Los celos son el producto de emociones combinadas y la predominancia de una u otra de esas emociones hace de los celos una experiencia distinta para cada persona, lo que a su vez determina conductas diferentes
.
La emoción básica de la que parten los celos es el
miedo
. Cuando observamos que alguien atractivo está intentando seducir a nuestra pareja o a la persona que nos interesa, o bien cuando esta última da muestras de interés por alguien que puede hacernos sombra en algún aspecto, se desencadena en nuestro organismo una oleada de reacciones que nos alarman de una posible amenaza: la
pérdida
. Esta reacción nos facilita actuar centrados en un objetivo:
evitarlo
. A partir de aquí la experiencia emocional puede enriquecerse según el valor que le demos a una u otra posibilidad.
Si nos centramos en la pérdida como si ésta fuera a ocurrir y conectamos con la expectativa de soledad, abandono y falta de valor para el otro, será la
tristeza
la que caracterice la experiencia de los celos. La combinación de miedo y tristeza es sentida con
angustia
y suele ir acompañada de una constante preocupación, demandas de información, de atención y quejas.
Si la contemplación de la escena nos
humilla
, nos hace sentir inferiores y nos invaden pensamientos de engaño, traición, manipulación o burla, entonces los celos se transforman en ataques de
ira
, de
rabia
contra los que nos causan ese sufrimiento, y pueden ser la base de los actos más violentos. La expresión «cegado por los celos» pone de manifiesto la fuerte activación que conlleva el miedo y la ira en nuestro organismo, que puede llevarnos a actuar sin pensar en las consecuencias de nuestros actos. Esta reacción, que pudo ser útil entre nuestros antepasados, en la actualidad suele ser una catástrofe.
Por el contrario, los celos también pueden ser
rechazados
o
negados
por el que los experimenta porque los considera un signo de
debilidad
, inseguridad o inmoralidad.² Cuando esto ocurre los celos se asocian a la
vergüenza
y podemos observar cómo la persona que los padece actúa como si no pasase nada, facilitando incluso la relación que en realidad tanto le amenaza. Sin embargo, estos intentos no logran controlar un corazón que late desaforado y que empuja un torrente cargado de adrenalina, el cual acabará por bañar todo su cuerpo y le causará una fuerte tensión que suele ser desplazada o somatizada.
Otro aspecto en el que las personas son distintas es en la
intensidad
con la que viven las emociones. Para algunas personas, el sentimiento es tan intenso que les causa mucho sufrimiento, además de hacer más difícil su gestión y resolución apropiada.
Por último, podríamos hablar del período refractario, es decir, del
tiempo que dura el sentimiento
. Este último aspecto es de gran importancia de cara a la solución de problemas, ya que en muchos casos, los celos se experimentan de forma crónica. Los celos pasan a ser un estilo o una manera de ser, hasta el punto de tildar a alguien de «celoso» o «celosa», lo que caracteriza una vida de sospechas, organizada para controlar engaños, traiciones o abandonos. En estos casos, los celos suelen ser un síntoma más de un problema psicológico de base cuyo núcleo es la desconfianza aprendida, en uno mismo y en los demás.
Éste es el caso de Laura, cuya actitud no responde a la realidad sino que vive en una constante anticipación de infidelidad e intentando prevenir algo que está en su imaginación.
El comportamiento celoso: la trampa
Cuando los celos se convierten en una actitud, una manera de estar en pareja, podemos observar un patrón de conducta común que se caracteriza por la vigilancia, el aislamiento y la puesta a prueba constante a la pareja. Este patrón cumple una función esencial en la vida de la persona:
comprobar su propio valor
. La sospecha y la búsqueda de pruebas de infidelidad, engaño o atracción por otro se convierten en
una herramienta básica de comprobación de la estima
que la pareja le da. La persona celosa se dice a sí misma: «Necesito saber si es de fiar, si es una buena persona, si se puede confiar en él o en ella». Pero existe un motivo más íntimo, aunque pocas veces se es consciente de él y, si se revelase, uno se diría a sí mismo: «Necesito saber si soy suficientemente valioso/a para ella/él»; «Necesito saber si volveré a ser abandonado, rechazado, engañado»; «Necesito controlar que no vuelva a suceder en mi vida eso que me hace sentir tan desdichado».
