Authors: Kim Stanley Robinson
Spencer se sentó junto a ella en el banco.
—Bonita vista —observó.
Ella asintió con un movimiento de cabeza y siguió comiendo. Le ofreció la botella de retsina.
—No, gracias —dijo él alzando un tamal a medio comer. Ella asintió de nuevo y tragó.
—¿En qué trabajas ahora? —preguntó cuando terminó.
—Fabrico componentes para Sax. Biocerámica, entre otras cosas.
—¿Para Biotique?
—Para una compañía hermana. Ella Hace Conchas Marinas.
—¿Qué?
—Es el nombre de la compañía. Otra división de Praxis.
—Hablando de Praxis... —Ella lo miró.
—Sí. Sax necesita esos componentes con urgencia.
—¿Para armas?
—Sí.
Ella meneó la cabeza con desaprobación.
—¿Podrías mantenerlo a raya durante un tiempo?
—Puedo intentarlo.
Miraron el sol escurriéndose por el cielo, fluyendo hacia el oeste como si fuese líquido. Detrás de ellos, las luces se encendieron en los árboles que dominaban el mercado y empezó a refrescar. Maya se sintió agradecida de tener a un viejo amigo sentado junto a ella en un silencio amable. El comportamiento de Spencer contrastaba vivamente con el de Sax; la amabilidad era su forma de disculparse por las recriminaciones en el coche después de lo de Kasei Vallis, y su perdón por lo que le había hecho a Phyllis. Y ella lo apreciaba. En cualquier caso, Spencer formaba parte de la familia original, y era agradable que estuviera allí, en un nuevo comienzo, una nueva ciudad, una nueva vida... ¿Cuántas llevaban ya?
—¿Conociste bien a Frank? —preguntó.
—En realidad no. No como tú y John.
—¿Crees... crees que tuvo algo que ver con el asesinato de John? Spencer siguió mirando el hielo azul en el horizonte oscuro. Al fin,
tomó la botella de retsina del banco, junto a ella, y bebió. La miró.
—¿Acaso importa ahora?
En el pasado Maya había dedicado muchos años a la Cuenca de Hellas, convencida de que su escasa elevación la convertía en un lugar ideal para un asentamiento. Ahora, todas la tierras ligeramente por encima del nivel -1 kilómetro que rodeaban la cuenca se estaban colonizando, tierras que ella había sido una de las primeras en explorar. Aún conservaba sus viejas notas sobre ellas en la IA, de las que Ludmilla Novosibirskaya hizo buen uso.
Trabajaba en la administración de la compañía hidrológica que estaba inundando la cuenca. El equipo formaba parte de un consorcio de organizaciones dedicadas al desarrollo de la región de Hellas, entre ellas las compañías petrolíferas del Grupo Económico del Mar Negro, la compañía rusa que había intentado reanimar el área de los mares Caspio y Aral y su compañía, Aguas Profundas, filial de Praxis. El trabajo de Maya incluía coordinar las numerosas actividades hidrológicas de la región, así que, de nuevo, estaría en el corazón del proyecto de Hellas, del cual en el pasado había sido la fuerza motriz. Esto era muy satisfactorio por diversas razones, algunas extrañas: por ejemplo, la ciudad Punto Bajo, que ella había proyectado (un emplazamiento erróneo, tenía que admitirlo), estaba bajo las aguas, cada día más profundas. Eso estaba bien: sepulta el pasado, sepulta el pasado, sepulta el pasado...
Así pues, ella tenía un trabajo y un apartamento, que decoró con muebles de segunda mano, utensilios de cocina y plantas en macetas. Y Odessa resultó ser una ciudad agradable. Estaba construida principalmente con piedra amarilla y tejas color tierra, y emplazada en un sector de la pendiente que se curvaba hacia dentro mas de lo corriente, por lo que toda la ciudad miraba al centro del muelle seco y gozaba de una amplia vista de la cuenca hacia el sur. En los barrios menos elevados se concentraban los comercios, las oficinas y los parques, y los más altos eran barrios residenciales y zonas ajardinadas. La ciudad quedaba justo por encima de los 30° de latitud sur, y por tanto Maya había pasado del otoño a la primavera: el enorme círculo caliente del sol brillaba sobre las calles empinadas de la zona alta y derretía la nieve invernal de los bordes de la masa de hielo y de los picos de las Montañas Hellespontus, en el horizonte occidental. Una ciudad pequeña y hermosa.
Y más o menos un mes después de su llegada, Michel vino desde Sabishii y tomó el apartamento contiguo. Por sugerencia de Maya, instaló una puerta que los comunicaba, y después de eso anduvieron por los dos apartamentos como por uno solo, viviendo en una domesticidad conyugal que Maya no había experimentado nunca, una normalidad tranquilizadora. Maya no amaba apasionadamente a Michel, pero era un buen amigo, un buen amante y un buen terapeuta, y tenerlo cerca era como tener un ancla que le impedía salir volando entusiasmada por la hidrología o el fervor revolucionario, y también hundirse demasiado en los terribles abismos de la desesperación política o la repugnancia personal. Maya odiaba las inevitables oscilaciones de sus estados de ánimo, y apreciaba cualquier cosa que Michel hiciese para atenuar el ciclo. Por ejemplo, no tenían espejos en el apartamento y tomaba clomipramina. Pero los fondos de las ollas y las ventanas por la noche, le daban las malas noticias si ella quería saberlas, como ocurría con frecuencia.
