Authors: David Brin
—¿Alguna señal de Hist't? —preguntó.
Keepiru respondió negativamente. Toshio le transmitió las órdenes de Hikahi, y observó cómo el trineo se sumergía de nuevo.
Se detuvo un momento y luego su mirada se dirigió hacia el oeste.
El rojizo sol de Kithrup se ponía. Sobre su cabeza, algunas estrellas atravesaban con sus rayos unas cuantas nubes dispersas. Al este, las nubes iban adquiriendo un aspecto amenazador. Aquella noche llovería. Toshio luchó contra la tentación de quitarse el traje de buzo y por fin decidió arriesgarse un poco: se despojó sólo de la capucha de caucho. A pesar del viento glacial, sintió un enorme alivio.
Echó un rápido vistazo hacia el sur. Si la batalla espacial aún proseguía, no había ningún signo de ello. La rotación de Kithrup había dejado atrás el brillante globo de plasma y escombros que ahora debía orbitar alrededor del planeta.
Toshio no tenía las fuerzas suficientes para blandir el puño hacia el cielo austral, pero le dirigió una mueca burlona, esperando que los galácticos se hubieran exterminado entre sí.
Aunque esto no era muy probable. Habría vencedores y, algún día, irían a buscar a los delfines y a los hombres.
A pesar de su fatiga, Toshio se enderezó y regresó al bosque, al protector refugio de los árboles, con paso decidido.
Poco después de llegar a la isla, encontraron al joven y a la delfina apretados uno contra otro bajo un tosco refugio en donde goteaba una cálida lluvia formando largos arroyuelos. Los destellos de los relámpagos ahogaban la pálida luz amarilla de las lámparas que llevaban los del equipo de rescate. Con el primer relámpago, Thomas Orley creyó ver media docena de pequeñas siluetas delgadas alrededor de la terrestre y del calafiano. Pero en el tiempo que necesitaron él y su acompañante para atravesar la maleza y llegar a un sitio con mejor perspectiva, los animales, o lo que fuesen, habían desaparecido.
Su primer temor de que se tratase de carroñeros lo abandonó al ver que Toshio se movía. Sin embargo, mantuvo su mano derecha en la culata de la pistola de agujas mientras alzaba la linterna para dejar pasar a Hannes Suessi por debajo. Después observó detenidamente el claro, recogiendo los olores y los sonidos que flotaban sobre la viviente superficie de la colina de metal, memorizando los detalles.
—¿Están bien? —preguntó después de unos segundos.
—No te inquietes, Toshio; soy yo, Hannes —había un cierto tono maternal en la voz del mecánico—. Bien, señor Orley. Los dos están conscientes, pero no en condiciones de hablar —añadió en voz alta.
Thomas Orley penetró de nuevo en el claro y depositó la lámpara al lado de Suessi.
—Los relámpagos son nuestra mejor cobertura —dijo—. Voy a hacer que vengan los vehículos para llevarnos de aquí a esta pareja cuanto antes.
Apretó un botón en el borde de su mascarilla y silbó velozmente en perfecto ternario. El mensaje sólo duró seis segundos. Se decía que Thomas Orley podía hablar en delfiniano primal, aunque ningún humano lo había oído nunca.
—Estarán aquí en pocos minutos —anunció—. Hay que borrar todas sus huellas.
Se sentó junto a Toshio, que se había incorporado, mientras Suessi se ocupaba de Hikahi.
—Buenas noches, señor Orley —dijo el muchacho—. No sabe cuánto lamento haberle apartado de su trabajo.
—No importa, hijo. De todos modos, tenía intención de venir a echar un vistazo por aquí. Esto sólo le ha dado al comandante una buena excusa para enviarme. Cuando estéis camino de nuestra nave, Hannes, Tsh't y yo iremos a inspeccionar la galáctica que se estrelló. ¿Tienes fuerzas para llevarnos hasta los cadáveres de Ssattatta y K'Hith? Nos gustaría peinar la isla antes de que acabe la tormenta.
—Sí, señor —asintió Toshio—. Creo que aún podré arrastrarme hasta allí. Supongo que no habrán encontrado a Hist't...
—No. Y eso nos preocupa, aunque no puede compararse con la preocupación que sentimos cuando regresó Brookida. Keepiru nos contó casi toda la historia. ¿Sabías que ese fin siente un gran aprecio por ti? Has hecho un excelente trabajo aquí.
Toshio se giró, como si le avergonzara recibir alabanzas.
Orley lo miró con curiosidad. Hasta entonces, no le había prestado demasiada atención. Durante la primera parte del viaje, le había parecido un joven brillante aunque un poco irresponsable. Luego, tras el descubrimiento de la flota abandonada, empezó a mostrarse taciturno conforme disminuían sus posibilidades de regresar alguna vez a casa.
Pero ahora las cosas iban a tomar otro cariz. Era demasiado pronto para prever los efectos a largo plazo de aquella aventura, pero era evidente que para Toshio había constituido un rito de iniciación.
Oyeron un zumbido procedente de la orilla y, poco después, aparecieron bajo los árboles dos vehículos de aspecto arácnido, conducido cada uno de ellos por un delfín con un arnés colocado en la hamaca de pilotaje.
