Más Allá de las Sombras (50 page)

BOOK: Más Allá de las Sombras
4.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cuando pasaron las lágrimas, se miraron, cara llorosa a cara llorosa, y se rieron y se abrazaron una vez más. Después, poco a poco, narraron sus historias. Elene le contó su viaje a Cenaria y su captura a manos de los esclavistas. Kylar le habló del intento de asesinarlo de Aristarco, de la muerte de Jarl, del combate con el rey dios y el anillado, de sus afanes por entronizar a Logan, de su muerte en la rueda, de su descubrimiento del coste de la inmortalidad y de su reencuentro con Durzo.

Después ella le preguntó por el oficio amargo, por su primer muerto, por su entrenamiento y por el Talento y lo que veía al mirar a la gente a través del ka’kari. Kylar le respondió con la verdad sin adornos, y ella escuchó. No lo entendía todo, dijo, pero escuchó sin juzgarlo y no se retrajo después de oírlo.

Mientras hablaba, Kylar poco a poco se relajó. Sintió que empezaba a relajarse el conflicto del secreto y la culpa, el miedo a ser descubierto y censurado, toda la tensión que lo había atenazado durante tanto tiempo que formaba una parte más de cómo experimentaba la vida. En Elene, encontró descanso. Por vez primera, paz.

La miró con nuevos ojos y su belleza era una manta caliente en una fría mañana de invierno. Era el hogar tras un largo viaje. No era una belleza que codiciar, como la de Vi, sino una belleza que compartir. Si el cuerpo de Vi era arte moldeado para atizar el deseo, el ser entero de Elene estaba hecho para compartir amor. Elene tenía cicatrices y su figura era atractiva pero no de las que privaban del habla a los hombres, y aun así su belleza superaba a la de Vi. La intuición que había apartado a Kylar de Vi incluso la primera vez que había intentado seducirle en la mansión de los Drake de repente cristalizó: uno no comparte su vida con el cuerpo de una mujer, la comparte con una mujer.

—Cásate conmigo —dijo, sorprendiéndose a sí mismo. Después, al darse cuenta de que su boca no había pronunciado sino lo que su corazón entero anhelaba, insistió—: Elene, por favor, ¿quieres casarte conmigo?

—Kylar...

—Sé que tendrá que ser en secreto, pero será de verdad, y te quiero a ti y a nadie más.

—Kylar...

—Lo sé, este condenado anillo probablemente nos impedirá hacer el amor, pero ya pensaremos algo, y aunque no sea así, te quiero. Quiero estar contigo. Quiero estar contigo más de lo que quiero sexo. Sé que será muy difícil, pero hablo en serio. Podemos...

—Kylar, cállate —dijo Elene. Sonrió al ver la expresión de su cara y se alisó el vestido—. Consideraría un honor ser tu esposa.

Por un momento, Kylar no pudo creerlo. Después, al ver la sonrisa de Elene que se iba ensanchando y su satisfacción al pillarlo desprevenido, salió la luz por encima de mil colinas. De algún modo ella estaba en sus brazos, y se abrazaban y reían, y Elene lloraba y eran lágrimas buenas; después él la besó y su cuerpo entero se disolvió en el punto en el que sus labios se encontraron con los de ella, blandos, anchos, cálidos, tentadores, húmedos, receptivos y ansiosos. Fue hermoso. Fue extraordinario. Fue la mejor sensación de toda su vida, justo hasta el momento en que vomitó.

Capítulo 67

Hacer el amor fue algo completamente unilateral. Una vez más. Jenine era virgen apenas un mes atrás, de manera que Dorian se dijo que era falta de práctica, que su torpeza era una cuestión técnica. Sin embargo, Jenine tenía buena coordinación y Dorian estaba famélico, de manera que esa justificación iba perdiendo credibilidad por momentos. Jenine apartó la mirada cuando se colocó encima de ella, incapaz de corresponder a la intensidad de sus ojos. Dorian hundió la cara en su pelo, tratando de ignorar la falta de excitación del cuerpo de su mujer. Acabó solo.

