Authors: David Brin
Creo que si no fuera por el capitán Creideiki, la mitad de la tripulación ya estaría histérica. Para muchos de ellos es casi un héroe salido del Sueño Cetáceo. Creideiki no para de dar vueltas por la nave, observando las actitudes y dando pequeñas lecciones de lógica Keneenk. Los fines parecen animarse cuando él está cerca.
Sin embargo, continúan llegando informes sobre la batalla espacial. Allí arriba, las cosas no parecen calmarse, sino todo lo contrario.
Y empezamos a estar algo más que preocupados por la expedición de Hikahi.
Gillian dejó la pluma. Visto desde el pequeño círculo de luz de la lámpara de oficina, el resto del laboratorio parecía oscuro y tenebroso. La única luz, aparte de la suya, procedía del extremo opuesto de la habitación. Recortada por ese punto luminoso, podía verse una forma vagamente humanoide, una sombra misteriosa que yacía tendida sobre una mesa de estasis.
—Hikahi —suspiró Gillian—. Por Ifni, ¿dónde estás?
Resultaba realmente inquietante el hecho de que el grupo de exploración no hubiera respondido a la orden de regreso ni con una simple confirmación monopulsada. El Streaker no podía permitirse el lujo de perder tal número de fines. A pesar de sus frecuentes informalidades fuera del puente, Keepiru era su mejor piloto. E incluso el joven Toshio Iwashika se había convertido en una gran promesa.
Pero por encima de todo, era la eventual pérdida de Hikahi lo que más les afectaría.
¿Cómo se las apañaría Creideiki sin ella?
Hikahi era la mejor amiga delfín de Gillian, al menos tanto como Creideiki o Tsh't lo eran de Tom. Gillian no dejaba de preguntarse por qué Takkata-Jim había sido nombrado segundo de a bordo, y no Hikahi. Era absurdo. La única explicación que se le ocurría era que en todo aquello había un trasfondo político. Takkata-Jim era un stenos. Quizás Ignacio Metz hubiera intervenido en la elección. Metz era un ardiente defensor de ciertos tipos étnicos de los delfines de la Tierra.
Gillian no escribió estos pensamientos. Eran meras especulaciones, y no podía perder el tiempo con ellas.
De todos modos, ya es hora de regresar junto a Herbie.
Cerró su diario, se levantó y caminó alrededor de la mesa de estasis, donde una figura seca y deshidratada flotaba, tras una fuerte pantalla de protección, en un campo de tiempo suspendido.
A través del cristal, el antiquísimo cadáver le devolvía la sonrisa.
No era humano. Ni siquiera existían criaturas pluricelulares en la Tierra cuando aquel ser vivía, respiraba y viajaba en naves espaciales. Y, sin embargo, se parecía muchísimo a un humanoide. Tenía las piernas y los brazos rectos y la cabeza y el cuello auténticamente humanos. Había algo extraño en sus mandíbulas y en las órbitas de los ojos, pero incluso su calavera conservaba una sonrisa humana.
—¿Qué edad tienes, Herbie?, preguntó Gillian. ¿Un billón de años? ¿Quizá dos?
¿Cómo ha podido la civilización galáctica ignorar durante tanto tiempo la existencia de tu vieja flota de naves? Como si nos estuvieses esperando... a nosotros precisamente, un grupo de lobeznos humanos y delfines recién elevados. ¿Por qué hemos tenido que ser nosotros quienes te encontráramos?
¿Y por qué ese pequeño holograma tuyo que enviamos a la Tierra ha vuelto locos a la mitad de las razas tutoras de la galaxia?
La micro Biblioteca del Streaker tampoco era de ninguna utilidad. Se negaba totalmente a reconocer a Herbie. Quizá retenía la información. O tal vez su archivo era demasiado pequeño para incluir a una oscura raza extinguida hacía tanto tiempo.
Tom había pedido a la máquina Niss que buscase datos dentro de ella, pero el sarcástico artefacto tymbrimi se mostraba incapaz de sacarle una sola respuesta.
Mientras, entre la enfermería y sus otras ocupaciones, Gillian tenía que esforzarse para encontrar cada día algunas horas libres que le permitieran examinar aquella reliquia sin destruirla, y descubrir tal vez por casualidad lo que tanto había conmocionado a los ETs.
Si no lo hacía ella, nadie lo haría.
Y pensaba dedicarse a la tarea hasta la noche.
¡Pobre Tom!, se dijo Gillian sonriendo. Volverá de las máquinas completamente agotado, y yo seré cariñosa con él. Es estupendo que sea tan encantador.
Cogió una microsonda piónica.
Bien, Herbie, veamos si podemos descubrir qué clase de cerebro tuviste.
—Lo siento, doctor Metz. El comandante se encuentra con Thomasss Orley en la sección de armamento. Si hay algo que yo pueda hacer...
El teniente Takkata-Jim era tan cortés como siempre. Su dicción ánglica, aun cuando estuviese respirando oxiagua, era casi perfecta. Ignacio Metz no pudo evitar una sonrisa de aprobación. Tenía un interés muy especial en Takkata-Jim.
