Nos quedamos muy impresionados pensando en lo que nos acababa de decir la
sita
. Al cabo de medio minuto se atrevió a preguntar Yihad:
—¿Y por qué no tiene?
—Porque se ha muerto.
—¿Hace mucho? —preguntó Óscar Mayer. (Sólo se llama Óscar, lo de Mayer se lo hemos puesto nosotros por las salchichas.)
—Hace dos meses.
—¡Hace dos meses! —exclamamos todos a coro como si hubiéramos estado entrenándonos durante veintisiete días.
—¿Y por qué se murió? ¿Era muy viejo? —esto lo dijo Arturo Román, que dice mi señorita que siempre está en su mundo.
—¿Cómo va a ser muy viejo si era el padre de Paquito Medina? —dijo la Susana.
—¿Es que tú conoces a Paquito Medina? —dijo Yihad, que a veces parece tonto.
—No lo he visto en mi vida —le contestó la Susana.
—Se moriría de una enfermedad incurable —dije yo, que siempre me pongo en lo peor.
—Se murió de un ataque al corazón —la
sita
Asunción no estaba por la labor de dar muchas explicaciones.
—¿Y estaba solo cuando le dio el ataque al corazón? —preguntó el Orejones que quiere saberlo todo hasta el final.
—No lo sé, vamos a empezar con la clase.
—A un amigo de mi padre le dio un ataque al corazón, se lo llevaron muerto al hospital y en el hospital le hicieron revivir con unos electrodos que habían traído de los Estados Unidos —dije yo, porque es totalmente cierto.
—A lo mejor los electrodos se gastaron al revivir al amigo de tu padre, y no les dio tiempo a ir por otros a los Estados Unidos para salvar al padre de Paquito Medina —dijo uno de atrás.
—Pues qué morro tiene el amigo del padre de Manolito —dijo Jessica,
La Gorda
, que ya no está gorda.
—Más morro tiene el amigo del tuyo —le grité.
Entonces unos se pusieron a decir que el amigo de mi padre tenía mucho morro y otros a defender al amigo de mi padre, a mi padre y a mí.
La
sita
Asunción pegó un punterazo y seguimos gritando. Al tercer punterazo nos callamos. Siempre es así, es matemático.
—Ya está bien. Sólo quiero que os portéis bien con él y que nadie le pregunte por su padre.
—¿Por qué? —dijo Arturo Román.
La
sita
Asunción le echó de la clase y a nadie se le ocurrió seguir preguntando sobre Paquito Medina. Somos pesados, pero no tontos.
Al día siguiente llegó al colegio Paquito Medina. La
sita
lo sentó en la primera fila. Estuvimos mirándolo mucho durante tres días y pensando en él durante esas tres noches. Al cuarto día Paquito Medina nos enseñó en el recreo una chapa con el escudo del Rayo Vallecano y nos dijo:
—Yo me llamo Francisco y soy del Rayo Vallecano, como mi padre.
—¿Tu padre se ha muerto? —le pregunté yo sin darle importancia a la pregunta que todos teníamos en la cabeza, pero que estaba prohibida.
—Sí, es que antes vivíamos en Vallecas, pero cuando mi padre se murió mi madre quiso que nos cambiáramos de barrio.
Nos pasamos todo el recreo preguntándole todos los detalles; al fin y al cabo, era el primer amigo que teníamos sin padre. Después de enterarnos de las cosas de su vida anterior, ya casi nadie ha vuelto a hablar sobre eso, a no ser que sea para intentar que Paquito Medina deje el Rayo Vallecano para hacerse del Real Madrid.
Además, Paquito Medina se hizo famoso muy pronto por cosas distintas a la muerte de su padre. Resultó que Paquito Medina es un niño 10. La
sita
siempre dice:
—Paquito Medina es un niño de concurso.
Cuando mi
sita
dice eso, no se refiere a cualquier concurso de la televisión, sino al premio Nobel o un concurso así.
Paquito Medina se diferencia de los niños normales en que siempre va limpio. Las uñas de Paquito Medina son de exposición universal. Los dientes de Paquito Medina nunca tienen restos de bollicao. Los cuadernos de Paquito Medina parecen libros de texto. Paquito Medina se merece el premio Nobel.