Spencer vivía en el otro extremo del corredor, y casi parecía que estaban otra vez en la Colina Subterránea, una sensación que reforzaban los ocasionales visitantes de fuera de la ciudad, que utilizaban el apartamento como piso franco. Cuando algún otro miembro de los Primeros Cien venía, salían y recorrían el muelle seco, contemplaban el horizonte de hielo e intercambiaban noticias como los viejos camaradas hacen en todas partes. Marteprimero, liderado por Kasei y Harmakhis, era cada vez más radical. Peter trabajaba en el ascensor, atraído como una polilla hacia su luna. Sax había interrumpido su insensata campaña de sabotaje por el momento, gracias a Dios, y se estaba concentrando en los esfuerzos industriales de Vishniac, donde se fabricaban misiles aire- espacio y similares. Maya meneó la cabeza con desaprobación al oír esto. No sería el poderío militar lo que les daría la victoria; en ese punto particular ella coincidía con Nadia, Nirgal y Art. Necesitarían algo más,
algo que ella no lograba visualizar, y ese blanco en sus pensamientos era una de las cosas que podía inducir el descenso en la curva sinusoide de sus estados de ánimo, lo que la ponía frenética.
El trabajo de coordinación de los diferentes aspectos del proyecto de inundación empezó a ponerse interesante. Iba en tranvía o dando un paseo hasta las oficinas, en el centro de la ciudad, y allí procesaba todos los informes que enviaban los numerosos equipos de prospección y perforación, todos rebosantes de entusiastas estimaciones de las cantidades de agua que añadirían a la cuenca, y acompañados de solicitudes de más personal y equipo, hasta que al fin desbordaron las posibilidades de Aguas Profundas. Juzgar las diferentes peticiones era difícil desde la oficina, y muchas veces su equipo técnico ponía los ojos en blanco y se encogía de hombros.
—Es como ser juez en un concurso de mentirosos —dijo uno de ellos. Y además llegaban informes de los asentamientos que se estaban construyendo alrededor de la cuenca, y la gente que trabajaba allí no pertenecía al Grupo del Mar Negro o a las metanacionales asociadas. Muchos sencillamente no se identificaban. Uno de los equipos de prospección de Maya encontró una ciudad-tienda no oficial, y la dejaron en paz. Y la población de los dos grandes proyectos de los cañones de los sistemas Dao Vallis y Harmakhis-Reull era mucho mayor que la registrada en las listas oficiales; gente, por tanto, que tenía que estar viviendo bajo identidades falsas, como ella misma, o fuera de la red. Una situación muy interesante.
El año anterior se había terminado una pista circumHellas, un trabajo de ingeniería complicado, porque el borde de la cuenca estaba fracturado por numerosas grietas y crestas y lleno de los cráteres producidos por la reentrada masiva de deyecciones. Pero estaba la pista, y Maya decidió satisfacer su curiosidad y hacer un viaje para inspeccionar los proyectos de Aguas Profundas y echar un vistazo a alguno de los nuevos asentamientos.
Para que la acompañase designó a una de las areólogas de la compañía, una joven llamada Diana, encargada de la cara este. Los informes que presentaba eran sucintos y poco interesantes. Maya se había enterado por Michel de que era la niña del hijo de Esther, Paul. Esther había tenido a Paul muy poco despues de abandonar Zigoto, y por lo que Maya sabía nunca había dicho quién era el padre. Así que podía ser su marido Kasei, en cuyo caso Diana era sobrina de Jackie y tataranieta de John e Hiroko, o podía ser Peter, como muchos suponían, y entonces Diana era medio sobrina de Jackie y tataranieta de Ann y Simón. Maya lo encontraba muy intrigante, y además la joven era una de las yonsei, la cuarta generación marciana, interesante para Maya sin importar su ascendencia.
E interesante también por derecho propio, como descubrió Maya cuando la conoció en las oficinas de Odessa unos pocos días antes del viaje. Con su gran talla (más de dos metros de altura, y sin embargo redonda y musculosa), su gracia fluida y sus facciones asiáticas de pómulos altos, parecía pertenecer a una nueva raza, presente allí para acompañar a Maya en esa nueva esquina del mundo.
