Authors: David Brin
Por último, decidió que era un sueño. Los fogonazos del láser eran demasiado brillantes, los tonos del sáser demasiado claros. Y el destacamento avanzaba hacia él precedido de banderas ondeantes, la imagen que cinco siglos de civilización humana de lengua ánglica les había hecho asociar con el rescate.
En un navío, situado en el centro de una flota de navíos, se desarrollaba un proceso de negación.
Gigantescos cruceros se abrían paso a través de un desgarrón en el espacio, para caer hacia el minúsculo punto de brillantez de un desconocido sol rojizo. Caían uno a uno de la luminosa lágrima. Los acompañaba la difractada luz de estrellas de su punto de partida, a centenares de parsecs de allí.
Existían reglas que deberían haberlo impedido. El túnel era un medio antinatural de pasar de un sitio a otro. Negar el orden natural y producir una brecha como aquélla en el espacio, exigía la intervención de una voluntad extremadamente poderosa.
El Episíarca, a causa de su radical repudio de Lo Que Existe, había creado el túnel para sus Maestros, los tandu. Y se conservaba abierto por el diamantino poder de su propio ser... por su rechazo a hacer la menor concesión a la Realidad.
Tras el paso de la última astronave, el Episíarca se distrajo voluntariamente y el agujero se cerró sobre sí mismo con una violencia sin sonido. Pocos segundos después, solamente los instrumentos habrían podido decir que aquello había ocurrido. La afrenta a las leyes de la física estaba borrada.
No obstante, el Episíarca acababa de permitir que la armada tandu llegara a los alrededores de la estrella que constituía su objetivo con una amplia ventaja sobre las otras flotas que se disputaban el derecho a capturar la nave terrestre. Los tandu enviaron impulsos de alabanza hacia los centros de placer del Episíarca. Éste gritó y movió su gran cabeza de un lado a otro en señal de gratitud.
Para los tandu, un oscuro y peligroso modo de viajar acababa de demostrar, una vez más, su eficacia. Era muy ventajoso llegar al campo de batalla antes que el enemigo.
Aquel tiempo ganado les daría ventaja táctica.
El Episíarca lo único que deseaba era tener algo que negar. Cumplida su tarea, fue llevado a la cámara de las desilusiones, donde alteraría una interminable cadena de realidades esperando que su rebelión fuese otra vez útil para sus Maestros. Su forma amorfa giró libre de la malla sensorial, y salió bamboleándose, escoltado por vigilantes guardianes.
Cuando el camino estuvo libre, el Aceptador apareció, y ascendió sobre sus fusiformes patas hasta su puesto en la malla.
Durante un largo momento, estuvo evaluando la Realidad, aceptándola. Sondeó, tocó y acarició aquella nueva región del espacio con sus vastos sentidos y lanzó un grito de placer.
—¡Cuántas fisuras! —anunció alegremente el Aceptador—. Había oído que la presa que buscáis es bastante chapucera, pero se hacen notar incluso cuando están alertados por el peligro. Se esconden en el segundo planeta. Lo único que hacen para evitar su localización exacta es bloquear la periferia de sus escudos psíquicos. Y además lo hacen lentamente. ¿Quiénes fueron los tutores de esos delfines que les enseñaron a ser tan buenas presas?
—Sus tutores son humanos, una raza que también está inacabada —respondió el Primer Cazador de los tandu. Se expresaba en rápidas secuencias rítmicas de clics y tacs producidas por las dentadas articulaciones de sus patas de mantis—. Los habitantes de la Tierra están corrompidos por sus falsas creencias y por la ignominia de su propio abandono. Tres siglos de alboroto acabarán cuando sean devorados. Al llegar ese momento, nuestra alegría de grandes cazadores será tan enorme como la tuya cuando vigiles nuevas cosas y lugares.
—¡Será una alegría! —aprobó el Aceptador.
—Ahora, ocúpate de obtener detalles —ordenó el Primer Cazador—. Pronto tendremos que luchar contra los herejes. Debo comunicarles a nuestros pupilos cuáles son sus tareas.
El Aceptador se retrepó en la malla cuando el Primer Cazador se marchó, y abrió los sentidos a aquel nuevo fragmento de Realidad. Todo estaba bien. La criatura empezó a transmitir informes de lo que veía, y los Maestros movieron sus naves de acuerdo con sus datos, pero la mayor parte de la mente del Aceptador estaba apreciando... aceptando... aquel minúsculo sol rojizo, cada uno de los pequeños planetas que giraban a su alrededor, la deliciosa expectativa de un lugar que muy pronto iba a transformarse en un campo de batalla.
Pronto sintió que las otras flotas de guerra entraban en el sistema, cada una por su propio camino, y tomaban posiciones alrededor de sectores estratégicos menos propicios debido a la anticipada llegada de los tandu.
