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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

Lyonesse - 3 - Madouc (54 page)

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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»Hace mucho tiempo el rey Casmir oyó una profecía de Persilian, el Espejo Mágico. El espejo dijo que el hijo de la princesa Suldrun ocuparía su legítimo puesto en Cairbra an Meadhan y gobernaría desde el trono Evandig antes de haber fenecido. Si así ocurría, el rey Casmir nunca vería realizados sus anhelos de conquistar y gobernar las Islas Elder.

»El rey Casmir nunca supo el nombre del primer y único hijo de Suldrun, y vivió en un permanente estado de angustia. Hace poco tiempo el sacerdote Umphred reveló la verdad al rey Casmir e identificó a Dhrun como hijo de Suldrun. Desde entonces Casmir ha conspirado buscando un medio para eludir la profecía.

»Por esa razón pidió una conferencia en Falu Ffail. No le interesan la amistad ni la paz; sólo deseaba que Dhrun cumpliera la profecía, para luego poder asesinarlo.

»Anoche el príncipe Cassander persuadió a Dhrun de que se sentara en el trono Evandig e impartiera una orden. Hoy Dhrun sólo necesita ocupar su sitio ante la Mesa Redonda para satisfacer los términos de la profecía; luego no habrá inconvenientes para asesinarlo, tal vez esta misma noche. Una flecha desde el seto o un cuchillo entre las sombras, y Dhrun estará muerto. ¿Quién cometería ese acto? Hay cuatro sujetos que nos acompañaron hasta Avallen: no me atrevo a llamarlos malhechores y asesinos por temor a calumniarlos, pero no eran caballeros ni soldados.

»Ahora todos saben lo que sé y mis razones para negar a Dhrun su lugar. Juzgad vosotros mismos si es un capricho. Luego permitid que continúe la conferencia.

Un silencio se impuso en el Salón de los Héroes.

Finalmente el rey Audry dijo con voz trémula:

—Los presentes están alarmados e irritados ante estas revelaciones. Hemos oído una insólita serie de acusaciones, que lamentablemente suenan auténticas. Aun así, tal vez el rey Casmir pueda refutarlas. ¿Qué dices, Casmir de Lyonesse?

—Digo que esa mocosa díscola miente con desfachatez, con un ruin desdén por la verdad y un regodeo aún más ruin en la pura depravación. Cuando regresemos a Lyonesse, recibirá severas instrucciones sobre las virtudes de la veracidad.

Madouc se rió burlonamente.

—¿Crees que estoy loca? No regresaré a Lyonesse.

—En efecto, creo que estás loca —replicó cuidadosamente Casmir—. ¡Tus historias son delirios lunáticos! ¡No sé nada de Persilian el Espejo Mágico, ni de su profecía!

Una nueva voz habló:

—¡Mientes, Casmir, y tú eres el embustero! —El rey Aillas entró lentamente en el Salón de los Héroes—. Yo mismo, con estas manos, tomé el Espejo Mágico de tu lugar secreto y lo sepulté bajo el árbol de lima del jardín de Suldrun. Lo único nuevo para mí, en estas revelaciones, es la intervención del padre Umphred, quien ya había causado grandes pesares a Suldrun. Algún día ajustaremos cuentas con ese sacerdote.

El rey Casmir guardó silencio, el rostro enrojecido. El rey Audry habló:

—Esperaba que esta conferencia creara una nueva camaradería entre los reyes de las Islas Elder, y tal vez sepultara nuestras viejas rencillas para que todos pudiéramos reducir nuestros ejércitos, abandonar nuestros fuertes y enviar a casa a nuestros labriegos, a cultivar la tierra para mayor prosperidad de todos. Tal vez he sido demasiado idealista al albergar tal esperanza.

