Maestra del Alma (Spanish Edition) (26 page)

BOOK: Maestra del Alma (Spanish Edition)
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56. Manzana

 

La sombra gritó con furia estrellando todo lo que estaba al alcance de su mano contra la pared. Varios demonios retrocedieron en pavor, cuidando de no ser el próximo objeto con el que la sombra desquitara su ira.

Había fallado, esa inservible demonio Naná había mandado a unos zánganos para la misión más importante de lo que podría ser la guerra entera. La sombra encontró el hilo que la unía con Naná y procedió a mostrarle las peores ilusiones que se le ocurrieron, incluyendo una sobre la Demonio Supremo envejecida, encorvada y arrugada como una pasa.

—¡SALGAN TODOS DE AQUÍ! –gritó a todo pulmón.

Los demonios se apresuraron a salir de su vista, casi pasándose por arriba los unos a los otros, y la sombra quedó sola en la gran caverna. Temblando de furia se sentó en el gran trono de piedra sobre la alta plataforma y encogió las piernas bajo su mentón. No dejaba que nadie la viera en este estado, si lo hacían perdería todo el respeto que tanto había trabajado para lograr.

Llevándose las uñas a la boca, las mordisqueó mientras pensaba cómo proceder. Ahora que Daesuke había vuelto al lado de la Maestra del alma sería más difícil que nunca conseguir el poder de la extraña chica, especialmente si había logrado penetrar el duro corazón del traidor.

Tendría que separarlos, su relación era débil, aun tambaleante y mantenían muchos secretos entre ellos. La sombra pensó en lo que había aprendido por Emir, de la existencia de este otro mundo del cual Alina provenía, y sonrió armando un posible plan dentro de su cabeza.

La sombra dejó de comerse las uñas y nuevamente encontró su compostura. Se concentró en un par de hilos haciendo saber del nuevo plan a sus demonios supremos y se encaminó hacia la entrada con intención de dirigirse a sus aposentos. Debajo del umbral, la sombra encontró una única manzana verde esperándola.

El mostrarle su verdadera forma a Emir había tenido sus desventajas; el chico parecía estar un poco obsesionado con la sombra, seguramente movido por algún recuerdo o afecto por la iluminada. A la sombra realmente no le importaba mientras no intercediera con sus planes, pero nuevamente se recordó reforzar la oscuridad dentro del muchacho. Era inimaginable lo que podía hacer una palabra de aliento de alguien poderoso a una persona con gran ambición y débil de mente. Emir todavía estaba verde y su vínculo con él era débil, como esta manzana frente a ella demostraba.

Lentamente la levantó y estuvo a punto de estrellarla contra la pared como había hecho con varios de los objetos unos minutos atrás. Pensándolo mejor, la guardó en uno de los bolsillos de su larga capa para más adelante; no había necesidad de desperdiciar comida.

57. La entrega de los cetros

Alina contuvo el aliento cuando miró por primera vez el despliegue del ejército completo desde la cima de una colina, ordenado en batallones correspondientes a cada pueblo. Incalculables personas miraban cómo la iluminaba se preparaba para entregar los cetros a cada uno de los representantes de los pueblos, ojos expectantes en la colina. En su gran mayoría eran gaeleanos, claramente el pueblo con más habitantes de todo Babia, pero no necesariamente más poderoso. Los battousanios, siendo casi la tercera parte asustaban más que cualquiera de los otros pueblos juntos, con sus miradas fervientes y deseosas de lucha para probar su honor.

A su izquierda, Dai y Suke se movían incómodos en movimientos sincronizados e instintivos. A su derecha Elio seguía con una mirada distante a Mayra, quien caminaba a un costado de la plataforma dónde los líderes de los cinco pueblos esperaban con ansias. Hikaru, por su parte, refregaba nervioso sus manos sintiéndose fuera de lugar en tal posición de honor al lado de Elio. La ceremonia sería corta para poder seguir el camino hacia las montañas rocosas del norte, pero era imprescindible para causar el impacto deseado en los soldados.

