Authors: David Brin
—¡Sección estratégica! —espetó Krat.
—¿Madre de la Flota? —Un guerrero paha se acercó, pero se detuvo en él límite del alcance de su brazo. La miró con cautela.
Si le daban la oportunidad, ella se encargaría de introducir el respeto en los genes de los paha, lo bastante dentro como para que nadie pudiera erradicarlo nunca de allí.
El paha retrocedió de forma involuntaria cuando desplegó su espolón.
—Determina cuáles son las naves menos imprescindibles. Organízalas en un pequeño escuadrón. Vamos a ir de nuevo a investigar el planeta.
El paha saludó y regresó con rapidez a su puesto. Krat se arrellanó profundamente en su cojín de vletur.
Necesitaremos distraernos, pensó. Quizás otra expedición al volcán ponga nerviosos a los thenanios y haga creer a los tandu que sabemos algo.
Desde luego, se repitió a sí misma, los tandu también pueden saber que no sabemos nada.
Lejos
Llaman
Los Gigantes,
Los espíritus del OCÉANO,
Los Leviatanes.
Creideiki empieza a comprender... sí, sí, empieza...
Los viejos dioses son en parte imaginarios, en parte memoria racial, en parte fantasmas... y en parte algo más... algo que un ingeniero no debe permitir que sus oídos oigan, o que sus ojos vean...
Lejos
Llaman
Leviatanes...
Todavía no. Todavía no, no. Creideiki aún tiene un deber que cumplir, tiene un deber.
Nunca más, nunca más un ingeniero... pero Creideiki sigue siendo un espacionauta. No es inútil, Creideiki hará lo que pueda hacer, pueda hacer, pueda hacer para ayudar.
Lo que pueda hacer para ayudar a salvar a su tripulación, a su nave...
Le hubiera gustado frotarse los ojos, pero la mascarilla se lo impedía. Y quedaban muchas cosas por hacer.
Los fines iban y venían, dando vueltas a su alrededor en cualquier lugar de la nave en que estuviera, casi derribándola en su deseo de informar y marcharse otra vez llevando nuevas órdenes.
Espero que Hikahi regrese pronto. No lo estoy haciendo mal, creo, pero no soy oficial de astronave. Es ella quien está preparada para dirigir una tripulación.
Hikahi aún no sabe que es la capitán, pensó Gillian. Espero que conecten pronto la línea, y sin embargo odio tener que comunicarle estas noticias.
Redactó un breve mensaje para Emerson D'Anite, y el último correo salió como un rayo hacia la sala de máquinas. Wattaceti ajustó su paso al de Gillian cuando ésta nadó hacia la esclusa.
En la crujía se encontraban dos pequeños grupos de delfines, uno cerca de la escotilla de salida y el otro apiñado junto a la lancha.
La proa de la pequeña nave espacial casi tocaba el diafragma de una de las compuertas. Su popa desaparecía dentro de una vaina de metal próxima al fondo de la parte trasera de la esclusa.
Cuando la lancha haya partido, pensó, este lugar parecerá bellamente vacío.
Un fin del grupo de la escotilla la vio y se acercó a ella. Se paró en seco cuando estuvo enfrente y permaneció suspendido en el agua en posición de firmes.
—Exploradores y escoltas preparados para partir cuando usted lo ordene, Gillian.
—Gracias, Zaa'pht. No tardaré mucho. ¿Tenemos alguna noticia del equipo de reparación de la línea, o de Keepiru?
—No, ssseñor. Pero el correo que envió tras Keepiru debe estar llegando a la nave naufragada, supongo.
Aquello era frustrante. Takkata-Jim ordenó cortar el enlace con la nave thenania, y ahora parecía imposible encontrar el lugar de la ruptura. Por una sola vez, lamentó el hecho de que los monofilamentos pudieran camuflarse tan bien.
Por lo que sabía, algún terrible desastre podía estar amenazando al grupo de trabajo, en el mismo lugar donde pensaban llevar al Streaker.
Al menos, los detectores indicaban que la batalla espacial aún continuaba, casi tan fiera como siempre.
¿Pero qué retenía a Tom? Tenía que haber hecho estallar una bomba mensaje cuando los ETs aparecieran para investigar su trampa. Pero desde que lanzó la falsa llamada de socorro, no había dado señales de vida.
Además de todo esto, la condenada máquina Niss quería hablar con ella. No había disparado la alarma secreta de la oficina de Gillian para indicar que se trataba de una emergencia, pero cada vez que utilizaba una unidad de transmisiones oía un apagado chasquido indicándole que la máquina deseaba hablar.
Aquello era suficiente para que una fem deseara meterse en la cama y quedarse allí.
De repente, se produjo una conmoción cerca de la salida. El altavoz del muro emitió un breve y sentido grito en ternario, seguido de un largo informe en un incoherente ánglico excesivamente agudo.
—¡Ssseñor! —gritó Zaa'pht, muy excitado—. Informan que...