—No, teniente. Acabo de detenerme en el puente para ver si había regresado la patrulla de reconocimiento.
—Todavía no lo han hecho. Sólo podemos esperar. Metz chasqueó la lengua. Según él, el grupo de Hikahi había sido destruido.
—Ah, bueno. Supongo que aún no hemos recibido ninguna oferta de negociación por parte de los galácticos, ¿verdad?
Takkata-Jim negó sacudiendo su gran cabeza gris de izquierda a derecha.
—Desgraciadamente, no, señor. Parecen mucho más interesados en destruirse los unos a los otros. Cada pocas horas, al parecer, una nueva flota de guerra entra en el sistema de Kthsemenee para unirse al combate. Quizás habrá que esperar algo más de tiempo antes de que se inicien las conversaciones diplomáticas.
El doctor Metz frunció el ceño ante lo ilógico de aquella situación. Si los galácticos fueran racionales, permitirían que el Streaker comunicara su descubrimiento al Instituto de la Biblioteca, ¡y todo quedaría arreglado! ¡Todos estarían entonces en igualdad de condiciones! Pero la unidad de la civilización galáctica era más teórica que real. Y había demasiadas razas encolerizadas que poseían grandes naves y poderoso armamento.
Y nosotros aquí, pensó, en medio, con algo que todos ellos desean.
No puede ser sólo esa inmensa flota de naves antiguas. Debe haber otro motivo para que se hayan puesto todos en movimiento. Gillian Baskin y Tom Orley recogieron algo en las Syrtes. Me gustaría saber qué era.
—¿Desea que le acompañe en la cena de esta noche, doctor Metz?
Metz parpadeó. ¿Qué día es hoy? ¡Ah, sí! Miércoles.
—Desde luego, teniente. Su compañía y su conversación me serán tan gratas como siempre, ¿Digamos a las seis?
—Tal vezzz sería mejor a las mil novecientas horas, señor. A esa hora termino mi turno.
—Muy bien. Hasta luego, entonces.
Takkata-Jim asintió. Se dio la vuelta y regresó nadando a su puesto de servicio.
Metz contempló al fin con aprecio.
Es el mejor de mis stenos, pensó. Ignora que soy su padrino... su padre genético. Y sin embargo estoy orgulloso de él.
Todos los delfines de a bordo eran de la clase
tursiops amicus
. Pero algunos tenían rasgos genéticos de
stenos bredanensis
, el delfín de aguas profundas que siempre había sido el más próximo al aliento de la inteligencia.
En estado salvaje, el
bredanensis
tenía fama de poseer una curiosidad insaciable y de no amedrentarse ante el peligro. Metz había defendido la adición de ADN de esa especie al conjunto genético de los neodelfines. En la Tierra muchos de los nuevos stenos constituyeron un éxito, mostrando un gran espíritu de iniciativa y una brillante inteligencia individual.
Pero últimamente la rudeza de su carácter había provocado ciertas fricciones con las comunidades costeras de la Tierra, y Metz tuvo que esforzarse mucho para convencer al Concejo de la conveniencia de designar algunos de ellos para ocupar puestos de responsabilidad en la primera nave espacial tripulada por delfines.
Takkata-Jim era su mejor prueba. De una lógica fría, exquisitamente correcto, el fin usaba el ánglico excluyendo casi por completo el ternario, y parecía impermeable al Sueño Cetáceo que tanto impresionaba a los viejos modelos como Creideiki. Takkata-Jim era el delfín más humano que Metz había conocido.
Observó cómo el teniente impartía órdenes a la tripulación del puente sin recurrir a las pequeñas parábolas keneenks que Creideiki soltaba siempre en sus parlamentos. Por el contrario, Takkata-Jim se expresaba en ánglico con brevedad y precisión. Ni una sola palabra inútil.
Sí, se dijo. Conseguirá hacerse famoso cuando regresemos a casa.
—¿Doctor Metsss?
Metz se volvió y retrocedió involuntariamente ante la envergadura del delfín que se había acercado a él silenciosamente.
—¿Qué...? Ah, K'tha-Jon. Me has sobresaltado. ¿Qué puedo hacer por ti?
Era un delfín verdaderamente grande el que le miraba sonriendo. Su boca chata, su piel jaspeada y sus ojos saltones le hubieran dicho a Metz todo sobre él... si no lo hubiera sabido de antemano.
Feresa attenuata
, se dijo el hombre saboreando aquel pensamiento. Tan hermoso, tan salvaje. Mi proyecto más secreto; y nadie, ni siquiera tú, K'tha-Jon, sabe que eres algo más que un simple stenos.
—Perdone la interrupción, doctor Metsss, pero el científico chimp, Charlesss Dart, quiere hablar con usted. Creo que el pequeño mono necesita quejarse otra vez de alguien.
Metz frunció el ceño. K'tha-Jon no era más que un simple contramaestre y ciertamente no se le podía exigir el refinamiento de Takkata-Jim. Sin embargo, todo tenía un límite, aun considerando los oscuros antecedentes del gigante.
