El rey se volvió hacia Womin.
—¿Y cuál fue el motivo?
—¡No tuve ninguno!
—¿Ninguno?
—¡Ninguno, pues yo no fui el autor de tal acto! ¡La acusación es falsa! Allá está Falael, quien presenció todo el episodio. Él será testigo de mi inocencia.
El rey Throbius se volvió hacia Falael.
—Bien, Falael, oigamos tu testimonio.
—Yo estaba tejiendo una guirnalda de margaritas —dijo Falael—. No vi nada relacionado con el caso.
—No obstante, soy inocente —declaró Womin—. Dada mi reputación, sólo una persona con cerebro de queso pensaría lo contrario.
—¿De veras? —rugió Shemus—. Si eres inocente, ¿por qué usas un solo calcetín? ¿Por qué el calcetín que encontré en mi cerveza tiene el mismo color rojo que el que llevas puesto?
—¡Es un misterio! —declaró Womin—. ¡Majestad, escúchame! El culpable es este sapo beodo y desaforado. Me asestó fuertes golpes mientras hundía mi calcetín en su repulsivo brebaje, que si duda ya había saboreado y olido.
Shemus saltaba de furia.
—¡Ese comentario constituye otra provocación, la cual merece por lo menos dos golpes más!
Shemus habría seguido golpeando a Womin si el rey Throbius no hubiera intervenido.
—¡Desistid de esta locura! Evidentemente se ha cometido un error. Dejemos las cosas así.
Womin y Shemus se dieron la espalda y se restauró la paz. El rey Throbius regresó para hablar con Madouc.
—Me despediré de ti por el momento. Cuando regreses con tus tres aspirantes, como debemos llamarlos, cotejaremos las identidades hasta satisfacerte, y entonces conocerás tu linaje.
Pom-Pom ya no pudo contenerse.
—¡Por favor, majestad! ¡También yo necesito instrucciones! ¿Cómo hallaré el Santo Grial?
El rey Throbius se volvió sorprendido hacia Twisk.
—¿Qué es el «Santo Grial»?
—He oído hablar de ese objeto, majestad. Hace mucho el caballero Pellinore mencionó ese artículo. Creo que es una copa o algo parecido.
—Es un cáliz sagrado para los cristianos —dijo Pom-Pom—. Ansío encontrarlo para ganar una recompensa real.
El rey Throbius se tiró de la barba.
—No sé nada sobre ese objeto. Tendrás que buscar información en otra parte.
Travante, a su vez, se armó de coraje para hacer una pregunta.
—Quizá puedas, majestad, indicarme dónde buscar mi juventud perdida.
El rey Throbius volvió a tirarse de la barba.
—¿Fue mal guardada o perdida de veras? ¿Recuerdas las circunstancias pertinentes?
—Lamentablemente no, majestad. La tuve, la perdí; se esfumó.
El rey sacudió la cabeza dubitativamente.
—Después de tan largo olvido, puede estar en cualquier parte. Debes estar alerta mientras recorres los caminos. Puedo decirte esto: si la encuentras, actúa con presteza —el rey Throbius extendió la mano en el aire y bajó un aro de plata de medio metro de diámetro—. Si encuentras lo que buscas, captúralo con este aro. Antaño fue propiedad de la ninfa Atalanta, y en sí mismo constituye una gran curiosidad.
—Gracias, majestad —Travante se colgó el aro en el hombro.
El rey Throbius y la reina Bossum se despidieron majestuosamente y se alejaron por el prado. En ese instante una nueva conmoción estalló cerca de la mesa, de nuevo con la participación de Womin. Había gritos, exclamaciones y gestos feroces. El otro calcetín de Womin ahora ondeaba en la cresta del complejo peinado de la castellana Batinka, dándole un aspecto ridículo y humillante. Batinka, al descubrir la travesura, había reñido a Womin y le había retorcido la nariz. Womin, habitualmente sereno, había seguido el sigiloso consejo de Falael y había replicado hundiendo la cara de Batinka en un budín. El rey intervino. Batinka citó los agravios de Womin y éste los negó, salvo el uso del budín. Una vez más afirmó que Falael podía servir como testigo de su inocencia. El rey Throbius volvió a pedir testimonio a Falael, quien nuevamente declaró que estaba absorto en su guirnalda de margaritas y no había visto nada más.