La abrazó, inhalando su fragancia, tratando de no sentir soledad.

Nunca le decía que no, ni siquiera cuando acudía a ella por segunda vez o tercera en un día, y eso lo hacía peor. Jenine no fingía el clímax, por lo menos todavía no. Aun así, incluso cuando lo alcanzaba, después, la brecha seguía abierta. En todo lo que ella no decía Dorian veía a una mujer que intentaba desesperadamente quererlo y daba al amor todas las posibilidades de crecer.

Aun entonces, mientras él la abrazaba, ella le correspondía con sus brazos. Dorian había intentado todo menos el vir para hacer que lo amara como él a ella. Tenía un reino que defender y administrar, hombres que entrenar, conspiraciones que desbaratar, reformas que instituir y magia que practicar, pero todos los días arañaba unas horas simplemente para estar con ella, charlar con ella, escuchar, bailar, recitar poesía, cuidar juntos del jardín, contar cuentos, escuchar a los bardos, reír y solo hacer el amor después de todo eso. Lo más puñetero del asunto era que parecía estar funcionando. Diría que Jenine estaba más cómoda con él, más encantada con su presencia y su humor, más enamorada... en todas partes menos el dormitorio. ¿Era porque tenía dieciséis años y el sexo era algo nuevo, o acaso su amor era tan falso como la muerte de Logan? ¿O iba todo bien y solo estaba envenenado en su cabeza? ¿Y si ella lo amaba y él estaba enloqueciendo?

—¿En qué piensas? —preguntó Jenine.

Dorian se recostó sobre los codos y la besó en el pecho para ganar tiempo y pensar.
En cuánto te quiero
sería una verdad a medias.
En cuánto te quiero y tú no me quieres
sería demasiado brutal. Sin embargo, el amor necesitaba la verdad para crecer. Se frotó la dolorida cabeza.

—Estaba pensando en lo mucho que lo intentas y en cuánto te lo agradezco.

Jenine rompió a llorar, y había verdad en cómo se agarró a él.

* * *

Logan se sentó en su nuevo trono. Había concedido a los artesanos tres semanas para entregarlo, y a duras penas habían cumplido el plazo. Lo había querido sencillo, de recia madera sin ornamentación, pero la duquesa de Kirena le había convencido de que el trono de Cenaria no podía parecer una silla de comedor, de modo que cedió. Su trono era de sándalo, tan pulido que casi brillaba, macizo, de diseño elegante y con unos cuantos rubíes grandes en la parte delantera de los brazos y los lados del respaldo. Como por arte de magia, resultaba cómodo para el enorme cuerpo de Logan. Casi compadecía a los monarcas que lo sucedieran. Sentados en el trono de Logan parecerían enanos.

Miró con una ceja alzada a Lantano Garuwashi, que estaba de rodillas sobre una sencilla estera entretejida en el suelo, a la derecha de Logan. La postura parecía incómoda, pero se diría que Garuwashi estaba a gusto. El ceurí asintió y Logan hizo un gesto.

Los lae’knaught de Wirtu, el campamento semipermanente que hacía las veces de su capital, habían enviado un nuevo emisario. El tipo había llegado a tiempo, aunque ni una hora más temprano.

—Saludos, majestad —comenzó el diplomático.

Siguió durante un buen rato, enumerando los títulos de Logan y después los suyos propios y los de su señor, el gran maestre Julus Rotans. Logan se mantuvo impasible. Marchar a Khalidor sin los lae’knaught sería un suicidio. Para la primavera, tendría un ejército de quince mil hombres con suerte. Los sa’ceurai de Garuwashi sumaban otros seis mil. Entre ellos juntaban menos de mil jinetes. Los nobles de Cenaria eran los únicos del reino con los posibles y el tiempo suficientes para aprender a montar, y la mayoría no se habían molestado. De entre los que sí, muchos habían muerto en la fútil resistencia a Garoth Ursuul. Asimismo, Lantano Garuwashi había atraído ante todo a campesinos, sa’ceurai de medio pelo y gente sin señor. Su ejército era el mejor de Ceura, pero ni por asomo el más rico. Los espías de la duquesa de Kirena decían que los khalidoranos tenían por lo menos veinte mil soldados y miles de brujos.