Para resolver esa profunda duda y controlar un posible daño, las personas celosas suelen hacer lo siguiente:
• Están en permanente estado de vigilancia
(
Necesito saber «todo» sobre ti
). Son unos profesionales de la observación y detección de las señales más nimias que pueden poner sobre aviso de cualquier circunstancia amenazadora. La detección de una expresión rara en la cara, un ligero olor inhabitual, un gusto diferente al besar, un tono en la voz... se convierten en estímulos para la sospecha. El celoso suele presumir de su sensibilidad y capacidad psicológica para advertir la verdad y la mentira. Sin embargo, si llevaran un registro diario de sus hipótesis descubrirían que en realidad en el 99 por ciento de los casos se equivocan, pero por desgracia, sólo recuerdan las pocas veces que aciertan. Esa generalización les destroza la vida a ellos y a los demás. El convencimiento de que tienen razón los vuelve obstinados, persistentes y cerrados a la información que les conduciría a la paz. Las preguntas constantes, las revisiones a escondidas de la ropa, la agenda, el teléfono, etc., son ejemplos del control y vigilancia estrecha que necesitan llevar a cabo. Viven
dependientes de información
sobre su pareja para sentirse seguros.
• Procuran aislar a la persona con la que están (
Te quiero sólo para mí
)
. Para ello actúan de forma estratégica, insidiosa y, en muchos casos, inconsciente. Primero observan el grado de interés por otras personas que puede sentir su pareja (o las personas a las que quieren) —generalmente amigos— y procuran «interponerse». La secuencia suele ser la siguiente: se empieza siendo encantador con el amigo o amiga y generando una complicidad empática, a la vez que de forma sutil se critica a uno a espaldas del otro. Más tarde, surge algún conflicto que provoca la ruptura entre ambos amigos. Esta práctica se ve complementada con las críticas constantes sobre las personas que rodean a la pareja que se consideran potencialmente rivales y con la permanente demanda de atención para que se ocupen de uno en todo momento. Poco a poco, el contexto de relaciones de la pareja se va reduciendo al propio contexto que la persona celosa maneja directamente. Así, se va asegurando la dependencia afectiva.
• Se pone a prueba a la pareja (
Veamos si eres de fiar
)
. Hay muchos modos de hacerlo, por ejemplo, a través de la conversación: «Pues hoy estuve con Fulanita y me preguntó por ti»... A continuación, las antenas se despliegan y se fotografía con precisión la reacción de la pareja: expresión facial, movimiento, respuesta verbal, etc. Otro modo de hacerlo es a través de una trampa: creando un escenario donde se coloca una presa fácil, alguien suficientemente atractivo que dé muestras de interés por tener un contacto sexual. Por supuesto, ni la presa ni los sentimientos tienen por qué ser verdaderos, pero ese experimento puede conducir a la pareja a dar respuestas cruciales para saber lo que «de verdad» siente. Un ejemplo típico es enviar un sms o
e-mail
de origen desconocido para la pareja invitándole a contactar; otro, sembrar el deseo contándole una anécdota falsa sobre el interés sexual que provoca en otra persona y observar cómo se comporta durante unos días para ver si usa esa información...
Laura ha empleado una combinación de ambas estrategias: ha utilizado a su amiga y ha compuesto una escena maquiavélica. Su experimento sigue una hipótesis que considera clave: «Si no responde a una mujer tan bella que se lo pone en bandeja, es que me quiere de verdad. Si me lo cuenta, quiere decir que puedo confiar en él». Pero el experimento se vuelve contra ella.
Muchas de estas estrategias tienen el carácter finalista de acabar para siempre con el problema de la desconfianza. «Después de esta prueba, no habrá más, confiaré en él para siempre», se dice a veces la persona que sufre de celos, pero la trampa no sólo es para el otro, básicamente es para uno mismo, porque detrás de ese experimento habrá más. Detrás de cada acto de comprobación, hay otro. Es como una adicción de la que se depende para vivir «tranquilo» (una o dos semanas, como mucho).
Estas conductas cumplen una función muy importante en la vida de las personas celosas: son una forma de comprobar el propio
valor
como personas. Desde este punto de vista, es necesario comprender que nadie puede vivir sin
un valor
, así que, mientras la autoestima de la persona celosa dependa de esas pautas, de esas comprobaciones, el autocontrol le resultará muy difícil. Por «autocontrol» nos referimos a ser capaz de dejar de vigilar, controlar, aislar o poner a prueba constantemente a la persona que se quiere. Pedirle a Laura que deje de mirar los bolsillos a Pedro, que no compruebe su agenda o no le llame por teléfono más de una vez al día cuando está fuera... es casi equivalente a pedirle que deje de respirar, aunque parezca exagerado. Es la forma que tiene de estar en el mundo sintiéndose un poco más segura.