El rey reflexionó un instante y preguntó a Falael:
—¿Dónde está la guirnalda de margaritas a la que te dedicabas con tanta diligencia?
Falael quedó desconcertado por la inesperada pregunta. Miró en torno y exclamó:
—¡Ah! ¡Aquí está!
—Vaya. ¿Estás seguro?
—¡Desde luego!
—¿Y te dedicaste a esa labor mientras acontecían los dos episodios con Womm, sin siquiera alzar los ojos? Eso has declarado.
—Entonces así ha de ser, pues soy muy atento a los detalles.
—Cuento nueve flores en esa guirnalda. Son caléndulas, no margaritas. ¿Qué respondes a eso?
Falael miró de aquí para allá.
—No prestaba mucha atención, majestad.
—Falael, tus declaraciones sugieren que deformas la verdad, presentas falso testimonio, realizaste travesuras malévolas e intentas engañar a tu rey.
—Sin duda es un error, majestad —dijo Falael con expresión de límpida inocencia.
El rey Throbius no se dejó engañar. Con voz grave, y a pesar de las chillonas protestas de Falael, le impuso una pena de otros siete años de picazón. Falael se encaramó de nuevo al poste y comenzó a rascarse otra vez las partes afectadas.
—Que continúe el festival —proclamó el rey—, aunque debemos considerarlo una celebración de la esperanza, más que del logro.
Entretanto Twisk se había despedido de Madouc y sus acompañantes.
—¡Ha sido un placer verte de nuevo! Quizás otro día, a otra hora…
—¡Pero, buena madre Twisk! —exclamó Madouc—. ¿Lo has olvidado? ¡Pronto regresaré a Thripsey Shee!
—Es verdad —suspiró Twisk—, siempre que eludas los peligros del bosque.
—¿Tan terribles son?
—A veces el bosque es dulce y claro —dijo Twisk—. A veces el mal acecha detrás de cada tocón. No explores el cenagal que bordea el camino del Bamboleo; allí los hecéptores de largo cuello se elevan desde el limo. En la garganta cercana vive el duende Mangeon; elúdelo también. No viajes al oeste por la calzada de Munkms; llegarías al castillo de Doldil, donde reside Throop, el ogro tricéfalo. Ha enjaulado a muchos bravos caballeros y devorado a muchos más, incluyendo quizás al gallardo Pellinore.
—¿Y dónde dormiremos de noche?
—¡No aceptes hospitalidad de nadie! ¡Pagarías un alto precio! Lleva este pañuelo —Twisk dio a Madouc un cuadrado de seda rosada y blanca—. Al caer el sol ponlo en la hierba y exclama «¡Aroisus!». Se transformará en un pabellón donde tendrás seguridad y confort. Por la mañana, di: «¡Deplectus!» y el pabellón volverá a ser un pañuelo. Y ahora…
—¡Aguarda! ¿Por dónde se va al Poste de Idilra?
—Debes cruzar el prado y pasar bajo el fresno alto. ¡No prestes atención al festival! No saborees el vino, no comas tortas de hadas, ni siquiera muevas el pie al son de la música. Al lado del fresno el camino del Bamboleo conduce al norte. Al cabo de varios kilómetros llegarás al cruce con la calzada de Munkins, y allí se yergue el Poste de Idilra, donde yo sufrí mi castigo.
Madouc habló con voz tranquilizadora:
—A fin de cuentas, fue una ocasión afortunada, pues, como consecuencia, aquí estoy, para alegrar tu corazón.
Twisk no pudo contener una sonrisa.