—Lo he oído —contestó Gillian—. La línea vuelve a funcionar. Felicidades en mi nombre al equipo de reparación, y que regresen para descansar un par de horas. Luego haced el favor de decirle a Heurka-pete que contacte con Hikahi. Que averigüe su situación y le diga que empezaremos a mover la nave a las 2100 horas, salvo que ella tenga algo que oponer. Que le diga también que yo la llamaré en breve.
—¡Sí, ssseñor! —dijo Zaa'pht. Dio media vuelta y desapareció a toda prisa.
Wattaceti la miraba en silencio, esperando.
—De acuerdo —dijo Gillian—. Vamos a ocuparnos ahora de la marcha de Takkata-Jim y Metz. ¿Has hecho que alguien de la tripulación descargue todo lo que no está en nuestra lista, e inspeccionado lo que los exiliados llevan a bordo?
—Sssí. No tienen ninguna pistola de señales, ni radio, y no más combustible del mínimo necesario para llegar a la isla.
Gillian había realizado su propia inspección de la lancha unas horas antes, mientras Metz y Takkata-Jim hacían su equipaje. Había tomado algunas precauciones adicionales que nadie conocía.
—¿Quién irá con ellos?
—Tres voluntarios. Todos sienas «especiales». Todos machos. Les hemos registrado hasta el essstuche peniano. Estaban limpios. Ahora están todos en la lancha, preparados para partir.
Gillian asintió.
—Entonces, para bien o para mal, vamos a sacarlos de aquí, y nos ocuparemos de otras cosas.
Mentalmente, empezó a enumerar todo lo que tenía que decirle a Hikahi.
—Recordad —les decía a Tsh't y Suessi—. Mantened la radio en silencio a cualquier precio. E intentad evitar que esos fines locos consuman todas las provisiones en los primeros días.
Tsh't manifestó su conformidad con un chasquido de las mandíbulas, aunque los ojos mostraban sus reservas.
—¿Estás segura de que no quieres que te acompañe uno de nosotros? —dijo Suessi.
—Estoy segura. Si me espera el desastre, no quiero que se pierdan más vidas. Y si encuentro supervivientes, necesitaré todo el espacio disponible. En cualquier caso, el esquife funciona casi por completo de forma automática. Todo lo que debo hacer es vigilarlo.
—Pero no podrás luchar mientras pilotas —le advirtió Hannes.
—Si tuviera un artillero conmigo sentiría la tentación de combatir. De esta forma, tendré que huir. Si el Streaker ha sido destruido o capturado deberé ser capaz de regresar aquí con el esquife, o todos vosotros estaréis condenados.
Suessi frunció el ceño, pero no tenía más remedio que aprobar sus razonamientos. Le agradecía a Hikahi que hubiera permanecido con ellos tanto como le había sido posible, permitiéndoles utilizar la energía del esquife para finalizar la preparación de un habitáculo en el interior de la naufragada nave thenania.
Todos estamos preocupados por el Streaker y por el capitán, pensó. Pero Hikahi debe estar angustiadísima.
—De acuerdo, entonces. Hasta luego y buena suerte, Hikahi. Que Ifni cuide de ti.
—Lo mismo os dessseo a vosotros —respondió Hikahi, tomando con delicadeza la mano de Suessi entre sus mandíbulas. Luego hizo lo mismo con el pectoral izquierdo de Tsh't.
Tsh't y Suessi salieron del esquife por la pequeña esclusa. Montaron en su trineo y regresaron hacia la gran abertura del sumergido acorazado alien.
El esquife dejó escapar un sordo gemido cuando sus motores se encendieron. El eco llegó hasta ellos desde el gigantesco acantilado submarino que dominaba el lugar del accidente.
Con lentitud, la pequeña nave espacial comenzó a moverse hacia el este, cogiendo velocidad bajo el agua. Hikahi había elegido una ruta que daba un rodeo, trazando un arco que al principio la alejaba del Streaker. Aquello impediría que la detectaran al menos durante dos días, y en caso de que hubiera enemigos a bordo del Streaker no podrían determinar el lugar de donde procedía.
Los dos permanecieron con la mirada puesta en el bote hasta que desapareció en la oscuridad. Mucho después, Suessi dejó de oír el ruido. Tsh't continuó balanceando su mandíbula lentamente, siguiendo el compás del sonido.
Dos horas más tarde, mientras Hannes descansaba por primera vez en sus nuevas habitaciones secas, el improvisado intercom de su lecho empezó a sonar.
Que no sean malas noticias, suspiró.
Tendido en la oscuridad, con un brazo sobre los ojos, pulsó el transmisor.
—¿Qué? —dijo simplemente.
Era Lucky Kaa, el joven electricista y segundo piloto. Su voz era un excitado siseo.
—¡Señor! ¡Tsh't dice que vaya usted en seguida! ¡Esss la nave!
Suessi se incorporó, apoyándose en el codo.
—¿El Streaker?
—¡Sssí! ¡La línea acaba de restablecerse! ¡Quieren hablar con Hikahi!