El Aceptador percibió las ansias de combate de los pupilos guerreros y los fríos cálculos de sus más serenos tutores. Acarició el pulimento de las pantallas psíquicas alzadas contra sus investigaciones y se preguntó qué esconderían. Apreció la franqueza de otros combatientes que proyectaban descuidadamente sus pensamientos hacia el exterior, desafiando a quien los escuchara a recoger su emisión de desprecio.
También descubrió feroces proyectos sobre su propia inhabilitación, cuando las grandes flotas se precipitaron unas contra otras y las brillantes explosiones empezaron a desgarrar la noche del espacio.
El Aceptador lo tomaba todo alegremente. ¿Cómo tener otra sensación cuando el Universo ocultaba tales maravillas?
En la parte alta de la sección de babor de la esférica sala de mando del Streaker, una psiquioperadora empezó a agitarse en su arnés. Su aleta caudal batió furiosamente el agua y gritó en ternario:
¡Los calamares nos han descubierto!
¡Bancos enteros nos atacan!
El informe de la operadora no hacía más que confirmar el descubrimiento que había hecho el detector neutrino unos minutos antes. Era una letanía de malas noticias relatadas en enajenada estrofa:
Gritan y se afanan
Para vencer y capturar...
Desde otra estación llegó un informe menos histérico en un ánglico con fuerte acento delfiniano.
—Estamos registrando un fuerte tráfico gravitacional, teniente Takkata-Jim. Las perturbaciones confirman que una gran batalla ssse está desarrollando no lejos del planeta.
El segundo de a bordo del Streaker escuchó el informe tranquilamente, dejándose llevar un poco por las corrientes de circulación del centro de control. Una columna de burbujas salió de su hocico cuando inhaló el líquido especial que llenaba el puente de la nave.
—Recibido —dijo finalmente. Bajo el agua, su voz no era más que un zumbido apagado en el que las consonantes estaban completamente difuminadas—. ¿A qué distancia se encuentra el enfrentamiento más próximo?
—A cinco unidades astronómicas, ssseñor. Es imposible que alcancen el planeta antes de una hora, incluso aunque cayeran a plomo.
—Ah, bien... De acuerdo. Sigue en fase amarilla y continúa con las observaciones, Akeakemai.
El teniente de navío Takkata-Jim tenía una complexión poco común en los neodelfines, la anchura de su cuerpo y su musculatura eran mayores que las de los demás.
Presentaba las características de la subespecie sienas: una epidermis tachonada con varios tonos de gris y una dentadura triangular, lo que le colocaba, como a otros de sus congéneres de a bordo, al margen de la mayoría de tursiops.
El humano que se hallaba a su lado permanecía impasible ante las malas noticias que llegaban, ya que éstas sólo confirmaban sus temores.
—Lo mejor que podríamos hacer es informar al comandante —dijo Ignacio Metz, cuya voz, en el agua efervescente, era amplificada por la máscara, mientras que de los escasos y grises cabellos que coronaban su alta silueta manaban columnas de burbujas—. Le indiqué a Creideiki que ocurriría esto si intentábamos eludir a los galácticos. Sólo espero que, ahora que no podemos escapar, decida mostrarse razonable.
Takkata-Jim abrió y cerró la boca diagonalmente, lo que era un modo enfático de mostrar su conformidad.
—Cierto, doctor Metz. A Creideiki ya no le queda másss remedio que admitir que teníamos razón. Estamos arrinconados y al comandante no le queda otra alternativa que escucharle.
Metz agachó la cabeza, satisfecho.
—¿Y qué hay de la expedición de Hikahi? ¿Está informada?
—Ya les he ordenado que vuelvan. Inclussso el trineo puede constituir un riesgo. Si los ETs están ya en órbita, pueden detectarle.
—Los extraterrestres —rectificó Metz con un automatismo profesoral—. El término «ET» es bastante descortés.
Takkata-Jim mantuvo el gesto impasible. Como si no fuera bastante trabajoso gobernar la nave cuando el capitán Creideiki no estaba de servicio, aquel humano tenía la manía de tratarle como si fuera un niño pequeño en un parvulario. Era particularmente irritante, pero procuraba que el doctor Metz nunca supiera que su actitud le molestaba.
—Sí, doctor Metz —dijo.
—Ese destacamento —añadió el hombre— nunca debió salir de la nave. Ya advertí a Tom Orley que podía ocurrir algo como lo que está ocurriendo. El joven Toshio... y todos esos fines de la tripulación. ¡Sería terrible que les pasara algo!
Takkata-Jim creía saber lo que Metz tenía en mente. El humano estaba pensando, probablemente, en lo terrible que sería que los tripulantes del Streaker se dejaran matar lejos de su vista... sin que le fuera posible observar su comportamiento ante la muerte para poder aportarlo a sus estudios genéticos.
—Todo sería distinto si Creideiki le hubiera escuchado, ssseñor —repitió Takkata-Jim—. Usted siempre tiene mucho que decir.