Un conjunto de trompetas y tambores tocados por gaeleanos dieron comienzo a la ceremonia, dando lugar a que Misael y Saladin subieran a la plataforma seguidos de varios acompañantes sosteniendo los cetros. Alina se sintió un poco desilusionada al ver que los famosos símbolos eran sencillos en su construcción y no llamaban para nada la atención. ¿Dónde estaban las reliquias que tanto les había costado conseguir? Los cetros parecían ser simples ramas de madera retorcidas y labradas, con algún detalle plateado. Al moverlos, parecían emitir suaves sonidos de acuerdo a la dirección, pero no tenían mucho más de especial.

A diferencia de como los había conocido, Saladín y Misael se mantenían en un respetuoso silencio y no se dirigían comentarios hirientes, mientras hacían una estudiada reverencia a la iluminada. Pero había algo más, Alina notó concentrándose. No solo era respeto sino una mezcla de tristeza, admiración y nostalgia lo que los tenía enmudecidos.

Mirando mejor a Misael, notó que el anciano lloraba sin ruido, gordas lágrimas cayendo por sus mejillas y rostro hinchado llevando sus ojos permanentemente a los cetros. Todos ellos tenían un pequeño detalle que Alina no se había percatado en un principio, un sobre de tela hecha de tul y adornado con hilos de colores. Saladín no lloraba pero tenía la vista desenfocada, como si estuviese a miles de kilómetros de allí.

—Elio, ¿qué demonios está pasando? ¿Por qué está llorando de esa forma el anciano más amargado de toda Babia? —preguntó en susurros sin apartar su mirada de la plataforma.

—Saladin y Misael tienen una larga historia.... he sentido decir que las obras creadas por el poder de las formas son más fuertes cuando el Maestro incluye algo importante para él en ella. Algo que les de sostén y conexión permanente con su poder...

—Debe ser importante también para el viejo si lo afecta tanto –acotó Dai.

—Creo que es lo que está guardado en esos saquitos de tela –agregó Alina conteniendo las ganas de señalar con su dedo índice.

—Solo ellos deben saber qué hay ahí dentro –dijo Elio.

—Si Marina estuviese aquí ya hubiésemos descubierto qué es lo que ocultan –agregó Hikaru triste.

Lentamente Mayra tomó cada uno de los cetros y los entregó a los líderes de los pueblos de Babia.

El Príncipe Mental hizo una reverencia a la iluminada y tomando el cetro con delicadeza lo mostró los soldados, quienes se arrodillaron en admiración ante el aumento del brillo proveniente del singular personaje.

Rashieka, su cara pintada de colores, lanzó un estruendoso grito de guerra y revoleó el cetro en el aire en dirección a los soldados generando un grito igual de efusivo no solo por los battousanios sino por todos, incluyendo Alina. El movimiento brusco el cetro había provocado que el sonido del cuerno de la valentía retumbase en el alrededor.

El eleutheriano representante del comité que nunca había dado su nombre pero aún seguía usando la colita de cabello de Alina, tomó el cetro como quien toma un bastón y lo modeló como un rey en su coronación. Al moverlo, el cetro estalló en sonidos semejantes a los anunciadores y los eleutherianos se llevaron su puño derecho al corazón, lágrimas de emoción corriendo por sus mejillas al escuchar algo que creían haber perdido.

Gair tomó su cetro con una sonrisa e hizo crecer flores de colores a lo largo de la madera. Lejos de ofenderse, Saladín y varios de los presentes sonrieron y a lo lejos, desde donde los soldados los miraban, comenzaron a llover pétalos de colores.

Los líderes de las logias tomaron juntos el cetro y lo posaron entre ellos, sus rostros ocultos tras sus diferentes y llamativas capas. Consistentes con la cultura de su pueblo, no hicieron otro despliegue más que inclinar levemente sus capuchas en la dirección de la iluminada, quién devolvió la reverencia con evidente respeto.

¿Qué era que hacía que unos meros objetos iluminaran a los líderes como luciérnagas en un mar de desesperanza? Alina no lo sabía, pero sintió como los ánimos conjuntos de todos los presentes se aligeraban en orgullo al verlos.

