Maestra del Alma (Spanish Edition) (23 page)

BOOK: Maestra del Alma (Spanish Edition)
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48. Espera

 

—Fue cuando teníamos diez años, poco después del comienzo de clases. Su Maestro era muy poco fino y elegante, algo así como un criador de cerdos en medio de un banquete real, destacaba mucho en tan prestigiada escuela. Imagínense lo cómico que fue cuando este personaje se equivocó en su poción sanadora de inflamaciones e hizo estallar el caldero dejando olor a podrido en todo el laboratorio. Ahora que lo pienso tu también oliste durante semanas a huevos podridos... Durante todo el resto del semestre Misael fue conocido por Misa el hediondo. Tendrían que haberlo visto, chiquito como era oliendo y refunfuñando todo el día.

—No hubiera estallado si no hubieras intercambiado las hierbas Saladin... además tú que dices. Te paseabas con la nariz estirada creyéndote mejor que todos nosotros durante años. Eras detestado por todos excepto por tus sanguijuelas a los que hacías llamar amigos.

La mañana estaba resultando ser muy, muy larga para Mayra y Elio. Al principio, las peleas de Saladin y Misael eran divertidas, ahora solo querían terminar los cetros y que los ancianos nunca más se enfrentaran en su presencia. Tenían más energía que Marina en un día de paseo.

Saladin había resultado ser un poco menos estirado que la primera impresión que tuvieron cuando atravesó las puertas del palacio, incluso les parecía simpático al lado del malhumorado de su Maestro. La mañana siguiente a su llegada, los dos adolescentes y Joy se reunieron en uno de los pequeños laboratorios del palacio y sacaron las reliquias que Mayra y sus amigos habían recolectado en su viaje, sumándole la reliquia de los gaeleanos. Hebras plateadas del pelo del Príncipe Mental, las astillas del cuerno de los Battousianos, algunas de las campanas de los anunciadores de los eleutherianos, un trozo de corteza de los faerlingas y, finalmente, un trozo de tul de las Logias.

Saladin las examinó detenidamente, tomando una por una con extrema delicadeza, tomándose su tiempo con cada pieza. Luego hizo una lista de materiales que precisaba y los despachó a conseguirlas.

—No entiendo, ¿Cómo formaremos cinco cetros a partir de piezas tan pequeñas? –preguntó Elio desconcertado tomando en su mano la pequeña pieza del cuerno de valentía.

—El objetivo es encontrar aquello que realmente mueve a quienes los miran. Por ejemplo, puede que no sea la corteza del árbol madre en sí lo que hace la reliquia de los faerlingas, sino el olor a bosque que despide. Lo mismo con los anunciadores, no es que estén hechos de metal lo que importa, sino el sonido que hacen en el viento —respondió Saladin pensativo examinando las reliquias—. Los objetos no tienen alma, pero si tienen algo de esencia dentro de su composición y los Maestros de las formas controlamos esa esencia.

—Pffffffffff… desde cuando te volviste filósofo Saladin –se burló Misael.

Durante el resto de la semana, ayudaban todas las mañanas a Saladin lijando maderas, mezclando polvos y pastas, pisando hierbas u hirviendo sustancias. Todos excepto Joy claro está, que, luego del primer día de trabajo se aburrió de molestar a Misael y engranar a Saladin para que contara sus historias y anunció que solo vendría a buscar un reporte para el Príncipe Mental todas las mañanas.

Más que molestar a los dos ancianos, Joy pasaba sus días haciéndole la vida imposible a sus dos guardias y siendo regañado por Murdock por su falta de seriedad. Al parecer, la sombra había deducido que Joy era el responsable de sus comunicaciones instantáneas y quien permitía que los pedazos de reliquias fueran transmitidos a un lugar seguro en lugar ser transportadas por la iluminada. Había sido atacado un par de veces por traidores y marionetas de la sombra, por lo que el Príncipe Mental había asignado una guardia permanente, algo que Murdock aprobaba con efusividad. Joy, siendo Joy, se divertía escapando de ellos cada vez que podía. Mayra sentía lástima por los pobres guardias.

Hikaru era el único que estaba exonerado de ayudar a Saladin y Misael con los cetros, la razón principal siendo que había sido secuestrado con delicadeza por Marina. Verlo actuar como un chico de su edad era razón suficiente para dejar que la pequeña niña se saliera con la suya.