—En absoluto —dijo Aillas—. Admitiré sin rodeos que desprecio a Casmir el hombre. Nunca olvidaré ni perdonaré sus actos de crueldad. Aun así, debo tratar con Casmir el rey de Lyonesse, y lo haré cortésmente si él respalda mis decisiones. Lo reitero aquí y ahora, pues es sencillo y todos debieran comprenderlo. No permitiremos que un país fuerte y agresivo ataque a un país pasivo y pacífico. Para ser más explícito: si Dahaut reúne numerosos efectivos para atacar a Lyonesse, lucharíamos de inmediato del lado de Lyonesse. Si Lyonesse neciamente optara por invadir Dahaut, nuestras fuerzas marcharían al instante contra Lyonesse. Mientras reine la paz, defenderemos la paz. Ésa es nuestra política nacional.

—¡Muy bien! —dijo escépticamente el rey Kestrel de Pomperol—. Sin embargo, tú tomaste Ulflandia del Sur y Ulflandia del Norte mediante la conquista.

—¡En absoluto! Soy el legítimo rey de Ulflandia del Sur por las leyes de descendencia. El trono de Ulflandia del Norte me fue confiado por el moribundo rey Gax, para que yo repeliera a los ska. Así lo hice, y las Ulflandias están ahora libres de sus antiguos temores.

—Retienes tierras en mis marcas occidentales —dijo el rey Audry con vacilación—, y te niegas a devolverlas.

—Arrebaté la fortaleza Poelitetz a los ska, cosa que tú no pudiste hacer, y ahora la retengo porque constituye el límite natural entre nuestros países. Indirectamente, Poelitetz contribuye a resguardar a Dahaut.

—Hmm —rezongó el rey Audry—. No discutiré ese punto aquí, pues se trata de una cuestión más o menos trivial. Que cada partícipe sentado alrededor de esta mesa exprese su opinión por turno.

Cada notable manifestó su parecer, en general revelando una cauta propensión a la amistad. Al fin llegó el turno a Dhrun. Madouc dijo:

—Como actúo como sustituta del príncipe Dhrun, suscribiré en su nombre las políticas del rey Aillas. Hablando en mi propio nombre, la princesa Madouc de Lyonesse, deploro…

—¡Cállate, Madouc! —rugió el rey Casmir con repentina furia—. A partir de este momento ya no eres princesa de Haidion ni de ninguna parte. Eres el anónimo engendro de una semihumana ligera de cascos y un trotamundos sin linaje ni ascendencia conocida. Como tal, no tienes voz ante esta mesa de notables. ¡Silencio!

El rey Audry se aclaró la garganta.

—El rey Casmir tiene razón en su observación, aunque los términos sean excesivamente rudos. Dictamino que la doncella Madouc ya no puede hablar con voz propia en esta conferencia, por amenas que sean sus observaciones.

—Bien, majestad —dijo Madouc—. No diré más.

—No veo razones para prolongar esta deliberación —comentó ásperamente el rey Casmir—, y mucho menos en las presentes condiciones.

El rey Audry dijo con consternación:

—Hoy hemos presenciado divergencias y fricciones, pero quizás estas heridas puedan sanar y nuestras diferencias puedan enterrarse en una sesión posterior… tal vez al final de la tarde, o mañana. Para entonces todos estaremos con el ánimo más templado y veremos con mayor claridad las concesiones que hagamos por el bien general.

—¿Concesiones? —bramó el fornido rey Dartweg de Godelia—. Yo no tengo ninguna concesión que hacer. ¡Todo lo contrario! ¡Deseo que Audry castigue a sus castellanos de la Marca! No tenemos buenos bosques en Godelia, y cuando nuestros cazadores se aventuran en Dahaut persiguiendo un apetitoso venado, las malditas patrullas daut interfieren. ¡Esa práctica ofensiva debe terminar!

—Eso no es razonable —dijo fríamente el rey Audry—. Tengo una queja mucho más urgente contra ti: tu respaldo a los rebeldes de Wysrod, que no nos dan tregua.

—Son buenos celtas —declaró el rey Dartweg—. Merecen tierras, y han escogido Wysrod. Todo hombre honesto debería ceder tierras para ayudarles. Es vergonzoso, rey Audry, que expongas este caso.

