Maldito amor (2 page)

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Authors: Marta Rivera De La Cruz

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Maldito amor
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   Pedro agradeció el cambio de tema, porque Laura estaba empezando a ponerse tensa. Laura empezó a desgranar los detalles de aquel nuevo proyecto que le habían ofrecido, y pareció disfrutar otra vez de la cena.

 

   —¿Qué te ha parecido?
   Pedro respiró hondo. En circunstancias normales habría contestado «nada del otro mundo», «es un poco pesada» o «bah», como había aprendido a hacer cada vez que Laura le pedía un juicio sobre otra mujer, pero en aquella ocasión era imposible salirse por la tangente. Inés Almagro era una mujer tan rotundamente espectacular que fingir que no le había impresionado era como tomar a Laura por idiota.
   —Muy bien.
   «Buena respuesta», pensó. Así, sin más detalles.
   —La verdad es que el tiempo hace milagros con algunas personas.
   —Supongo...
   Pedro sólo quería dejar de hablar de Inés antes de que se desencadenara la tormenta. Hubo un silencio, y Pedro llegó a pensar que había pasado el peligro.
   —Has estado muy simpático con ella.
   —¿Qué querías? Es tu amiga. Intento ser agradable con todo el mundo, y si encima es alguien que tú conoces, pues...
   —Supongo que es más fácil cuando se trata de una chica tan guapa.
   Él respiró hondo. No, no quería enfadarse.
   —Sí, supongo que sí. La semana que viene tienes que llevarme a cenar con alguna amiga fea. Pero fea con ganas, ¿eh? A ver qué tal estoy.
   Laura se echó a reír. No era una risa sincera, pero al menos se había reído.
   —Creo que le gustas —dijo al fin.
   —¿A Inés?
   —Tanto piropo, tanta amabilidad, tanto
«llamame
, que te voy a conseguir contactos»...
   —Pero Laura... Soy el novio de una amiga suya. Estaba siendo amable conmigo, nada más.
   —Ya, ya. Que no me conozco yo a las tías como Inés.
   Pedro se encogió de hombros. Era absurdo discutir. Explicarle a Laura que había personas esencialmente buenas a las que gusta hacer favores sólo porque sí. Decirle que no porque Inés fuese una mujer guapísima tenía que ser además una traidora interesada en levantar la pareja a una amiga.
   —¿Vas a llamarla para lo del hospital?
   Pedro se quedó callado. ¿En serio Laura iba a pedirle que no llamase a alguien que podía proporcionarle una puerta de entrada a lo que podía ser un negocio redondo? ¿De verdad se atrevería a tanto? Se pensó la respuesta.
   —Si tú no quieres, no la llamo.
   Laura se lo quedó mirando y luego le dio un abrazo.
   —Eres un encanto. Llámala, no me importa. Pero escucha bien lo que te digo: va a ir a por ti.
   —Anda que eres pesada.
   —Oye, sólo una cosa... Me lo contarías, ¿verdad? Quiero decir, si Inés te tirase los tejos.
   Pedro movió la cabeza. A veces Laura resultaba imposible.
   —Claro que sí. Prometido.

 

   Dos días después, tal y como había ofrecido, Inés le envió un correo con unos nombres y unos teléfonos: eran los números de los gerentes de dos clínicas madrileñas, con una de las cuales, por cierto, había intentado infructuosamente entrar en contacto durante dos meses. Nada más recibir el correo, Pedro contestó con copia a Laura, para que su novia pudiese ser testigo de aquel inocente intercambio profesional y no tuviese la menor duda sobre la honestidad de las intenciones de Inés. Pedro no tuvo ninguna dificultad en reunirse con los responsables de los dos hospitales, que lo recibieron con la simpatía que se reserva a los que vienen recomendados por instancias superiores. Uno de los encuentros se materializó en una compra inmediata de medicamentos. El otro quedó abierto a una oferta, pero Pedro estaba seguro de que saldría algo. Aquella operación iba a hacerle ganar mucho dinero, además de subir varios enteros la consideración que de él tenían en el laboratorio para el que trabajaba.
   —No sabes el favor que me ha hecho tu amiga.
   —No me digas.
   —Pues sí. Me han hecho el mejor pedido de todo el año. Y esto es sólo el principio. Lo que es yo, ya he arreglado la temporada. En serio, Inés me ha salvado el pescuezo.
   —Ya te dije que le gustabas.
   —Y dale...
   —Que sí, Pedro, que no es normal tanta amabilidad y tanto interés. Si ni siquiera te conoce.
   —Lo que tú digas. El caso es que estamos en mayo y ya he cumplido objetivos. Tal como van las cosas, es casi un milagro.