Toshio suspiró entrecortadamente mientras Orley le ayudaba a levantarse. Luego este último se inclinó para recoger un objeto de la tierra. Lo levantó con su mano izquierda.
—Un raspador, ¿no es eso? Fabricado con espinas de peces metálicos enganchadas en un mango de madera...
—Eso mismo supongo.
—¿Tienen algún tipo de lenguaje?
—No, señor; bueno rudimentos. Parecen estar estabilizados. Cazadores y agricultores, estrictamente. Hikahi cree que no han evolucionado en más de medio millón de años.
Orley asintió. A primera vista, aquella especie indígena parecía madura. Una raza presensitiva en el estadio ideal para la elevación. Era un milagro que ningún tutor galáctico la hubiera asaltado para convertirla en raza pupila y obligarla a mil siglos de servidumbre.
Ahora, los hombres y fines del Streaker tenían una nueva responsabilidad, y la discreción era más importante que nunca.
Se guardó el objeto en el bolsillo y apoyó su mano en el hombro de Toshio.
—Bueno, hijo, ya nos lo contarás todo cuando regresemos a la nave. Mientras tanto, tienes mucho en qué pensar.
—¿Señor? —Toshio le miró sorprendido.
—Bien, es que no todo el mundo puede bautizar a una futura raza de viajeros espaciales. Ya sabes, los fines están esperando que compongas una canción sobre todo esto.
Toshio observó a su superior. ¿Estaba bromeando? Pero Thomas Orley mantenía su enigmática expresión.
Orley levantó su mirada hacia las nubes tormentosas. Mientras los vehículos iban en busca de Hikahi, se apartó y sonrió al telón que, temporalmente, había caído sobre el teatro del cielo.
Porque el cielo y el mar,
Y el mar y el cielo,
Yacen pesadamente sobre mis cansados ojos,
Y los muertos a mis pies.
S. T. Coleridge
Charles Dart se apartó del microscopio de polarización y masculló un juramento.
Siguiendo una costumbre que intentaba abandonar desde hacía más de media vida, se puso el antebrazo sobre la cabeza y, con aire ausente, empezó a darse ligeros tirones de sus peludas orejas.
De una tripulación de ciento cincuenta, sólo ocho tenían brazos... u orejas externas. Y uno de ellos era quien compartía con él el laboratorio seco.
A Dennie Sudman ni se le ocurría hacer comentarios sobre el comportamiento corporal de Charles Dart. Hacía mucho tiempo que ya no se fijaba en cosas tales como su paso inseguro y oscilante, su estridente risa de chimpancé o el pelo que le cubría el cuerpo casi por completo.
—¿Qué es esto? —preguntó Dennie—. ¿Todavía tienes problemas con esas muestras nucleares?
Charlie asintió, distraído, sin apartar la mirada de la pantalla.
—Sí —contestó con voz grave y áspera. Parecía la voz de un hombre que tuviese gravilla en la garganta. A veces, cuando debía expresar algo complicado, movía las manos de forma inconsciente, utilizando el lenguaje por signos de su juventud—. No consigo sacar nada coherente de esas concentraciones de isótopos —gruñó—. Y encuentro minerales donde no debería haberlos... siderófilos sin metales, cristales complejos a una profundidad donde lo normal son estructuras simples... El capitán Creideiki con sus estúpidas limitaciones estorba mi trabajo. Quisiera que me dejase efectuar algunos sondeos sísmicos o practicar un examen de radar a bastante profundidad.
Hizo girar su silla y miró a Dennie insistentemente, como si esperase su aprobación.
Sus pómulos salientes ensanchaban la sonrisa de Dennie, y sus ojos almendrados se empequeñecían divertidos.
—Claro, Charlie. ¿Por qué no? Estamos en una nave averiada, escondidos bajo un océano de este mundo muerto, mientras las armadas de una docena de arrogantes y poderosas razas tutoras combaten sobre nuestras cabezas por el derecho a capturarnos, y tú pretendes rodearnos de explosiones y proyectar ondas gravitacionales en todas direcciones. ¡Muy bonito! Pero yo tengo una idea mejor. ¿Por qué no salimos con una gran bandera y la ondeamos en el aire diciendo algo como «¡Eh, monstruos! ¡Estamos aquí! ¡Venid a comernos!»? ¿Vale?
Charlie la miró de soslayo, con una de sus raras muecas, desequilibrada y trastornada.
—Oh, no es necesario utilizar un gran escáner gravitacional. Y sólo preciso unas cuantas explosiones muy pequeñas. Los ETs ni se enterarían, ¿no te parece?
Dennie se echó a reír. Lo que Charlie buscaba era que el planeta resonara como una campana, así podría descubrir los esquemas de las ondas sísmicas internas. Unas pocas explosiones muy pequeñas... ¡sí, claro! Más se parecerían a detonaciones de un kilotón de potencia. A veces, Charlie, ese tonto planetólogo, la sacaba de quicio. Pero en esta ocasión era obvio que le estaba tomando el pelo.