El comportamiento de la pareja: caer en la trampa
Pedro, al principio, se lo tomaba a broma. Para muchos, al principio es divertido, incluso halagador, de modo que se va tolerando que determinadas preguntas y controles vayan haciéndose hueco en la relación. Existen muchas creencias falsas en torno a los celos. Una de las más extendidas es la que considera que sentir celos es una señal de interés sexual. Los celos se viven de una forma tan asociada a la atracción o al amor que no se concibe el uno sin el otro. «Si sientes celos es que soy importante» o «Si no sientes celos es que no te importo». Cuando la realidad puede ser muy distinta: «Si no sientes celos es porque confías en mi amor hacia ti y en la relación, es porque eres optimista respecto a nuestro futuro». Más tarde, cuando se descubre que detrás de las quejas y preocupaciones existe un problema bastante serio, se aprende a evitar por todos los medios el conflicto.
Pedro, como todos aquellos que tienen parejas muy celosas, aprende a dominar el «arte» de la conversación: logra hablar de «todo», esquivando de forma magistral cualquier detalle que pueda llevar a la pareja a imaginarse algo raro. Hacer esto implica un gran control, una gran conciencia de los propios actos. La comunicación pierde entonces toda la espontaneidad y relajación. Cuando se está loco por la pareja, como le pasa a Pedro, parece que merece la pena hacer ese esfuerzo y es fácil caer en la trampa y pensar que para qué hacerla sufrir si se puede evitar...
Para ahorrarle disgustos a Laura, Pedro va ignorando las ofertas de amistad que llegan a su muro. Y cuando surgen sentimientos de incomodidad por ceder a las «manías» del otro, es todavía más fácil que la necesidad de evitar los conflictos nos lleve a convencernos diciéndonos: «Total, qué más da, si a mí no me gusta salir... Si yo prefiero quedarme en casa». O como le decía el mismo Pedro: «Al fin y al cabo, yo no soy mucho de redes sociales y apenas uso el FB»...
La trampa es profunda pero se entra tan despacio, tan progresivamente, que no es fácil darse cuenta. De hecho, suele suceder que, cuando uno cree que está saliendo, en el fondo acaba más atrapado, como puede ocurrir en secuencias como ésta: la persona presa de celos presiona hasta tal punto que se hace insoportable para el otro, se discute acaloradamente, luego la persona celosa acaba llorando, mostrando cómo sufre y amortiguando así el enfado del otro. La escena suele acabar con demostraciones de amor y compromiso: la persona que padece de celos ha vuelto a conseguir su objetivo.
Recordemos la escena entre Laura y Pedro:
—Laura, yo te quiero mucho... Nunca en la vida se me ocurriría engañarte. Jamás. ¿Tú sabes lo que decía la mujer de Paul Newman? Que para qué iba a salir a comerse una hamburguesa si tenía el solomillo en casa. Pues lo mío es igual... Tú eres el solomillo.
Ella se había reído a través de las lágrimas, y luego se habían abrazado y ella le había prometido que iba a intentar cambiar, que había sido una tonta, que en el futuro iba a tratar de dominar aquellos celos que no llevaban a nada. Y él quiso creerla.
En esta escena parece que Pedro ha salido vencedor, que ha puesto en su sitio a Laura, pero no es así. La cuestión es que, en la medida en que se alimente con información cada acto vigilante o cada presión, los celos se refuerzan y la relación empeora. La persona celosa controla desde la victimización, responsabilizando a la pareja de su alivio, cuando, en realidad, es todo lo contrario: la pareja actual no es responsable de la privación de estima o seguridad afectiva del que sufre de celos crónicos. La pareja actual es la verdadera víctima, ya que hay pocas cosas que hagan sufrir más que amar a alguien y no lograr su confianza. Saberse bajo sospecha constante nos anula moral y emocionalmente. La desconfianza imposibilita el vínculo. Pedro se lo acaba demostrando a Laura.
4 pasos para aprender a confiar
1.
Comprendernos
. ¿Por qué soy tan celoso? ¿Qué me ha hecho tan desconfiado?
Haber sufrido una o dos veces por motivos de infidelidad en el pasado puede ser suficiente para aprender a desconfiar en futuras relaciones de pareja. No obstante, las personas que padecen celos crónicos suelen empezar a sufrirlos muy pronto, ya en la infancia. En la medida en que se descubre que la presencia del rival (padre, madre, hermano...) no representa una amenaza y que nuestros padres tienen una capacidad de amar enorme, los celos se van disipando. Lo malo es cuando el tiempo confirma que la persona a la que amamos y de la que dependemos para vivir prefiere a otro o incluso nos expresa un claro rechazo. Entonces es inevitable sospechar que la causa sea la propia falta de valía. A partir de ahí, es necesario comprobar una y otra vez que eso es falso, porque el ser humano no puede vivir bajo tal premisa.