 

   En circunstancias normales, Pedro habría encontrado la forma de corresponder mínimamente a la gestión de Inés: le habría comprado un buen regalo, o enviado un espectacular ramo de flores. Pero sabía de sobra que eso generaría en Laura el correspondiente ataque de celos. Si su novia no hubiese tenido esa tendencia a la desconfianza, ella misma le habría acompañado a escoger un bolso de piel o un pañuelo de seda del gusto de su amiga, o habría intentado averiguar qué flores eran sus favoritas para escoger bien las que iba a mandarle con una nota de agradecimiento. Otra idea era invitarla, junto con la propia Laura, a una cena en el mejor restaurante de Madrid, pero seguro que eso a Laura tampoco acababa de parecerle bien. Diría que resultaba excesivo, y que si en el fondo estaba buscando una excusa para volver a citarse con Inés. A Pedro se le heló la sangre con sólo pensar en la discusión. Mejor dejar las cosas así. Olvidando su educación, su generosidad y sus buenas intenciones de regalos de lujo y cenas opíparas, Pedro se limitó a enviar a Inés un
mail
donde le expresaba su gratitud, y de nuevo puso a Laura en copia oculta. Fin de la historia.

 

   Pero no lo fue. Porque, dos días después, Pedro recibió en su carpeta un correo que le enviaba Inés. Creyó que sería una respuesta al que él le había enviado para darle las gracias, pero era algo muy distinto. Al principio lo leyó de corrido, pero luego, tragando saliva, tuvo que volver al principio.

 

   Querido Pedro:
   No sabes cuánto me alegro de que te hayan salido bien tus gestiones y de que los nombres que te di te valiesen de algo. Por favor, no te subestimes pensando que todo fue gracias a mí: estoy segura de que fuiste muy convincente a la hora de presentar tus propuestas, y de ahí el éxito en la venta.
   En fin, me resulta un poco violento escribir este correo, pero no soy de las personas que se piensan mucho las cosas. Supongo que por eso he llegado a donde estoy, ¿no? El caso es que me gustaste la primera noche que salimos. Creo que eres un hombre simpático y atractivo. Yendo al grano, me encantaría que volviésemos a vernos, esta vez tú y yo solos.
   Perdona que sea tan directa, pero este tipo de cosas hay que hacerlas así. Si no te apetece, lo entiendo. Tampoco sé hasta qué punto es profunda tu relación con Laura. En cualquier caso, no estoy hablando de que tú y yo tengamos algo serio, sino de vernos alguna vez. No quiero compromisos ni nada por el estilo. Pero me gustaría quedar contigo de vez en cuando. Podemos vernos en mi hotel, o donde tú quieras. Espero tus noticias. Un beso.

 

   Pedro leyó el
e-mail
tres veces. Así que Laura tenía razón. Su amiga era una... una traidora. Una de esas mujeres a las que no les importa acostarse con el novio de otra, aunque conozcan a la otra desde el colegio. Definitivamente, a Laura le sobraban los motivos para desconfiar. Menuda víbora, la tal Inés Almagro. Una mala de culebrón, con su melena oscura, sus piernas de infarto y su acento argentino... Y ahora tenía que decírselo a Laura... Se iba a poner como una fiera... Menudo lío se iba a armar. Claro que tenía derecho a saberlo, no iba a estar compadreando con la misma chica que proponía a su novio una cita en su hotel. Así, directamente. Para que no hubiera dudas, vaya. Anda, por eso había sido tan simpática y tan enrollada con eso de llamar a los hospitales. ¡Quién se lo iba a decir! Está claro que las mujeres se conocen entre ellas. Laura había calado a Inés nada más verla. Y él, tratándola de paranoica...

 

   —¡Hola!
   —Hola, Laura. Oye, ven, tenemos que hablar.
   Ella se puso seria.
   —¿Pasa algo malo? Estás pálido.
   —No. Bueno, sí. Bueno, no. Malo, malo no. Pero es una cosa que tienes que saber. Se trata de Inés. Es que... en fin, míralo tú misma. Éste es el correo que me acaba de mandar.
   Laura se acercó al ordenador y fijó la vista en la pantalla durante unos segundos. Pedro se dijo que era humanamente imposible leer tan rápido, pero quizá su novia tenía superpoderes: leía a toda velocidad y detectaba a las traidoras. En eso estaba pensando cuando Laura se le colgó del cuello y empezó a llenarlo de besos.
   —Pedro... eres... eres el mejor...
   —Pero...
   —Nunca creí que... Bueno, sólo hay que ver a Inés. Cualquier hombre en tu lugar habría estado encantado de aceptar su propuesta... Eres el mejor novio del mundo... No, el mejor hombre del mundo...
   Él se dejó halagar. Sí, es verdad, era un hacha. Eso de rechazar las proposiciones de una belleza como Inés Almagro tenía su mérito. De hecho, si alguno de sus amigos se enteraba, seguramente lo tacharía de tonto del bote. Pero eso a él le daba igual.
   —Laura... yo te quiero a ti. Te lo he dicho mil veces...
   —Y ahora ya no me quedan dudas. Ni una. Has superado la prueba...
   Hubo un silencio.
   —Laura, ¿qué prueba?
   Ella soltó una risita de niña a la que han pillado tras cometer una travesura.
   —Bueno, ese mail... No lo escribió Inés exactamente.
   —¿Cómo dices?
   —Fui yo. Desde su cuenta de correo. Estuve comiendo con ella el otro día, le pedí su ordenador y tenía el Hotmail abierto. Y se me ocurrió... Se me ocurrió tenderte una trampa.
   Pedro notó algo raro en el estómago. Como si le hubiesen dado un puñetazo. No, algo peor: una patada.
   —¿Me estás diciendo que esto es cosa tuya?
   —Algo así... Mira, ya sé que no está bien... Pero necesitaba una última prueba, ¿sabes? Ponerte a tiro a alguien verdaderamente espectacular. Si has sido capaz de rechazar a la chica más guapa que conozco —volvió a reírse—, bueno, creo que a partir de ahora puedo estar completamente tranquila, ¿no? Anda, no pongas esa cara. Ven aquí y dame un beso. Te voy a invitar a cenar para celebrarlo.
   Pero Pedro no quería cenar, ni quería dar besos, ni celebrar nada. Aquel dolor casi físico se estaba convirtiendo en otra cosa a la que tardaría en ponerle nombre. Era una mezcla de rabia y tristeza. De cansancio. Apartó los brazos de Laura y la miró brevemente a los ojos antes de decirle que el juego se había acabado. Y que había acabado mal.
   Y que no quería volver a verla.