Mayra se acercó caminando hacia dónde Alina se encontraba aun pensando sobre el significado del efecto que tenían los cetros en la moral de los soldados. En la plataforma, los líderes comenzaron a retirarse con el cetro en mano y los batallones a romper sus formaciones.

—¿Ahora qué? –preguntó Alina cansada ya de estar parada.

—Ahora solo queda la guerra –respondió Mayra con la voz entrecortada.

Alina tomó su mano izquierda, Elio su derecha, ambos entendiendo el esfuerzo que estaba haciendo Mayra por no quebrarse en pánico allí mismo e intentando transmitirle toda la fuerza posible.

—Terminemos con todo esto —exclamó la iluminada. 

 

58. Silencio

El problema de usar su poder, era que de alguna forma tenía que aprender a controlarlo. Algo difícil para Alina estando en un campamento con miles de hombres alrededor con su torrente de emociones a flor de piel y ella sin poder cerrar el grifo. La cabeza le estallaba con una migraña y no podía dormir debido al constante murmullo de emociones que sentía. Ira, miedo, ansiedad, esperanza, anhelo, aburrimiento, todo mezclado en un gran murmullo permanente.

Cuando ya casi no podía soportarlo, se le ocurrió una idea de repente y sin pensarlo dos veces se dirigió con resolución a la tienda que compartían Dai, Suke, Elio y Hikaru. Ni siquiera tocando la puerta, entró rápidamente haciendo caso omiso a Elio tapándose su desnudo pecho en una imitación de pudor.

—¡Alina! ¡Si me quieres ver desnudo solo dilo! Te recomiendo que no se lo comentes a Mayra, sin embargo –exageró.

—Dai, ¡haz una ilusión de silencio en mi cabeza! –pidió sin ni siquiera mirar hacia Elio.

—Bueno... eso es un poco desconsiderado... —continuó Elio aparentando estar ofendido por haber sido ignorado.

—Elio, quiero SILENCIO. Dai, me estoy volviendo loca –agregó tomándose la cabeza entre las manos para resaltar su punto.

—No, tienes que aprender a controlarlo –fue la única respuesta.

—POR FAVOOOOOOOOOOOOOOOR –suplicó acercándose a él.

—¡NO! ¡Aléjate que me agobias!

—Que romántico –intervino Elio poniendo en blanco sus ojos.

Alina sintió como repentinamente los murmullos se disipaban dejando un gran vacío tras ellos, aunque la migraña continuaba en toda su intensidad.

—Gracias, Suke –dijo con un suspiro de alivio encaminándose al catre de Dai y acostándose en él.

—¡¿Qué haces?! –Alina no sabía si Dai se dirigía a ella o a Suke así que lo dejó correr.

—Ojeras... Ayuda… De a poco —contestó Suke.

—Usen frases enteras cuando haya gente alrededor, que sino no nos enteramos –rezongó Alina desde el catre.

—Dice que estás sin dormir, tienes ojeras y si vamos disminuyendo la ilusión de a poco puedes practicar controlar tu poder –explicó Dai sentándose a sus pies.

—Me gusta el plan –respondió Alina— ¿Por qué nadie nos ataca?

Hacía un par de días que ya estaban dentro del territorio controlado por la sombra, incluso se podían ver las montañas grises cerca, pero Alina no entendía por qué ningún demonio había atacado. Aunque eran un ejército enorme, moverse era complicado y Alina había esperado un par de ataques sorpresa por la noche como las últimas veces.

—Los superamos mucho en número, deben estar cuidando de no seguir disminuyendo los suyos con ataques que solo crearán inconvenientes –contestó Elio ya con su camisa puesta.

—Nunca sabes los planes de la sombra, podría sorprenderte, chico bonito —dijo Dai.

Dai y Suke habían pasado días yendo a la tienda armada para el concejo de guerra reportando todo lo que la iluminada, los líderes o cualquier asesor quisieran saber. Habían sido sometidos a un incansable interrogatorio, tanto por desconfianza como para obtener cualquier información relevante, dejando a los hermanos en un humor pésimo por las noches. Finalmente, después de mucho discutir, habían llegado a un plan.