Los primeros días había sido entretenido, y todos los adultos disimulaban sus risas cada vez que los veían. Marina había sido criada sobre un almohadón de plumas, todos sus caprichos servidos en bandeja de plata y se había acostumbrado a salirse con la suya la mayoría de las veces. La niña era como un cachorro, pero sobrado en inteligencia, con grandes y redondos ojos sobre una cara angelical, había perfeccionado el arte de conquistar a los adultos con su estudiada inocencia durante años. Nadie ni podía, ni quería resistirse.

Hikaru no era un adulto, solo era un par de años mayor que ella, pero el efecto era el mismo. Cuando Marina hubo decidido que su nuevo compañero de juegos y travesuras seria el misterioso niño encapuchado, nada se pararía frente a ella para conseguirlo. Durante los primeros días, era como ver a un lobo cazando a una liebre. Marina perseguía a Hikaru con todo su entusiasmo y energía, y el niño intentaba escapar, más nervioso que asustado, escondiéndose entre Mayra y Elio buscando defensa.

Con el correr de los días, el entusiasmo de Marina no disminuía y poco a poco Hikaru se fue acostumbrando a la personalidad avasallante de la hija del Príncipe. No había pasado una semana cuando Hikaru la empezó a seguir por todo el palacio como si la niña fuese su centro de gravedad. Pronto, los adultos que antes pensaban la situación como cómica, se querían arrancar los pelos de raíz aunque, luego de calmados los ánimos, comentaban lo lindo que era sentir la risa de niños por los pasillos de los cuarteles reales.

Si sola Marina era un torbellino, con el agregado de Hikaru el palacio parecía un terremoto. Los dos niños parecían estar en varios lugares al mismo tiempo y las carcajadas de ambos solo precedían a una travesura a alguien. Incluso, aunque durante años los otros niños del palacio habían considerado a Marina como un poco intimidante, Hikaru redujo un poco ese sentimiento y varios de ellos se unieron como cómplices en cada juego. A Mayra le resultaba un poco irónico que una niña de diez años fuese más intimidante que un miembro de las logias, pero Marina tenía ese impacto en la gente. Imaginarla de adulta era un pasatiempo entretenido. Pensar las posibilidades de todo lo que esa mujer podría llegar a lograr si continuaba con esta personalidad.

El más perjudicado por esta nueva alianza era sin lugar a dudas el hermano de Marina, Opal. El niño, aunque tenía la misma edad que Hikaru, era un chico más bien solitario, siempre con un libro o dos bajo el brazo que disfrutaba de la soledad, y sobre todo el silencio. Blanco fácil para Marina que con su sola personalidad ya bastaba para que Opal fuera sacado de quicio.

Aunque Marina se había vuelto el punto débil de Hikaru, varias veces Mayra pudo verlo junto con Opal hablando tranquilamente de algún libro o jugando a algún juego de mesa. Estos encuentros usualmente se daban cuando Marina tenía algún otro compromiso o estaba durmiendo. Si por alguna razón la niña se enteraba que Hikaru estaba jugando con su hermano, inmediatamente procedía a secuestrarlo tomándolo del brazo o abrazándolo para llamar su atención.

Aunque la mayoría del tiempo, Hikaru lo pasaba con la pequeña Marina, por las noches se juntaban con Elio en la biblioteca durante al menos un par de horas. Mayra sabía lo que estaban haciendo, pero prefería no pensar en ello. Por un lado, Hikaru buscaba una prueba a su teoría para poder llevar a las logias con al frente en alto, si lograba encontrar la relación entre la energía de la iluminada, la sombra y los enmascarados aún mejor. Por otro lado, Elio seguía en la búsqueda de una forma de evitar que Mayra se desvaneciera luego de haberse enfrentado a la sombra.

No podía negar que la hacía feliz que Elio estuviese luchando por encontrar una forma para poder estar juntos luego de la batalla final. Incluso le traía un poco de esperanza. Pero no podía negar que por un lado no creía que hubiese alternativa. Desde que había nacido, o aparecido mejor dicho, su proyecto de vida le había sido desplegado frente a sus ojos, y tener el destino de uno marcado a fuego, sin posibilidad de cambio, era algo extremadamente doloroso. A veces escuchaba a otras personas quejarse sobre la incertidumbre del futuro sin ni siquiera pensar el peso que tendrían si lo supieran.

Mayra tenía sobre sus hombros no solo su destino, sino el destino del resto de los habitantes, tanto de la Tierra como de Babia, y tenía que luchar en una misión suicida. Nunca podría envejecer junto a Elio en una cabaña tranquila descansando en el pórtico, o cenar un día en familia con hijos, nietos y bisnietos en un escándalo familiar. No podía darse el lujo ni siquiera de vivir feliz en el presente, su corazón pleno en las personas que amaba puesto que una parte de ella siempre estaba pensando en el destino. Sin tregua, sin esperanza, sin opción.