Los hombres de Garuwashi se encargaban de adiestrar a todas las fuerzas de Logan, y las entrenarían durante al menos tres meses más, cuatro si el invierno era duro. Sobraba tiempo para instruir a un ejército de campesinos, pero a Logan no le hacía gracia la idea de vérselas con un número superior de soldados y brujos en el propio terreno de Khalidor. Comoquiera que funcionase, lo que ellos llamaban la armadura de la incredulidad en efecto parecía volver a los lae’knaught menos susceptibles a la magia, y si ellos lograban neutralizar a los meisters, eso desmoralizaría a los soldados khalidoranos de a pie, que estaban acostumbrados a que sus brujos aplastaran al oponente antes incluso de que alzaran las espadas. Todo se reducía a un único hecho brutal: si Logan quería recuperar a Jenine, necesitaba a los lae’knaught.

—... tras un detenido análisis de vuestras propuestas —concluyó el diplomático—, el Alto Mando ha tomado una decisión.

Logan se levantó con vigor.

—Echadlo —ordenó a sus guardias. Estos agarraron al embajador de ambos brazos al instante.

—¡Ni siquiera habéis oído lo que tengo que decir! —gritó el diplomático mientras lo arrastraban hacia atrás, apenas tocando el suelo con los pies.

—Ah —dijo Logan, rascándose la mandíbula como si eso no se le hubiera ocurrido—. Entonces vale, adelante. Pero daos prisa. Me estáis aburriendo. —La verdad era que sabía su respuesta desde el momento en que el hombre había dicho
propuestas
, en plural.

—Estamos de acuerdo en todo lo que contienen el primer y el segundo artículos, y tan solo hay unos detallitos en el tercero que, sin que tal vez lo sepáis, vulneran varios principios de honor muy importantes para los lae’knaught. Estoy seguro de que sin la menor mala fe, nos pedís que blasfememos contra nuestras creencias más arraigadas.

—Ah —dijo Logan—. Soltadlo. Lo lamento, señor, no era mi intención ofenderos. ¿Qué artículos en concreto resultan problemáticos?

—Como he dicho, hum, estamos de acuerdo en que Khalidor es nuestro mutuo enemigo y en que el momento de actuar es ahora. Estamos de acuerdo en que...

Logan hizo un gesto displicente con la mano.

—Me aburrís.

—Simplemente tenemos algunos problemas logísticos con la distribución de nuestras fuerzas.

—¿Oh? —dijo Logan.

Ya había pensado que eso no les haría gracia. El general supremo Agon no esperaba gran cosa de la lealtad de los lae’knaught, de modo que había solicitado una provisión que especificara que sus fuerzas se dividirían y servirían al mando de oficiales cenarianos y ceuríes. Desde el punto de vista militar, había pros y contras. Los oficiales cenarianos no usarían a los lanceros con la eficacia de los comandantes lae’knaught. Sencillamente no habían mandado a unas fuerzas parecidas con anterioridad, de modo que no conocerían sus puntos fuertes y flacos. Por otro lado, complicaría mucho las actividades de los posibles traidores, sobre todo con lo activos que la duquesa de Kirena pensaba mantener a sus espías.

—Para ser sincero, majestad, la idea de que los lanceros sirvan a las órdenes de vuestros oficiales es suicida.

—Lo comprendo —dijo Logan.

El hombre era lo bastante profesional para que no trasluciera su sorpresa ante la repentina conformidad de Logan.