Puede que se hubiera propasado un poco. Pero si el humano atravesó la respetuosa máscara de Takkata-Jim para llegar al núcleo del sarcasmo, no lo mostró.
—Es muy amable lo que acaba de decir, Takkata-Jim. Y muy perspicaz. Sé que tiene muchas cosas que hacer ahora, así que buscaré una línea libre para que Creideiki le releve en el puesto. Voy a anunciarle suavemente que nuestros perseguidores nos han seguido hasta aquí.
Con deferencia, Takkata-Jim saludó al hombre con una inclinación de cabeza, ejecutada en una impecable postura vertical.
—Muy amable, doctor Metz. Es un verdadero favor el que me hace.
Metz palmeó el áspero costado del teniente como si quisiera tranquilizarlo. El fin soportó aquel gesto tutorial con una calma aparente, mirando con fijeza al humano mientras éste le daba la espalda y se alejaba nadando.
El puente era una esfera llena de líquido, que sobresalía ligeramente por encima de la proa del cilíndrico navío. Las escotillas principales del puesto de mando daban a un lóbrego paisaje de colinas y sedimentos oceánicos poblado de criaturas submarinas.
La cadena de puestos de trabajo de la tripulación estaba iluminada por pequeños puntos de luz. La mayor parte de la sala estaba sumida en la penumbra mientras el personal de élite que trabajaba en el puente se dedicaba a sus tareas con celeridad y en un silencio casi absoluto. Excepto el sibilante sonido del reciclador de agua, no se percibían más ruidos que la intermitente pulsación del sonar o los comentarios profesionales que intercambiaban ocasionalmente los operadores entre sí.
Hay que reconocerle a Creideiki lo que se le debe, pensó Takkata-Jim. Ha formado un buen equipo en el puente de mando.
Naturalmente, los delfines no tenían la misma consistencia que los humanos. No se podía prever lo que harían en casos extremos, ya que nunca se les había visto actuar en tales condiciones. De todos modos, aquella tripulación trabajaba tan bien como cualquier otra que él hubiese conocido. Pero, ¿sería suficiente?
Los ETs captarían la menor señal de radio, la más mínima fuga psi, y caerían sobre ellos como una bandada de orcas cae sobre las focas.
Los fines del grupo de exploración están más seguros allí abajo que sus camaradas que se han quedado en la nave, pensó Takkata-Jim, no sin cierta amargura. Metz se ha portado como un idiota al preocuparse por ellos. Probablemente, están pasándolo bien.
Intentó acordarse de lo que era nadar libremente en el océano, sin arnés, respirando aire de verdad. Intentó verse a sí mismo sondeando cada vez más abajo en aquellas aguas de los stenos, donde los tursiops, con su gran boca y su querencia por la orilla, eran tan raros como los dugongos.
—Akki —le preguntó al radio operador de ELF, el joven delfín guardiamarina originario de Calaña—, ¿has recibido confirmación de Hikahi? ¿Ha recibido el aviso?
Aquel colonial era un pequeño fin de una variante de los tursiops, de color gris amarillento, y demostraba cierta vacilación al contestar. No estaba acostumbrado a respirar y hablar simultáneamente en el oxiagua, una práctica que exigía el empleo de un dialecto bastante extraño de ánglico subacuático.
—Lo si-siento, teniente, no he obtenido respuesta. He buscado un monopulso en todos los ca-canales. Y nada.
Takkata-Jim movió la cabeza irritado. Hikahi debía considerar que hasta un monopulso sería un riesgo considerable. Sin embargo, una contestación habría echado sobre sus espaldas el peso de una decisión desagradable.
—Mmm, ¿señor? —dijo Akki, inclinando el hocico y con la cola respetuosamente baja.
—¿Sí?
—¿Debemos repetir el mensaje? Puede que la primera... la primera vez estuvieran distraídos y no lo oyeran.
Como todos los delfines de Calaña, Akki estaba muy orgulloso de su ánglico de acento culto. Tener problemas con frases tan simples le sacaba de quicio.
Aquello fastidió a Takkata-Jim. Si había un término ánglico que se podía traducir perfectamente en ternario, era el de presumido. Takkata-Jim no tenía la menor piedad con un guardiamarina presumido.
—No, operador. Tenemos órdenes estrictas. Si el comandante desea hacer una nueva tentativa cuando esté aquí, que la haga. Y mientras esperamos, vuelve a tu trabajo.
—Bien, teniente —dijo el joven delfín, dando media vuelta para volver a su puesto, cuya cúpula le permitía respirar aire en lugar de engullir agua como un pez. Allí, al menos, podría hablar como todo el mundo mientras esperaba noticias de su mejor amigo, el guardiamarina humano que nadaba en alguna parte de aquel enorme océano desconocido.
A Takkata-Jim le hubiera gustado que el comandante se apresurase a ocupar su lugar.
La amplia sala de mando le daba una mortal impresión de agobio. Respirar la efervescente oxiagua siempre le producía un terrible cansancio cuando salía de guardia.