Y también él se echó a reír, lanzando breves alaridos que resonaban en las severas y blancas paredes del laboratorio seco. Luego empezó a tamborilear sobre la mesa.
Sin dejar de sonreír, Dennie guardó unos papeles en un portafolios.
—Ya sabes, Charlie, que a pocos grados de aquí hay volcanes en actividad. Si tienes suerte, puedes encontrar uno para ti.
Charlie la miró esperanzado.
—¡Caramba! ¿De verdad lo crees posible?
—Claro. Y si luego los ETs empiezan a bombardear el planeta para hacernos salir, tendrás muchísimos datos facilitados por los misiles que caigan cerca de nosotros. Esto es, si dejan de bombardear antes de que sea imposible cualquier análisis geofísico de Kithrup. Envidio todas tus potenciales distinciones honoríficas. Mientras tanto, voy a intentar olvidarme de eso, así como de lo frustrante de mis investigaciones, y me voy a comer. ¿Vienes?
—No. Gracias, de todos modos. Me he traído la comida. Voy a quedarme trabajando un rato más.
—Como quieras. Sin embargo, creo que deberías esforzarte por conocer algo más de esta nave, aparte de tu camarote y de este laboratorio.
—Estoy en comunicación constante con Metz y con Brookida a través de la pantalla y no necesito ir a pasear torpemente arriba y abajo de este armatoste Rube Goldberg que nunca más será capaz de volar.
—Y además... —le apuntó la joven.
—Y además —continuó Charlie con una sonrisa—, me horroriza mojarme. Sigo pensando que los humanos habríais hecho mejor en trabajar en segundo lugar con los perros, después de habernos hechizado a nosotros, las especies pan. Los delfines están bien, algunos de mis mejores amigos son fines, ¡pero eran un grupo cómico para intentar convertirlos en una raza de viajeros espaciales!
Sacudió la cabeza con una expresión de triste sabiduría. Estaba claro que Charlie pensaba que todo el proceso educativo en la Tierra hubiera estado en mejores manos si su gente se hubiese ocupado de él.
—Bueno, son unos excelentes pilotos espaciales —apuntó Dennie—. Si no, fíjate en Keepiru, es un magnífico jinete estelar.
—Claro, y tú fíjate en lo desastroso que puede llegar a ser ese mismo fin cuando no pilota. Sinceramente, Dennie, este viaje hace que me pregunte si los fines están realmente capacitados para los viajes espaciales.
¿Has visto el comportamiento de algunos de ellos desde que tenemos problemas?
Toda esta tensión está a punto de volverlos locos, especialmente a algunos de los grandes stenos de Metz.
—No eres muy caritativo —le reprochó Dennie—. Nadie esperó nunca que esta misión fuese tan peligrosa. A mí me parece que la mayor parte de los fines se está comportando maravillosamente. Piensa en cómo Creideiki nos sacó de la trampa en Morgran.
—No sé —dijo Charlie, sacudiendo de nuevo la cabeza—. Sigo lamentando que no haya más hombres y chimps a bordo.
Un siglo. Desde que los chimps fueron reconocidos como especie viajera del espacio hasta que lo fueron los delfines, había transcurrido un siglo. Dennie podía imaginarse que, aunque pasase un millón de años, los congéneres de Charlie seguirían manteniendo la misma actitud de tutelaje hacia los fines.
—Bueno, si tú no vienes, yo me voy ya —concluyó Dennie. Cogió su portafolios y puso la mano sobre la placa palmaria situada junto a la puerta—. Hasta luego, Charlie.
Antes de que la puerta se cerrara tras ella con un silbido, el chimp le dijo:
—¡Ah, a propósito! Si ves a Tkaat o a Sah'ot, diles que me llamen, ¿eh? ¡Me pregunto si esas anomalías subduccionales no tendrán origen paleotécnico! ¡Puede que eso interese a un arqueólogo!
Sin responder, Dennie dejó que la puerta acabara de cerrarse. Si no obtenía respuesta al encargo de Charlie, podría fingir que no lo había oído. De todos modos, no iba a cambiar su ruta para buscar a Sah'ot, cualquiera que fuese la importancia del descubrimiento de Charlie.
Ya le costaba demasiado trabajo evitar a aquel delfín en particular.
Las secciones secas del Streaker ocupaban gran parte de la superficie de la nave, aunque sólo las utilizaran ocho miembros de la tripulación. Los ciento treinta delfines, disminuidos en treinta y dos desde que salieron de la Tierra, sólo podían visitar la zona seca montados en unos andadores mecánicos, las «arañas».
Había algunas salas que no debían llenarse con agua hiperoxigenada, ni ser abandonadas a las fluctuaciones gravitacionales del eje central, cuando la nave se encontraba en el espacio. Allí estaban los almacenes de todo lo que necesitaba mantenerse seco y las máquinas que trabajaban con tratamiento en caliente bajo gravedad. Y allí estaban también los aposentos de los hombres y el chimp.
Dennie se detuvo en una intersección. Miró hacia el pasillo donde la mayor parte de los humanos tenían sus alojamientos y pensó en llamar a la puerta dos camarotes más abajo.