—¡A veces puedes ser cautivadora, con tus tristes ojos azules y tu extraña carucha! ¡Adiós, y cuídate!
Madouc, Pom-Pom y Travante cruzaron el prado hasta llegar al fresno y partieron hacia el norte por el camino del Bamboleo. Cuando cayó el sol, Madouc tendió el pañuelo sobre la hierba de un claro y dijo: «¡Aroisus!». De inmediato el pañuelo se convirtió en un pabellón con tres mullidos lechos y una mesa atiborrada de buena comida, jarras de vino y cerveza amarga.
Durante la noche ruidos extraños poblaban el bosque, y varias veces se oyeron pesados pasos en el camino del Bamboleo. En cada ocasión, la criatura se detuvo para inspeccionar el pabellón y luego continuó la marcha.
El sol de la mañana arrojaba brillantes salpicaduras rojas sobre la seda rosada y blanca del pabellón. Madouc, Pom-Pom y Travante se levantaron. El rocío centelleaba en la hierba; sólo algunos trinos interrumpían el silencio del bosque.
Los tres desayunaron ante la generosa mesa y se dispusieron a partir. Madouc exclamó: «¡Deplectus!», y el pabellón se redujo a un pañuelo rosado y blanco que Madouc se guardó cuidadosamente en el morral.
Los tres echaron a andar por el camino del Bamboleo. Pom-Pom y Travante miraban con ojos vigilantes en pos de los objetos de su búsqueda, tal como había aconsejado el rey Throbius.
El camino bordeó un tramo de lodo negro y tembloroso cruzado por estrías de agua oscura. Matas de juncos, bardana y juncias asomaban a la superficie, así como sauces achaparrados y alisos podridos. El cieno burbujeaba, y un graznido ininteligible surgió de uno de los matorrales más densos. Los tres viajeros apuraron el paso, y sin incidentes dejaron atrás la ciénaga.
El camino del Bamboleo viraba para evitar un cerro abrupto con un peñasco de basalto negro en la cima. Una vereda de adoquines negros conducía hasta un desfiladero sombrío. Al lado del camino un letrero con caracteres rojos y negros presentaba dos líricas estrofas para edificación del viandante:
¡ATENCIÓN!
¡Alerta, viajeros! Este mensaje os brindo
Mangeon el Maravilloso, quien aquí reside.
Cuando Mangeon se enfurece, tiemblan sus enemigos,
mas sus amigos brindan con jarras de cerveza.
Su semblante es grato, su decir exquisito;
y las damas suspiran ante su contacto.
Suplican sus caricias, lamentan su partida,
y murmuran su nombre cuando duermen.
Los tres siguieron de largo sin detenerse, y continuaron hacia el norte por el camino del Bamboleo.
El sol aún trepaba en el cielo cuando llegaron a la encrucijada de la calzada de Munkins. Al lado de la intersección se erguía un macizo poste de hierro de gran diámetro y altura.
Madouc lo examinó con disgusto.
—No me agrada esta situación, pero parece que debo cumplir mi papel en esta farsa, a pesar de mi aprensión.
—¿A qué otra cosa has venido? —gruñó Pom-Pom.
Madouc no se dignó responder.
—¡Ahora obraré el encantamiento! —Se tiró de la oreja izquierda con los dedos de la mano derecha y miró a sus compañeros—. ¿Ha funcionado el hechizo?
—Manifiestamente —dijo Travante—. Te has transformado en una doncella fascinante.
—¿Cómo podrás sujetarte al poste cuando no tenemos cadena ni soga? —preguntó Pom-Pom.
—Prescindiremos de las ataduras —declaró Madouc—. Si alguien pregunta, inventaré una excusa.
Travante advirtió:
—¡Ten la piedra mágica a mano, y cuida de no soltarla!
—Buen consejo —dijo Madouc—. Ahora id a ocultaros.
Pom-Pom se empeñó en esconderse tras unos arbustos cercanos para ver qué ocurría, pero Madouc se negó a escucharlo.