El rey Audry se enfureció.

—Mi intento de reunir a hombres sabios para un festín de la lógica y un banquete de la razón ha atraído a una pandilla de imbéciles y retrasados a nuestra augusta presencia, pero el protocolo me prohibe citar nombres. He perdido la esperanza, la fe y la paciencia, y declaro el fin de las deliberaciones.

4

Los dignatarios y las damas que se habían reunido en el Salón de los Héroes se marcharon despacio. Atravesaron el Patio de los Dioses Muertos y pasaron a la sala de recepción, donde, mirando a derecha e izquierda, se reunieron en grupos vacilantes para comentar lo sucedido con voz cauta. Las damas solían centrar sus charlas en Madouc. Su conducta se analizó desde diversas perspectivas; se usaron términos como «descarada», «terca», «histriónica», «vanidosa», «histérica» e «intratable», así como la palabra «precoz». Aunque nadie estaba de acuerdo en cómo aplicar exactamente esta última, existía el tácito acuerdo de que era una palabra atinada.

En cuanto a Madouc, fue a sentarse a un lado de la sala de recepción en compañía del príncipe Jaswyn. Los dos guardaron silencio durante un rato, mientras Madouc se preguntaba qué haría de su vida a continuación.

El príncipe Jaswyn preguntó cautamente, intrigado por el misterio que rodeaba el nacimiento de la princesa:

—¿Tu madre es de veras un hada?

—Sí. Ella es Twisk del Cabello Azul.

—¿La amas, y ella te ama?

Madouc se encogió de hombros.

—La palabra no tiene para un hada el mismo significado que para ti… o para mí.

—Nunca lo noté antes, ni pensé en ello, pero ahora que te miro, tu parte feérica se aprecia con claridad, así como cierta audaz despreocupación que sólo podría venir del mundo de las hadas.

Madouc sonrió vagamente y miró hacia el otro lado de la sala, donde el rey Casmir conversaba con Dartweg de Godelia.

—En este momento no me siento despreocupada, y mucho menos audaz. Mi sangre de hada se agota; he vivido demasiado tiempo lejos del shee, entre hombres y mujeres humanos.

—¿Y tu padre es hombre o semihumano?

—Se llama Pellinore: eso le dijo a mi madre, pero ambos estaban de ánimo juguetón. Luego supe que el caballero Pellinore es una criatura de fábula, un caballero andante que mata dragones, castiga a los caballeros deshonestos y rescata a bellas doncellas de espantosos encantamientos. También toca el laúd y canta canciones tristes, y habla el idioma de las flores.

—¿Y este falso Pellinore embaucó a tu madre con falsos títulos?

—No. Las cosas no fueron así. Habló con el lenguaje del romanticismo, sin pensar que algún día yo desearía encontrarlo —Madouc advirtió que la doncella Kylas se acercaba—. ¿Y ahora qué quieren de mí?

El príncipe Jaswyn rió.

—Me sorprende que reconozcan siquiera tu existencia.

—No me olvidarán tan pronto —dijo Madouc.

Kylas se detuvo y estudió a Madouc.

—Se dicen cosas extrañas sobre ti —dijo al cabo de un momento.

—No me interesa —replicó Madouc—. Si es todo lo que viniste a decirme, puedes irte.

Kylas ignoró sus palabras.

—Traigo un mensaje de la reina. Ordena que te prepares para partir. Nos marcharemos pronto. Debes ir de inmediato a tus aposentos.

Madouc rió.

—Ya no soy princesa de Lyonesse. No tengo lugar en el séquito de la reina.

—No obstante, has oído la orden de la reina. Yo te llevaré.

—No es necesario. No regresaré a Haidion.

Kylas la miró boquiabierta.

—¿Te opones sin ambages a la voluntad de la reina?

—Llámalo como quieras.