La verdad es que cuando te encuentras con un niño tan listo, eso te come la moral. En el fondo, cuando Paquito dejó de ser el nuevo para convertirse en un viejo como nosotros, todos teníamos la esperanza de que Paquito Medina fallara en algo, en gimnasia, por ejemplo. Pero ni eso. Paquito sale al patio con un chándal azul marino con unas letras que ponen «Rayo Vallecano» y salta el potro como si fuera un olímpico japonés.
Paquito Medina nunca insulta a nadie, no se pega con Yihad y jamás le pega patadas a la cartera de los demás. Paquito Medina no es como nosotros.
El Orejones dice que Paquito Medina es un marciano que han puesto los seres de otros planetas en nuestro colegio para volvernos locos de envidia y que, cuando nos haya vuelto locos a nosotros, se irá a otros colegios, y a otros, y a otros. Así hasta que la infancia del mundo mundial sea aniquilada por Paquito Medina, ese extraño ser.
La prueba de que Paquito Medina es un marciano la tuvimos un día en los vestuarios. Resulta que tiene dos ombligos, uno más pequeño al lado del otro normal que tenemos los terrícolas. Mi teoría es que Paquito Medina procede de un planeta en que las mujeres son siamesas y los niños están unidos a sus madres por dos cordones umbilicales. En el vestuario le hicimos mil quinientas preguntas sobre su ombligo extra, pero Paquito Medina no responde a esa pregunta. Sólo dice:
—Es de nacimiento.
Esa es la prueba de que Paquito Medina no es de este mundo.
Bueno, no sé si te acuerdas de que hace mucho rato te conté que un día fui a clase sin tener N.P.I. de un examen de conocimiento del medio, te conté también que toda mi fila tenía la mente en blanco, como yo. Así que le preguntamos a Paquito Medina si le importaba que todos le copiáramos. La verdad es que una vez que te ves en la obligación vital de copiar de alguien, te da igual que sea del planeta Tierra o de otro planeta; al fin y al cabo, todos damos vueltas alrededor del Sol.
Paquito Medina se puso muy contento cuando le pedimos ese pequeño favor. Esta es otra prueba de que Paquito Medina es un extraterrestre, porque yo dejo que copie uno y pagando, pero no toda una fila, no te joroba.
La
sita
Asunción nos puso una pregunta despiadada sobre los estados líquidos, sólidos y gaseosos. Todos la miramos con cara de odio; una pregunta como esa no se la deseo yo ni a mi peor enemigo.
Paquito Medina empezó a escribir dejando que el de atrás pudiera copiar, el de atrás hizo lo mismo con el de más atrás, así hasta El Orejones y yo, que somos de las últimas filas.
Yo estaba emocionado. En esos momentos es cuando piensas que la paz mundial es posible, porque los seres humanos forman una gran cadena de amistad. Yo le puse el examen a Yihad para que copiara, porque está detrás de mí, pero Yihad, que es un separatista, va y dice:
—Yo me he traído mi chuleta de mi casa y no tengo por qué copiarle a Paquito Medina.
Así que Yihad se sacó la chuleta de la nariz. Se la mete ahí hecha un rollo diminuto, y eso que una vez le tuvo que llevar su madre a urgencias, porque las chuletas habían ido trepando por las fosas nasales y estaban a punto de destrozarle el cerebro.
Al día siguiente todos esperábamos la nota de nuestro examen. Yo me imaginaba a la
sita
Asunción diciendo: «Manolito García Moreno, un 10 como una catedral».
Me imaginaba llegando a mi casa con mi 10 y me imaginaba a mi madre contándoselo a la Luisa: «Mi Manolito ha sacado un 10 como una catedral».
Pero no fue así, la vida real nunca coincide con mis proyectos mentales. La
sita
Asunción llegó a la clase y en vez de empezar a repartir dieces, empezó a repartir cartas. Nadie se explicaba por qué. Fuimos diez niños los que tuvimos nuestro sobre: Yo, El Orejones, la Susana, Arturo Román, Jessica la ex gorda, Paquito Medina y otros cuatro que no conoces. La
sita
dijo por fin:
—Sois tan tontos que no sabéis ni copiar.
Resultó que la
sita
nos había pillado. Resultó que Paquito Medina tuvo un fallo mortal y se equivocó de pregunta, en vez de escribir sobre los estados líquidos y los gaseosos, escribió sobre las capas de la atmósfera, ya sabes, la estratosfera entre otras.