—¡Partid de inmediato! ¡No os mostréis hasta que os llame! ¡Y no os pongáis a espiar, pues podrían veros!
—¿Qué piensas hacer, que necesitas tanta intimidad? —preguntó Pom-Pom con tono agrio.
—¡Nada que te incumba!
—No estoy tan seguro, sobre todo si gano el premio del rey —Pom-Pom sonrió con sorna—. Especialmente ahora que dominas ese hechizo.
—El premio no me incluirá a mí, tenlo por seguro. Ahora lárgate, o te tocaré con la piedra y te estupidizaré para que obedezcas.
Pom-Pom y Travante siguieron hacia el oeste y doblaron un recodo. Descubrieron un pequeño claro a poca distancia de la carretera y se sentaron en un tronco, donde no los viera el posible viandante.
Madouc se quedó sola en la encrucijada. Miraba hacia todas partes y escuchaba con atención. No veía ni oía nada. Fue hasta el Poste de Idilra y se sentó en la base.
Pasó el tiempo: largos minutos y horas. El sol llegó al cénit y empezó a rodar hacia el oeste. Nadie iba ni venía, salvo por la furtiva aparición de Pom-Pom, que se acercó a curiosear para ver si algo había ocurrido. Madouc lo echó con una dura reprimenda.
Transcurrió otra hora. Hacia el este se oyó un suave silbido. Era una melodía vivaz pero vacilante, como si el silbador no estuviera del todo seguro.
Madouc se puso de pie y esperó. El silbido cobró mayor intensidad. Por la calzada de Munkms venía un joven fornido con rostro plácido y ancho y una mata de pelo castaño. La ropa y los sucios borceguíes lo identificaban como un labriego familiarizado con la pastura y el establo.
Al llegar a la encrucijada se detuvo y estudió a Madouc con franca curiosidad.
—Doncella —dijo al fin—, ¿estás ahí contra tu voluntad? ¡No veo ninguna cadena!
—Es una cadena mágica, y no puedo liberarme hasta que tres personas logren soltarme, y mediante un método poco convencional.
—¿De veras? ¿Y qué delito espantoso pudo cometer una criatura tan adorable?
—Soy culpable de tres faltas: frivolidad, vanidad y necedad.
—¿Y por qué te impusieron una pena tan severa? —dijo el asombrado campesino.
—Así es este mundo —dijo Madouc—. Un sujeto orgulloso procuró tomarse más confianzas de la cuenta, pero me burlé de él y le señalé su falta de atractivo. El ordenó mi humillación, así que ahora espero la caritativa atención de tres extraños.
El joven se acercó.
—¿Cuántos te han socorrido hasta ahora?
—Tú eres el primero en pasar.
—Ocurre que soy hombre compasivo. Tu trance ha elevado mi piedad, y también otra cosa. Si quieres ponerte cómoda, pasaremos un alegre intervalo, y después tendré que regresar a ordeñar mis vacas.
—Acércate más —dijo Madouc—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Nisby, de la granja Fobwiler.
—Bien, acércate un poco más.
Nisby se aproximó. Madouc le tocó la barbilla con el guijarro. Nisby se puso rígido.
—Sígueme —dijo Madouc. Lo condujo fuera de la carretera, hasta un bosquecillo de laureles. Tendió el pañuelo rosado y blanco en la hierba y exclamó—: ¡Aroisus! —El pañuelo se transformó en pabellón—. Entra ahí. Siéntate en el suelo y no hagas ruido ni causes problemas.
Madouc regresó al Poste de Idilra y se sentó igual que antes. Las horas transcurrieron lentamente y tampoco esta vez Pom-Pom pudo contener la curiosidad. Madouc distinguió el brillo de su cara a través de un matorral de candelarias. Fingiendo no verlo, Madouc chistó entre dientes y activó el Cosquilleo-Salto-del-Trasgo. Pom-Pom saltó por el aire desde las candelarias.