Toda la fuerza desapareció de los brazos de Suessi. Cayó sobre su lecho pesadamente y gimió. Oh, vaya día. ¡Y ahora ella ya está fuera del alcance del fono-sonar! En momentos como éste desearía hablar el delfiniano chapurreado de Tom Orley.
Quizás el ternario me permitiera expresar con la ironía y la vulgaridad apropiadas lo que pienso sobre el funcionamiento del Universo.
La lancha se deslizó suavemente a través de la portilla y penetró en el azul crepuscular del océano de Ki-thrup.
—Estás tomando el camino equivocado —observó Ignacio Metz, después de que el diafragma se cerrara a sus espaldas.
—Sólo un pequeño rodeo, doctor Metz —le tranquilizó Takkata-Jim—. Sneekah-jo, dile al Streaker que estoy ajustando la orientación.
El delfín que ocupaba la rampa del copiloto empezó a silbar a su homólogo de la nave.
El fono-sonar emitió unos graznidos furiosos. También el Streaker había detectado el cambio de rumbo.
Metz estaba sentado por encima de Takkata-Jim y detrás de él. El nivel del agua llegaba hasta su cintura.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
—Sssólo estoy acostumbrándome a los controles...
—Bueno, ¡pon atención! ¡Vas directamente hacia las boyas de detección!
Metz observaba con asombro cómo el aparato seguía acelerando hacia la tripulación de delfines que desmantelaba los dispositivos de escucha. Los trabajadores se apartaron de su camino soltando maldiciones mientras el bote golpeaba contra la hilera de boyas.
Trozos de metal martillearon contra su proa antes de hundirse en las tinieblas.
Takkata-Jim parecía ignorar aquello. Giró con toda tranquilidad la pequeña nave y enfiló hacia el este a baja velocidad, hacia la isla de destino.
El fono-sonar volvió a graznar. El doctor Metz se sonrojó. ¡Los delfines bien educados no deberían utilizar un lenguaje como ése!
—Diles que ha sido un accident-te —le indicó Takka-ta-Jim a su copiloto—. El arrumaje estaba fuera de línea, pero ahora ya lo tenemos bajo control. Siguiendo las órdenes, navegaremos sumergidos hasta la isla.
La lancha penetró en una estrecha garganta, dejando a sus espaldas el valle submarino de brillante iluminación donde descansaba el Streaker.
—¡Accidente! ¡Por el peludo escroto de mi tío Fred! —Una risa siniestra procedente del fondo de la sala de control siguió a aquellas palabras—. ¿Sabes? me imaginaba que no te irías sin destruir antes la evidencia incriminatoria, Takkata-Jim.
El doctor Metz se deshizo de las correas de seguridad que le sujetaban.
—¡Charles Dart! ¿Qué haces aquí? —espetó mirándole fijamente.
Colgado de la estantería de un armario de almacenamiento, cuya puerta se encontraba ahora abierta, un chimpancé en traje espacial le sonreía.
—¡Vaya, pues ejercitando un poco la capacidad de iniciativa, doctor Metz! Ahora puede estar seguro y anotarlo en sus informes. Me gustaría que me concedieran honores por esto —estalló en una penetrante carcajada que el altavoz de su traje amplificó.
Takkata-Jim se retorció en su rampa para mirar al chimp durante un momento. Lanzó un bufido y se giró de nuevo para volver a los mandos.
Charlie, visiblemente alterado, salió del armario y se deslizó en el agua, aunque ni una gota podía tocarle a través de su traje espacial. Se revolvió en el líquido que le cubría hasta la base del casco.
—¿Pero cómo...? —Metz dejó la pregunta en el aire.
Charlie tomó del armario un enorme y pesado saco impermeable y lo arrastró hasta el asiento para hombres situado junto a Metz.
—He utilizado un razonamiento deductivo —dijo mientras se encaramaba—. Supuse que los muchachos de Gillian sólo vigilarían el comportamiento de unos cuantos stenos protestones. Así pues, pensé: ¿por qué no entrar en la lancha por un camino que a ellos ni siquiera se les ocurriría vigilar?
Metz abrió los ojos de par en par.
—¡El manguito del aire! Te has arrastrado por uno de los conductos de mantenimiento precintados que los constructores de la Tierra incluyeron en la nave, y te has abierto camino hasta los paneles de acceso del bote, pasando bajo los impulsores...
—¡Exacto!
Charlie resplandecía mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
—Sin duda tuviste que quitar algunas placas de la pared del manguito con una palanca.
Ningún delfín podría hacerlo en un espacio cerrado, por eso ni pensaron en la posibilidad.
—No, no lo pensaron.
Metz miró a Charlie de arriba a abajo.
—Pasaste muy cerca de los impulsores. ¿No te quemaron?
—Hmmm. El contador de radiaciones de mi traje indica que estoy medio asado.
Charlie se burló soplando la punta de sus dedos.
—Desde luego —dijo Metz con una sonrisa—, tomaré nota de esta extraña demostración de ingenio, doctor Dart. Y bienvenido a bordo. Estaré muy ocupado estudiando a los kiqui y no podré encargarme de ese robot suyo. Ahora podrá dirigirlo usted mismo.