—También había otros detalles de poca importancia, mucho menos sustanciales, os lo aseguro. Sin embargo, ahora que estamos de acuerdo en lo principal, podría reunirme con los oficiales de su majestad para disponer...

—¿Qué necesidad habría de eso? —preguntó Logan.

El diplomático hizo una incómoda pausa.

—Esto, ¿para puntualizar los detalles de nuestra alianza? —preguntó, como si intentase no tratar a Logan como a un idiota.

—¿Alianza? —preguntó este.

El diplomático abrió la boca, pero no salieron palabras.

—No, no, señor —prosiguió Logan—. Esto no es ninguna alianza. Esto es la guerra. Habéis rechazado mis términos. Este verano, cuando los sa’ceurai de Garuwashi hayan acabado de saquear Wirtu y masacrar a vuestros oficiales, volveré a proponer los mismos términos... con un detallito adicional. A saber, que los lanceros permanecerán bajo mando cenariano a perpetuidad. Y si entonces decís que no, os mataré a todos. ¿Guardias?

Los soldados asieron una vez más al menudo diplomático.

—¡Majestad, esperad!

Logan levantó un dedo y los guardias se detuvieron.

—Lo único que necesito escuchar de vuestros labios es:
Majestad, aceptamos vuestra propuesta
. Si tenéis algo distinto que decir, podéis comunicárselo al maestre Dynos Rotans, que os ha acompañado, curiosamente vestido de criado, aunque os supere en rango y sea un hecho conocido que su hermano confía en él. Decidle que debería tener cojones para venir a verme en persona. Es un insulto que pensara que, si la cosa se ponía realmente fea, podría darse a conocer e intervenir. Estoy harto de que los lae’knaught me hagan la pelota. Decidle que tiene prohibido entrar en mi corte. Os concedo media hora. O entráis por esa puerta con las palabras que os he dicho, o buscáis vuestros caballos.

Logan hizo un gesto con la cabeza y los guardias sacaron al diplomático por la puerta. Cuando esta se cerró, Garuwashi dijo:

—Diría que habéis disfrutado con eso.

—Al contrario, estoy en un tris de vomitar.

—¿De verdad? ¿Porque acabáis de intentar provocar una guerra con motivo de una estipulación sin sentido?

—Conocí a un niño, un niño pequeño, muy poquita cosa. Alguien se metió con él una vez, y él se le echó encima como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Ganó el pequeñín?

—Se llevó una paliza de miedo. Pero nadie volvió a meterse con él, porque trataba cualquier acoso como si su vida dependiera de ganar. En una pelea contra él no había reglas. No le importaba el daño que le hicieran, él ganaría. Yo siempre fui más grande y fuerte que los demás niños, pero peleaba limpio y paraba cuando alguien me concedía la victoria. Tuve que pelearme mucho más que él.

—¿O sea que estáis basando vuestro manejo de los lae’knaught en una metáfora sacada de vuestra infancia? —preguntó Garuwashi.

—Y por eso tengo el estómago revuelto. —Pero no había vuelta de hoja. Sin los lae’knaught, no podría recuperar a su esposa.

Lantano Garuwashi carraspeó.

—Hablando de cosas que nos revuelven el estómago, acaba de llegar a mi conocimiento que algunos miembros del Alto Consejo están proponiendo que el regente envíe un emisario para averiguar si soy el rey perdido de Ceura.

—Lo decís como si fuera algo malo. —Cenaria tenía enemigos al norte, al este y dentro, y lo último que Logan necesitaba eran problemas del sur.

—Lo más probable es que envíen un ejército con el emisario. —Garuwashi bajó la voz—. Exigirá ver a Ceur’caelestos.

Other books

Sweet Hell on Fire by Sara Lunsford
The Good Daughter by Diana Layne
The Perilous Gard by Elizabeth Marie Pope
Dark on the Other Side by Barbara Michaels
Sarasota Dreams by Mayne, Debby