 

   
La trampa de los celos

 

   
Los celos pueden llegar a ser grandes enemigos del amor. Aunque en principio pueden ayudarnos a mantener más cerca a la persona que queremos para no perderla, a menudo acaban convirtiéndose en una trampa complicada para ambos miembros de la pareja. La relación amorosa, que es una gran oportunidad para mostrarnos en libertad, puede perder toda su esencia por culpa del control o la dominación que va inevitablemente asociada a este sentimiento. Sin confianza, la relación no es posible
.
Sentir celos

 

   Los celos nos acompañan desde el comienzo de nuestra existencia como especie y han cumplido un papel muy importante en nuestra supervivencia. Los celos nos dan el coraje y el impulso necesarios para mantener alejados a nuestros rivales, lo cual nos da la oportunidad no sólo de acceder a una pareja sino también de mantenerla a nuestro lado. Esto es algo muy importante, si consideramos que nuestras crías necesitan cuidados durante un período de tiempo más largo que cualquier otro mamífero. Así que podríamos decir que los celos han sido útiles desde un punto de vista evolutivo y, por ello, los seguimos sintiendo.

 

   Para comprender el alcance de la función que cumplen los celos en nuestra vida actual, hagamos un pequeño experimento.¹

 

   
SI ERES UN HOMBRE, IMAGINA LA SIGUIENTE ESCENA
:
   
Es de noche, unos amigos os han invitado a una fiesta de verano. En un momento dado pierdes de vista a tu pareja. De pronto, ves que un chico bien vestido y con actitud segura está hablando sonriente con ella. Tu pareja reacciona riéndose y parece encantada con la situación, a la vez que le presta muchísima atención...

 

   
SI ERES UNA MUJER, IMAGINA OTRO ESCENARIO
:
   
Es de noche, unos amigos os han invitado a una fiesta de verano. En un momento dado pierdes de vista a tu pareja. De pronto, ves que una mujer muy bella y sexy habla sonriente con él, mientras se contonea y se recoloca el pelo. Él parece embobado con ella...

 

   ¿Cómo te sientes? ¿Cómo actuarías? La mayoría coincidiríamos en nuestra reacción. Nos acercaríamos con un objetivo claro: acabar con la escenita y alejar lo antes posible, si puede ser para siempre, a esa persona tan atractiva. El sentimiento y la actuación que lo acompaña representan el comportamiento celoso. Comportamiento que de forma frecuente aparece acompañado de un chequeo para prevenir «problemas de salud»: «¿Quién era ése/a? ¿Qué te ha dicho? ¿Qué quería?», y alguna que otra queja-desvaloración a uno y a otro: «Estabas como atontada ¿no?»... «Cómo se nota que tiene el pecho operado»... Que es como decir: «No te metas en problemas por alguien que no merece la pena». Esa misma noche, aunque no lo tuviéramos en mente, provocaremos el sexo con nuestra pareja a modo de demostración de nuestro más alto potencial, a la vez que «atamos» lazos y posesiones: este cuerpo es mío y de nadie más. Nadie duda de las ventajas de sentir celos. De hecho, en todas las culturas del mundo se experimentan los celos sexuales, aunque las diferencias culturales nos lleven a reaccionar de maneras muy distintas. Las escenas antes imaginadas serían imposibles en determinadas partes del mundo. Más variado aún sería el tratamiento de una posible infidelidad. Pero aunque las estrategias de resolución sean diferentes, todos sabemos lo que es sentir celos. Pero ¿qué se
siente
? ¿Todos sentimos lo mismo?

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