Tendré que explicarle algunas cosas, se dijo a sí mismo. Este tipo de actitud es inadmisible.
—Por favor, informa al doctor Dart que iré a verle en seguida —le dijo al fin—. Por ahora, ya he terminado con lo que tenía que hacer aquí.
—Estamos armados otra vez —suspiró Creideiki—. Por si se deciden a atacarnos.
Thomas Orley levantó la vista de los lanzamisiles recién reparados y asintió.
—Esto funcionará casi tan bien como antes, Creideiki. No pensábamos encontrar ningún problema cuando entramos en el punto de transferencia de Morgran y caímos en medio de la batalla. Fuimos afortunados al salir de allí sólo con pequeños desperfectos.
Creideiki asintió.
—Sssí —dijo con un suspiro melancólico—. Pero si hubiéramos reaccionado antes...
Orley era consciente del humor de su amigo. Apretó las comisuras de los labios y empezó a silbar. La mascarilla respiratoria amplificó la ligera composición de sombras y sonidos. Como un elfo enloquecido, el pequeño eco saltaba y bailaba de un extremo a otro de la cámara de oxiagua. Quienes trabajaban en el depósito de armamento alzaron sus estrechas y audiosensitivas mandíbulas para seguir la saltarina imagen del sonar que se deslizaba con burlona simpatía:
Cuando es uno el que manda,
Es envidiado por todos,
Pero, ¡oh!, cuántos problemas.
El fantasmagórico sonido desapareció, pero las risas permanecieron. La dotación del depósito de armamento gritaba y balbuceaba.
Creideiki esperó que se calmaran las risas. Luego, emitió desde su frente una secuencia de chasquidos cámara-obturados que imitaban el estruendo de las nubes tormentosas. En el reducido espacio, todos los presentes sintieron el crepitar de las gotas de lluvia impulsadas por el viento. Tom cerró los ojos y dejó que la imagen-sonido de un chubasco se apoderase de él.
Están apostadas en mi camino
Las obscenas locuras de antaño.
Les digo, «¡Fuera!».
Orley agachó la cabeza, reconociendo su derrota. Nadie había vencido nunca a Creideiki en la composición de haikús en ternario, y los suspiros de admiración de los fines lo confirmaba.
Pero no había cambiado nada. Mientras abandonaban su puesto en el depósito de armamento, tanto Orley como Creideiki sabían que este desafío no era suficiente para hacer salir a la tripulación de la crisis. También necesitaban esperanza.
Y la esperanza era algo que escaseaba. Tom sabía que Creideiki estaba terriblemente preocupado por Hikahi, aunque hacía esfuerzos para disimularlo.
Cuando nadie podía oírles, el capitán preguntó:
—¿Ha hecho Gillian algún progreso en el estudio de esa cosa que encontramos... y que es la causa de todos nuestros problemas?
Tom negó con la cabeza.
—A duras penas he conseguido estar con ella una hora en los dos últimas días... así que no puedo decírtelo. La última vez que le pregunté, la micro Biblioteca de la nave seguía insistiendo en que nunca había existido nada parecido a Herbie.
Creideiki suspiró.
—Sería bueno conocer lo que creen los galácticos. En fin...
Un silbido a sus espaldas les hizo detenerse. Tsh't, el cuarto oficial de a bordo, se acercaba a ellos flotando en una nube de burbujas.
—¡Creideiki! ¡Tom! El sssonar ha localizado un delfín en el sssector essste. ¡Todavía essstá muy lejos, pero parece que se acerca a toda velocidad! Creideiki y Tom intercambiaron una mirada. Luego, Tom asintió con la cabeza comprendiendo la muda orden del comandante.
—¿Puedo llevar conmigo a Tsh't y una veintena de fines?
—Sssí. Prepara un equipo. Pero no salgáis antes de saber de qué se trata. Puede que necesites llevar más de veinte. O quizás ir no sirva para nada.
Tom vio el sufrimiento en los ojos del comandante. La próxima hora de espera, tal vez más, iba a ser particularmente dura.
Orley hizo una seña al teniente Tsh't para que le siguiera y luego se volvió para nadar a toda velocidad por el corredor inundado, hacia el casco.
Sintiendo la alegría del tutelazgo y la autoridad, Krat, la almirante soro, contemplaba a las criaturas gello, paha y pila, sus criaturas, mientras llevaban una vez más al combate la flota de los soro.
—Señora —anunció el oficial de detección gello—, según sus instrucciones, estamos acercándonos al mundo acuático a un cuarto de la velocidad de la luz.
Krat se dio por enterada chasqueando la lengua, pero en su interior era feliz. Su huevo rebosaba de salud. Cuando consiguieran la victoria, podría regresar a casa y aparearse de nuevo. Y, además, la tripulación de su nave almirante trabajaba con la eficacia de una máquina ajustada a la perfección.
—Nuestra flota lleva un paktar de adelanto sobre el horario previsto, señora —anunció el oficial de detección.
Entre todas las especies pupilas leales a los soro, los gello eran los preferidos de Krat.