Elio una vez, años atrás, le había ofrecido huir juntos, formar una vida más allá de las montañas y el desierto donde nunca tendría que enfrentarse a la sombra y por lo tanto podría vivir. Pero está grabado en su ser, en todas las fibras de su cuerpo, era naturalmente imposible para ella el solo hecho de pensar en no cumplir con su misión de la misma manera que le era naturalmente imposible hacerle daño de forma consciente a alguien o algo. Lo había intentado, por supuesto que sí, ni pensar ni actuar, y la ansiedad casi la derrota. Entonces había dejado de luchar contra sí misma, a pesar de que Elio pasaba gran parte de su tiempo libre pensando una solución o hablando con gente o estudiando. A pesar de que le venían lagrimas a los ojos y le temblaban las rodillas de solo pensar en desvanecerse.

Y cuando Saladin anunció con un brillo orgulloso en sus ojos que los cetros estarían prontos al día siguiente, sintió que se le paraba el corazón.

Aunque Mayra esperaba una noche en vela, esperando y planeando su propia muerte, durante la cena sintió uno de los hilos de su mente tironeando por su atención. Era el hilo que sostenía el rescate de Alina y Dai, a quién Mayra estaba convencida de que tenían que encontrar si o si antes de la última batalla. Atendiendo el hilo, le vino una sensación en su pecho y se paró de forma abrupta de la mesa tirando el contenido de su copa y anunció:

—La encontraron.

Y sin previo aviso salió del comedor sin preocuparse en la reacción del resto.

49. El juego

Luego de horas de extrema concentración y una migraña que parecía que iba a reventar su cabeza desde adentro, Alina fue de a poco dejando de ser consciente de que estaba usando su poder para diferenciar a los dos hermanos. En el correr de un par de días, se convirtió en una tarea instintiva. Los dos hermanos seguían siendo indistinguibles en su físico y en la mayoría de sus acciones, pero Alina ahora sentía las diferentes almas con solo mirarlos. No les confesó que los reconocía, si querían jugar, jugaría y sería la líder. Tendrían que descifrarlo por ellos mismos.

La primera pista fue un nombre, no podía llamar a los dos Dai. Había evitado dirigirse a ellos por un nombre desde que había descubierto que eran dos hermanos y no uno... no se sentía cómoda con eso. Según la historia, los hermanos compartían un nombre, pero por las dudas prefirió confirmarlo. Por supuesto, la respuesta fue la esperada: un par de miradas de desdén y un poco de confusión.

—¿Qué quieres decir con el nombre de cada uno? Somos Daesuke.

Alina les creyó. Los dos Dai eran diferentes personas, como cualquier par de hermanos, solo que debido a su conexión, sus sentimientos y acciones a veces se entremezclaban. Habiéndose tratado los últimos doce años, al menos, como una única persona, Alina suponía que los límites entre ellos habían quedado un poco difusos, incluso para ellos mismos. Comenzó a sospechar que realmente pensaban que eran una sola persona en dos cuerpos, algo que se propuso corregiría de a poco.

—Suke, el que pesque el pez más chico se encarga de limpiarlos. Sigo oliendo a pescado desde que me hicieron destriparlos ayer —le dijo sin preámbulos mientras caminaban juntos hacia el arroyo.

—¿Cómo me has llamado? –respondió Suke verdaderamente confundido.

—Bueno, no puedo llamarlos a los dos Dai, ¿o sí? Antes eran Daesuke, ahora son Dai y Suke.

—No somos ni Dai, ni Suke, somos Daesuke y si te molesta destripar los pescados entonces quizás sea tiempo de que sigas tu camino. No eres muy útil por aquí.

—Quizás si me acompañaran. Saben bastante bien que me perdería a los dos días y moriría de hambre unos días después. No tengo donde ir.

—No es mi problema.

Esa debería haber sido la primera pista para que los dos hermanos notaran que podían distinguirlos, pero orgullosos como dos Dais, ni siquiera se les cruzó la posibilidad y continuaron intentando marear a Alina con sus juegos. Alina los ignoró. Esa debería haber sido la segunda pista.