Diana estaba completamente obsesionada con la Cuenca de Hellas y sus aguas ocultas. Habló del tema durante horas, con tanta profusión y detalle que Maya acabó convencida de que había resuelto el misterio de la paternidad: una martemaníaca como ésa tenía que estar emparentada con Ann Clayborne, y eso quería decir que Paul había sido engendrado por Peter. Maya estaba sentada en el tren junto a aquella joven enorme, mirándola o mirando por la ventana la escarpada pendiente norte de la cuenca, preguntando, observando que las piernas de Diana chocaban contra el respaldo del asiento delantero. No hacían los asientos de tren a la medida de los nativos.
Una de las cosas que fascinaba a Diana era que la Cuenca de Hellas estaba rodeada por mucha más agua subterránea de la que habían predicho los modelos areológicos. El descubrimiento, hecho en el campo en la pasada década, había inspirado el actual proyecto de Hellas, transformando la hermosa idea de un hipotético mar en una posibilidad tangible. Asimismo, había forzado a los areólogos a reconsiderar sus modelos teóricos de la historia primitiva marciana, y había empujado a otros a buscar alrededor de todas las grandes cuencas de impacto del planeta; las expediciones de reconocimiento estudiaban ya los Montes Charitum y Nereidum, que rodeaban Argyre, y las colinas que encerraban Isidis sur.
Alrededor de Hellas casi habían completado el inventario: habían encontrado unos treinta millones cúbicos, aunque algunos prospectores afirmaban que el recuento aún no estaba completo.
—¿Hay alguna manera de saber cuándo terminarán? —pregunto Maya a Diana, pensando en las peticiones de recursos que inundaban su oficina.
Diana se encogió de hombros.
—Al final, sencillamente uno ya ha mirado en todas partes.
—¿Qué hay del suelo de la cuenca? Después de inundarlo, ¿podremos encontrar algún acuífero allí?
—No.
Diana le explicó que casi no había agua bajo el suelo de la cuenca. El suelo había sido desecado por el impacto original, y ahora sólo era una capa de sedimentos eólicos de casi un kilómetro de profundidad, bajo la cual había una dura capa de roca brechada que se había formado durante las breves pero formidables presiones del impacto. Esas mismas presiones habían originado las profundas fracturas en todo el borde, y esas fracturas habían permitido que una cantidad inusualmente grande de gases escapase del interior del planeta. Los gases se habían filtrado hacia la superficie y se habían enfriado, y el agua que contenían había formado acuíferos líquidos y zonas de permafrost altamente saturado.
—Un señor impacto —observó Maya.
—Fue ciertamente grande.
Por regla general, explicó Diana, los cuerpos de impacto tenían una décima parte del tamaño del cráter o cuenca que excavaban (igual que las figuras históricas, pensó Maya); así que en este caso el planetesimal había sido un cuerpo de unos doscientos kilómetros de diámetro, y había caído en una zona de tierras altas marcada por numerosos cráteres antiguos. Los restos de ese cuerpo indican que probablemente era un asteroide común, de condrito carbonoso, con mucha agua y algo de niquel-hierro. Llevaba una velocidad de entrada de 72.000 kilómetros por hora, y había caído en un ángulo ligeramente inclinado hacia el este, lo que explicaba la enorme región devastada al este de Hellas, además de las crestas concéntricas altas y relativamente bien organizadas de los Hellespontus Montes, al oeste.
Entonces Diana enunció otra regla empírica que llevó a Maya a establer analogías libres con la historia humana: cuanto mayor era el cuerpo de impacto, menor era la porción del mismo que sobreviviría de el. Casi hasta el último pedazo de éste se había vaporizado en el choque cataclísmico. Pero había un pequeño bólido gravitatorio bajo el Cráter Gledhill, que algunos areólogos afirmaban que con total seguridad era el vestigio enterrado del planetesimal, era quizás una diez milésima parte del original, o menos; sostenían también que ese pedazo proporcionaría todo el níquel y el hierro que necesitarían si alguien se molestaba en desenterrarlo.
—¿Es eso factible? —preguntó Maya.
—En realidad no. Es más barato explotar los asteroides.
Cosa que ya estaban haciendo, pensó Maya con pesar. Eso era lo que significaba en esos tiempos una sentencia de prisión bajo el régimen de la UNTA: años en el cinturón de asteroides, manejando los robots de actividad circunscrita y las mineras. Eficiente, dijo la Autoridad Transitoria. Prisiones remotas y productivas.
Pero Diana seguía pensando en el pavoroso nacimiento de la cuenca. El impacto había ocurrido hacía unos tres mil quinientos millones de años, cuando la litosfera del planeta era más delgada, y su interior más caliente. Las energías liberadas por el impacto eran casi inimaginables: la energía total generada por la humanidad durante toda su historia no era nada comparada con ella, por tanto la actividad volcánica resultante había sido considerable. Hellas estaba rodeada por varios volcanes antiquísimos posteriores al impacto, incluyendo Australis Tholus, al sudoeste, Amphitrites Patera, al sur, y Hadriaca Patera y Tyrrhene Patera, al nordeste. Cerca de todas esas regiones volcánicas se habían encontrado acuíferos líquidos.