Iban a ir a la guerra. ¡A LA GUERRA! Para Alina siempre había sido algo de los libros de historia o de países con problemas sociales. Nunca se había cruzado por su cabeza tener que participar en una, y menos aún en mundo que no era suyo y por algo del cual no tenía nada que ver. Pensándolo bien, ya no podía decir que no tenía nada que ver. En este lugar había hecho amigos como nunca antes, y quizás incluso algo más que un amigo. A pesar de todos los problemas, no consideraba volver a su mundo; era imposible ahora cuando pensaba en la gente que había llegado a querer y a quienes quería apoyar en todo con lo que estuviese a su alcance. Era feliz aquí, aunque en un par de días quizás no estuviese viva para contar la historia.

Con varios pensamientos en su mente, pero sin sentir las emociones de nadie alrededor, por primera vez en días, Alina se durmió.

Se despertó entrada la noche, la cabeza doliéndole un poco menos pero desorientada y sin saber dónde se encontraba. Levantándose de un sobresalto al recordar en qué lugar se había dormido, Alina vio a Dai aun en los pies del catre durmiendo sentado.

—Pero si serás tonto, me hubieses despertado –dijo en susurros intentando hacer que el chico se acostara.

—Me robaste el catre y no tenía donde dormir. Ladrona de catres, vete a tu tienda –contestó medio dormido.

Cuando se hubo recostado, Alina lo tapó con unas mantas por un momento pensando en acostarse junto a él, dado la pereza que le daba volver a su tienda, pero pensándolo mejor no quiso darle un infarto a Dai.

—Sigues sin saber nada de mí –murmuró el chico aun medio dormido.

—Yo no soy un libro abierto tampoco, duérmete de una vez –respondió Alina saliendo de la tienda.

Al día siguiente, los centinelas anunciaron que el ejército de la sombra se encontraba a menos de un día de camino, defendiendo gran parte de las montañas rocosas con sus interminables entradas a las cavernas interiores. Dai le había explicado que las cavernas formaban un laberinto, por eso era la morada ideal de la sombra.

Había algo, sin embargo, en lo que los dos hermanos no parecían ser transparentes del todo. Cada vez que Alina le preguntaba a él o a Suke cómo era realmente la sombra, esquivaban la pregunta ocultando algo. Intentaban no hablar de su vida antes de conocer a Alina, pero ella ya había escuchado lo suficiente como para estremecerse, no entendiendo qué era peor que las cosas que ya le habían dicho sobre Daesuke.

Los centinelas también dieron una nefasta noticia dejándolos a todos estupefactos; el ejército de la sombra era mucho más numeroso que el de ellos.

—Imposible –exclamó Misael escupiendo un poco al hablar–. La sombra no recluta a tantos miles de demonios, incluso su poder tiene un límite. No los puede controlar a todos.

—Es verdad señor, el valle frente a las montañas parece un hormiguero de gente –insistió el centinela nervioso.

—Ustedes, demonios, nos han dado información incorrecta —espetó Rashieka dando un puñetazo a la mesa abalanzándose sobre Dai y Suke.

—No habían tantos demonios hace unas semanas atrás —contestó Dai sin inmutarse.

—Seguiremos adelante con el plan, hay algo que no me cierra en los números –interrumpió Mayra cuyo pálido semblante ya era moneda corriente.

—¿Les decimos a los soldados? Si mañana se encuentran con ese ejército puede afectar la moral antes de la batalla –preguntó Murdock.

—No, seguro que esto tiene una explicación. Esperaremos a mañana –decidió Mayra.

El resto la miró con poca convicción, pero accedieron de todas maneras, aunque todos estaban empezando a demostrar su preocupación en lo que podría ser la víspera de la batalla. Joy en particular se mantenía inmóvil y en silencio, con la vista perdida en el centro de la mesa.

Al siguiente día, luego de una noche de festejo con abundante música y comida, propuesto por Gair para subir los ánimos, el ejército finalmente llegó a las montañas rocosas. Alina contempló con pavor cómo en el valle de la montaña se aglomeraban casi el doble de demonios de lo que la iluminada traía soldados.

Viendo a la muerte de frente, Alina tuvo que hacer esfuerzo para no orinarse.

 

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