Betania y Traconítidis, y llegó finalmente al oasis donde se encontraba la antigua ciudad amurallada de Damasco. En algunos escritos se dice que el suceso aconteció a diez kilómetros de Damasco, en dirección sur, junto al camino de Jerusalén. Había un templo cristiano en un monte que se llamaba Kaukab (Luz Celestial). Aquí dejaron los cielos ciego a san Pablo. Desde la cima se divisaba el monte Casium, los suburbios de la ciudadela. Había muchas ruinas alrededor de la colina, entre ellas, tumbas de cristianos que quisieron ser enterrados allí. A san Pablo siempre le interesó más fijarse en el pensamiento que en la naturaleza. La muerte en la cruz le hacía ver a Jesús como un falso Mesías y era la señal más segura de la mendacidad de sus secuaces, esa secta que sabe que su victoria sería el fin de la religión judía y sus planes de implantación universal. La joven comunidad de cristianos de Damasco, que constaba principalmente de fugitivos, vivía asociada a la sinagoga y quería evitar toda disensión con ella. Cuando se aproximó a Damasco vio las cristalinas aguas del Barada y del Farfar, y los granados, las palmeras y los mirtos. Los ojos de Saulo comenzaron a dolerle bajo el pañuelo que cubría su cabeza y le envolvió de súbito una luz proveniente del cielo. Era el mediodía y el sol apretaba. Él y sus acompañantes caen al suelo. Y sólo san Pablo escucha la voz de Cristo, que le dice que vaya a la ciudad, donde allí se le dirá lo que debe hacer. Durante tres días estuvo ciego por el resplandor de la luz, sin comer ni beber. Luego va a las sinagogas a proclamar que Jesús es el hijo de Dios. Este cambio de opinión no le valió la confianza de unos, sino la desconfianza de todos y san Pablo tuvo que huir saltando las murallas de la ciudad para evitar el ser herido. Regresa a Jerusalén a proclamar lo mismo. Allí Cristo de nuevo vuelve a aparecérsele. Gentiles y judíos deben de ser partícipes de la buena nueva sin distinción y sin ataduras con las leyes judías. San Pablo anduvo perdido algunos años por Arabia, la antigua Nabatea, que iba desde el Éufrates hasta el Mar Rojo y abarcaba las importantes ciudades de Petra y Zoar. El gobernador de estos territorios era Aretas IV, que residía en Petra. En la Epístola a los Corintios se refiere a él mismo como el que ha sido llamado como esclavo por el Señor, un liberto del Señor. «Que cada uno proceda como le ha llamado el Señor. Que cada uno permanezca en la profesión en la que ha sido llamado.» La vocación mesiánica, escribe Agamben, es la revocación de toda vocación, la llamada hacia sí mismo. «No soy yo el que vive, es el Mesías el que vive en mí», escribe Pablo de Tarso en la Epístola a los Gálatas.
Apostéllo
, significa “enviado del Mesías”. ¿Por qué apóstol y no profeta? El apóstol habla después de la venida del Mesías; el profeta está relacionado directamente con Dios, habla antes de la llegada del Mesías. El apóstol tiene su tiempo no en el futuro, sino en el presente. El tiempo presente es el espacio entre el tiempo que resta, entre lo ya pasado y lo que queda para el de la eternidad. El tiempo mesiánico es el tiempo que el tiempo nos da para acabar lo que tenemos que hacer en la tierra. El mundo que viene, es la eternidad intemporal que seguirá al fin del mundo. El tiempo mesiánico no es completo ni incompleto, ni pasado ni futuro, sino su inversión. Cada tiempo es la hora mesiánica y lo mesiánico no es el fin cronológico del tiempo, sino el presente como exigencia de cumplimiento, como aquello que se pone a modo de final. Es un campo de tensión en el cual los dos tiempos entran en la constelación que el apóstol llama
Honyn Cairos
, escribe Agamben, en donde el pasado (completo) vuelve a encontrar su actualidad y se transforma en incompleto, y el presente incompleto adquiere una suerte de compleción. ¿En cuál de estos caminos debió san Pablo caerse del caballo?
Parusía
, segunda venida de Jesús al final del tiempo. El tiempo presente es una contracción del pasado y del presente.

En Damasco, la parte mejor conservada de las murallas se sitúa a lo largo del bulevar Ibn Assaker, rodeado por Bab Tourna (al norte), Bab Charqy (puerta romana) y Kanissat Bab Kisan (la capilla de San Pablo). Esta iglesia pequeña está encima mismo de la muralla por donde descolgaron en una cesta a san Pablo. Se conserva una reproducción de la canasta donde fue escondido y una cuerda. Este desprendimiento por las murallas hace referencia a la segunda vuelta, o al segundo viaje a Damasco, tras el de la conversión y los dos años perdidos en viajes meditativos por la antigua Nabatea. La ciudad ya no estaba bajo la administración romana. Hacía poco el legado imperial Vitelio había abandonado sin lucha Damasco. El rey de los beduinos nabateos, Aretas de Petra, la tomó. Los judíos, con la nueva libertad, ejercían un activo proselitismo. La presencia de Pablo los incomodó. No entendían cómo el perseguidor de la herejía se había convertido en su mayor defensor. La revuelta contra él provocó graves altercados. Los propios judíos fueron quienes instaron a las autoridades nabateas a su detención. Por lo tanto, algunos de los seguidores lo condujeron a medianoche, disfrazado de labrador o camellero, por las estrechas calles a una de las casas que estaban pegadas al muro de la ciudad y cuya ventana de saledizo enrejado del piso superior mira al aire libre. San Pablo se colocó dentro de una cesta atada a una cuerda y se le bajó hasta el suelo. Así pudo huir de nuevo.

