—
Signora
—dijo acercándose.
Ella levantó la mirada y lo reconoció al instante, pero no dijo nada. Brunetti vio que había envejecido más años que meses habían transcurrido. Tenía las mejillas chupadas y los labios surcados de pliegues. Daba la impresión de que hacía mucho tiempo que no sabía lo que era dormir toda la noche.
Ella bajó la mirada y dijo en voz tan susurrante que él tuvo que inclinar la cabeza para oírla:
—Dígame lo que tenga que decir antes de que él vuelva. —Hablaba apresuradamente, lanzando miradas hacia la izquierda, donde su marido conversaba con el hombre.
—¿Ha leído todos los papeles de su caso,
signora
? —preguntó él.
Ella asintió.
—¿También el informe de la autopsia?
Ella abrió mucho los ojos y los cerró un momento. Él lo interpretó como una afirmación, pero quería oírselo decir.
—¿Lo ha leído?
—Sí —dijo ella.
—Pues entonces ya sabe que ella era virgen.
La mujer abrió la boca y él vio que le faltaban dos incisivos de abajo, que no se había preocupado de sustituir.
—Él me dijo… —empezó, pero calló y miró hacia su marido con ansiedad.
—Por supuesto,
signora
—dijo Brunetti y dio media vuelta, dejándola con los hombres de su vida.
[1]
Se alude a un interminable caso que tiene lugar en la novela
Bleak House
(1852-1853), de Charles Dickens.
(N. de la t.)