No había mucho para hacer alrededor del campamento y lo que había para hacer, lo hacían Dai y Suke sin necesidad de coordinarse con palabras. Alina nunca fue una persona de pasar mucho tiempo sin hacer nada, especialmente si eso la llevaba a recordar cosas que no quería o preocuparse sobre cosas de las cuales no tenía control. Así que a pesar de dos hermanos reacios, Alina comenzó a acercarse a cada uno de ellos hablándoles hasta el cansancio.

El primer momento que Alina consideró una victoria comenzó no tanto como una. Alina se levantó un día y se dio cuenta de que olía... mucho. No recordaba la última vez que se había bañado, eso debió darle algún indicio, y su ropa todavía seguía teniendo olor a humo, sudor y, con horror, descubrió manchas de sangre. Casi entró en pánico al darse cuenta que no tenía otra cosa que ponerse y salió despavorida de la cueva.

—Voy al río, ninguno de los dos se atreva a acercarse –dijo a Suke que se encontraba intentando avivar el fuego.

—Mhm –fue su única respuesta

Entró al río sin titubear para sentir menos frío, como siempre le dijo su madre cuando iban a la playa. El agua estaba helada, por lo que no ayudó mucho. De todas maneras intentó ser lo más rápida en el aseo quitándose toda la ropa sucia sin darse tiempo para sentirse avergonzada y tirando las prendas hacia la orilla.

No tenía jabón así que refregó su piel con las manos fuertemente hasta que enrojeció y la mayor parte de la mugre desapareció. Su pelo era otro tema, era una maraña de nudos y pensó en lo sentado que daba el shampoo y acondicionador cuando estaba en su casa. Daría todo ahora por una ducha caliente con shampoo, acondicionador y crema para peinar. Bueno, si era honesta, no todo.

Paso sus dedos por su pelo en un intento fútil de deshacer los nudos pero sin éxito. Definitivamente no se encontraba en uno de sus momentos más atractivos y, aunque no era una de esas chicas que su autoestima da vueltas solo en su apariencia física como su hermana, se sintió un poco deprimida al imaginar su aspecto.

Sin jabón era poco posible que pudiese limpiar bien sus ropas, pero decidió enjuagarlas de todas maneras. Tomó las prendas de la orilla y las refregó las unas con las otras firmemente y, como descubrió a los pocos minutos, en vano. Estaba a empezando a sentir el frio y la ropa continuaba igual de sucia.

Frustrada, tiró las prendas nuevamente a la orilla lanzando un grito de impotencia y luchó contra las lágrimas para no ponerse a llorar. Ahora estaba mojada, con frío y sin ropa. No podía ir desnuda por el bosque a juntar ramas para prender un fuego y calentarse, y tampoco podía ir al campamento con los dos hermanos. Aparte de poco atractiva, ahora se sentía extremadamente incompetente y maldijo el mundo, la situación, los hermanos, la sombra, Mayra... maldijo a todos por no tener jabón, shampoo y acondicionador.

Dando golpes enojados al agua, que nada de culpa tenía, caminó hacia la orilla para ponerse la ropa mojada y sucia tiritando de frío... y malhumor. Justo cuando levantaba su camisa le pareció que algo se movía en la primera línea de árboles del bosque y tapó su cuerpo lo mejor que pudo buscando algo en la orilla con lo que defenderse. Lo vio intentando huir entre los árboles sin hacer ruido.

—Tu.... Tu... ¡asqueroso pervertido! –gritó y comenzó a tirarle piedras que encontraba a su alrededor a Dai, mientras sentía su vergüenza iluminar sus mejillas.

—¡Te escuché gritar y pensé que había peligro! –se excusó saliendo al descubierto con sus brazos en alto intentando tapar su cara– En realidad, deberías agradecerme por venir en tu ayuda

—Toma esto como agradecimiento, ¡babosa en carne humana! –contestó Alina aun tirándole piedras.

—¿¡Puedes parar el histeriqueo?! No vi nada, me asome cuando escuché el grito y cuando vi que te estabas bañando me volví ... AUCH.. ¡Para ya!

—Me imagino... ¡mugre asquerosa!

—¡¿Piensas que me interesa ver tu escuálido cuerpo?! –insistió ahora comenzando a enojarse en serio– ¿No te has dado cuenta que tenemos cosas más importantes en las que preocuparnos que observarte a ti?

Alina sintió una pequeña punzada en su estómago y su visión se puso borrosa por unos segundos hasta que sacudió un poco su cabeza y se irguió con la frente en alto.

—Entiendo, tienes razón... ahora puedes irte para que me pueda vestir o tengo que hacerlo frente a ti, si tanto te da.

—Haz lo que quieras –dijo, pero comenzó a caminar en la dirección opuesta al lago.

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