La iglesia circular es de piedra blanca. Está decorada con pinturas que muestran diferentes pasajes de la existencia del apóstol. El autor fue un artista ruso, de ahí cierto aire a mosaico bizantino. San Pablo aparece a caballo, bautizándose, perdido en medio de un gran campo en oración, predicando o muriendo en Roma. San Pablo, para Nietzsche, era «La ambición desenfrenada y hasta demencial de un agitador; con una inteligencia refinada que nunca se confiesa lo que realmente quiere y que manipula con instinto la mentira a sí mismo como medio de fascinación. Humillándose y administrando bajo mano el veneno seductor de ser un elegido». En la iglesia me encuentro con el guarda. Se llama Michel Ziade. Es un maronita libanés. Lleva custodiando este recinto desde hace varios años. Regresó de Argentina, en donde fue emigrante. «Estoy aquí debido a una promesa. Yo no cobro nada, no necesito el dinero, estoy jubilado. En Buenos Aires hice una promesa y aquí la estaré cumpliendo hasta el final de mis días.» Luego me extiende un bello libro de visitas donde lo que escribo queda firmado con la fecha del 27 de noviembre del año 2006. A la salida de la capilla hay una pequeña plaza repleta de rosas de Damasco. Son las rosas que un caballero de la sexta cruzada llevó cuidadosamente a su país, en el año 1238, y que, en Francia, vino a ser la rosa de Provins. «Esto, empero, digo, hermanos, el tiempo contraído está, el resto de modo que también los que tienen mujer como no teniéndola sean, y los que lloran como no llorantes. Y los que se alegran como no alegrándose, y los que compran como no poseyentes, y los que usan el mundo como no abusando de él; pasa, pues, la figura del mundo este. Quiero, empero, que vosotros sin cuidados estéis» (San Pablo a los Romanos, traducción de Agamben). En la Epístola a los Filipenses, san Pablo pedía a los discípulos que trabajasen por su salvación en el «temor» y en el «temblor». Así me he sentido yo en medio de estas ciudades perdidas, en medio de estos caminos que aún conducen a Roma. En Roma murió san Pablo. Unos dicen que allí estaba predicando cuando lo prendieron y decapitaron; mientras otros aseguran que fue prendido en Jerusalén, acusado de producir tumultos.

Lo llevaron a juzgar a Roma porque era ciudadano romano y apeló al tribunal imperial. Allí coincidió con el peor gobierno de Nerón y el incendio de Roma. En ese camino hacia su destino final naufragó e hizo escalas donde se le dejó visitar a sus gentes. Pasó por Chipre, Malta, Sicilia, en

Pozzuoli tomaron la Via Campana hasta Capua y allí la Via Appia hasta Roma. Juzgado, se le condujo a las afueras de la ciudad, hasta una húmeda hondonada, junto a la laguna Salvia, donde hoy está el monasterio de Tre Fontane, donde fue decapitado con la espada: «Porque mi vivir es Cristo, y el morir, ganancia… Me hallo estrechado por ambos lados, tengo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es sin comparación mejor», escribió a los filipenses. San Pablo fue enterrado donde hoy se eleva la basílica de San Pablo Extramuros.

Por estos caminos ninguna explicación ni razón obtuve, «el Otro no tiene que darnos ninguna razón ni que rendirnos cuentas, no tiene por qué compartir sus razones con nosotros. Tememos y temblamos porque ya estamos en las manos de Dios, siendo libres sin embargo para trabajar, pero en sus manos y bajo la mirada de Dios a quien no vemos y cuya voluntad y decisiones por venir no conocemos, ni tampoco sus razones para querer esto o aquello, nuestra vida o nuestra salvación. Tememos y temblamos ante el secreto inaccesible», escribe Jacques Derrida. El secreto está en Bosra, en Palmira, en Apamea. Su secreto. Temor y temblor.

Notas

[1]
Las versiones de Virgilio son de Aurelio Espinosa (Cátedra). (N. del a.)
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CÉSAR ANTONIO MOLINA (A Coruña) es licenciado en Derecho y doctor en Ciencias de la Información. Fue profesor de Teoría y Crítica literaria en la Universidad Complutense y en la actualidad lo es de Humanidades, Comunicación y Documentación en la Universidad Carlos III de Madrid. Dirigió el suplemento literario Culturas, de Diario 16, e instituciones como el Círculo de Bellas Artes de Madrid y el Instituto Cervantes. Fue Ministro de Cultura. Poeta reconocido y antologado, excelente crítico y ensayista, tiene una copiosa obra publicada que supera la treintena de títulos.
Lugares donde se calma el dolor
, el cuarto volumen de sus Memorias de ficción, sigue la estela de
Vivir sin ser visto
(2000),
Regresar a donde no estuvimos
(2003) y
Esperando a los años que no vuelven
(Destino, 2007).

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