Kylas dio medio vuelta y se alejó. Poco después, Madouc vio que la reina Sollace marchaba hacia el lugar donde el rey Casmir deliberaba con el rey Dartweg. La reina dijo algo, señalando a Madouc con sus dedos blancos. El rey Casmir se volvió y Madouc sintió un nudo en el estómago. Casmir dijo unas palabras a la reina y continuó su conversación con el rey Dartweg.

Alguien se había acercado a Madouc. Ella alzó los ojos y descubrió a Dhrun. Él se inclinó en una reverencia formal.

—Si el príncipe Jaswyn permite mi intrusión, te invitaré a caminar por los jardines.

Madouc miró al príncipe Jaswyn, que se levantó amablemente.

—¡Desde luego! ¡Nuestros jardines son famosos! ¡Los encontraréis refrescantes después de esta agitada mañana!

—Gracias por tu cortesía, Jaswyn —dijo Dhrun.

Jaswyn se alejó. Dhrun y Madouc salieron al aire libre y pasearon por los jardines que rodeaban el palacio, entre fuentes, estatuas, parterres, arriates y verdes parques.

—Vi a la doncella Kylas hablando contigo —dijo Dhrun—. ¿Cuál era su mensaje?

—Me comunicó una orden de la reina. Desea que vaya a mis aposentos, a prepararme para el viaje de regreso a Haidion.

Dhrun rió incrédulamente.

—¿Y qué respondiste?

—Dije que no, desde luego. Kylas se quedó estupefacta y se marchó airadamente. Poco después la reina Sollace se quejó a Casmir. El rey me lanzó una mirada que me dio escalofríos.

Dhrun le cogió la mano.

—Vendrás a Troicinet. ¿Estás de acuerdo?

—Sí. Sobre todo porque no tengo adonde ir. Dudo de que alguna vez encuentre a mi padre, y tal vez así sea mejor.

Dhrun la condujo hasta un banco y ambos se sentaron.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Dhrun.

—En verdad, tengo miedo de lo que pueda encontrar. Cuando Pellinore conoció a mi madre era un hombre despreocupado y lleno de artificiosa alegría. Ahora todo ha cambiado. Han pasado muchos años. Tal vez se haya vuelto austero y distante, o tenga costumbres rígidas, o se haya casado con una mujer agria que le ha dado hijos desagradables. Nadie simpatizaría conmigo ni me acogería en la familia.

—Si hallaras a ese hombre infortunado, lo prudente sería acercarse a él anónimamente, y con gran cautela.

—Aun así, al final tendría que revelar quién soy. Sin duda él insistiría en que, me gustase o no, me uniera a su sórdido hogar, y tal vez yo no deseara hacerlo.

—Quizá no sea tan malo como crees.

—Quizá no. Podría ser peor, para mi desgracia. No me gustan las gentes sombrías y malhumoradas. Prefiero personas ocurrentes que me hagan reír.

—Bien, parece que yo soy un fracaso… al igual que el desdichado Pellinore, con su cruel esposa y sus hijos malolientes. Rara vez te veo reír.

—¡Estoy riendo ahora! A veces sonrío discretamente cuando no miras, e incluso cuando pienso en ti.

Dhrun la miró a la cara y dijo:

—Compadezco al desdichado con quien decidas casarte. Vivirá en un estado de nerviosismo constante.

—¡En absoluto! —respondió altivamente Madouc—. Yo me dedicaría a educarlo, y eso sería muy fácil, una vez que él aprendiera ciertas reglas sencillas. Estaría bien alimentado, y me sentaría con él si sus modales fueran corteses. No le permitiría roncar, ni enjugarse la nariz con la manga, ni cantar a voz en cuello mientras bebiese cerveza, ni tener perros en la casa. Para ganar mis favores, aprendería a arrodillarse cortésmente ante mí para entregarme una rosa roja o un ramillete de violetas, y luego, con su mejor voz, suplicaría el roce de mis dedos.

—¿Y luego?

—Depende de las circunstancias.

—Vaya, el esposo de tus sueños, tal como lo describes, parece un tanto idealista y bastante dócil.

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