Paquito Medina se había equivocado y los demás éramos tontos, lo dijo la
sita
Asunción. Y quería que nuestros padres se enteraran de que, por no saber, no sabíamos ni copiar. Por primera vez, se enfadó con Paquito Medina porque, según mi
sita
Asunción, dejarse copiar también es de tontos, y que un niño tan listo se equivocase de pregunta era imperdonable. Paquito Medina ha perdido puntos, la Academia Sueca ya no le concederá este año el premio Nobel.
Lo más gracioso es que Yihad había aprobado, a veces la vida tiene sorpresas tan desagradables como ésa. Menos mal que sólo sacó un seis, dice Yihad que los mocos no le dejaron ver las letras. Que se fastidie.
El Orejones y yo íbamos de vuelta a casa con la carta en nuestra cartera. Hay veces que las cartas pesan como el acero puro, sobre todo cuando llevan malas noticias. El Orejones no tenía tanto miedo como yo, porque como su madre está separada de su padre y se siente culpable de todo lo que le salga mal al Orejones, casi nunca le regaña, así que al Orejones los ceros le entran por un oído y le salen por el otro.
Pero yo siempre me la cargo, de mí nadie tiene piedad ni compasión. Ya estaba sintiendo la colleja que me iba a dar mi madre. Cómo me dolía. Menos mal que mi padre llega tan tarde por las noches y está tan cansado que no tiene ganas ni de regañarme. Por eso me gusta que mi padre sea camionero. Si trabajara en una oficina, como el padre de Susana, llegaría a las cinco de la tarde con energías para echarle la bronca a un regimiento. De todas formas me basta y me sobra con mi madre. Mi abuelo la llama la Coronela, pero se lo llama a sus espaldas porque a la cara no se atreve. Por algo es la Coronela.
Paquito Medina nos alcanzó al Orejones y a mí. Estaba tan fresco:
—A mí también me ha dado un sobre la
sita
Asunción.
Lo enseñaba como si fuera un diploma.
—¿Y qué pasa, es que al único que le riñen en su casa es a mí? —eché a andar pisando el suelo con rabia; estaba hasta las narices de mis amigos.
Paquito Medina corrió otra vez para alcanzarme:
—¡Manolito! A mí también van a reñirme.
—No me lo creo —cómo iba a creer a un tío que te dice que le van a reñir y está tan pancho.
—Te lo juro por mi padre.
Si lo juraba por su padre, entonces la cosa si que era para creérsela. De todas formas, Paquito Medina siempre era raro.
—¿Y te da igual que te riñan?
—No, no me da igual —se había puesto muy serio—. Tampoco me reñirán mucho porque yo siempre me porto bien. No sé cómo lo hago, pero yo siempre me porto bien.
—A mí me pasa al contrario —le dije—. No sé cómo lo hago, pero yo siempre me porto mal.
—Y estoy harto —dijo Paquito Medina.
—Yo también estoy harto.
—Si un día te sientas detrás de mí, te dejaré copiar —me prometió.
—Que sea un día que no te equivoques de pregunta, si no te importa.
Y dijo que no, que no le importaba; también dijo una cosa Paquito Medina de la que pienso acordarme mientras viva:
—Cuando te ocurre algo malo tienes que pensar que se te pasará; aunque tú no lo creas, se te pasará, y a veces te acordarás de las cosas como si le hubieran pasado a otro.
—¿Y tú por qué lo sabes?
—Porque me lo dijo mi padre una vez.
Yo procuré pensarlo en el momento en que mi madre abría la carta del colegio; pensé: «Esto que me está pasando, dentro de tres meses me dará igual y dentro de tres años me parecerá que le ha pasado a otro». Intenté seguir pensándolo cuando vi con qué ojos me miraba una vez que la leyó; y ya no pude pensarlo cuando me echó la bronca, cuando me dio la colleja famosa en el mundo entero y cuando me castigó para este fin de semana.
Ahora sólo puedo pensar en que me quedan dos días de estar encerrado, peor que un gorila del zoo, correoso como el pan, hasta las narices de comer panchitos. Y pienso también en que está claro que Paquito Medina no es un ser de este planeta. No sé si será de Marte, o de Venus, o de Júpiter. Sea del que sea está claro que los habitantes de su Planeta son más buenos que los del mío.
La idea se me ocurrió cuando íbamos de camino a casa el Orejones y yo. Estábamos jugando a «Palabras encadenadas». La Susana dice que es un juego bastante idiota, pero si tuviéramos que hacerle caso a la niña ésa, no jugaríamos a nada; siempre tiene que decir: